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Domingo, 2 de agosto de 2009

Rojaynegra

Hace veintidós años, la ciudad cantábrica de Gijón fue la sede de una reunión de escritores de novelas policiales. Desde entonces, el encuentro no ha parado de crecer hasta convertirse, hoy en día, en el centro de reunión anual de un centenar de autores y más de un millón de lectores. Los premios otorgados no incluyen edición, ni dinero, pero el prestigio de su jurado garantiza difusión y reconocimiento. En esta edición, el premio Hammett a la mejor novela negra fue para Guillermo Saccomanno con 77 y el español David Torres con Niños de tiza. El argentino Ernesto Mallo, ganador del premio Silverio Cañada en 2007 con La aguja en el pajar y finalista del Hammett el año pasado con Delincuente argentino, estuvo ahí y presenta el impresionante encuentro. Como yapa, el mismo Saccomanno entrevista al jefe de policía de la ciudad, un escritor de policiales y reconocido marxista.

 Por Ernesto Mallo

Es un día brillante de sol del verano europeo, la brisa que proviene del mar Cantábrico trae los graznidos de las gaviotas y el clan-clan de las amuras de las naves amarradas en el puerto deportivo de Gijón. Pero a nada de esto le está permitido la entrada en el casino. Allí todo es penumbra reluciente de lucecitas multicolores. En ese sótano acolchado, tapizado y alfombrado, no es de día ni de noche, no hace frío ni calor, no hay relojes ni calendarios, el tiempo está abolido en aras de los juegos de azar. Camareros bien peinados y azafatas maquilladas bandejean copas y canapés, pinchos de tortilla, exquisitos bocadillos de jamón ibérico, queso manchego y otras delicias de la cocina asturiana, rigurosamente vigilados por damas ligeras afichadas en las paredes. En un rincón, fumando incesantemente, el hombre no muy alto, fornido, de bigotes espesos, ademanes serenos y mirada de lince, repatingado en un sillón de cuero rojo, escucha atentamente a los que se acercan a él con respeto, y reparte bendiciones y negativas. Sentado junto a él, un tipo enorme y cansino, de camisa celeste, escucha y calla. Detrás, un joven de notable parecido a Matt Damon y gafas oscuras vigila discretamente a la inquieta concurrencia que puebla las instalaciones. Podría ser una escena de El Padrino, en la cual se hubiera reunido la flor y nata de la mafia, pero no. El Capo del sillón no es otro que Paco Ignacio Taibo II (PIT II), legendario organizador, alma mater y cacique de la Semana Negra; el de camisa celeste es Julián, un verdadero ministro de transportes; y el muchacho de las gafas es Diego García, un atleta de la traducción simultánea capaz de transcribir instantáneamente al español una acalorada discusión entre un italiano, un alemán y un bielorruso. La concurrencia está compuesta por escritoras y escritores que han venido de todas partes del mundo. Se trata de la recepción que la casa de juego le ha ofrecido a los participantes de la XXII Semana Negra de Gijón (SN), el festival de novela policial más importante del mundo de habla hispana y, probablemente, de los otros mundos. Entre abrazos de reencuentro, saludos fraternales, risas y sonrisas, se celebra el inicio de esta nueva edición que ha convocado a más de 120 autores de México, Argentina, España por supuesto, Irán e Inglaterra, entre muchos más.

El fenomenal esfuerzo de organización que capitanea PIT II, significa ocuparse con singular eficacia del traslado, alojamiento, alimentación y solución de cualquier problema de los escritores, periodistas, editores y demás deudos, cuyo número ronda fácilmente las 200 personas. Todo ello a cargo de un equipo cuyo desempeño va mucho más allá de la obligación laboral, aportando el imprescindible entusiasmo que supone la titánica tarea que incluye el montaje de las carpas donde se realizarán los encuentros, presentaciones de libros, exposiciones, talleres, conciertos, recitales de poesía y tertulias, a lo que se suma la instalación de servicios sanitarios, pasarelas, agua corriente y electricidad en la Playa del Arbeyal, más el control del paso por esas instalaciones de más de un millón de visitantes, interesados y curiosos. Secundan a PIT II en esta fenomenal tarea su mujer, la encantadora Paloma Saiz, que sin estridencia alguna parece estar presente en todas partes y en todo momento. Anda por allí la indispensable Cristina Macía, resolviendo con impensable buen humor todo tipo de contingencia; Marisa Cuyás coordinando cientos de entrevistas de prensa; Rocío Orraca ocupándose de los viajes de unos invitados que a toda hora se les ocurre cambiar de itinerario. Angel de la Calle, infatigable en el diseño de la movida y en amistosa y permanente confrontación con PIT II. Todos ellos entre muchos otros colaboradores que la injusta memoria escatima. El día a día de la SN queda registrado en las cámaras de Marina Taibo, Mauricio-José Schwarz, José Luis Morilla y Julia Vicente, y en la edición diaria del periódico A Quemarropa que se distribuye gratuitamente y en el que, entre otros, colabora como columnista Alejandro Gallo, el marxista jefe de policía de Gijón, escritor de novela policial, hombre duro y sensible que ha conseguido que ésta sea la segunda ciudad más segura de España. El último homicidio, cuenta, fue cometido hace más de cuatro años.

