Domingo, 20 de septiembre de 2009 | Hoy
DESPEDIDAS > ADIóS A PATRICK SWAYZE
No todo fue el chirle meloso de Ghost y la vergüenza ajena de Dirty Dancing en la carrera de Patrick Swayze. También hizo algunas películas que, sin ser increíblemente buenas, son honorables placeres culposos con los que despedirlo.
Por Alfredo García
Patrick Swayze es famoso básicamente por dos películas tan exitosas comercialmente como desestimadas por la crítica y los cinéfilos en general: Ghost (1990) de Jerry Zucker y Dirty Dancing (1987) de Emile Ardolino. A decir verdad, Ghost es bastante mejor que Dirty Dancing, romance musical que podría definirse como la mersada hecha película. Mersada que sin embargo sigue deleitando a millones de espectadoras cada vez que la vuelven a pasar por el cable y la TV abierta.
Pero más allá de que su fama se deba a esos dos papeles románticos, lo cierto es que hay una serie de películas de súper acción de alto nivel de incorrección política, en algunos casos verdaderos films de culto, por los que siempre será recordado. Quizá no sean películas realmente buenas en el sentido más ortodoxo del término. Pero como placeres culposos son de lo mejor, y básicamente se compone de tres films maravillosamente insensatos: Red Dawn (Los jóvenes defensores) de John Milius, Next of Kin (Vientos de violencia) de John Irvin y la gran obra maestra berreta de Swayze, Road House, de Rowdy Herrington, estrenada en la Argentina con uno de esos títulos locales increíbles que ayudan a completar su aura mitológica: El duro. Sin duda, ya nadie traduce así el título de una película.
De todos modos, no es que Swayze no haya hecho genuinas buenas películas, sólo que, por algún motivo, gemas como The Outsiders (Los marginados, 1983) de Francis Ford Coppola, no suelen venir a la mente como una película de Patrick Swayze, quizá porque él la protagonizaba junto a uno de los máximos elencos de actores jóvenes jamás reunidos, que incluía a C. Thomas Howell, Matt Dillon, Ralph Maccio, Tom Cruise, Rob Lowe y Emilio Estévez.
Y su mejor película, Point Break (Punto límite, Kathryn Bigelow, 1991), es uno de los mejores films de acción del Hollywood de su época, la epopeya de la “banda de los presidentes”, una pandilla de surfers delincuentes y hedonistas que roban bancos con los rostros cubiertos con máscaras que representan a cuatro presidentes de los Estados Unidos. Sólo que al ser el jefe de la pandilla, a Swayze no se lo identifica del todo como el protagonista del film, que vendría a ser el héroe Keanu Reeves, en el papel del policía novato que adopta las costumbres y filosofía del surf para infiltrarse entre los forajidos. Point Break es una película única, que marca el pico más alto del talento de su directora, que logra incluir varias escenas totalmente delirantes y pasadas de rosca que sin embargo se conjugan de un modo coherente y sorprendentemente verosímil, aun cuando describen dementes saltos desde un avión sin paracaídas y proezas por el estilo.
Pero Point Break no es un placer culposo. Red Dawn, sí. En 1984 explotaba el cine reaganiano en toda su potencia, Chuck Norris luchaba contra hordas de latinos comunistas que asolaban los shoppings de Florida en Invasion USA de Josep Zito, Stallone boxeaba por la democracia contra el soviético Dolph Lundgren, y de manera menos personalista Patrick Swayze lideraba un impresionante elenco joven en la formidable película de culto de futurismo anticomunista ideada por John Milius, el guionista de Apocalypse Now! El amanecer rojo al que se refería el título original era una mañana aciaga en la que tropas comunistas cubanas comandadas por despiadados oficiales rusos invadían unos Estados Unidos no preparados militarmente para tal contingencia. Las fuerzas armadas del sueño americano –ablandadas por décadas de políticos inútiles– no podían enfrentar la invasión, y mientras los adultos son encerrados en autocines reciclados y transformados en campos de concentración y reeducación marxista-leninista –el pobre Harry Dean Stanton es uno de estos adoctrinados a la fuerza–, los jóvenes son los que deciden enfrentarse al pavoroso enemigo con una guerra de guerrillas en las que se van sacrificando uno a uno, hasta que no quedan personajes con vida. Patrick Swayze es el líder de estos partisanos autodenominados los “wolverines” y a sus órdenes combaten C. Thomas Howell y un púber Charlie Sheen. Como film fantástico de realidades paralelas este Red Dawn es algo que hay que ver, ya que el ritmo y rigor narrativo que impone Milius a esta historia absurda la convierte en algo único y verdaderamente disfrutable, más allá de que como testimonio de la ideología en el cine americano realmente no tiene desperdicio. Lamentablemente la película no fue muy exitosa y los críticos la despedazaron, por lo que la carrera de Swayze siguió en stand by hasta la explosión musical de Baile caliente (así se llamó Dirty Dancing).
