Empezó queriendo ser violinista municipal. Su primer hit fue con Todos Tus Muertos. Y después se puso compositivamente al frente de una banda que empezó cumbiera y esnobeada por el medio del rock. Pero un día, a fuerza de melodías pegadizas, letras sensibles e hilarantes y un espíritu festivo único, les llegó la explosión, el reconocimiento masivo y de sus pares. Y desde entonces no bajan ni ellos ni la alegría que contagian desde el escenario: “Loco (tu forma de ser)”, “La guitarra”, “Somos los piratas”, “Un osito de peluche de Taiwán”. Y mientras los demás se iban soltando y sumando canciones a los discos, se fueron acumulando temas de Jorge Serrano que no entraban en los discos de Los Auténticos Decadentes. Por eso, ahora decidió grabar algunos en su primer disco solista. Nito Montecchia (guitarrista decadente), Andrés Calamaro (miembro honorario de la banda) y el mismo Serrano presentan Alamut, un derroche de lirismo intimista y festicholero al mismo tiempo. Un auténtico Serrano.
› Por Juan Andrade
Instalado en una de las mesas de un bar vacío, Jorge Serrano se dedica a la “venta” de su flamante disco solista con una mezcla de carisma y calidez que haría poner rojo de envidia al más experimentado de los visitadores médicos. A sus espaldas se levanta un exhibidor de dos metros de altura que anuncia con tipografía de cine bizarro la salida de Alamut, el disco que marca su debut como solista. Y ahí está el Señor de las Canciones, mostrando una versión tamaño vinilo del arte de tapa del compacto. Luego toma un modelo de la edición definitiva y desenfunda las fotos de juguetes extraños y exóticos que hacen las veces de librito interno. El mismo las tomó, cuenta, con una cámara especialmente comprada para la ocasión. “Quería hacer un disco lo más casero posible, como si lo hubiera grabado en una portaestudio en mi cuarto. Por eso dibujé hasta las letras del título. Todo bien artesanal”, explica.
Nada de lo anterior debería llamar la atención, si no fuera que en medio de la colección de imágenes y gigantografías, gentileza de la discográfica, las letras de su flamante colección de temas brillan por su ausencia. Justo las suyas, que en un par de líneas son capaces de describir una situación por demás compleja sin perder la gracia. El tipo que consiguió con sus estribillos picantes y de adhesión instantánea cantados por el coro desenfrenado y surrealista de Los Auténticos Decadentes, que la tía o el cuñado más serio abandonen la silla a la que se habían atornillado en un casamiento o en una fiesta de 15, para revolear la servilleta y sumarse con ganas al trencito pachanguero, a la hora de dar a conocer su propio material prefirió dejar las palabras de lado. Las impresas, al menos. “Siempre supe que cuando hiciera un disco no le iba a poner las letras”, tira Serrano, como si nada.
Enseguida queda claro que no se trata de un capricho o una esnobeada sino de una decisión artística hecha y derecha: “Me acuerdo de que lo pensé cuando me compré Different Class de Pulp, el que tiene ‘Common People’. Puse el disco y, en vez de escucharlo, me colgué leyendo el librito. Y me di cuenta, a medida que iban cayendo las palabras, que ya las había leído. No me gustó nada esa sensación. La palabra perdía musicalidad, ya sabía el truco: era como ver una película después de leer el guión. Quizá mucha gente estaba esperando que yo pusiera la letra y, precisamente por eso, no están. Además no me parece que sea poesía o se sustente sólo por el texto: lo que hago son canciones y deben ser escuchadas como tales. Después, si querés la letra, la buscás en Internet. Y al mismo tiempo está la gracia de que la gente a veces entiende cualquier cosa a partir de lo que uno canta. Y se forman nuevos sentidos, la canción toma otra vida. Por ejemplo, en ‘Corazón’, en la parte que dice ‘Yo no soy tu prisionero y no tengo alma de robot’, algunos cantan ‘no tengo alma de dogor’. Y me gusta eso, también: permitir que haya errores de interpretación. En el arte, muchísimas cosas las dispara el error. A mí me pasó con algunas letras: empiezo a contar una historia y, en el medio, se va para otro lado. Pero no importa: hay que dejar la puerta abierta para que la canción vaya adonde quiera ir”.
