MúSICA
El odio
Las feministas lo odian. La comunidad gay lo detesta. Conservadores y liberales lo atacan por igual. La mujer del vicepresidente norteamericano lo execra en el Senado.
Quiere matar a su esposa. Su propia madre lo demandó por “daños”. Cuando cantó con Elton John afirmaron que fue “como si un judío cantara con un nazi”. Pero los rapperos negros lo consideran el mejor, y con razón.
Por Mariana Enriquez
El mundo del hip hop es casi inexpugnable: para entender sus códigos es preciso entender la subcultura que le dio origen, de la que es producto y a la que hace referencia, nacida a principios de los ‘80 en los barrios negros de todo Estados Unidos. La complejidad de este universo es un problema incluso para los sociológos norteamericanos, y no es posible descifrarla en pocas líneas. Apenas se puede decir que tiene que ver con ser negro, ser pobre, no tener oportunidades y encontrar salidas sólo en la violencia. Se ha infiltrado en el mainstream pop blanco y convive en los charts y en los grandes escenarios de premios y galas. Es una plataforma para que un chico negro y pobre salga del ghetto y se convierta en Maradona. De hecho, en muchos Maradonas. Un estilo musical casi carente de melodía, basado en las rimas y habilidades del MC (el que tiene el micrófono) es difícil de transferir a quienes no entiendan inglés y, por añadidura, no entiendan el slang del lenguaje urbano. A un argentino le cuesta entender el hip hop como a un nativo de Detroit le costaría entender el cuarteto cordobés. Por supuesto, en una globalización dirigida por el mercado norteamericano, el hip hop penetra culturas ajenas, porque lo popular en Estados Unidos es universal; pero llega vaciado de lo social que le dio origen, como si se tratara de cualquier otro género musical. En este contexto, es difícil comprender la dimensión de un fenómeno como Eminem, el rapper más famoso, más vendedor y quizás el mejor de la historia del género, pero blanco. Es como si un negro grabara un disco de música country y vendiera veinte millones de copias. Los blancos lo adoran, los negros lo respetan y apadrinan. Y si es más fácil de entender para los no norteamericanos, es porque saca al hip hop del ghetto y lo lleva a las masas, lírica y literalmente.
Eminem tuvo más suerte que sus pares negros porque es blanco (él lo sabe y no se cansa de decirlo), pero también es cierto que es un gran artista. Sus rimas, su estilo y su potencia son asombrosos. Puede ser trágico, temible y gracioso al mismo tiempo. Usa varios personajes, a veces en la misma línea, pasando de la burla chillona al grito lleno de angustia. Casi nunca samplea melodías ajenas, y se las arregla con su productor Dr. Dre para que las canciones suenen elegantes, divertidas o aterradoras según haga falta. Brutal e irritante en las canciones, reconcentrado en entrevistas, es una estrella, pero además es un artista con algo para escupir.
¿Qué es lo que tiene para decir? El imaginario de Eminem está atravesado por esa dicotomía tan norteamericana, incomprensible y tediosa para el resto de la humanidad, de ganadores y perdedores. Que es un “looser” es la única explicación que puede encontrar para ser blanco y pobre. Los negros tienen una historia de esclavitud, minoría, resistencia y lucha para explicarse su marginalidad, y también para encontrar motivos de orgullo (“pride”). Por eso Public Enemy y N.W.A. rapeaban exigiendo un feriado por Martin Luther King, hablaban de violencia policial y de la vida en el ghetto. Eminem no tiene esa historia para apoyarse y por eso escribe letanías sobre la vida en los trailers, la vida frente al televisor, su madre y su ex esposa. Y su odio, sin objetivo puntual, disparado hacia cualquier parte, sin control. El rap negro define enemigos; el rap de Eminem ataca todo. “My name is”, la primera canción de su debut, The Slim Shady LP, empezaba