Domingo, 12 de julio de 2009 | Hoy
CINE > UN PAíS DE PELíCULA, EL LIBRO QUE INVESTIGA EL MODO EN QUE EL CELULOIDE RETRATó LA HISTORIA ARGENTINA
Desde sus comienzos, el cine argentino abrevó en el imaginario histórico del país: las guerras de la Independencia, los malones, el exterminio de los aborígenes, los acontecimientos en la Patagonia y el Impenetrable... Sin embargo, por múltiples motivos no consiguió crear un espacio mitológico como el western o el género bélico norteamericanos. Las investigadoras Marcela López y Alejandra Rodríguez emprendieron la tarea de reconstruir el modo en que ese espejo astillado reflejó el país y la imagen que tenemos de la historia argentina.
Por Mariano Kairuz
Mientras que el cine norteamericano creó desde sus inicios un imaginario fabuloso con la materia prima que le proveyó la historia de la construcción del país, las películas históricas argentinas parecen no haberse entregado nunca a las fascinaciones y los peligros del género: la aventura en territorios salvajes e imponentes, y la estigmatización de los pueblos originarios. Como si no hubiera encontrado el camino más apropiado para inventar su propio western a partir de las gestas de próceres y caudillos. Tal vez debido a los saltos institucionales a través de los cuales avanzó en el siglo XX, o de las inconstancias de un cine que no llegó a consolidar y mantener un sistema de producción, las películas argentinas de tema histórico son un puñado de obras desarticulado, que para ser estudiado en conjunto debe reunirse trabajosamente. Marcela López y Alejandra Rodríguez, autoras del libro Un país de película. La historia argentina que el cine nos contó (Editorial Del Nuevo Extremo) emprendieron esa difícil tarea: la de analizar este objeto de estudio disperso, tironeado entre la reverencia institucional y diversas y a veces contrapuestas nociones de “realidad”.
Son siete capítulos temáticos en los que hacen dialogar, coincidir y chocar distintas representaciones de hechos y personajes. Como las versiones de San Martín que ofrecen las películas Nuestra tierra de paz (1939), de Arturo S. Mom; El santo de la espada (1970), de Leopoldo Torre Nilsson, y El general y la fiebre (1992) de Jorge Coscia. O las que abordaron la figura de Rosas; a los aborígenes; a Eva Perón, al sindicalismo; al desastre financiero de la dictadura. Con la misma dedicación se desmenuzan películas buenas y malas en busca de claves de análisis. López es licenciada en comunicación, autora de La historia me juzgará. Frases fuertes de políticos argentinos, y coautora de Quiera el pueblo votar. Un siglo de campañas políticas en imágenes; Rodríguez es historiadora y coordina para el Ministerio de Educación de la Ciudad talleres sobre cine y medios. Ambas llevan una década indagando en el tema. “Nos fuimos apasionando con la idea de confrontar versiones sobre los mismos períodos históricos –cuenta Alejandra–, de ver cómo se traducen las versiones historiográficas en las películas, si reflejan, si cuestionan.” “Pero con la idea de que hay que pensar las películas no sólo desde la perspectiva de sus contenidos sino también reflexionando sobre situaciones formales del discurso cinematográfico –completa Marcela–. No ver cada película sólo como la ilustración de un tema, sino desarmándola, cómo desde el sonido, la iluminación, la puesta en escena se construye una versión.” “Y ver a quién se le da protagonismo en cada caso –agrega Alejandra–: entre protagonistas individuales o colectivos, entre próceres y figuras públicas abordadas directamente o como fondo de historias más íntimas, menos públicas.”
Ambas autoras expresan su admiración por El último malón, película muda del político, periodista y escritor santafesino Alcides Greca, que narra la resistencia del indio desalojado de su territorio y condenado a vivir en la miseria. Un film de 1918 “comprensivo” con el indio, que encuentra la motivación de las sangrientas revueltas de los mocovíes en el duro destino que se les impuso en nombre de la civilización. En el capítulo tres del libro –“Bajo el cielo de la pampa. Indios, tierra y estado en un país en construcción”–, López y Rodríguez contrastan este film con las miradas posteriores sobre el indio, como El último perro y Pampa Bárbara. ¿Qué fue lo que permitió que el esfuerzo pionero de Greca gozara de esa amplitud de mirada que luego estaría ausente? “Parece tener la frescura de algo que está lejos del centro –propone Marcela–, y que goza de cierta libertad frente a lo nuevo, donde no hay mucha formalización del lenguaje. Así como la inquietud antropológica de un personaje muy singular como Greca”. “Greca era un militante radical –aporta Alejandra–, y de hecho Yrigoyen es el primero que hace política recorriendo el país y visita los lugares donde hay reservas de los pueblos originarios y va a buscar sus votos. Hay una mirada de la política hacia esos otros, Greca ha convivido con ellos e ir a su encuentro es algo que en ese momento va de la mano de la ideología radical. Más allá de que después la civilización se le imponga en la representación (cuando la película termina con el exterminio del malón).”