La idea y las ganas de grabar un álbum solista le venían picando desde hacía un largo tiempo. Pero, según Serrano, todo se precipitó a partir de la ampliación del círculo de hacedores de hits en Los Auténticos Decadentes. Trabajo a trabajo, primero aparecieron y luego se consolidaron exponentes como el cantante Gustavo “Cucho” Parisi, el guitarrista Diego Demarco, el bajista Pablo Armesto y el percusionista Martín “Mosca” Lorenzo. Aquel espíritu de karaoke fiestero con el que alguna vez titularon un álbum, Cualquiera puede cantar, ahora venía a demostrar con la misma desfachatez e idéntico talento que cualquiera (de ellos) puede componer. “Yo también empecé a escribir un poco más pero, como aparecieron otros compositores, empezaron a quedar canciones mías afuera. Pero no porque fueran malas sino porque, en el balance de lo que buscábamos con los Decadentes, por ahí ya había varios temas lentos o melódicos. Y no queríamos que hubiera diez iguales”, fundamenta con un criterio más grupal que individual.
En la famosa votación que llevan a cabo antes de entrar a grabar un nuevo álbum, quedan decenas de canciones al margen. Las mejores vuelven a presentarse en la siguiente elección. “Pero ya no tienen el chiste de la novedad y, finalmente, todos terminamos favoreciendo a las nuevas. Y así se me fueron juntando algunas que estaban buenas, y era una pena”, se lamenta. Entre las candidatas fijas que se postularon sin suerte, y que finalmente registró en plan solista, se anotan ese canto a un colgado incurable cuyo “deporte preferido es la dieta digestiva” llamado “Babia” y “Emociones negativas”, una encantadora y filosa balada que retrata pequeñas delicias y miserias de la vida conyugal. Repasa su autor: “A ‘Fósforo’ la debo haber presentado en los últimos tres discos de los Decadentes, pero en una versión un poco diferente. Esa y ‘Lóbulo frontal’ siempre quedaban en el camino y yo pensaba: ‘Ah, buenísimo, tengo una canción para mi disco’. Me ponía contento”, confiesa con una sonrisa retrospectiva. A las anteriores se sumaron otras especialmente compuestas para Alamut, como “Celular” y “Todo lo están filmando”, una dupla que desmenuza con paso de comedia tics modernos como la intromisión molesta de ciertos ringtones, las fotos sacadas de arrebato para el fotolog de turno y los videítos amateurs subidos a YouTube.
–Lo que pasa es que yo soy un Decadente: estoy desde el primer día. Podría suceder, pero sería raro que me salga algo muy diferente. El tipo de canción que hago yo es... canción. Es así: lo que hago son canciones. Igual, en este caso lo que me gustó fue hacerlo por etapas. Avanzaba entre períodos de actividad, cuando volvíamos de gira y cortábamos por un mes. Eso me encantó, porque me dio mucho tiempo para reflexionar sobre el material y para volver a escucharlo en mi casa. Ver detalles. Agregarle cositas. Pasó muy gradualmente del demo al disco, que quizá se termina pareciendo a lo que buscamos con el grupo: que sea variado, que tenga un poco de cada cosa. Un paquete de galletitas surtido. Pero también me animé a grabar varios instrumentos, como theremin, violín, flauta travesera y acordeón. La verdad es que no toco bien ninguno, pero sé donde están las notas. Salvo en el theremin, que ni siquiera eso: lo usé más para efectos. En el violín, por ejemplo, sé cómo son las escalas, aunque es muy difícil lograr un sonido agradable. ¡Y no lo logré! O sea, cualquier violinista o flautista que lo escuche se va a dar cuenta de que el que toca no es un experto ejecutante, je. Pero quería incluirlos, porque no son muy usuales y le podían dar una personalidad al disco.
Para grabar su repertorio solista contó con la colaboración de su compañero Martín Lorenzo en batería y del ex Cienfuegos y Mimi Maura, Martín Aloé, en bajo. A pesar de la continuidad con los Decadentes, aunque planifica presentar los temas en los shows de la banda como un acto solitario “dentro de la nave madre”, hay momentos en los que en Alamut sólo se escucha al “Perro Viejo” (léase su apodo) aullándole a la luna. Cuando canta en “Abismo” (“Bajo esa fina capa de serena virtud/ hay gran batalla de luces y de sombras/ Me siento el puente que se tiende entre lo real y lo irreal/ y por debajo de ese puente me devora un abismo”) y en “Tímido” (“Tengo bien alerta mi frontera epitelial/ soy hipersensible a los afectos/ Cuando ves a mucha gente junta/ yo seguro estoy en la otra punta (...) Sé que raramente participo de la acción/ me quedo observando desde afuera/ no me siento cómodo en ninguna situación/ soy como un muñeco de madera”) se abre una dimensión extremadamente individual e íntima, que suena a kilómetros de distancia del carnaval decadente. “Esos son temas más oscuros, más personales, que surgen a partir de bucear en lo que hay adentro. En los Decadentes he hecho temas así, aunque es cierto que un tema como ‘Tímido’ no creo que los represente mucho. Más bien todo lo contrario”, admite.