así: “Hola chicos ¿les gusta la violencia? (¡Sí, sí sí!) ¿Les gustaría que me clavara uñas de nueve pulgadas en los párpados? ¿Quieren copiarme y hacer exactamente lo mismo que yo? (¡Sí, sí!) ¿Tomar ácido y hacerse tan mierda como mi vida?... Me importa todo un carajo, Dios me envió para hacer enojar al mundo”. En sus canciones, Eminem utiliza dos temas: su propia vida y la cultura pop. Le dice a Puff Daddy que se cogería a Jennifer Lopez sin preservativo (“Y me la cogería aunque fuera mi madre, así tendría medio hermanitos”), amenaza a una chica con ponerle ántrax en el tampón (“Anthrax on a Tampax”), acusa a Cristina Aguilera de haber tenido sexo oral con Fred Durst (cantante de Limp Bizkit) y Carson Daly (el presentador más famoso de MTV). En el video de”Without me” (The Emimen Show) satiriza al show de Sarah Jessica Raphael (una suerte de reina del talk show como Moria), “The Real World” (el Gran Hermano de MTV) Elvis, la serie “E! True Hollywood Story”, “Survivor” y le pega a Moby, uno de sus objetos de desprecio. Es un humor tonto de adolescente pavote que no puede escandalizar a nadie, pero también es un humor negro que juega con el snuff, el gore, la obsesión por los asesinos seriales. Y en el fondo revela a un individuo conservador que hubiera deseado una familia feliz y una casa con patio y perro. El que se encarga de cargarse a todo personaje pop es Slim Shady, su primer alter ego, un bravucón ultraviolento como Alex de La naranja mecánica. Cuando se queda dentro de los límites del pop, a Emimen se lo considera un bufón relativamente inofensivo. Pero no se queda ahí y pronto está matando gente, o intentándolo. En Slim Shady ya empezaba la tendencia autobiográfica (y autocompasiva) de Eminem. Su madre era el blanco principal: “Me mintieron toda la vida: pronto supe que mi madre tomaba más drogas que yo”. O en “‘97 Bonnie & Clyde”, canción en la que acaba de matar a su esposa para quedarse con la custodia de su hija. Comenzaron a sonar las voces que lo acusaban de misógino y homofóbico. Eminem contestó con un disco feroz: The Marshall Mathers LP.
El verdadero Slim Shady
La historia cuenta que Eminem se llama Marshall Mathers y se crió en varios barrios de Detroit, mudándose de trailer en trailer junto a una madre desequilibrada, violenta y adicta a las pastillas. Trabajó en pizzerías y otros empleos parecidos, y en la escuela la pasó muy mal porque todos los chicos le pegaban: una vez lo mandaron al hospital con una hemorragia cerebral (de ese chico se venga en una canción de The Slim Shady LP). Dejó la secundaria a los 14 años. A esa edad conoció a Kim, su ex esposa y madre de su única hija, Hailey. Los sábados iba con sus amigos a los concursos de micrófono abierto en el Hip Hop Stop, calle 7 Mile, el centro de la escena de Detroit. Sacó Infinite, su primer disco, por un sello local en 1996. Le fue mal. Era un disco alegre. Desde entonces se empezó a poner más hostil. El barrio donde vivían con Kim suena como el Gran Buenos Aires: en dos años les robaron todo cinco veces. En 1997, sin trabajo, desalojado de su departamento y desesperado, viajó a las Olimpíadas de Rap de Los Angeles, uno de los eventos más importantes de la escena, y quedó segundo. Su furia de perdedor se vio atenuada cuando el demo de esa presentación llegó a manos de Jimmy Iovine y Dr. Dre, popes de Interscope/Universal. Dre, ex N.W.A. (Niggers With Attitude: Negros con actitud) y uno de los productores de hip hop más prestigiosos del mundo, dice que el de Eminem fue el primer demo interesante que encontró en toda su vida. Pronto tenía un contrato. En 1999, cuando se editó The Slim Shady LP, era una estrella. Un poco antes de ese lanzamiento, su madre, Debbie, lo demandó por diez millones diciendo que las letras de su hijo le causaron “pérdida de la casa rodante, pérdida de crédito en bancos e insomnio”.
