Domingo, 11 de julio de 2010 | Hoy
La semana que viene se estrena Miss Tacuarembó. Pero lo que parece la segunda película de Natalia Oreiro en cartel (junto con Francia, de Adrián Caetano) trae detrás todo un mundo a descubrir: la novela del escritor, cantante y performer uruguayo Dani Umpi en la que está basada; la trama que une lo más popular y lo más vanguardista de Uruguay, y el trabajo y la figura de Martín Sastre, el videoartista uruguayo que es celebrado en el mundo (y hasta comparado con Buñuel por The New York Times) y que convenció a Oreiro de protagonizar su primera película. A días de su estreno, Sastre recorre el camino que lo llevó hasta Oreiro y Oreiro cuenta qué la convenció de embarcarse en este saludable delirio.
Por Martín Pérez
Un proto Walt Disney descongelado para hablar de la historia del videoarte. Un superhéroe armado con un enorme hisopo en defensa de Britney Spears. Y hasta el mismísimo Robbie Williams, con el que cambia de cuerpo el día de su coincidente cumpleaños. Todos esos personajes y muchos, muchos más son los que encarna Martín Sastre en sus obras, videos que en la última década se han paseado triunfales por las bienales y museos más importantes del mundo. Pero todos esos personajes se pueden resumir en el arrebato que protagonizó durante la ceremonia madrileña donde se le otorgó la beca con la que prácticamente comenzó su carrera.
“Fue en mayo de 2002, poco después del cumpleaños de mi madre”, precisó ante el periodista uruguayo Gabriel Peveroni. Sastre asegura que nunca pensó que iba a ganarse esa beca. Por entonces ya había realizado una muestra en Nueva York, donde había presentado Masturbated Virgin, el video del hisopo gigante levantado en defensa de Britney, que le ganó una comparación con Buñuel en una reseña de The New York Times. Ya había viajado a París para hacer una performance en Forum des Halles, y había formado junto a cuatro colegas montevideanos el Movimiento Sexy, un grupo artístico tan influyente en Uruguay, pero al mismo tiempo tan efímero, que a Martín le gusta considerarlo como un mito urbano. Pero esta beca era otra cosa, ya que terminaría de instalarlo en Europa, primero durante los nueves meses efectivos que duraba el premio, prorrogados luego a un año y medio, y luego por tres años más de trabajo en la Casa de América madrileña, donde Sastre conocería a todo el mundo, sin necesidad de golpear ninguna puerta. “Me daba cuenta de que estaba pasando por una etapa de cambios, aunque no era consciente de qué cosas específicamente iba a cambiar. Como cuando tenés trece años y te dicen: ¡qué grande que estás! Y no tenés idea de lo que te está pasando”.
Ahí estaban, entonces, los becarios de toda América latina reunidos en un acto tan protocolar que estaba presente incluso el rey de España. O al menos así es como lo recuerda Sastre. “Tienen que agradecerle esta beca al Estado español”, dijo entonces el director de la beca en su discurso de presentación. “Y a mí se me salió el espíritu de Atahualpa”, se ríe Sastre recordándolo aún hoy, a casi una década de distancia. Porque entonces declamó, a modo de respuesta, aunque nadie le había dado la palabra: “Esta beca la paga mi madre con la factura del teléfono”. Según reconstruye desde este presente porteño de Hotel Four Seasons y remera ajada de El imperio contraataca, todos lo miraron entonces como diciendo “estás muerto, pibe. Sos boleta”. Y lo único que lo salvó fue que la directora de Artes Plásticas –Ana López Alonso, hoy una de sus mejores amigas– lanzó una carcajada y dijo, también en voz alta: “Tenés razón”.
Pero toda esa escena, todo ese recuerdo, completito, tanto en su faceta de iniciación como en el remate contestatario a lo Mafalda, es el mejor resumen posible de la obra de Martín Sastre, uruguayo, contemporáneo. Videoartista capaz de asegurar el fin de Hollywood y el advenimiento de un imperio latinoamericano con eje en Bolivia, triunfadores en la lucha por el dominio de la ficción porque sus sueños son más baratos. Capaz de pelear cuerpo a cuerpo –animado, por supuesto– con Matthew Barney, el videoartista más cotizado del mundo. O de enseñarle a Europa que su relativamente nuevo sueño de italianos, polacos y españoles conviviendo sin fronteras entre sí fue realidad mucho tiempo antes, pero en el Río de la Plata. Entre otras cosas, claro. Como la de ser el flamante director de una película basada en una novela de Dani Umpi –compañero de aquel iniciático Movimiento Sexy–, y protagonizada nada menos que por Natalia Oreiro, llamada Miss Tacuarembó.