ALEJANDRA RODRIGUEZ: Puede tener que ver con la comparación que hace la investigadora Laura Malosseti: siendo geografías absolutamente iguales, en Estados Unidos se denomina pradera y es el lugar de la esperanza y acá es el desierto, que es sinónimo de lo salvaje, de lo vacío.
MARCELA LOPEZ: Todo eso que quedó en el casillero del cine de frontera, conquista del desierto –Pampa bárbara, El último malón– terminó siendo nuestra epopeya. Desde lo temático, el medio geográfico como cosa determinante, la presencia de lo salvaje, ahí hay una especie de western.
RODRIGUEZ: Faltaron los vaqueros: en su lugar está el Ejército nacional, y ya no es esa cosa de los colonos yanquis de ir a fundar, de la gran promesa de ampliar la nación acompañada del avance del ferrocarril.
LOPEZ: Acá es como una contracara, aquella visión positiva se convierte en ir a fundar y a someter, una épica más sangrienta, una épica del despojo.
RODRIGUEZ: Salvo en El último malón, que nos gusta tanto por eso, nunca aparece otra cosa que no sea el salvajismo y la barbarie. Los pueblos originarios siempre son los antagonistas, el obstáculo que impide la creación de la Argentina. Casi siempre la mirada sobre los otros es denigrante, y aunque sean bellas en algunos aspectos estéticos, se vuelven ideológicamente indigeribles, porque uno no puede dejar de saber que todas esas operaciones culturales tienen una contrapartida más concreta. Ahí hay una deuda, algo que repensar, porque hace mucho que la historiografía trabaja otras cosas, por ejemplo, estudiando la frontera en el siglo XIX no sólo como línea divisoria entre pueblos-ejército sino como lugar de intercambio. Y todo eso en el cine sigue atrasando, no se ha renovado el repertorio.
Si se les pregunta qué autores o películas lamentaron tener que dejar afuera de su libro, ambas autoras coinciden en Leonardo Favio. “Lo amamos –dice Alejandra–. Trabajamos mucho el peronismo en el cine a partir de sus películas con nuestros alumnos, pero no pudo entrar en el libro.” Marcela agrega: “Gatica es un catálogo completo de las operaciones de representación del pasado en el cine. Quedó afuera pero fue un gran tema de discusión: qué contamos de un tópico tan trabajado como el peronismo. Hasta que decidimos abordar a Evita. Es notable que la primera representación cinematográfica de ficción llega recién en el ‘96, con Eva Perón, de Desanzo, como si hasta entonces nadie se hubiera atrevido a ficcionarla. Sí estaba la película de Mignogna con Flavia Palmiero (Evita, quien quiera oír que oiga, 1984) pero lo que hacía no eran más que unas recreaciones dentro de un documental”. “Era como que se podía tocar hasta ahí –dice Alejandra–. Y esto tiene que ver con una cinematografía marcada por muchos años de dictaduras, de proscripción, y luego de autocensura.”
El último capítulo examina a partir de películas como Plata dulce, La deuda interna y Memoria del saqueo, uno de los temas menos abordados por el cine sobre el terrorismo de Estado: el del modelo económico de la dictadura. “Es tan fuerte el tema de la represión que se impone, pero como dice Rodolfo Walsh en la Carta Abierta, no es ahí donde incurrieron en los peores desastres, sino en el modelo económico, del que el cine dio escasamente cuenta –dice Alejandra–. Recién se retomó con su profundización durante el menemismo. Tal vez sea un ámbito árido para imaginarlo visualmente.”
Pero si se les pregunta cuál es la gran omisión del cine histórico argentino, arriesgarán que “los años ‘30”. “No están muy trabajados, más allá de Fin de fiesta, o Asesinato en el Senado de la Nación, y sin embargo son años muy interesantes por todo lo que tiene que ver con la emergencia de los grupos nacionalistas, el rol del Ejército, la Iglesia –-dice Alejandra–. Pero el cine va por el lado de las biografías y las grandes figuras, y las de Justo y Uriburu no son muy caras al imaginario popular.” “Cuando se estrenó el documental de Paula Hernández Los Lugones –dice Marcela–, me pregunté cómo es que nunca nadie hizo una gran ficción sobre esa familia, con la historia de Polo –el hijo policía y torturador–, y Piri –su hija montonera–. Es una gran saga familiar y una gran película en potencia.”
RODRIGUEZ: A mí me gusta mucho Los hijos de Fierro, por el contexto en que está producida, porque es muy experimental, elaborada; propone un punto de vista fuerte como contrahistoria, un objeto motivador para contrastar con otros documentos de la época. Aunque también me encantan las películas de amor, como Camila, y me parece que funciona como entrada más “tranquila” a su época.