Es cierto que esa maravilla llamada “Un osito de peluche de Taiwán” ya retrataba la ciclotimia existencial, la complejidad emocional o el vaivén espiritual de alguien que puede extrañar a la persona amada o sentirse asfixiado por su presencia con la misma intensidad y en un abrir y cerrar de ojos. Puede pasarles a la mayoría de los mortales, pero pocos como él tienen la habilidad para hacer de esa maraña de sentimientos encontrados (o “disonancias personales”, tal como canta) e historias deshilachadas una canción portadora de un relato memorable. “Al mismo tiempo de ser un tipo muy sociable, soy muy introvertido. Aunque, la verdad, en esta época de mi vida no soy muy sociable que digamos. En otras épocas fui más normalmente ‘sociable’, pero en algún punto fue como que se me llenó el disco rígido de la cantidad de gente que conocía. Y quedé medio fóbico. En distintos momentos de mi vida pasé por épocas en las que salía seguido, a otras en las que por ahí me quedaba en mi cuarto, encerrado, escribiendo, dibujando o leyendo durante meses. Muchas veces pasé de estar todo el día con mis amigos a recluirme, directamente. Además, los Decadentes son un canto a la sociabilidad y con eso tengo más que suficiente. Entonces, cuando llego a mi casa en Villa Gesell, no tengo ganas de salir ni a la esquina: me quedo ahí con mi familia. Y disfruto de la habitación en la que tengo mis instrumentos. Me pongo a tocar la guitarra. Compongo. Leo. No tanto novelas o cuentos sino ensayos. Libros sobre la historia de la filosofía o de la pintura, ponele, para tener un panorama general y saber que éste vino después de tal otro y que en el medio estuvo la Revolución Francesa. Eso me gusta: versiones light de cosas profundas.”
A la misma edad en la que muchos pibes sueñan con tocar la guitarra todo el día y que la gente se enamore de su voz, el joven Jorge Serrano aspiraba a convertirse en el violinista fijo de una orquesta municipal. Así lo recuerda: “Me daba para ser un buscavidas, medio hippón, y pensaba cómo se podía hacer para vivir con poco. No tenía ambiciones materiales, más bien todo lo contrario: una cosa medio ascética, pensaba en irme a vivir al campo y plantar papa. Tenía ese tipo de ideas, o por ahí la de hacer artesanías y venderlas. Y en una época fantaseaba con ser el violinista de una orquesta. Pero nunca me imaginé que iba a ser un músico y que la gente iba a escuchar mis canciones. En esa época tenía 18 años y me metí en el conservatorio para estudiar violín. Duré nada más que un año, no aprendí a tocarlo: era una clase por semana y, como casi siempre había huelgas, perdimos un montón de clases. Pero me imaginaba como un violinista bohemio, viviendo en un cuartucho de pensión y tocando como un operario de la música”.
Habría que remontarse entonces a mediados de los ‘80 e imaginar el cuarto de un adolescente inquieto que escribe algunos textos, dibuja porque tiene ganas y, cuando le pinta, agarra la guitarra y escupe casi de un tirón su primera canción. Tiene mucha rabia y furia acumuladas y las descarga sobre un desfile de personajes indeseables que incluye policías uniformados y otros de alma. Y la letra, casi a pesar suyo, lentamente se convierte en una especie de himno generacional. “Fue ‘Gente que no’ y la escribí para cantarla en reuniones de amigos. Pero mis amigos eran músicos, iban al frente y armaban bandas para ir tocar el fin de semana, como Todos Tus Muertos. Y después me invitaban, pero yo no quería saber nada con eso: hacía los temas, pero me daba vergüenza tocarlos frente al público”, recuerda. Al poco tiempo, su primo Gustavo “Nito” Montecchia lo invitó a presentarse con unos amigos en una peña del Nacional 10 de San Martín. Tuvo que insistirle, pero finalmente lo convenció: así fue como Serrano debutó con Los Auténticos Decadentes. El flaco talentoso e introvertido debe haber encontrado una especie de refugio inesperado o una terapia de choque en medio del caos y el delirio que lo rodeaba sobre el escenario, porque ahí se quedó para siempre. “Un poco así, habiéndome forzado, siento que los Decadentes me salvaron la vida. Me empujaron al frente y fue muy bueno, no sólo porque me fue bien sino porque además significó un cambio muy importante en mi forma de ser. Tuve que enfrentar mi timidez. Lo loco era que yo no había elegido tocar, no quería saber nada con eso, pero me terminaba comprometiendo por una cuestión de amistad y después me preguntaba dónde me había metido. ‘Podría estar en mi casa tranquilo’, pensaba.”
