Dom 27.09.2009
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HALLAZGOS >EL RETRATO POSTERGADO, EL DOCUMENTAL SOBRE CONTI

Conti a la vista

Antes de ser secuestrado y desaparecido por la dictadura, Haroldo Conti se había hecho amigo de Roberto Cuervo, un aspirante a cineasta que quería adaptar uno de sus cuentos. Tras la desaparición del escritor y la muerte del director en 1979, el material documental que habían filmado juntos quedó en manos de su pequeño hijo Andrés, quien desde entonces tenía en mente convertir no sólo esos rollos sino la historia detrás en un documental. Con eso y una sorprendente carpeta que años después le entregó Oscar Barney Finn, realizó el excelente y conmovedor El retrato postergado, que se puede ver mañana en la Biblioteca Nacional.

› Por Angel Berlanga

El paquete estaba en el ropero de su casa de la infancia, en Lincoln, provincia de Buenos Aires, y es uno de los recuerdos más antiguos que tiene: ahí, envueltos en papel de diario, estaban los tres rollos de 16 milímetros y los casetes con nueve horas de audio que su padre filmó y grabó para hacer un retrato humano de Haroldo Conti. Cuando el fotógrafo y aspirante a cineasta Roberto Cuervo murió en 1979 en un accidente, arrollado por un tren, su hijo Andrés tenía diez meses. Su madre, Cristina Pannunzio, profesora de Letras, le dijo a toda la familia que había quemado las cintas: todos sabían del trabajo y las intenciones de su compañero de hacer un documental e intuían el destino funesto del escritor, secuestrado por la dictadura. Con el retorno de la democracia ya no fue necesario ocultar el material y buena parte de él salió a la luz. “Como si supiera que se iba a morir, mi viejo le dijo a mi vieja que a los seis años me tenía que enseñar a usar la cámara de fotos”, cuenta Andrés Cuervo en un bar de la calle Corrientes, frente al Abasto. Mañana mostrará en Buenos Aires por primera vez en público El retrato postergado, una película encantadora que conjuga sutileza con frontalidad, el sustrato de lo trágico con belleza, la historia familiar de las grabaciones con el ideario de Conti y sus movimientos de sesgo cotidiano, lo hecho por el padre con lo hecho por el hijo. “Yo trato todo el tiempo de que Haroldo esté vivo, hablo de él como si viviera, porque es un personaje muy querible –dice Cuervo–. Cuando lo vas conociendo, decís: ‘¿Cómo pudieron matar, o siquiera golpear, a una persona como Haroldo?’”.

“Como mi vieja me contaba, desde muy chico tengo noción de lo que pasó con mi viejo, con Haroldo, con la película –cuenta–. Que me ha cargado un montón de traumas, también –se ríe–. Yo tuve siempre la política de que este material fuera de libre difusión, porque es lo único que hay sobre Conti, y entonces uno no puede ser tan cerdo y miserable de especular y guardarlo, pretender reservarlo hasta que más adelante estudiara cine. Incluso cuando ya estaba estudiando lo cedí, porque me parece la forma de restaurar un poco la memoria”. Buena parte de las imágenes que filmó su padre fueron utilizadas para el reciente largometraje Homo viator, de Miguel Mato (con Darío Grandinetti en el papel del escritor), o para una muestra que hizo la Comisión de la Memoria de La Plata, tres años atrás, así que de antemano, en la previa, cabía preguntarse por la originalidad de El retrato postergado. De inédito hay bastante: están los audios de las entrevistas que su padre les hizo en 1975 a él, a Eduardo Galeano, a Martha Lynch; hay fotos –un asado a la orilla del río junto a Rodolfo Walsh, por ejemplo–; está la voz de Conti leyendo un par de cuentos propios o en tramos de alguna conferencia, y, también, imágenes nunca difundidas hasta ahora del cotidiano del escritor, afines a aquel retrato humano: así puede vérselo arreglar una licuadora o escupir un primer mate, o pescar una tararira, ultimarla con un cuchillo, quitarle las tripas, colgarla de un gancho. La originalidad, sin embargo, reside sobre todo en cómo Cuervo entrelaza sus materiales en términos discursivos, estéticos, musicales, en fin, poéticos. En cómo el sepia con un toque de color de sus imágenes dialoga con el blanco y negro de las de su padre. En cómo acompañan la guitarra y el bombo legüero. En cómo vía stop motion un hilo invade y se ovilla en torno de una máquina de escribir mientras Martha Lynch le elogia el sesgo literario y dice que se enreda en lo político. O en cómo coincide la secuencia del pescado con lo que opina Conti sobre la concepción de libertad de Vargas Llosa.