LOPEZ: Es una película para el gran público, que pone el foco en el drama romántico, pero a su vez no se puede desligar del contexto. A mí me gusta mucho Facundo, la sombra del tigre, de Nicolás Sarquís. Narra un angustiante viaje hacia la muerte, y se permite tallar cuestiones que antes eran inadmisibles en el cine, como las de la dolencia física del protagonista. Es una reflexión sobre el fracaso, sobre las cuentas pendientes; una especie de anti-épica: el Tigre de los Llanos hace su camino comido por el reuma, consciente del destino que lo espera en Barranca Yaco.
RODRIGUEZ: También La Patagonia rebelde tiene todos los condimentos para el gran público, consigue ser muy didáctica y a la vez tiene un punto de vista muy fuerte, una posición historiográfica muy expuesta y el mérito de salir del biopic. No construye la historia a través del héroe individual sino que trabaja lo colectivo, y eso tiene más que ver con mi sensibilidad acerca de cómo tendría que explicarse la historia.
Un país de película
Marcela López y Alejandra Rodríguez
Del Nuevo Extremo
272 páginas
Uno de los grandes problemas que habrá de afrontar quien quiera que planee hacer una película sobre el Libertador es el de remontar la estampa pétrea que perpetraron Leopoldo Torre Nilsson y Alfredo Alcón en El santo de la espada. En el primer capítulo de su libro, titulado “¡El cine ama a los héroes!”, López y Rodríguez explican que probablemente el retrato del prócer no podría haber sido de otra manera, tratándose de un proyecto “protegido” por el Estado, y citan a Homero Alsina Thevenet: “Si Torre Nilsson se hubiera propuesto un enfoque revisionista o simplemente crítico sobre la época y el personaje, su libreto no habría sido aprobado. (...) O, en el mejor de los casos, se habría autorizado a Torre Nilsson a seguir adelante, pero con dinero de fuentes privadas y sin el apoyo del Ejército, lo que en la práctica implicaba no contar con los cañones, uniformes, utilería y multitudes que la producción exigía”. Independientemente de la valoración de sus resultados, López y Rodríguez identifican en El general y la fiebre (Jorge Coscia, 1992) un primer intento por “reconstruir la figura desde otro lugar”: “Mientras que en las películas anteriores es tan sólo un militar, acá San Martín es un revolucionario, un hombre con un proyecto político más allá de la charretera. Además habla en español, lo que es lógico, ¡si pasó toda su vida en España! Un detalle que las otras películas, odas al nacionalismo, no pueden soportar”.
Casi cuarenta y veinte años después de aquellas dos películas, y anticipándose a los festejos del Bicentenario, el canal Encuentro produce junto con Canal 7 la película San Martín. Cruce de los Andes. Una producción enorme en la que Rodrigo de la Serna interpreta al Libertador en plena hazaña cordillerana, y que busca redoblar la apuesta de Combate de San Lorenzo, un telefilm dirigido, como éste, por Leandro Ipiña. La película acaba de ingresar a lo que será una larga posproducción para su estreno televisivo –y en cines, de acuerdo con la escala de un rodaje en los Andes, y que recrea la batalla de Chacabuco con más de 300 personas en escena– el año que viene. “Tratamos de evitar El santo de la espada –le cuenta Ipiña a Radar–. Su acartonamiento, esa cosa de Kapelusz ilustrado. Buscamos contar la historia desde otro lado y nos basamos en parte en las memorias del coronel Manuel Pueyrredón, sobrino del director supremo. La película va a estar narrada por un anciano perdido en una pensión en 1880, un hombre que a los 16 fue amanuense de San Martín. Un periodista va a su encuentro para hacerle una nota sobre el cruce de los Andes.”
Ipiña rechaza el concepto de “humanización” del prócer: “Con cada revisión, con cada libro nuevo, se pretende humanizarlo, cuando San Martín ya está humanizado desde Mitre –dice–. Ese humanizarlo es también una reducción. Fue una persona con una capacidad enorme y una energía insuperable, que realizó un acto gigantesco: queremos mostrarlo así y a la vez afrontando muchos problemas morales, y físicos, porque está extremadamente enfermo. Mitre decía que San Martín tenía una pésima salud de hierro: es una frase buenísima, porque murió bastante viejo y bastante más entero que la mayoría de los guerreros de la Independencia. También es importante retratar la gesta como un hecho colectivo; con personajes como Corvalán, representante de esa juventud de alcurnia que se sumó a la revolución por idealismo, o el fraile Aldao, que en plena batalla deja los hábitos y se dedica a matar godos, convencido de que su función como sacerdote es inútil. Dejamos de lado el aspecto más militar de la historia”.
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