Domingo, 11 de julio de 2010 | Hoy
ARTE > JOSEPH BEUYS Y ARTISTAS ARGENTINOS EN EL RECOLETA
Educado bajo el nazismo, piloto de guerra, sobreviviente gracias a un pueblo nómade que lo abrigó y alimentó luego de que su avión cayera, fue artista y profesor universitario al mismo tiempo, y su trabajo –esculturas, instalaciones, videos– cambió radicalmente el modo de entender la enseñanza del arte, al que proponía como una herramienta de la construcción social, y cuya práctica lo convirtió en uno de los artistas más influyentes de la segunda mitad del siglo XX. Una bienvenida muestra en el Recoleta lo expone junto a artistas contemporáneos argentinos que comparten espíritu con Joseph Beuys: una rebeldía que lo pone todo en duda para ofrecer algo nuevo.
Por Luciano Piazza
En 1933, en una quema de libros en un colegio, organizada por el Partido Nazi, Joseph Beuys rescató un ejemplar de Systema naturae del naturalista sueco Carolus Linnaeus. Cuando recuerda ese momento se vuelve a sorprender por el hecho de que un catálogo de botánica figurara dentro de los libros prohibidos por el nazismo. El libro del siglo XVIII de Linnaeus es un marco conceptual de clasificación de especies, y una exhaustividad asombrosa que pretendía descubrir un patrón divino de la creación. Beuys aprendía una de sus primeras lecciones prácticas en lo que respecta a la relación del conocimiento con la libertad. La figura de Bueys tuvo tantos pliegues que cualquiera podría hacer un recorte para apropiarse de su fama. A modo de crítica, algunos lo intentaron tachar alegando que es famoso por ser famoso, y por ser más que por hacer. Su coherencia, acentuada en retrospectiva, como persona pública demuestra que la elección de su forma de ser fue una decisión estética. “Ser docente es mi mayor obra de arte”, Beuys estaba convencido de que la enseñanza de estética era una actividad expansiva del conocimiento, más allá de una historia de estilos que oscilan entre el centro y la periferia de la percepción de belleza.
Al comienzo de la década del 60, Beuys comenzó a poner en práctica un método de enseñanza antipedagógico y libre en la academia de arte de Düsseldorf. Como profesor de escultura logró incomodar a la institución, y al mismo tiempo se hizo muy popular entre los estudiantes expandiendo los territorios de los asuntos que trata la estética. Su noción de arte expandido se complementaba con sus actividades en Fluxus, un movimiento expansivo neodadaísta cuyo objetivo se podría sintetizar en difuminar los límites entre las artes. Sus alumnos experimentaban una propuesta asombrosamente libre de aprendizaje, y la constataban con sus acciones públicas. En 1965, Beuys pasó 24 horas dentro de una pequeña caja de naranjas. Durante la inauguración de la exposición Beuys... cualquier soga explicó sus obras a una liebre muerta. La polémica corría más allá del círculo del arte, sobre todo, con sus instalaciones de grasa animal: como cuando cubrió un pasaje peatonal de la Universidad de Münster con 20 toneladas de grasa.
Su perspectiva sobre la enseñanza era de un sentido común que irritaba a la burocracia académica. Beuys pensaba que aquellos que sentían que tenían algo para aprender tenían que estar junto a aquellos que sentían que tenían algo para enseñar. Sus clases estaban repletas, y los que fueron sus alumnos aún recuerdan que su noción de creatividad como ciencia de la libertad permeó en una generación la idea de que cada hombre es un artista, con facultades creativas que deben ser perfeccionadas y reconocidas. Desde esta amplitud del concepto de arte se entiende la diversidad de estéticas y de estilos en las que se inscriben sus numerosos discípulos. La relación con la academia llegó a la máxima tensión cuando lo echaron en 1972. Dos años más tarde encuentra un proyecto académico más acorde a sus ideales: funda la “Universidad Libre Internacional” junto a Heinrich Böll. Se trata de una universidad sin sede, donde se ponían en práctica las ideas pedagógicas del artista.
Beuys llegó a Buenos Aires a través de un juego especular centrado en su figura didáctica. Una selección de sus obras sobre papel se exhibe en el Centro Cultural Recoleta, lejos de la intención de que sea lo más representativo de su obra. Dado que toda su obra más provocadora se materializó en esculturas, performances y happenings, los trabajos en lápiz son punto de partida para reflexionar sobre su indagación conceptual. A partir de su paraguas conceptual como educador se exhiben obras de sus alumnos más notables: Lothar Baumgarten, Jörg Immendorff, Imi Knoebel, Blinky Palermo, Katharina Sieverding y Norbert Tadeusz. Y a modo de puente con la producción argentina, se pone en diálogo con la obra de Pablo Siquier. El punto de contacto está dado por el modo de pensar el arte como herramienta crítica. Y para continuar con la premisa del diálogo, también exhiben obra de los alumnos más notables de Siquier: Diego Bianchi, Tomás Espina, Leopoldo Estol, Luciana Lamothe, Elisa Strada y Carlos Huffmann. Beuys y más allá, El enseñar como arte tiene como resultado una constelación de obras de artistas que gravitan alrededor de una idea de arte relacionada con poner constantemente en crisis la percepción anquilosada, y la unidad que plantea el curador Elio Kapszuck se encuentra hilada por la relación entre libertad y creatividad.