Enmarcan las instalaciones de la SN una cantidad de librerías entre las que se destacan la Negra y Criminal, que se viene desde Barcelona al mando de Paco Camarasa, tradicional militante especializado en novela negra, hombre de alegría y energía inclaudicables; y el Estudio en Escarlata que dirige Juan Salvador. Hay librerías de oferta, supermercados del libro, especializadas en comic, en ciencia ficción, novela histórica y lo que se busque. A un promedio de venta de más de cinco mil libros diarios, el fenómeno le da un rotundo mentís a la versión de que ya no se lee. Mezclados, pero no revueltos, o sí, innumerables chiringuitos, en los que pueden adquirirse souvenirs, camisetas, bisutería de todo tipo, bebidas y comidas, entre las que hay que mencionar el exquisito pulpo a la gallega hervido en ollas gigantescas y cortado a tijera. Sinuosas senegalesas, peluqueras al aire libre, trenzan y enlazan con piedritas de colores los cabellos de las más coquetas. Y, como si todo esto fuera poco, aloja un enorme parque de diversiones con varios juegos mecánicos de esos que lo ponen a uno de cabeza, los pelos de punta y el hígado en la garganta al son del rock’n’roll, la salsa, el merengue y el reggaetón.

Mezcla rara de feria popular con evento literario, la Semana Negra huele a fritanga, a mar, a gente y se recorta de cualquier otro acontecimiento cultural por su falta de almidón, por su descaro y por su horizontalidad. Aquí vale tanto el escritor laureado como el chofer del trencito infantil, transporte oficial que cumple el recorrido por las callecitas de Gijón desde el Hotel Don Manuel, el cuartel general, hasta la playa de Arbeyal. Clima de fiesta donde no tiene cabida el divismo ni la vanidad, desalojados sin miramientos por la ironía.

Gijón es el único lugar en la tierra donde la semana tiene diez días. Comenzó con modestia hace veintidós años como una reunión de escritores de novelas policiales que ofrecía además algo de música y teatro. Año a año su convocatoria fue creciendo y ampliándose hasta convertirse en un modelo de referencia para organizadores de eventos y de estudio para sociólogos, y de igual manera sumando atractivos a su oferta. Como los conciertos en los que han participado, entre muchos otros, Los Lobos, Willie Colón o Georges Moustaki. Recitales de poesía de los que fueron parte el poeta asturiano Angel González, el argentino Juan Gelman, el mexicano Juan Bañuelos, Joaquín Sabina y Luis García Montero, por nombrar sólo unos pocos.

Además de la primigenia literatura policial, se dan cita autores de obras testimoniales, comic, novela histórica y ciencia ficción, y habilita locales para las artes plásticas y la fotografía. Con cada edición la SN publica y regala varios libros escritos por escritores amigos y visitantes, e ilustrados por dibujantes, autores de comic y fotógrafos.

Se realizan, festivales dentro del festival, el Encuentro Internacional de Fotoperiodismo, dirigido por el premio Pulitzer, Javier Bauluz; y la Asturcon, la convención asturiana de ciencia ficción, que en su momento también ha sido anfitriona de la convención española de ciencia ficción y fantasía. Durante unos años se realizó también un festival de magia.

