Domingo, 10 de octubre de 2010 | Hoy
ENTREVISTAS > DJAVAN PRESENTA SU DISCO DE COVERS
Versionado en medio mundo, con canciones propias ya inscriptas en el adn de la música brasileña y siendo uno de los compositores más fértiles de su país, Djavan siguió los pasos de Caetano y Milton Nascimento y grabó su propio disco de covers. En Aria, homenajea las canciones ajenas que marcaron su infancia, su adolescencia y aquellas noches tocando en las boites de Río. Con el disco a punto de salir en Argentina y una fecha para presentarlo en Buenos Aires, Djavan conversó con Radar de esas canciones anteriores a la bossa nova, el título rarísimo del disco y del momento extraordinario que vive su país.
Por Mariano del Mazo
Ni siquiera uno de las más prolíficos compositores brasileños pudo sucumbir a la tentación del disco de covers. Entre la evocación radiofónica-sentimental del Fina estampa de Caetano Veloso y el homenaje celebratorio del Crooner de Milton Nascimento, Djavan acaba de lanzar en Brasil Aria, un álbum en el que recorre canciones que marcaron, dice, “mi infancia y adolescencia”, que sale en estos días en la Argentina y que presenta el 24 de noviembre en el Gran Rex.
El álbum parte de algunas consignas engañosas, que pueden conducir a equívocos o que al menos merecen un asterisco. Para empezar, el título: no hay referencia alguna a la ópera. “Es una analogía. El aria es el momento sublime de la ópera, el momento del solista. Este disco es sumamente especial para mí: yo soy básicamente un compositor y éste es el primer álbum que hago íntegramente como intérprete. Por eso le puse así, porque es el gran momento del tenor o la soprano. Y éste es un gran momento para mí.” Por otro lado el arte de tapa, que remite a esos engendros del pop latino que quieren representar sofisticación y que finalmente impactan en el sentido contrario. Ahí se lo ve a Djavan a contraluz, con un traje beige que contrasta con el folklorismo de sus dreadlocks y un contrabajo. “El arte viene de lo que sugiere la ópera y la música clásica y define un escenario del Río de Janeiro antiguo, el de la década del ‘20 o ‘30, el de un Brasil imperial, colonial, totalmente francés. Quise mostrar una escena clásica: la ropa, los colores, el instrumento”, justifica por teléfono.
Esto en las formas, en lo retórico. En el fondo, en lo que realmente importa, en la simple escucha, Aria sobresale porque es finalmente un disco extraordinario. Cubre un abanico estilístico que comienza con un samba viejísimo de Cartola (“Disfarca e chora”) y termina con “Palco”, un reggae categórico de Gilberto Gil. En el medio Djavan se desliza principalmente por un repertorio de samba canción, con una instrumentación económica y acústica (que apenas interrumpe en algún tema una guitarra eléctrica), que nunca saca los pies del plato de la formidable tradición de la música brasileña y que, por el contrario, la nutre con versiones que documentan la glamorosa candidez de la etapa pre bossa. En ese sentido se lucen el abolerado “Sabes mentir” (Othon Russo), extraído del repertorio de Angela María, “una canción que le gustaba cantar a mi madre”, y la exquisita “Apoteose ao samba” (Silas y Mano Décio), un clásico de la Escola Imperio Serrano, esos típicos sambas autorreferenciales de Carnaval.
De Chico Buarque y Edu Lobo hizo “Valsa brasileira” y de la frondosa cantera de Caetano Veloso, el hombre que inventó la palabra caetanear en “Sina” (y que el bahiano devolvió con un djavanear en su propia versión de ese tema) extrajo la mántrica “Oracao ao tempo”. “Me pasó algo parecido a lo que me ocurrió con Palco, de Gilberto Gil. Tanto Gil como Caetano y Chico son los ídolos de mi adolescencia. Fueron las elecciones más complejas. Las canciones de ellos para mí están perfectas como las grabaron originalmente, son intocables. Bueno, eso fue lo que me impulsó: la dificultad. La posibilidad de error me da más ganas, me gustan las cosas que dan trabajo, que me hacen pensar. ‘Oracao ao tempo’ me dio mucho trabajo. Lo mismo ‘Palco’, que es la canción más emblemática de Gilberto. Todos a mi alrededor me decían que no la grabara, me aconsejaban, cacareaban: es una canción muy peligrosa, demasiado conocida, hay tantos temas de Gil, buscá otro. Y cuánto más me decían más me convencían de lo contrario, porque este peligro que representaba es lo que yo buscaba. Terminé haciendo una versión muy distinta. Gil cuándo la escuchó lloró emocionado”.