La presencia de los pizarrones es una afortunada invitación a pensar la obra como borrador, y a la vez un encuentro histórico con los objetos que caracterizaron a las presentaciones de Beuys. Si se puede decir que Beuys buscaba producir más acciones que obras, sus trabajos en lápiz y sello sobre papel son buenos disparadores para jugar a imaginar que sus propuestas abrieron espacios en el campo del arte donde materializar las obras que rodean a las suyas. No hay nada que desprenda de la serie de offset de Baumgarten, “Acá me gusta más que en Westfalia” El dorado, que nos haga testigos de la relación de aprendizaje que tuvo con Beuys. Tal vez cuando en sus serigrafías se detecta su estadía en comunidades indígenas, se escucha el diálogo de un pensamiento nómade que sería posible entre ellos dos. Lo mismo ocurre con Knoebel, cuyos trabajos sobre grafito podrían seducir por igual a cualquier abstracto que circule por el arte en las últimas décadas. Pero Knoebel estaba agradecido del reconocimiento de Beuys, y lo que su figura como “rebelde” impulsaba en su generación. Claramente el cruce de artistas que se presenta no se propone resaltar la obra de Beuys como objeto que cuelga en la sala, se resalta el murmullo de la obra que está presente en el recorrido por los diálogos entre maestro y sus discípulos. En la fricción de las propuestas emerge la espuma de un lenguaje no revelado que se forma bajo el efecto de la puesta en duda del sentido estético. El punto en contacto entre todos los artistas puede quedar como una fantasía que revolotea sobre la historia del arte.
Las serigrafías sobre cartulinas de Blinky Palermo tienen más ganas de dialogar con la reiteración de patrones de Siquier que con sus contemporáneos. Y en los saltos generacionales uno se podría tentar con comparar las capas de ideas que se aglutinan en las fotografías de Sieverding con las intervenciones de Lamothe, o con la imaginación que corta y despedaza lo cotidiano de Estol. ¿Y por qué no? Tal vez ésa sea la pregunta más irreverente, y también sea lo que hace interesante a la propuesta. Encontrarse en el medio de la sala mayor a la madera sintiendo el filo del acero, y permitirse confundir los contextos de lugar y de época, y disfrutar por un momento de lo que dicen las obras. Una extraña y amable confusión nos dejaría pensar que una provocación de vidrio de Bianchi choca contra la misma resistencia con que chocaba una provocación de grasa de Beuys. El recorrido por las salas permite esa libertad inusitada que lleva a jugar a los videojuegos de los años `80 en la boca de un dragón. Ese rincón de Huffman que extrema la propuesta lúdica se convierte en un punto de síntesis de la lección aprendida de la blasfemia del arte que no quiere ser arte.
Toda la libertad que se percibe en el murmullo de esos códigos que saltan entre las obras queda enmarcada en las instrucciones desembarazadas de institucionalidad que aportó Beuys con su vida y obra. Si hay a los que les gusta pensar que Beuys es el Warhol alemán, ¿qué dirían respecto del papel que le toca jugar a Siquier en esa extraña ecuación especular? Desde un primer momento Kapszuck, como curador argentino, aclara que esta puesta en escena no trata de buscar el Beuys argentino, sino que intenta reflejar el circuito de saberes en la enseñanza. Lo que no queda claro es a partir de qué punto comienza a funcionar la comparación. Para Beuys “todo conocimiento humano procede del arte”, y su catálogo científico, como el de Linnaeus, permanece activo en la búsqueda del patrón de creación de cada hombre como artista. Su personalidad social era una forma de enseñar sobre cómo relacionarse con el conocimiento dado y sobre cómo poner en duda la institución misma del arte. Para Beuys “el futuro orden social se configurará según leyes que rigen el arte”. Si se permite pensar que para él exhibir era una excusa para hacer críticas al sistema del Arte, queda en el Recoleta un inevitable y nostálgico recorrido por claraboyas que recuerdan la utopía de un arte que era acción reformadora. Y si nos abstraemos de la presencia de Beuys, es un recorrido más que interesante por un fragmento del arte argentino contemporáneo.
Beuys y más allá. El enseñar como arte Centro Cultural Recoleta - Sala Cronopios
Miércoles 9 de junio al domingo 18 de julio de 2010
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