Domingo, 2 de agosto de 2009 | Hoy
ALEJANDRO GALLO, EL JEFE DE POLICíA DE GIJóN: ESCRITOR Y MARXISTA
Por Guillermo Saccomanno
Mi padre se extrañó cuando le dije que quería ingresar en la policía –se acuerda el poli de civil–. Porque mi padre era rojo. Trabajador minero, de izquierda, como mi madre y mis tres hermanos. Pero, comunista como era, lo comprendió. Todos vendemos nuestra fuerza de trabajo.
Domingo a la mañana temprano en Gijón, la segunda ciudad más segura de España. Llovió un poco, las calles desiertas, unos caminantes escasos. Vienen de la noche. O empiezan el día. Con Alejandro Gallo, tomamos un café sentados en la terraza de una peatonal. El motivo de la entrevista: me han dicho que Gallo, jefe de la policía local, se define como marxista. Un policía rojo no puede menos que resultar freak para quien viene del país de la corrupción, la mano dura y el gatillo fácil. Flaco, inquieto, de gestos cortos y secos, fuma un cigarrillo negro tras otro, con un rostro y una expresión de duro. Su voz grave completa la imagen de un personaje noir. Sin embargo a los cuarenta y siete años, siendo un tipo curtido, Gallo no pierde ni el humor ni una disponibilidad absoluta para asimilar las preguntas y responderlas al instante. “Suelo andar desarmado”, dice. “En esta ciudad no me hace falta llevar pistola.”
A orillas del Cantábrico, con sus calles estrechas y silenciosas, un puerto con cientos de amarras y un clima marino amable, Gijón es una ciudad a la vez provinciana y turística. Y esta calma que se respira en sus calles, a uno que viene de una realidad en la que la seguridad es patrimonio de la derecha, le llama la atención. “Si no llevo el arma”, dice Gallo, “es porque no tengo que usarla”.
A Gallo lo conocí en la Semana Negra, el hipermasivo festival literario que organiza Paco Taibo. Una movida que concentra miles de personas y en siete días reúne alrededor de ciento cincuenta escritores de diferentes lenguas, una movida que alcanza a regalar libros, presentar mesas de ofertas increíbles y alcanza a vender casi sesenta mil ejemplares. Politizada, popular, abierta a los géneros, incluyendo la ciencia ficción y la novela histórica pasando por el nuevo periodismo de denuncia, de convocar tanto a Los Lobos como Serrat, preestrenando films como el último Dillinger, la Semana Negra cuenta a Gallo entre sus invitados. En estos días, suele escribir una columna en el periódico A quemarropa, un tabloide que, informando sobre los debates y espectáculos, se imprime y regala al público. Además Gallo es autor de una durísima trilogía de novelas sobre las cuencas mineras. Ha escrito guiones de comics y de cine. Y sus novelas fueron elogiadas por la crítica de los principales diarios de España. “Las novelas de Gallo se sitúan en la estela abierta por Hemingway y que han seguido Marsé y Mendoza”, se dijo de su obra narrativa. Y también: “Como el mejor Semprún, Gallo recupera para la literatura las emociones y el tiempo de vísceras, de combates ideológicos y físicos, de ideas y de sangre, que a veces creemos haber perdido para siempre”.
Con sus carpas, la fritanga de los puestos de comida, el fanatismo por la literatura popular, la proyección de cine negro o de ciencia ficción, con los parlantes que aturden con rock o reggae, la Semana Negra es para Gallo “la Disneylandia de los comunistas”. Si el padre rojo pudo sorprenderse cuando el hijo ingresó a la policía, no menos se sorprende uno cuando se pone a hablar de sus lecturas y el policía escritor, o viceversa, el escritor policía, dice que sus autores predilectos son los que denomina pensadores de la sospecha: Marx, Freud y Nietzsche. Y me cuenta su historia:
–A los diecisiete años no tenía muy clara la vocación –cuenta Gallo–. A esa edad, si algo te atrae, te lanzas sin saber. Y al joven sin vocación que era yo lo sedujo la tradición española de la pluma y la espada. Si quieres, en mi caso, en vez de la espada es la pistola. O la placa. Lo que puede verse como una contradicción, esto de la pluma y la placa, no lo es. Me lo dijo un teniente coronel purgado por Franco. Purgado porque pertenecía a la UMD, la Unión de Militares Democráticos. “Húmedos” se los llamaba. El gran error, me dijo aquel oficial, consiste en creer que el militante de izquierda no debe entrar en el ejército o la policía. No hay que dejarle el campo libre a los fachas. Estas instituciones de derecha pueden cambiar si nosotros también cambiamos de mentalidad. A partir del ‘75, con las afiliaciones de los sindicatos de clase y las comisiones obreras, se creó el SUP, primer sindicato unificado de policías. Que un poli conozca a la clase trabajadora y a sus compañeros es lo menos que corresponde. En este aspecto las sindicalizaciones progresistas de polis fue transgresora.