El temperamento musical de Djavan –influido por esos ídolos de la adolescencia, y también por Stevie Wonder– es una fragua de samba, pop, funk y jazz y, sin ir más lejos, en cada uno de sus más grandes hits se pueden advertir las marcas de ese temperamento, de “Flor de Lis” a “Samurai”, pasando por “Océano”. También en este disco: el jazz, por caso, vibra en el scat tropical del instrumental “Treze de Dezembro” (Zé Dantas y Luis Gonzaga), y en su apropiación de “Fly Me to The Moon” (Bart Howard), uno de los standards más revisitados, de Frank Sinatra y Ella Fitzgerald para acá. “Fly Me to The Moon” es la única presencia no brasileña de Aria junto con la española “La noche”, un clásico de la cantante Montsé Cortez. Allí Djavan cultiva otros de sus vicios: el flamenco. Completan el álbum “Luz e Mistério” (Beto Guedes-Caetano Veloso), “Nada a nos separar” (W.
Shanklin, un hit de la Jovem Guarda por el Trio Esperanca) y “Brigas, nunca mais” (de Jobim y Vinicius).
“Brigas, nunca mais” es tal vez el guiño más nítido del músico hacia su propio pasado. Djavan Caetano Viana nació el 27 de enero de 1949 en Maceió, estado de Alagoas, y recién se mudó a Río de Janeiro cuando comprobó que tenía más futuro con la guitarra que con la pelota (llegó a jugar en las inferiores de un club de su ciudad). En Río se empleó como cantante en algunas boites famosas como Number One y 706. Como suele ocurrir, entre el ruido de las copas y el rumor de la transa, ante la indiferencia general, cantaba una y otra vez las mismas conocidas canciones, entre ellas “Brigas, nunca mais”. “Mi paso por las boites y el recuerdo de esa época fue otro elemento importante en la concepción del disco. Toqué en esas casas nocturnas entre 1974 y 1978. ‘Brigas, nunca mais’ me la pedían todas las noches, y yo estaba harto de cantarla... ¡Yo quería interpretar mis canciones! Por eso digo que todo el proceso del disco fue muy complicado.”
¿Por qué?
–Yo siempre hice discos autorales. Entonces para desarrollar un repertorio que fuese bueno y sobre todo para poder trabajar en los arreglos, tocar y cantar, me tuve que sobreexigir. Fue difícil. El repertorio tiene varios criterios: reminiscencias de la infancia, de la adolescencia, de la época de las boites y canciones que simplemente me gustan, que yo quería hacerlas para tener un resultado distinto. No es el disco de las mejores canciones, ni de los mejores compositores; es apenas el disco que yo quería hacer ahora.
¿Qué te ocurre con la composición?
¿Te está costando escribir?
–No, al contrario. Desde que terminé el disco ya escribí muchísimas canciones. Hacía dos años que no componía, y sentí algo así como un síndrome de abstinencia. Me di cuenta de que para mí componer es una necesidad física. Lo doy vuelta: me resulta difícil no componer. No quiero aparecer como poco modesto, pero se habla mucho de que en un determinado momento a todo artista se le acaba la inspiración... ¡y a mí nunca me pasó! Afortunadamente me surgen ideas. Por eso demoré tanto este disco, que era un deseo viejo: siempre me proponía grabar sólo covers, pero empezaba a componer y terminaba publicando un disco de canciones mías.
¿Y por qué hacer semejante esfuerzo, por qué anular la faz compositiva?
–Creo que es un proyecto creativo diferente a lo que venía haciendo. Quería volver un poco a la época en la que yo tocaba en boites, cuando empecé mi carrera. Fueron tiempos difíciles y a su vez fundamentales. Aprendí a usar mi voz, conocí gente interesante... Es cierto que sufría por no poder tocar mis canciones... pero en general fue una muy buena época.
“Quién escribirá la historia de lo que pudo haber sido”, cantó Andrés Calamaro bastante tiempo después que lo escribiera Fernando Pessoa. Siempre en un español-español perfecto, tal vez consecuencia de su devoción por el cante de Camarón de la Isla, Djavan se ríe y dice que en Brasil es igual, “todos quieren saber la historia del disco que no fue, qué temas y qué autores estuvieron a punto de estar y fueron desechados”. Amaga hacer una declaración explosiva, pero muestra una cintura política a lo Pelé: “No quiero dar nombres. Hay cinco canciones que ya están grabadas y que no figuran en el álbum”.