Y el disco le causó dolores de cabeza a todo el mundo. Si Slim Shady es el Increíble Hulk, un alter ego ultraviolento, que causa una enorme (y justificada) antipatía, Marshall Mathers, el hombre detrás de Slim Shady, era mucho más aterrador (y desagradable: parece que busca que lo odien; a veces es inevitable hacerlo). Sobre la soberbia producción de Dre –ritmos hipnóticos, bandas de sonido de films de horror–, Marshall se mostraba furioso, más resentido que nunca y dueño de un talento para la rima que literalmente enterraba a todo el que quisiera sacarle el trono. En la primera canción volvía a acudir a Sófocles y mataba a su madre. “Kill You” dice así: “Callate, puta, estás causando demasiado quilombo. Agachate y aguantá como una puta ¿sí, mamá? Oh, ahora está violando a su madre, abusa de ella, ¿le damos la tapa de ‘Rolling Stone’? Tenés razón puta, es demasiado tarde. Soy triple platino y ocurren tragedias en dos estados. Yo inventé la violencia, para ustedes putas viles, venenosas, vomitivas, vanas...”. Y sigue: “Ni siquiera creo en respirar: dejo aire en tuspulmones para que puedas seguir gritando. OK, estoy listo para salir a jugar: tengo el machete de O.J. Estoy listo para hacerles doler el cuello a todos. Ustedes, putos, me siguen rompiendo las pelotas, hasta que los amenace con un cuchillo y me rueguen que pare”. En “Who Knew” escribía: “No hago música negra, no hago música blanca. Hago música de pelea para chicos de la escuela secundaria. Pongo vidas en riesgo cuando manejo así, pongo a esposas en peligro cuando pongo el cuchillo así. Lo siento, debe haber un malentendido. ¿Quieren que arregle mis letras mientras al presidente le chupan la pija? ¡A la mierda! ¡Tomen drogas! ¡Violen putas! ¡Búrlense de los bares gays y de los hombres que usan maquillaje! ¡Avívense! ¡Despiértense! ¡Tengan sentido del humor!”. En “Just the two of Us” mataba a Kim con la ayuda de su hija: “¿Querés ayudar a papá a atar esta piedra? Después se la atamos a los piecitos y la tiramos desde el muelle. Vamos, contemos hasta tres. 1,2,3 ¡weeeeee! Ahí va mamá, chapoteando en el agua. No más peleas con papá. No más intentos de sacarte de mi lado”. Pero todas las actitudes belicosas no pudieron ocultar dos canciones de The Marshall Mathers LP que confirmaban la capacidad de Eminem como artista. La primera era “Kim”, una canción gritada, al borde de las lágrimas, donde Eminem se interpreta a sí mismo y a su esposa en una pelea llena de odio y amor, tan vívida como un documental. Es una canción tan seria, pesadillesca y norteamericana como Apocalipse Now o El francotirador. La otra, “Stan”, con un sampler/dúo con la inglesa Dido, puede leerse como un cuento, y está armado con cartas entre Eminem y un fan. En la primera carta, el fan está ansioso, pero todavía respetuoso. En la segunda, el fan está más nervioso, y enojado. “Todavía no contestaste ni llamaste, pensé que lo harías... Es que soy igual a vos. Yo tampoco conocí a mi padre, él siempre engañaba y le pegaba a mi madre. Me identifico con lo que decís en tus canciones, y me ayudan cuando estoy deprimido, porque son lo único que tengo. Hasta me tatué tu nombre en el pecho. A veces me corto para ver cuánto puede doler. Mi novia está celosa porque hablo de vos las 24 hs, pero no entiende cómo fue crecer para gente como vos o yo”. En la última carta, el fan ya tomó una decisión: como Eminem, va a matar a su novia. Acaba de meterla en el baúl del auto y juntos se van a tirar al río. Y le escribe: “Todo lo que quería era una carta o una llamada. Espero que sepas que arranqué todos tus pósters. Te quiero, Slim, pero lo arruinaste. Espero que no puedas dormir, o que sueñes con esto”. La respuesta de Eminem, que llega tarde, cuando la muerte de Stan ya salió en los diarios, dice: “¿Qué son todas esas pavadas sobre cortarte las muñecas? Yo digo todas esas boludeces jodiendo, ¿por qué estás tan loco? Tenés problemas, Stan, necesitás ayuda”. Es evidente que Eminem teme tener fans como Stan, y es probable que no esté equivocado. Whet Moser, uno de los críticos más inteligentes del fenómeno Eminem, escribió: “Tenemos derecho a tener miedo de Eminem. No tenemos que temer que críticos y ensayistas abusen de sus novias por este disco, así como no nos preocupa que los estudiantes de Yale lean al Marqués de Sade. Nos preocupa la gente estúpida que escucha sus discos. Dos tipos de personas escuchan a Eminem: algunos aprecian su lenguaje y narrativa por lo que es: buena literatura; otros creen que su alter ego oscuro, Slim Shady, es alguien a imitar. Dejo para el optimismo o pesimismo del lector ponerle número al porcentaje de unos y otros”.