A los cuarenta y siete años, Gallo tiene licenciatura en tres carreras: Filosofía, Ciencias Políticas y Ciencias de la Educación. Con veintiún años en la fuerza, es en la actualidad profesor de la Escuela de Seguridad Pública del Principado de Asturias. “Fui afortunado. Yo entré en el ‘88 y la Constitución ya estaba. En el ‘86 se renueva la fuerza. Y se produce una purga que aparta los elementos del franquismo. Tuve la suerte de que en destinos distintos encontré alcaldes de izquierda y hubo una sintonía. Por supuesto, nunca me fue fácil al llegar a un nuevo destino. Porque te encuentras de todo.”
Refiriéndose a la seguridad que se respira en Gijón, Gallo cuenta una anécdota: “Hace un tiempo nos mandaron unos policías de Colombia para hacer prácticas. Los distribuíamos de a uno por auto patrulla. Después de recorrer una y otra vez la ciudad, ya de madrugada, preguntaban nerviosos cuándo empezaba la balacera. Les costaba creer que aquí no hay balaceras. Nuestro índice de delitos es de 13 por cada 1000 habitantes. Un robo, un tirón, sí tenemos. Los jóvenes que hoy roban, no delinquen para comer. Si fuera para comer yo los ayudaría. Pero no, violan la ley por hartazgo. Para cargar su teléfono celular roban. Porque viven en una sociedad del hartazgo. Se comete el delito por cuestiones suntuarias y no por necesidad. Así como no tenemos delitos de sangre, tampoco es alto nuestro índice de violencia doméstica. Porque la mujer, a partir de la cuestión del género, denuncia el acoso psíquico o físico apenas se presenta. La policía enseña en los colegios. Damos clases a 35.000 niños. Se los educa desde chicos a ser ciudadanos correctos.
Gallo cita al escritor Lorenzo Silva, que divide a los países en dos clases: hay países donde si te pasa algo llamás a la policía y países donde mejor no se te ocurra hacerlo. Para el policía rojo es impensable la corrupción policial que se ve en series como The Shield:
–Un policía recién salido de la Academia gana 25.000 euros por año y trabaja 1500 horas por año de acuerdo con el convenio de los sindicatos. Puede aplicar la ley sin corromperse. Además, no necesitamos Asuntos Internos. Quien vigila al vigilante es el vigilado. Y para eso están las organizaciones vecinales. Te cuento otra anécdota, cuando estuvieron acá el escritor de novela negra Juan Hernández Luna y el alcalde de Meza, mexicanos los dos, me preguntaron cuál había sido el último homicidio. Y tuve que pensarlo. Gijón es la segunda ciudad más segura de España –dice Gallo–. En una noche como la de ayer, una noche de sábado, miles de personas en la calle, hubo sólo dos situaciones tensas, una gresca entre familiares y una entre dos bandas de jóvenes.
Y es cierto. Este domingo El Comercio, el diario local, prácticamente carece de noticias policiales. La única está debajo de una crónica que describe el entusiasmo de hoteleros y gastronómicos, vecinos de Gijón, con el turismo que genera la movida de la Semana Negra. La noticia es breve y nada espeluznante para un argentino. Informa que anoche, sábado, hubo una reyerta protagonizada por miembros de “Los Ñetas”, una banda juvenil, con otra enemiga. El altercado se inició entre las carpas de la Semana y siguió más tarde en las puertas de la discoteca Go.
–Y no pasó más –dice Gallo–. Porque de haber ocurrido algo más, un vecino habría avisado. En cuyo caso, nuestra capacidad de respuesta es de 30 segundos.