Una de las cosas que Sastre recuerda de su infancia es que un día, a los seis años, empezó a decir que quería ser cura y tomar la comunión. “Tuve una especie de brote místico, de empezar a juntar santos y estampitas, que nadie entendía de dónde me había venido”. Criado por una familia de larga tradición atea y absolutamente libre, rodeado de hippies y posters de Frank Zappa, la rebelión de Martincito era religiosa, y fue inútil que sus padres intentasen razonar con él. “Tuve discusiones teológicas con mis viejos, hasta que un día les dije que si no me bautizaban me iba a ir al infierno, y mi madre me dijo: ‘Pero el infierno no existe, Martín’. Y yo le respondí: ‘¿Y vos qué sabés?’ Así fue como nos bautizaron tanto a mí como a mi hermana”, resume Sastre con una carcajada la anécdota, que no alcanzó en su momento para que su vida escapase de un destino tradicional, de hermano mayor, ejemplo de la familia, con futuro de arquitecto. Hasta que decidió abandonarlo todo para seguir su vocación. La que lo había llevado a cursar clases de cine en la Cinemateca Uruguaya desde la edad de nueve años. Y lo llevaba de taller en taller desde entonces. Así fue como, luego del shock inicial, su madre le propuso un pacto iniciático, cuándo no: durante un año podría dedicarse al arte, y ella pagaría sus cuentas. Si no conseguía nada en ese lapso, debería volver a la arquitectura. “Mi vieja es abogada y no tiene ni un pelo de tonta. Sabía que yo me iba a dedicar al arte, con o sin su apoyo. Así que ideó ese pacto, para pincharme un poco.”
Su primera exposición fue en 1999, compartida con Federico Aguirre –otro futuro integrante del Movimiento Sexy– en la Galería del Notariado, y se llamó Todo por 22. “Tenía millones de cosas, la típica primera obra en la que metés de todo”, explica Sastre, que cuenta que la muestra incluía un video de telecompra protagonizado por un chico francés trasvestido. “Era el hijo de la agregada cultural francesa y estaba vestido con la ropa de su madre. Prácticamente salió del closet el día de la inauguración de la muestra. Fue un escándalo”, se ríe Martín, que recuerda que entonces fue cuando conoció a Dani Umpi. “Se me acercó y me dijo que era mi fan. Nunca nadie me había dicho algo así.”
Los recuerdos se aceleran –todo se acelera durante ese fin de siglo– y Sastre recuerda que en un viaje a Estados Unidos para exponer junto a amigos como Aguirre, Paula Delgado y Julia Castaño, decidieron formar el Movimiento Sexy. “Lo más importante que hicimos fue decidir juntarnos”, explica. Y, claro, también el cumpleaños de Natalia Oreiro, que celebraron en Buenos Aires, en el Centro Cultural Recoleta. Ahí fue donde conocieron a Natalia, y Sastre le dio el manuscrito de Miss Tacuarembó, que por entonces era una novela inédita de Umpi. “A veces pienso qué hubiese sucedido si no me hubiese atrevido a darle en ese momento la novela a Natalia, y decirle que ésa era la película que ella iba a protagonizar y yo a dirigir”, calcula Martín. Pero, asegura, ese gesto lanzado y atrevido forma parte de lo que es él y de lo que terminó siendo la película. “Es un poco el mismo gesto”, asegura. “Lo que más me gustó de la novela siempre fue esa escena final, y esa frase: ‘Algún día el mundo será nuestro’. Hay una palabra en inglés que nunca puedo traducir al español que es drive. Sería el impulso, o mi zanahoria delante. Ese es mi drive. Esa frase. Lo que me llevó a darle el guión a Natalia, lo que me llevó a hacer la película y lo que está en la película es eso. Saber que algún día el mundo será nuestro”.