La reacción al disco no se hizo esperar, y por primera vez los conservadores y los liberales se unieron para atacar a un solo artista. Lynne Cheney, la mujer de Dick Cheney (vicepresidente de Estados Unidos), activista en círculos conservadores, habló de Eminem ante el senado norteamericano en un discurso anti-marketing de entretenimiento violento para chicos: “Es momento de ser específico, de dar nombres, de decir exactamente lo que está mal. Así que aquí hay un nombre: Marshall Mathers, el rapper conocido como Eminem”. Describió sus letras extraordinariamente misóginas y homofóbicas y también contó cómo le rogó personalmente a dos ejecutivas de Interscope Records (Universal) que lo echaran, tratando dehacerles comprender que debían reconciliar la responsabilidad corporativa con la distribución de letras que son socialmente irresponsables. En ese momento, Eminem le reportaba a la compañía 4 millones de dólares por semana. En el otro rincón, GLAAD (Alianza de Gays y Lesbianas contra la difamación), un importante grupo de presión, aseguraba que Marshall Mathers tenía las letras “más homofóbicas y ofensivas que hayan escuchado jamás” y organizaban marchas en contra del artista, considerando que sus canciones incitaban crímenes de odio. Algunos activistas más veteranos no le dieron mayor importancia al asunto, pero todo llegó a un punto álgido cuando el abiertamente gay Sir Elton John cantó a dúo con Eminem “Stan” en los Grammys de 2001. El activista gay Peter Tatchell exageró que “es como si un judío cantara a dúo con un nazi” y otros sostuvieron que Eminem estaba usando a Elton John para publicitarse. Habría que preguntarse cuál de los dos necesitaba más publicidad en ese momento, teniendo en cuenta que The Marshall Mathers LP es el disco de rap más vendido de la historia. Sir Elton “limpió” la imagen de Eminem, y Boy George, Madonna y la cantautora lesbiana Melissa Etheridge ayudaron cuando coincidieron en elogiarlo. Whet Moser escribía: “Eminem ha recibido las respuestas más banales y reaccionarias. Los críticos lo creen talentoso, pero no lo entienden, y los activistas de izquierda y derecha son peores. Lo que nadie se atreve a decir es que el disco es un trabajo complejo, grotesco y estremecedor. Más allá de su talento, lo que no pueden reconocer es que Eminem ilustra la Norteamérica más profunda y oscura, en la tradición de los realistas sureños. Revela e ilumina de forma aterradora un fenómeno tanto rural como urbano, pero siempre americano: a falta de una definición mejor, el estilo de vida white trash. Algunos críticos lo acusan de convertir a ese estilo de vida en algo cool. Pero no hace falta tener un título de semiológo para reconocer que un trabajo con tanto subtexto y falsos narradores no puede abogar por nada”.
El 2000 terminó con varias pesadillas para Eminem. Casi va a la cárcel por amenazar con un arma a un barman que estaba besándose con su esposa: estuvo a punto de dispararles. Poco después Kim intentó suicidarse. Enseguida comenzó la demanda por divorcio, más 10 millones de dólares que Kim Mathers pedía por difamación y estrés emocional. Hubo un arreglo y hasta hoy Kim comparte la custodia de la niña con Eminem, que este año terminará su período de libertad condicional.