Gallo me lleva a la Jefatura. La modernidad y la pulcritud definen el edificio y su interior. Me invita a una sala donde, desde sus computadoras de última generación, una serie de uniformados controlan, lo más tranquilos, la ciudad desde las pantallas. Acá opera el Centro de Coordinación General de Servicios. En caso de una urgencia, tres cámaras de alta velocidad dispuestas en toda la ciudad permiten enfocar en primer plano tanto un sujeto como una chapa patente. Nada escapa a la visión de este sistema de vigilancia muy Gran Hermano. “No nos ocupamos ni de terroristas ni de narcos”, dice, “pero completamos la ayuda de la policía nacional si se nos pide”. Frente a las computadoras, en una pared de la sala, dos pantallas enormes amplifican por igual el plano de la ciudad como la imagen que puede concentrar la atención si surge un delito. “Cuando Anne Perry, la novelista inglesa de policiales, pasó por aquí y le mostré nuestra tecnología, se asombró. ‘Esto no lo tiene hoy Scotland Yard’, me dijo Perry.”
Anne Perry no es la única firma de literatura negra que Gallo mecha en la conversación. Entre sus escritores admirados se cuentan dos argentinos: Ernesto Mallo, el de Delincuente argentino, y el prolífico y premiado Raúl Argemí, responsable de una considerable y potente narrativa hard boiled desconocida en nuestro país. Gallo es un conocedor de la literatura negra. Más allá de los clásicos de la serie negra norteamericana, a Gallo le importan pocos europeos: Sciacia, Markaris, Izzo y Manchette. Entre los españoles, Vázquez Montalbán, Andreu Martín, que se inspiró en él para crear su detective Alex Del Toro. Y, obviamente, Juan Madrid. “Me gusta Juan por su pulso del asfalto. Porque anda por ahí, yendo a todas partes anotando en su libretita”. Gallo se toma una pausa. No les cree demasiado a la mayoría de los escritores de novela negra. “Hablan de crimen y de armas y en su vida ni olieron ni la sangre ni la pólvora”, dice. Y lo dice con autoridad. Porque en la Semana Negra del año pasado invitó a varios escritores de policiales presuntamente duros a un polígono. “Hammett se habría reído viéndolos. Uno tenía que cuidar no sólo que no se lastimasen sino que no te mataran. Es que la inspiración de estos escritores no es la realidad sino las series y las películas que ven muy cómodos en su piso”, dice. No son muchos los escritores europeos que le gustan a Gallo: “Es que a la mayoría le preocupa más vender que la realidad. La edulcoran y se autocensuran: esto no va a gustar a los de izquierda, esto no a los de derecha. Y así. A diferencia de la literatura latinoamericana, que tiene tripas, los europeos resignan la observación. Lo que consiguen es una novela plana con personajes planos. Y no cuestionan el poder”.
Al terminar la entrevista me regala su última novela, Operación exterminio. Tiene un acápite de Albert Camus: “Fue en España donde los seres humanos aprendieron que es posible tener razón y, aun así, sufrir la derrota”. La novela narra, a partir de hechos reales, uno de los episodios más cruentos de la represión franquista, una infiltración maquinada tras los muros de la prisión de Carabanchel por la inteligencia de la Guardia Civil contra la guerrilla republicana en el otoño de 1946. Empiezo a leerla. La novela tiene una prosa que engancha.
Si lo que yo esperaba al conversar con Gallo era alguna historia en la que pudieran fundirse la violencia y la ficción, nada de eso. “Sí, alguna vez la pasé difícil”, reconoce, pero le resta importancia al contar. “Una vez un loco que tenía la navaja en el cuello de un compañero. Y nosotros estábamos ahí, con el dedo en el gatillo. Pero finalmente el loco entró en razón y pudimos detenerlo. Otra vez, en un cuarto, me pasó de estar con otro compañero, rodeados de escopetas que nos apuntaban. Delincuentes comunes. Hasta que llegaron los refuerzos. Pero no hay nada que deba destacarse. Trabajo simplemente.” Y después de otro silencio vuelve a repetirlo: “Es trabajo lo mío. Y lo que cuenta es que la noche del sábado terminó bien”.
Me falta una pregunta. Se la hago:
–Por la mañana –-me contesta–. Escribo por la mañana. Y cuando es la hora en que me pongo la placa, ya tengo hecho el día. Porque lo de ser escritor es también un trabajo. Como el de policía. De lunes a domingo.
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