Dom 27.09.2009
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MúSICA > BACHATA ROJA, LA ANTOLOGíA QUE RECOPILA LOS ORíGENES DEL POPULAR GéNERO MUSICAL DOMINICANO

Vasos y besos

La historia de la bachata está cargada de noche, excesos, alcohol y guitarras y la protagonizan músicos extraordinarios que supieron recorrer bares y burdeles tocando la música popular que en un principio se llamó “bolero campesino”, despreciada por la sociedad dominicana y por el dictador Trujillo. Después de su asesinato, en la década del ’60, una incipiente industria discográfica bachatera comenzó a editar de manera precaria esos vinilos con canciones que venían de un mundo marginal. Bachata Roja, una extraordinaria recopilación que va hasta los ’80, cuenta esa historia y revela un mundo mucho más real y visceral que el plasmado por Juan Luis Guerra en su Bachata Rosa, a quienes los pioneros, con esta recopilación, de alguna manera le responden.

› Por Martín Pérez

Una de las anécdotas que mejor retrata la escena de la bachata, cuando aún era profundamente despreciada por la sociedad dominicana, involucra a dos de sus más grandes figuras, Julio Angel y Marino Pérez. Ambos habían salido de copas por San Pedro de Macorís, llevando la guitarra de Angel con ellos, recorriendo todos los bares y los burdeles durante una larga noche en aquella ciudad oriental, la más cercana a Guayabo Dulce, el campo donde había nacido Pérez. Por entonces, a comienzos de los ’70, Julio aún no era la estrella en la que se convertiría durante la década siguiente, pero Marino ya era dueño de una verdadera leyenda. Al despuntar el día, Julio se despertó en un bar, sin noticias de su colega ni de su guitarra. Después de buscarlo en su casa, comenzó a recorrer sus locales preferidos, tanto los que habían visitado juntos como los que no, donde todos recordaban a Marino y la guitarra que iba con él, pero desconocían cuál había sido su destino. Hasta que, al entrar en un bar, descubrió su guitarra detrás de la barra, y el dueño del local le informó que el autor de temas como “O la pago yo o la paga ella” la había dejado como garantía de pago para poder seguir bebiendo una vez que se le había acabado el dinero.

Cuenta la leyenda que Julio Angel, que en los ’80 se haría famoso –y popularizaría el género– con sus bachatas de doble sentido sexual como “El salón”, tuvo que esperar tres años hasta que el siempre nocturnamente excesivo Marino Pérez recuperase su guitarra, y pudiese devolvérsela. Pero, aún bebiendo en una noche licor como para varios años, el trágico talento de Pérez –así como el de sus mejores compañeros de generación– fue saber llevar esa clase de historias callejeras y nocturnas a sus canciones. Y pasar a ser, tal vez obligados por el desprecio y la prohibición a la que la había relegado el resto de la sociedad dominicana, la voz de los desclasados. Una historia que se puede recorrer, tema por tema, en la flamante y extraordinaria compilación Bachata Roja, que recupera aquellos fascinantes viejos simples de vinilo que una incipiente y marginal industria discográfica bachatera comenzó a editar de manera precaria recién a comienzos de los ’60, luego del asesinato del dictador Trujillo, cuyo desprecio por el género era público y notorio.

“Trujillo quería que toda la música que se difundiese públicamente en República Dominicana reflejase una sociedad moderna. Y los intérpretes de la bachata, generalmente pobres, rurales y analfabetos, no formaban parte de esa imagen”, explica la profesora Deborah Pacini Hernández, autora del texto que acompaña la recopilación, cuyo arco cronológico llega hasta los ’80. Desde su oficina de Nueva York, Benjamín De Menil –productor del disco– confirma que su título es un guiño al disco Bachata Rosa (1991), el gran éxito internacional del músico dominicano Juan Luis Guerra. “Siempre me irrito cuando escucho que la gente dice que él fue quien popularizó la bachata”, confiesa vía mail. “Porque Guerra creció escuchando rock y estudió en Berkeley, y es la gente de su clase social la que hizo todo lo posible para que no se la escuchase. La bachata sobrevivió gracias a los bachateros, y cuando Guerra grabó su disco ya era el género más popular en República Dominicana”, dice este neoyorkino de padre francés y madre estadounidense, que llegó al submundo de la música de República Dominicana –según destaca– siguiendo su corazón. “Supongo que era mi destino”, apunta.

Cualquier historia de la bachata tiene que comenzar con Trujillo, como ya quedó claro. Responsable del monocultivo musical de la isla, con el merengue como único representante, con su desaparición comienza la historia de un género eminentemente rural, al que en sus orígenes se lo denominaba simplemente como bolero campesino. Justamente el bolero, junto a la guaracha, el son cubano y las rancheras mexicanas, son los referentes inmediatos de las canciones que tocaban los inmigrantes campesinos que fueron a probar suerte a la ciudad, cambiando las letras de amor por otras que reflejasen –como apunta la profesora Deborah Pacini Hernández– “las realidades quiméricas de los barrios bajos urbanos”. Según recuerda el maestro Edilio Paredes, cuyo rol con la guitarra en la bachata es comparable al de Francisco Repilado con el tres cubano, la nueva denominación fue algo discriminatorio. Antes de referirse a un género musical, bachata es como se denominaba a una fiesta informal en un patio casero, donde por supuesto sobraba música, comida y baile. “Me di cuenta enseguida que fue una movida de las orquestas dedicadas al merengue, para denigrar lo que nosotros tocábamos. ¡La música de guitarra nunca mereció ser tratada así!”