Lo cierto es que desde entonces no sólo abandonó su autoconfinamiento sino que sus canciones sirvieron para apuntalar los primeros pasos del grupo. “Loco (tu forma de ser)”, por ejemplo, el de la chica-bardo que tiraba el pingüino, el sifón y hacía estallar los vidrios de su corazón. “Cuando la hice todavía no había conocido a nadie así, entonces me imaginaba una situación en la que aparecía esa mujer. No era una persona real sino un deseo: en ese momento estaba solo, quería conocer a una chica y entonces hice esa canción. Y bueno, al poco tiempo conocí a mi mujer, la madre de mis hijos”, recapitula. ¿La música tiene poderes ocultos? “Sí, parece mentira que una cosa tan sencilla sea tan poderosa. Ahora, por esas casualidades del destino, estoy del otro lado del mostrador. Pero soy fan de la música y sé lo que hicieron por mí las canciones. Una palabrita de una letra cae en el momento justo y por ahí te hace tomar una decisión que cambia tu vida. O también puede pasar que la tengas relacionada con un momento muy querido, como el perfume del café o el olor a tostadas.”
–“El océano”, de Led Zeppelin, me mató. En su momento fue como que me abrió a todo el rock. Fue la primera canción que escuché y me sonó totalmente diferente a todo lo anterior. Y después, claro, los Beatles en general. Bowie. Dylan nunca me gustó mucho, supongo que por la voz: un palo muy cristiano. Y después me fijaba en letristas como Leonard Cohen, Ray Davies o Jim Morrison. Pero el que me gustaba mucho era Lou Reed: fue el que me hizo darle más bola a la letra que a la música. El fanatismo con Led Zeppelin era por lo que significaba la banda en sí, pero a partir de Lou Reed me empezaron a interesar mucho más las letras. La Velvet me marcó mucho. Y también discos suyos como Sally can’t Dance y Growing Up in Public. Soy fan de Lou Reed, hasta The Blue Mask conozco todo. Metal Machine Music me parece genial. Y también me maravillaban sus altibajos, porque después de un disco brillante de pronto salía con una porquería... ¡Era increíble! Con respecto a las letras, si vamos más para atrás fue Serrat el primero que me dio esa sensación de que la letra estaba para algo más que para acompañar a la melodía. Eso lo noté de chico, porque mi papá escuchaba Serrat. Y me gustaba la sensación de la poesía en sus canciones. Y después Spinetta, ponele. Cosas muy diferentes entre sí.
Para alguien que dice ver fútbol sólo en los mundiales, puede tratarse de un raro honor el hecho de que sus estribillos sirvan para alentar a los equipos de cualquier categoría y color del deporte que más moviliza a los argentinos. Una forma de trascendencia popular a la que muchos pueden aspirar, pero sólo unos pocos conseguir, y que a Los Auténticos Decadentes les sale casi de taquito. “Pasó bastante tiempo hasta que me di cuenta de que las canciones tenían un peso y quedaban en la gente. Pero jamás me imaginé la dimensión que todo eso iba a tomar”, se asombra el hombre de los hits tribuneros. “Pero, bueno, era lo que queríamos. No que las canten en las canchas en sí sino que, en la medida pequeña de nuestro público, buscábamos que al tocarlas la gente cante en el estribillo. Queríamos que la gente baile y se divierta, generar esa interacción. Obviamente, lo que resultó de todo eso fue alucinante.”