En 1989, justo antes de consolidar su fama de galán romántico con Ghost, Swayze intentó volver a la súper acción que evidentemente eligió cada vez que pudo a lo largo de su carrera. Pero la crítica no lo entendió, o al menos así lo atestigua su doble nominación para dos de los premios Razzie (el anti-Oscar) a la peor actuación protagónica masculina del año. Las películas son justamente los otros dos placeres culposos protagonizados por Swayze: Next of Kin y Road House. Swayze nunca ganó ningún premio importante –fue nominado a los Globos de Oro, nunca al Oscar–, pero tampoco ninguna de estas burlonas Razzie.
Injustas, además, ya que si realmente hay que burlarse de uno de los actores del extraño Next of Kin no es de Swayze sino del coprotagonista Liam Neeson, interpretando a un hillbilly, es decir un montañés pajuerano y bruto decidido a exterminar a los asesinos de su hermano Bill Paxton. Swayze es el otro hermano, montañés civilizado convertido en policía de Chicago que debe intentar hacer cumplir la ley y detener a los tipos malos antes que el bestia de su hermano perpetre una masacre. A John Irvin, director de una de las mejores películas sobre Vietnam, Hamburger Hill (La colina) y de la historia de mercenarios Los perros de la guerra, le fascinan las escenas de violencia, y hay varios momentos muy intensos en Next of Kin, todos matizados por la extraña mezcla de personajes que hace que no pueda tomarse del todo en serio esta especie de combinación entre Los Beverly Ricos y El vengador anónimo.
Pero el festival Patrick Swayze es El duro, en la que personifica a ese héroe anónimo que vemos salir en los noticieros argentinos después de los fines de semana de alcohol y descontrol en los boliches del Gran Buenos Aires. Sí, en El duro Swayze es el patovica de un boliche de pueblo asediado por los borrachos buscapleitos de siempre, pero sobre todo por una banda de energúmenos liderados por el mafioso local, Ben Gazzara, que quiere sacar al Road House de circulación por no prestarse a sus negocios sucios. Al mejor estilo de David Carradine en Kung Fu, el protagonista aboga por la no violencia a las patadas. Aunque hay que reconocer que siempre intenta ser amable con los tipos más indeseables y da consejos de civilidad a sus discípulos que no ven con buenos ojos que los borrachos los llamen “mamones” y digan cosas muy feas de sus madres. La música es un punto fuerte en Road House, no precisamente por la canción que interpreta el protagonista (Swayze también tiene un tema musical en el soundtrack de Next of Kin) sino por la banda del local, nada menos que The Jeff Healey Band. El guitarrista ciego, además de sostener algunos diálogos muy divertidos con Swayze, ofrece formidables versiones de clásicos como “Hoochie Coochie Man” y –obviamente– “Road House Blues”, de los Doors.
En toda la carrera de Patrick Swayze quizá no haya otra película tan divertida como El duro, todo un ejemplo de cómo una mala película puede convertirse en una experiencia cinematográfica buenísima. De hecho, los mismos creadores de los oprobiosos premios Razzie la eligieron entre su selección de las 50 películas malas más disfrutables de todos los tiempos. Por eso, como homenaje al difunto Patrick Swayze, casi mejor Road House que Dirty Dancing.
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