Precisamente gracias a esa discriminación, fue que la bachata encontró su lugar. Prohibida en los grandes medios, relegada a los prostíbulos y los bares, comenzó a hablar de esas realidades, de prostitutas, bares y bebidas. Por culpa de esa temática, la estigmatización del género se hizo aún mayor, pero también creció su popularidad. “Pero como los conglomerados mediáticos de la isla estaban controlados por una elite avergonzada por esa música, la demanda hizo que apareciesen pequeños empresarios que vieron el negocio”, explica De Menil. Uno de los primeros fue Radhames Aracena, dueño de Radio Guarachita, la única emisora que desde 1965 programó bachata en Dominicana, temas que grababa en su propio estudio, y vendía exclusivamente en su disquería. Pagándoles –por supuesto– sueldos irrisorios a sus artistas.

Si había comenzado pareciéndose al bolero, la bachata ganó en instrumentación y ritmo durante los ’70, a caballo de su popularidad marginal, que terminó de estallar cuando en la década siguiente aparecieron artistas como Julio Angel, que incorporaron letras festivas y de doble sentido sexual (el extremo tal vez sea el aparentemente inocente “Mamá me lo contó”, de Tony Santos, cuya interpretación lo transformaba en el mucho más vulgar pero contundente Mamamelo con tó), e incluyeron entre sus instrumentos la guitarra eléctrica, prenunciando la bachata moderna.

Es esta evolución de los ’60 a los ’80 la que recorre de manera fascinante Bachata Roja, recurriendo a ese tesoro que son las grabaciones originales, realizadas de manera precaria, casi sin recursos técnicos, pero que precisamente por eso suenan únicas. “Aunque no fue fácil conseguir los derechos, ya que por lo general eran producciones bastante improvisadas, lo más difícil fue conseguir una copia de calidad. Porque los masters hace tiempo que fueron usados para grabarles otra cosa encima. De hecho, de varias clásicos tengo los derechos pero aún no pude conseguir una buena grabación”, revela De Menil, que reunió a muchos de los músicos sobrevivientes –Ramón Cordero, Leonardo Paniagua, Augusto Santos y el guitarrista Edilio Paredes– para una gira al estilo Buena Vista Social Club, bautizada como Leyendas de la Bachata Roja. “Cuando la gira pasó por Nueva York grabamos un disco con ellos en el mejor estudio de la ciudad”, anuncia De Menil, que también asegura tener material para un segundo Bachata Roja, que para él es un color mucho más apropiado que el rosa para una música que –según asegura– es cruda y viene del corazón. Algo que se puede constatar y disfrutar en cada una de las fascinantes grabaciones de este primer volumen, sin dudas una de las sorpresas discográficas del año.

Rafael Encarnacion

Apenas diez simples son los que llegó a grabar Rafael Encarnación entre 1962 –cuando entró por primera vez en un estudio– y 1963, el año en que murió en un accidente de moto. Su voz aguda (a partir de entonces, un clásico dentro del género) contrasta con la de José Manuel Calderón, reconocido como el primer bachatero, que se inspiraba en los vozarrones del bolero mexicano. Aún hoy Encarnación es reconocido como uno de los grandes cantantes de la bachata.

Marino Perez

Cuando el lenguaje callejero reemplazó el castellano poético típico del bolero, la bachata encontró su verdadero rostro. Y su voz es la de Marino Pérez, tal vez quien mejor encarnó este estilo durante los ‘70. La leyenda cuenta que Pérez murió al vomitar casi por completo su hígado en su última borrachera, pero antes de llegar a ese final trágico, grabó innumerables bachatas, en sesiones interminables, muchas veces descuidadas y olvidables, pero otras auténticos clásicos.

Eladio Romero Santos

Nativo de Zenobí, en las afueras de San Francisco de Macorís, Eladio Romero Santos fue el primero en triunfar al canibalizar el merengue, el otro estilo tradicional dominicano, grabándolo con guitarras, al estilo bachata. Antes del éxito de sus grabaciones, nadie pensaba que el merengue con guitarra podía ser redituable. A partir de entonces, se transformó en una constante.

Juan Bautista

Uno de los tantos cantantes que sufrió el momento de mayor marginalización de la bachata fue Juan Bautista. Pero también supo sufrir el mercantilismo de Radhames Aracena, que en su Radio Guarachita sólo programaba discos de edición propia. Por eso el clásico de Bautista “Estoy aquí pero no soy yo”, tema incluido en Bachata Roja, cadencioso, lento y melancólico, se hizo más conocido en la versión de un cantante conocido como “El solterito del Sur”, que lo grabó para Aracena.

Julio Angel

Aunque no fue la primera bachata de doble sentido, “El salón” –conocido popularmente como “El pajón”– se hizo inmensamente popular, y ayudó a romper el aislamiento que tenía el género, comenzando una popularización que finalmente desembocaría (una década y varias transformaciones más tarde) en el disco de Juan Luis Guerra. A pesar de que entonces la bachata había acelerado su ritmo, “El salón” fue grabado como un bolero elegante. La clave, claro está, residía en su letra.

Leonardo Paniagua

Aunque la cúspide de su carrera bien puede haber sido su versión bachatera de “Chiquitita”, de ABBA, Paniagua fue uno de los grandes de su generación, la que vivió la transformación de la marginalización de los ‘70 hasta la comercialización en los ‘80. Su primer simple lo grabó casi por accidente, y luego fue uno de los más acérrimos defensores de Radhames Aracena, su descubridor, a pesar de que las grabaciones por las que le pagó 10 pesos las terminó vendiendo al sello neoyorkino Kubaney records en 5000 dólares cada una.

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