A esta altura la anécdota ya es conocida, o no tardará en serlo. Cuando Sastre le dio el manuscrito de Miss Tacuarembó a Natalia hubo risas, después se cortó la torta y se rompió la piñata. Y cada uno regresó a su casa –y a su carrera– y no se volvió a hablar más del asunto. Por entonces Natalia era una estrella, pero Umpi y Sastre aún eran casi unos desconocidos. Un lustro más tarde, cuando Sastre volvía de la Bienal de Venecia, donde presentó la delirante Diana. The Rose Conspiracy –en donde se descubre que la princesa Diana no ha muerto en el accidente, sino que vive en los suburbios más pobres de Montevideo– y pensaba que había llegado al límite con sus videos y tenía que pensar en un nuevo desafío, recibió un llamado telefónico... de Natalia Oreiro. Había descubierto la novela en una librería, esta vez si la había leído, y quería protagonizar esa película. “Esa historia es como una película en sí misma”, se sorprende Martín Sastre hoy, cuando Miss Tacuarembó finalmente ya está producida, filmada y –al menos del otro lado del Río de la Plata– estrenada. “No tengo muy en claro qué pienso al respecto, porque todo sucedió muy rápido. Empezamos la producción en diciembre y terminamos la edición de sonido cuatro días antes de estrenarla. Pero la verdad que prefiero que los procesos sean así, a lo loco. Por suerte no tuve que esperar dos años para estrenarla, después de todo el tiempo que tuvimos que esperar hasta poder filmarla.”
Con música de Ale Sergi de Miranda! y un casting fascinante que incluye desde la tan almodovariana Rossy de Palma hasta cameos de Graciela Borges o Laetitia D’Aremberg, Miss Tacuarembó no resulta tan contundente como cualquiera de los videos de Sastre. Su talento posmoderno aparece diluido en la necesidad de contar, pero sin embargo toda su capacidad para las citas, brillos, y ese humor que subyace en cada uno de sus guiños siempre dicen presente en una película inclasificable como una buena telenovela. Ya no hay ninguna coartada, como los pucheros que Sastre hacía en el regazo de Alaska durante el prólogo del clip del tema “La mano en el fuego”, en el que el director se lamentaba por los bajos presupuestos de sus videos. Ese pequeño superpobre, que decía luchar contra las maléficas superproducciones que van y vienen en su mente, es ahora un director con hora y media de película para llenar. El resultado es desparejo, pero siempre Sastre. Tanto en lo mejor de la película, los clips y los pasos de comedia, como en el melodrama, por momentos fuera de registro pero que igual regala una escena increíble en la que coinciden Jeanette Rodríguez –caracterizada como Cristal– y Natalia Oreiro. “Fue increíble esa escena”, asegura Sastre. “Cuando repasábamos el guión con Natalia, en el que su personaje le dice a Cristal que la miraba todos los días en la televisión, Natalia me miró y me dijo: ¡es verdad!”
Resulta memorable también el parque de diversiones cristiano en el que trabaja la protagonista de la película, que Sastre debió inventar ante la imposibilidad de filmar en Tierra Santa. “Yo pensaba todo el tiempo que teníamos que hacer como Madonna, que se sentó a tomar el té con el que fuese necesario para conseguir el balcón de la Casa Rosada, y se lo dieron. Me obsesioné con eso. Hasta que Natalia me dijo que hiciese mi propio parque. Así fue como encontré ese parque en Luján, y cuando vi que al fondo se veía la basílica como un castillo de Disney, supe que el problema estaba resuelto”, explica Sastre, que ya está pensando en su próxima película, y anticipa enigmático que Hollywood está llamando a su puerta. Pero que supo aprovechar Miss Tacuarembó para inmortalizar su propio retrato de Cristo, encarnado por un Mike Amigorena en cueros y paños menores, listo para el musical.
Sabés que, a pesar de que convenciste a tus padres de que te bautizasen, vas a ir al infierno, ¿no?
–¿Lo decís por mi Cristo? Es la persona más representada en la historia del arte y yo soy artista, así que quería hacer mi representación. Fue algo que trabajé muchísimo, y me encanta como quedó: es como el hermano mayor que todos quisiéramos ser. El otro día me preguntaba: ¿A Cristo le gustará el retrato que hice de él? Y me dije: Sí, claro. ¿Cómo no le va a gustar? Seguro que le va a gustar más como yo lo retraté que verse sufriendo, llorando y pasándola mal todo el tiempo. Este es un Cristo perfecto, es un ídolo. Es un modelo a seguir.
Para ver los trabajos de Martín Sastre: www.martinsastre.com
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