En los primeros ‘90, mientras una parte de la prensa rockera les bajaba el pulgar porque quizá no se ajustaban al dogma de la época, ellos vivían con orgullo su debut en el circuito bailantero. Hasta que en 1995 grabaron Mi vida loca y la cosa empezó a cambiar: “Fue el disco con el que estallaron los Decadentes y, aparte, empezamos a recibir el reconocimiento de los músicos y del ambiente del rock en general. Antes nos miraban como diciendo ‘Ustedes son recontra comerciales’”, sintetiza el cantautor. En buena medida, la reivindicación giraba en torno de “La guitarra”, aquel temazo que resume las ambiciones de un pibe que quiere recibirse de rockero y que, a cambio, recibe el reto de un padre autoritario personificado por Guillermo Nimo en el video: “Vos mejor que te afeités/ mejor que madurés, mejor que laburés / ya me cansé de que me tomes la cerveza / te voy a dar con la guitarra en la cabeza”. Lo curioso del caso es que el homenaje al instrumento por excelencia del género fue compuesto a partir del siguiente razonamiento de su autor: “Estoy podrido de la guitarra, hace 16 años que la toco y todavía me equivoco. ¡Soy un perro, me venció! Aparte me está rompiendo la espalda. Me voy a dedicar al teclado. Tenemos tres guitarras en la banda, así que si toco teclado me puedo quedar parado en el escenario y no me cuelga nada”. El protagonista evoca aquel momento con una mueca irónica: “¿Y cuál fue la primera canción que hice después de eso? ¡‘La guitarra’! Después volví a la guitarra, pero esa canción la hice en el piano”.
–Qué sé yo... Hubo una especie de reconocimiento mayor con el tiempo. El hecho de haber permanecido influye mucho: cuando vos hacés mucho una cosa, te volvés un clásico. Entonces ya te empiezan a ver como se ve al Obelisco: no importa si es lindo o feo, arquitectónicamente hablando. ¡Es el Obelisco! Al principio todos decían que la Torre Eiffel era horrible y ahora es el símbolo de Francia. Pero, independientemente de eso, es como que ahora no se pueden escapar de nosotros: porque estuvimos mucho tiempo, porque tuvimos la fortuna de hacer muchas canciones y de mantenernos. Nunca nos fuimos para abajo y nos pasamos cinco años sin laburo. Siempre estuvimos ahí, con alguna canción. Somos afortunados. Hace 23 años que tocamos y, mal que mal, todos conocen alguna canción de cada uno de los discos que hicimos. Cuando aparece un grupo nuevo, alguien puede decir: ‘Hay que ver cuánto dura’. Pero la cosa cambia cuando ya tenés cinco discos, te cantan en la cancha y te empezás a encontrar con el respeto de los otros músicos en los camarines de los festivales. Cuando arrancamos, la prensa especializada de rock era de otra generación. Y te miraban como diciendo: ‘¿Y éstos qué vienen a hacer al lado de Eric Clapton?’. Pero después pasamos a ser nosotros los de la generación anterior y los periodistas son más jóvenes, entonces nos ven como diciendo: ‘Cuando era chico ya los escuchaba’. Yo creo que logramos una cosa que siempre hablamos, y nos encantaba, pero no pensábamos que íbamos a lograr: ser folklóricos. En el sentido de que ya somos como una pizza de Ugi’s, una cosa así. Estamos, te guste o no. En España conocen nuestras canciones, pero no saben quiénes somos. En las canchas cantan ‘Cómo me voy a olvidar’ porque se la escucharon a las hinchadas de acá, pero no saben de quién carajo es... ¡Y es buenísimo!
–El pequeño desafío es siempre el próximo disco, y en eso estamos. Es lo que marca tu próxima temporada de giras y demás, lo que te hace sentir que todavía estás vivo. Porque si sacaste un disco hace años y seguís laburando con ese material, no te debés sentir muy bien. La suerte que tenemos los Decadentes es que los temas nuevos se van metiendo en el repertorio y también se van haciendo fuertes. Pero yo, sinceramente, hace rato que no tengo ninguna ambición... Puede sonar terrible decirlo así, pero no siento que me falte nada. Al revés, pienso que me sobra. Lo que me pasó con los Decadentes ya es demasiado para mí. No espero más. Hace rato que ya no lo espero. Está muy bien que la gente nos quiera y nos reconozca, pero es más de lo que imaginaba que iba a suceder. No pienso: “¿Por qué no pegamos en Europa o en Japón? Grabemos un disco en inglés”. No, me parece que ya estamos re-pasados. Logramos una pequeña inmortalidad: si me muero mañana, por lo menos por un tiempo se van a seguir escuchando mis canciones. No sé cuánto. Pero es una pequeña inmortalidad, porque las canciones nos van a sobrevivir.
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