¿Por qué?
–Las canciones no tienen la culpa. No me gustó cómo quedaron, eso es todo. No siempre uno queda feliz con lo que hace.
¿No barajaste a lo Caetano algún tango, o algún autor argentino?
–La verdad que no. Me gustaría tener más contacto con músicos argentinos. Conozco parte de la obra de Charly García, Fito Páez y Spinetta, pero no conozco a las generaciones más jóvenes, no sé, no tengo acceso a lo que se está haciendo en este momento. Hice un trabajo con Fito, él grabó una canción mía y yo canté en un concierto suyo aquí en Brasil, pero es muy poco. Me gustaría mucho hacer un trabajo más profundo con alguien de la Argentina.
Es un lugar común decir que los artistas brasileños miran más hacia afuera del continente que hacia adentro. También es cierto que el argentino tiene curiosidad por todo lo que viene de Brasil, algo que no pasa en sentido contrario. ¿Por qué pensás que ocurre?
–Por el idioma. Lamentablemente, por el idioma, Brasil es una isla en el continente. Y es una pena. Yo amo el portugués, es muy musical, pero nos faltaría hablar español para que podamos interactuar con los músicos de habla hispana: españoles, chilenos, argentinos. El español es un idioma precioso, sensual, pero no entra en el mercado brasileño. Brasil es un país enorme en el que conviven europeos, árabes, americanos, indios... Entre todos hacemos una cultura muy vasta: cada región de Brasil hace una cosa diferente y tenemos un mercado muy fuerte. Esas son, creo, algunas de las causas por las cuales no hay integración con el resto de América del Sur. Ojalá no sea eterna esta situación, ojalá algún día cambie.
La entrevista con Djavan se hace en la víspera de las elecciones presidenciales. Muchos medios dan por seguro que Dilma Rousseff no necesitará la segunda vuelta. El músico se reconoce como un hombre político, y da su visión del Brasil todopoderoso del petróleo, y de la fiesta que ya se empieza a vivir por el duplete deportivo de Mundial de Fútbol y Juegos Olímpicos que de por sí, más allá del fervor popular, es una catapulta de obra pública y turismo.
¿Sos optimista con la marcha política de tu país?
–Es evidente que estamos pasando un momento muy importante económica y políticamente: Brasil ha sido el país del futuro y el futuro ya llegó. Tenemos una gran riqueza natural, el PBI crece continuamente, está disminuyendo la pobreza: el gobierno de Lula fue el que mejor trabajó en función de disminuir las diferencias sociales, cuando él comenzó teníamos 45 millones de pobres y ahora tenemos 20. Es un avance y por eso la economía creció. Además Lula consiguió en sus dos mandatos un posicionamiento internacional más que interesante. Hoy Brasil es visto desde la comunidad internacional financiera y política desde otra óptica, es un país que es escuchado.
Bueno, sos más que optimista...
–No, no tanto. Porque la política brasileña avanzó muy poco o más bien fue para un lado indeseable. Hay mucha corrupción, lamentablemente en los dos períodos de Lula no se mejoró nada en lo moral y ético de la política local. En ese punto yo creo que declinó. Pero como nación estamos en un buen lugar, yo creo que en diez años estaremos como India o China, como uno de los países más importante del mundo. Brasil será lo que todos los brasileños queremos que sea.
Se escuchan voces en la línea. Lo requieren. “No quiero ser descortés, pero estoy hablando contigo y hay diez personas intentando comunicarse conmigo. Mi vida es un caos. Nos vamos a tener que ir despidiendo”, dice, y no, no es descortés el hombre que fue interpretado por Ney Matogrosso, Gal Costa, Lenine, Al Jarreau, Manhattan Transfer y Toot Thielemans, entre otros, y que ahora colgó la pilcha de compositor por un rato para dejar un testimonio de parte de la historia de la música brasileña a través del tamiz caprichoso –y por eso mismo inobjetable– de sus recuerdos. Por suerte lo de Aria es, como dice él, “una analogía”: sólo imaginar a Djavan cantando ópera resulta intolerable, como suele resultar intolerable cualquier cruce entre la lírica y la música popular. A los 61 años, después de tanto poptical, volvió a su Maceió, a las tardes de radio, a su madre, a los años que lideraba la banda irreverentemente titulada LSD (por Luz, Sonido, Dimensión), a las noches de cabaret carioca, para editar tal vez el disco más puramente brasileño de su carrera.
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