LIBRES DE TODA SOSPECHA: LOS PREMIOS

La Semana Negra distribuye varios premios a trabajos publicados el año anterior y escritos en español. El Memorial Silverio Cañada a la mejor primera novela policial. Celsius, a la mejor obra de ciencia ficción o fantasía. Hammett, a la mejor novela policial. Rodolfo Walsh, a la mejor obra de no ficción policial. Espartaco, a la mejor novela histórica. Y un concurso de relato policial en colaboración con el Ateneo Obrero de Gijón. La modalidad de estos premios es muy singular. En primer lugar no otorga ninguna suma en dinero y, al tratar sobre novelas ya publicadas, no lo alienta la perspectiva de entrar a ninguna editorial. Los nombres de los jurados sólo son revelados en el momento de difundirse el fallo, cuando los ganadores obtienen como única recompensa un pequeño diploma. Al contrario de lo que sucede en muchos de los concursos organizados por grandes editoriales, los de Semana Negra están libres de toda sospecha y en ellos sólo cuenta lo que a juicio de los jurados es el nivel de calidad. Por eso mismo gozan de mucho prestigio y con frecuencia les abren las puertas a ganadores y finalistas de editoriales de toda Europa. Editores grandes y pequeños andan por allí a la caza de nuevos autores para sus catálogos. Para participar en ellos es preciso que alguien apadrine, no se trata acá de presentarse porque sí. Al haber ganado el Silverio Cañada en 2007 con La aguja en el pajar y resultado finalista del Hammett el año pasado con Delincuente argentino, en esta edición me tocó apadrinar una novela, elegí la excelente 77 de Guillermo Saccomanno. El jurado compuesto por Paco Ignacio Taibo II, Carlos Salem, Bruno Arpaia y Ricardo Menéndez Salmón le otorgó el premio Hammett, compartido con Niños de tiza del español David Torres, tema del que oportunamente se ocuparon Silvina Friera y el escritor Juan Sasturain (ver Página/12 del 17 y 20/7/09).

LOS CONJURADOS: LAS ACTIVIDADES OFICIALES Y LAS OTRAS

Este año hemos sido más de 120 los escritores invitados a participar en la Semana Negra. No es posible nombrarlos a todos, quien se interese por saber los nombres puede acceder a la página web (www.semananegra.org), donde está el listado completo. Una de las actividades más destacadas son las tertulias que se realizan en las distintas carpas. En ellas, una veintena de escritores forman un círculo y dan sus opiniones sobre el tema de que se trata. Allí el público que los rodea escucha a serios intelectuales fundamentando sus ideas sobre los muertos vivientes o acaloradas discusiones sobre la novela negra al abordaje de la política. El tema de los narcos en México y dictadura militar y novela negra a cargo del seleccionado argentino. Hay mesas redondas en las cuales se diserta sobre el problema de la basura en Nápoles o sobre memoria y exilio. Exposiciones de fotoperiodismo, artes plásticas y comic, recitales, conciertos, cine y más de cien presentaciones de libros. La SN es un verdadero maratón de arte y cultura. Muchos autores coinciden en pensar que el mejor saldo del evento es la oportunidad de encontrarse con escritores que uno ha leído y admirado, descubrir otros y reencontrarse con viejos amigos literarios para intercambiar experiencias, proyectos y estrategias narrativas y de política editorial. Estas tertulias informales se desarrollan principalmente en la terraza del Don Manuel o en la media docena de restaurantes que aceptan los vouchers que la organización entrega a los invitados. Las charlas se prolongan hasta la madrugada en las que es obligatorio el buen humor y de rigor las bebidas espirituosas. PIT II es la excepción: sólo bebe Coca-Cola.

IDENTIKITS: PERLAS NEGRAS DE LA SEMANA IDEM

Raúl Argemí, notable autor argentino afincado en Barcelona, presentó este año La última caravana, un poderoso thriller ambientado en la Patagonia en tiempos de Menem. Es la única novela que tiene sobrenombre, “Patefuá”, debido a que una latita del producto ilustra su portada y el público la identifica por él.

Un capítulo aparte merece Cristina Fallarás, periodista aragonesa que también habita Barcelona y, casualmente, el mismo apartamento de Argemí con quien comparte, entre otras pasiones, una hija de siete meses. Fallarás se presentó con una novela verdaderamente extraordinaria y sin fallas. Se trata de Así murió el poeta Guadalupe. Poderosísima narración que combina magistralmente una ácida frivolidad con un horror destilado y químicamente puro. La autora, un terremoto de pasión inteligente, es una pelirroja encendida que desborda de ideas originales y una sublime utilización del lenguaje que no descuida la trama y, para muestra, resulta irresistible citar: “Max Santabárbara acababa de desembarcar en la capital con toda su corte de piratas. Porque eso y no otra cosa es lo que eran, bandidos, malhechores, delincuentes, pero eran unos delincuentes enormes, déjate de enanos y miserables, grandes hombres con sus trajes de lino impecables y sus largas mujeres sin pechos”. Sería maravilloso que alguna editorial local se atreviera con este novelón que brillaría como un faro entre tanta baratura importada que se publica.