“Traté de usar la mayor cantidad de archivo y de empalmar lo mejor posible con lo que se ve, con una estructura de recuperación de lo que mi papá estaba haciendo –dice Cuervo–. Al principio él quería filmar un cuento, ‘Con otra gente’, y le hincha las pelotas a mi vieja, que es de Chacabuco y conocía a una tía de Haroldo. Entonces se lo presentan y mi viejo queda fascinado; por esa época estudiaba cine en La Plata y empieza a frecuentarlo, porque a Haroldo le encantó la idea de hacer una película, y más sobre ese cuento, porque decía que lo había escrito como para hacer un guión. Pero cuando intervienen la Escuela de cine, a finales del ‘74, le retaceaban materiales y tuvo que cambiar de proyecto. Ahí pasó a filmarlo en sus cosas del común, caminando, escribiendo, con su perra en el Tigre, macheteando juncos”. Se hicieron amigos: Conti le consiguió trabajo como fotógrafo en Crisis e hicieron, juntos, “Tristezas del vino de la costa”, lo último que se publicó ahí antes de su secuestro. Ya era el terror: amigos de sus padres desaparecidos, exiliados, escondidos. Se fueron a Lincoln: ella daba clases, él sacaba fotos, se las arreglaban como podían. Sobrevino la muerte de su padre. Y enseguida esas latas con rollos que guarda en la memoria fueron adquiriendo el aura de material sagrado. “Fue muy difícil para mí –dice–. Era lo que había filmado mi viejo: ¿cómo cortarlo? Ya desde chico también leía a Haroldo, me gusta mucho su literatura. Tenía muchas opciones y respeto: no sabía si hacer un documental sobre mi viejo, o sobre Haroldo, o sobre mí terminando lo que empezó mi viejo. Desde que me vine a Buenos Aires a estudiar cine ya tenía en la cabeza la idea de hacer la película”.

Un día, mientras cursaba en Diseño de Imagen y Sonido de la UBA, Oscar Barney Finn, a cargo de una cátedra, le preguntó por su apellido y su historia. Yo tengo algo para usted, le dijo. “A la clase siguiente me dio, muy serio, una carpeta así grande: eran todos los apuntes, notas, bocetos de guión y de storyboards que había hecho mi viejo, que cursaba con él en La Plata, en 1974. Ahí ya estaba planeando lo del retrato de Conti. ¡Barney Finn guardó todos esos papeles en su casa, durante la dictadura! Y no me dio una fotocopia; el tipo me trajo todo el material y me dijo: ‘Esto es suyo’. Un gesto increíble, en estos tiempos”.

Andrés Cuervo nació en Lincoln el 23 de junio de 1978. En su investigación sobre Conti descubrió “La virgen de la montaña” en el seminario de Villa Devoto, un relato que permaneció inédito hasta la última edición de los Cuentos completos, publicada hace dos meses por Emecé. Se lo nota contento con El retrato recobrado y con cierto alivio, más liviano, un poco orgulloso también, cuenta saldada con lo sagrado. Es su primera película.

El retrato postergado se proyecta mañana a las 19 en el Auditorio Borges de la Biblioteca Nacional. Agüero 02. Entrada libre y gratuita.

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