Domingo, 12 de julio de 2009 | Hoy
MúSICA > CAT POWER EN BUENOS AIRES
De una fragilidad desoladora, pero también de una dignidad irreductible para llevarla y convertirla en canciones que parecen nacer de un estilo inventado por ella, Cat Power conoció el abandono, el dolor, la frustración, la adicción, los brotes, las internaciones y las modestas resurrecciones. En el camino compuso, grabó y editó un puñado de discos que la llevaron de dilecta de la escena experimental a conmovedora exploradora del dolor, la intimidad y el fracaso emocional. La vez anterior que vino a la Argentina no estaba pasando por un buen momento. La gira que la trae –si la gripe lo permite– el jueves al Gran Rex parece que la encuentra tranquila e inspirada.
Por Mariana Enriquez
Si no se suspende, si el teatro Gran Rex se abre para recibirla, Cat Power tocará el jueves que viene en la Argentina por segunda vez. La primera fue una presentación muy rara: Chan Marshall –tal su nombre verdadero– estaba dispersa y ensimismada, tratando de afinar su guitarra, probando con un piano que tampoco la satisfacía. Las canciones no se terminaban, era 2001, la entrada había costado 15 pesos. Muchas cosas cambiaron desde entonces, en el país ni hablar; y la vida de Chan también tuvo sus enormes tumultos y turbulencias a escala personal. Aquella chica, la de 2001, venía de dos discos extraordinarios: Moon Pix (1998) y The Covers Record (2000); éste anticipaba su gusto por versionar y reinventar las canciones ajenas. Moon Pix sigue siendo para muchos su mejor trabajo, y en la Argentina acaba de reeditarse. Grabado en Australia junto a integrantes de los fabulosos y raros Dirty Three, tenía canciones que ya deberían ser llamadas clásicas, como la simple y perturbadora “Say”, o la tan linda “Metal Heart”, con su estribillo que entra como un aire dulzón, impregnado del melancólico aroma de una flor agonizante. La Chan de esos días andaba un poco perdida, ella lo admite. Suele contarlo en entrevistas: nació en Georgia, en el seno de una familia de alcohólicos. Nunca tuvo contención de su familia, ni una buena educación, y pasó años mudándose tras el rastro nómade de sus parientes, hasta que se independizó: se fue a vivir a Nueva York, y allí la descubrió Steve Shelley, de Sonic Youth, que la instó a grabar sus dos primeros discos, Dear Sir (1995) y Myra Lee (1996). Poco después, en 1996, llegó What Would the Community Think, que incluía el cover de “Bathysphere” de Smog, la banda/proyecto de Bill Callahan, entonces su novio.
Pero Cat Power tenía demasiada música, demasiado soul y demasiado sur para ser nada más que la niña mimada del indie. Entonces se puso a practicar el exceso: la extremada timidez rayana con la fobia en los shows, el alcoholismo, los episodios psicóticos (uno en la casa de campo que compartía con Callahan; él la abandonó poco después, y se sumó a la lista de amores de la vida de Chan, que son varios, porque parece incapaz de sentir poco, de quedarse en el apacible, sin alarmas ni sorpresas, mundo del cool).
Así y todo, en 2003, a pesar de los fracasos amorosos –que según ella, junto a su historia familiar de adicciones, explican sus brotes de desesperación–, editó en 2003 un gran disco: You Are Free. Había allí grandes canciones como “Names” (que listaba nombres de amigos de infancia que ya no veía más, y que habían sufrido mucho) o “I Don’t Blame you”, pero el mejor tema era “Werewolf”, un cover de Michael Hurley que resumía a Cat Power: parecía cantado en el medio de un bosque oscuro por una joven mujer llena de talento y tristeza, muerta de frío, arropada por un whisky, una mujer que no puede dormir y parece balancearse frente a sus pocos acordes. Muchos críticos llaman sad-core a la música que hacía Cat Power entonces: canciones lentas, muy tristes, con influencias country, blues, soul, indie, todo sobre un minimalismo conceptual.
Algo cambió después de ese disco. Cat Power editó The Greatest, se desprendió de la música folk blanca norteamericana e ingresó en el soul, que también le es afín, porque Chan es una sureña que creció escuchando a Aretha y Roberta Flack y Otis Redding, además de a Bob Dylan. Claro que su lectura del soul no es la de Amy Winehouse: su tono es calmo y su groove, infalible, ayudada también por el legendario guitarrista de Al Green, Teenie Hodges. Dos años más y otra colección de covers que parece marcarle el nuevo rumbo: versiones de country y de soul, un cancionero que va de “Silver Stallion” de Highwayman hasta “New York” de Sinatra, pasando por dos canciones estremecedoras: “Woman Left Lonely” de Janis Joplin y “Blue” de Joni Mitchell.
Después de Jukebox, Cat Power se profesionalizó un poco más. Ahora da shows enteros, y parece que además tienen formato de show bastante normal. Pero antes de este disco y esta gira, que está saliendo muy bien, la que la trae aquí, hubo otra internación, justo después de The Greatest. Chan se la contó a la revista Spin, y fue más o menos así: ella hacía un año que no salía de su departamento en Miami. No atendía el teléfono. Una amiga se asustó y la fue a buscar: la encontró delirando sobre una aparición de Johnny Cash (a Chan no se le aparece la virgen: se le aparece El Hombre de Negro) y un desierto que podía ver por su ventana (donde no había desierto alguno). La amiga la metió en un taxi y la llevó al hospital. Allí Chan no comió ni abrió los ojos durante tres días. Al cuarto se levantó y se maquilló. Le dijo al médico que, del 1 al 10, se sentía en un 4. Que ya no escuchaba voces, salvo la propia. Le dieron de alta poco después; el diagnóstico fue un episodio psicótico ocurrido tras una larga depresión no tratada, salvo con whisky y pastillas. Ahora, dice Chan, está contenta de estar mejor, de estar viva, de haber zafado. Ojalá todo –que es tan frágil– llegue en condiciones hasta el jueves, cuando ella se suba al escenario, y que Cat Power ya esté lejos de esa chica que se ponía a llorar detrás de las canciones. O tan cerca que ya aprendió a consolarla.
Quiero decirte
Siempre quise decirte
Pero nunca tuve la oportunidad
De contarte lo que siento en mi corazón
Desde el principio hasta el fin de mis días
Yo tenía 15, a lo mejor 16
En el parque, estaba haciendo señas con los brazos
Vos moviste uno de los tuyos hacia donde yo estaba
Y cantaste la canción que yo gritaba
La que te pedía, la que quería
Otra vez fue en Carolina del Sur
Siempre fue el tercer frío largo
Cuyo viento venía rugiendo
¿Podés decirme para quién estabas cantando antes?
Oh Dios mío
¿Podés decirme
A quién le estabas cantando?
Llamada telefónica desde tu oficina de Nueva York
Supuestamente querías verme
Cómo quería decirte
Que sólo estaba a 400 millas de distancia
¿Quién podía creer que era tu llamado?
Yo estaba en DC
Yo estaba 400 millas detrás
Pase al backstage en la mano
Darte mi corazón era el plan
Ojalá hubiera podido decírtelo
Mi oportunidad
En el medio de un estadio en París, Francia
¿Puedo decírtelo por fin?
¿Puedo pedirte por fin que seas mi hombre?
Abril, París, ¿puedo verte?
Por favor, ¿podés ser mi hombre?
Esta declaración de amor a Bob Dylan es la única
canción escrita por Cat Power en su último disco de covers,
Jukebox, que fue editado en Argentina.
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