El peruano Alonso Cueto, con Grandes miradas, que le hace honor al título, y El susurro de la mujer ballena, novelas en las que combina magistralmente el rigor narrativo con un impecable vuelo poético. En muchas ocasiones, leerlo es como estar escuchando a Mozart.

Alfonso Mateo Sagasta, hombre que para conquistador sólo le falta el yelmo y la Santa María, porque pinta de adelantado le sobra, con su memorable Ladrones de tiza. Un engendro de 572 páginas que se lee como quien se bebe el segundo martini y que revela una insospechada España del Siglo de Oro, por la que va saltando de sombra en sombra.

Fernando Marías tiene tantos premios que no alcanza el espacio para consignarlos. Viene deslumbrando con novelas de títulos esperanzadores como Esta noche moriré, en perpetua reedición; o El mundo se acaba todos los días, Invasor y una veintena de títulos a cual mejor. Otro incomprensible ausente en las editoriales argentinas.

Laura Restrepo, con sus Demasiados héroes, novela ambientada en la siniestra Buenos Aires de la dictadura que no hace concesiones de ninguna clase en su violenta humanidad.

Con la conciencia de estar incurriendo en omisiones imperdonables, valgan estos pocos autores para dar cuenta de la profusión de artistas de las letras que se dieron cita en la Semana 2009. Rusos, checos, mexicanos, alemanes, iraníes, ucranianos, colombianos, italianos, franceses, parece una convención de las Naciones Literarias.

LA CONEXION ARGENTINA: HAMMETT EN EL SOTANO

El año pasado, Cristina Macía, comentando sobre la presencia recurrente de autores argentinos finalistas y premiados en la SN, pidió que dijeran qué era lo que comían en la Argentina que daba tantos autores geniales. El seleccionado nacional presente este año, además de quien redacta estas líneas, fue con Guillermo Saccomanno, Raúl Argemí, Guillermo Martínez, Carlos Salem y el queridísimo Horacio Altuna.

Por alguna razón misteriosa, no exenta de gracia, los premios se anuncian en el sótano del Hotel Don Manuel. Ambito cerrado y ciego, donde se concentra todo el nerviosismo de los finalistas acumulado durante los últimos diez días. Los candidatos lucen ecuánimes y despreocupados, pero tics y gestos inconscientes delatan la inquietud. Como todo en la Semana Negra, el clima es sumamente informal y los jurados se van dando turno para anunciar los vencedores. En la apretada habitación se apilan los participantes hasta que uno tiene la sensación de encontrarse en un colectivo 60 en hora pico y con huelga de subterráneos. Pero nadie se mueve de allí. Ejerciendo mis funciones de padrino, me ubico junto a Saccomanno para el momento crucial. A poca distancia, sentado a una mesa y con la presión arterial por las nubes, el mexicano Jorge Moch, otro de los finalistas del Hammett, tiene la mirada clavada en el presidente del jurado que, con toda parsimonia, abre el sobre que contiene el acta respectiva. Un poco más allá, David Torres encuentra el cálido apoyo del bombón español con ojos de vértigo que lo acompaña. Raúl Argemí, que parece de visita protocolar, tiene tantos premios en su haber que para él es una situación en la que está tan cómodo como en el living de su casa mirando la tele. Los otros dos finalistas, Juan Madrid y Sergio Ramírez, no asomaron su nariz por la SN. La final es reñidísima. Llega el momento y se lee el fallo. En primer lugar se menciona a Torres, en medio del estallido de aplausos se nombra también a Saccomanno. Lo abrazo y lo felicito. Guillermo tiene un signo de interrogación pintado en la cara, no oyó su nombre y no entiende por qué lo estoy felicitando. Me lleva unos segundos convencerlo de que lo ganó y empujarlo al podio donde, como si fuera la cosa más natural del mundo, agradece la distinción.

FIN: LA PANDILLA SE DESPIDE

La Semana Negra se termina, el cielo está algo encapotado y el aire un poco frío. Las despedidas se prolongan, las promesas se regeneran y no escasean los buenos deseos. Allá van los escritores, preocupados por el sobrepeso de las maletas atestadas de libros, emprendiendo el regreso a casa, a las letras, con renovadas ganas de seguir ejerciendo ese oficio que desde la SN no parece para nada inútil. Infatigable, Paco Ignacio Taibo II anuncia que la XXIII Semana Negra ya está en marcha. En este momento, lo único que uno desea es dormir ocho horas seguidas.

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