El show de Eminem
Sus críticos no tienen sentido del humor, pero Eminem tampoco. Su humor es el del chiste violento o de mal gusto, en la línea de las películas de terror o los hermanos Farrely. Por eso, cuando lo atacan, reacciona con seriedad, como siempre. En The Eminem Show le contestó a todos. “Sing for the moment”: “Dicen que mi música puede alterar tu forma de ser y hablarte. Bueno, ¿puede cargar tu arma y hacer que la uses? Si es así, la próxima vez que ataques a un tipo, decile al juez que fue mi culpa así me demandan una vez más”. “Criminal”: “Si soy semejante amenaza, todo esto no tiene sentido. Es todo político: si mi música es literal, si soy un criminal, ¿cómo mierda podría estar criando a mi hijita?”. Y a los grandes críticos, los padres conservadores y los liberales indignados, les contestó con “White America”: “América, podría ser uno de tus hijos. Miren estos ojitos azules, como los suyos. Si fueran marrones, Shady sabe que todavía estarían en las bateas. Pero Shady es lindo. Shady sabe que sus hoyuelos ayudaron. ¡Las chicas se desmayan! Hagamos cuentas: si fuera negro, vendería la mitad. El hip hop no es un problema en Harlem, es un problema en Boston, después de que molesté a los padres y sus hijas en flor, y encima tengo que aguantar a estos activistas que se quejan como si fuera el primer rapper en insultar a putos y putas. Mierda”. Además, mencionaba todos y cada uno de los juicios y problemas legales que le ocasionó su familia. “Cleaning out my closet”: “Lo más inteligente que hice fue sacarle las balas a esa arma, porque los hubiera matado a los dos. Esta noche tengo que limpiar mi armario”. The Eminem Show no tiene salida: es un disco tan egocéntrico y resentido como su autor. Eminem tenía que dar un salto, y lo dio. Hacia el cine.
Ocho millas
8 Mile es la calle que, en Detroit, separa los barrios negros de los trailers donde habita la basura blanca. 8 Mile es una buena película porque podría ser espantosamente mala. Podría explotar la condición de estrella de Eminem haciéndolo rapear en interminables números musicales, y sólo ofrece pequeñas competencias de rap, payadas belicosas de 45 segundos que ofrecen un atisbo del enorme talento del MC. Sí, es una película autocompasiva en la que se escucha “perdedor” más veces que “fuck”, pero, por mucho que el observador extranjero no pueda comprenderlo, ése es el corazón del problema norteamericano. Se trata de un joven rapper blanco que vive con su madre (Kim Basinger) en un trailer y que no logra decir palabra cuando compite con otros rappers, aunque es (y sabe que es) mejor que ellos. Es una película sobria donde Detroit, una ciudad que se ve gris, claustrofóbica, horrible, es protagonista. Curtis Hanson (Los Angeles al desnudo, Fin de semana de locos) dirige a Eminem con mano de hierro, no le permite sobreactuar y explota su impasibilidad y furia contenida. El conflicto racial no es un tema. Rabbit (Eminem) está integrado con sus amigos negros: sólo tiene problemas con una banda de rappers enemiga. Sí, se burlan de él porque es white trash y vive en un trailer, pero él ya aprendió que hacerse cargo de su realidad es de donde nace su fuerza, y su inspiración. Es una historia de superación, pero no es heroica. Está mucho más cerca del realismo social, a pesar de guiños obligatorios a fans adolescentes y una escena de sexo lavada. Es casi demasiado seria, como Eminem, y la convicción con que interpreta a su nuevo alter-ego (o su yo joven) es tal que casi se puede sentir que, por sobre los millones de dólares y los estadios repletos, sigue siendo ese joven resentido lleno de odio e ironía, desesperado por dejar el trailer. En la canción “Lose Yourself”, que cierra la película, se lo escucha decir “Todo mi dolor interior está amplificado por el hecho de que no pude darle a mi familia lo que se merece, y las malditas estampillas de comida del estado no compran pañales. Y no hay película, no hay actores. Esta es mi vida. El éxito es mi única posibilidad, no existe el fracaso. Mamá, te quiero, pero este trailer ya fue. No puedo hacerme viejo en Salem’s Lot. Así que aquí voy, es mi oportunidad. No me tiemblan las piernas”. Parece como si Eminem todavía tuviera miedo de que los millones que cuenta se evaporen. Parece que ninguna limusina le hará olvidar al chico que lo desmayó a golpes en la secundaria. Y ningún alter-ego podrá ocultar que Marshall Mathers sigue furioso, y todavía no sabe con quién.