Domingo, 10 de octubre de 2010 | Hoy
MúSICA 2 > CHINOY, DE CHILE CON AMOR
Aunque su sorpresivo éxito terminó de consolidar la escena del neofolk chileno, es el último en cruzar la Cordillera hasta Buenos Aires. Pero la demora bien valió la pena: en el ciclo Chile Emergente en BA, Chinoy presenta por primera vez esas canciones que le valieron la gratitud de miles cuando todavía no había editado un solo disco.
Por Martín Pérez
Primero, llega la sorpresa. Segundo, la atención. Y tercero, el arrobamiento. Esos son los tres pasos de lo que en Chile alguien bautizó como el Efecto Chinoy. Cantautor oriundo de una localidad llamada San Antonio, pero afincado en Valparaíso, Chinoy –que en realidad se llama Mauricio Castillo, pero heredó el apodo de un abuelo carpintero– es el último fenómeno de la canción chilena. Con apenas un puñado de temas y una guitarra acústica, pasó de cantar en bares de puerto a grandes teatros de Santiago casi sin promoción ni haber editado ningún disco, apenas por el boca en boca. O click a click, que es la versión online. “Pero yo no tuve nada que ver con eso”, asegura Chinoy al teléfono desde Valparaíso, antes de debutar en Buenos Aires. “Juro que no subí ninguna canción a la Internet, no sabría cómo hacerlo”, dice este trovador moderno, con pasado punk y actualidad de trotamundos, dos actitudes ante el mundo que heredó de su adolescencia rebelde y perdida en San Antonio, su ciudad, a la que define como un lugar tosco, y de gente también tosca. “Pero por humilde, arrebatada y emocional”, explica. “Es muy silenciosa de noche, y de día parece lo mismo. Pero si en las grandes ciudades la vida de la gente se mezcla en el centro, allá la gente se reúne en los cerros”, explica Chinoy, que más que de toda su ciudad parece estar más bien hablando sólo de su gente, de su tribu de punkies, heavies y rastas, estilos que supieron convivir en aquellas lejanas primeras lecciones adolescentes de rock en un lugar donde cada retazo de información se bebía como agua en medio del desierto. El rock, o más bien el punk, le llegó a los doce años, de manos de un primo que le dejó un cassette que le cambió la vida. “Escuchábamos punk, pero no sabíamos cómo era uno. Así que cuando llegó uno a San Antonio, fuimos a preguntarle cómo era la cosa”, se ríe Chinoy y añora aquellos rockers viajeros de treinta años que le explicaron el mundo, le contaron sus historias y –tal vez sin saberlo– lo invitaron a imitarlas. “Los recuerdo como si fuesen parte de mi familia”, asegura este frustrado estudiante de arte, fanático de Rimbaud, y cantautor punk de voz poco tradicional, algo así como el Gabo Ferro chileno. Pero con algunos otros aditivos: Silvio Rodríguez, Bob Dylan y Violeta Parra enrollados en un solo cigarro. Siempre encendido, por supuesto.
Mucho antes de decidirse a llevar sus canciones por los bares de Valparaíso, Chinoy cuenta que solía visitar a unos parientes que su familia tiene en Bahía Blanca. Y una de las cosas que le gustaban hacer al futuro cantautor en la ciudad del sur argentino era irse con su guitarra a una plaza, elegir a una persona, y sentarse a cantar a una distancia prudencial, hasta que esa persona levantase la cabeza. “Tal vez sólo miraban a ver quién era el que hacía todo ese ruido, pero quizá también puede que haya logrado decirle algo.”
¿Te pasó algo parecido alguna vez con otro cantante?
–Claro que sí. Porque eso es lo que hacen las canciones. Es como que uno aprieta un botón y el que escucha se ve metido en tu rollo personal, en tu emoción. Una buena canción, hecha honestamente, debe tener una pequeña ayuda de la providencia y del más allá, y de pronto estás diciendo la verdad.
En San Antonio, Chinoy empezó a llenar sus canciones de verdades cuando “después de un show con una banda de covers en el que toqué muy mal la guitarra, el Flaco David me dijo que no perdiera el tiempo, y que hiciese mis propios temas. Tenía 15 o 16 años, y me fui derechito a mi pieza a componer. El Flaco fue uno de los pioneros, el más inteligente y talentoso, tocaba en Disciplina Rebelde, un grupo del que no queda ni una grabación. Y el Flaco quién sabe dónde andará, borrando sus huellas y cada vez más borrado”.
Recién al terminar la secundaria, Chinoy logró por primera vez escapar de San Antonio, con destino universitario en Valparaíso. Duró poco más de un año, y cuando volvió –pensando que había defraudado a su familia– asegura haberse perdido un poco. Su vida se hizo más intensa, y esa intensidad hizo que su madre se preocupase por él, y creyese que necesitaba ayuda profesional. Contó alguna vez que, cuando fue a una consulta psiquiátrica en Santiago, se encontró con chicos que no podían salir de sus cuartos, encerrados en sí mismos, a quienes el mundo se les había achicado. “Pero a mí el mundo se me había agrandado”, asegura. Aclara también que aquellas eran las épocas en que andaba desaparecido. Vivía en la casa de sus padres, sí, pero nunca nadie sabía dónde estaba. Se escapaba a los cerros, por ejemplo. “Todos estos arranques energéticos, que parecían locura o rabia, tenían una razón de ser”, recuerda hoy, cuando esos arranques llevan el nombre de canciones. “No se me va a olvidar nunca esa etapa”, asegura.
Pero si no estaba loco, debía ponerse a trabajar. Eso le exigieron en su casa. Y así Chinoy volvió a irse a Valparaíso, esta vez para ganarse el pan con las canciones que empezaron a aparecérsele entre las nieblas de eso que pensó que era locura. “Era eso o trabajar en la pala”, explica el compositor, que tuvo un segundo capítulo argentino cuando se cruzó allá en Chile con la banda marplatense Loquero, y lo invitaron a cruzar la cordillera. “Pero me equivoqué, y en vez de ir a Mar del Plata me fui a La Plata, donde de alguna manera me reinventé”, asegura. “Terminé en casa de otra gente, y me quedé pintando y haciendo canciones. Y allá fue donde me dije: las quiero tocar. Ya era hora de pasárselas a otros. También estaban los amigos, que decían: ‘Oye, están buenas las canciones’. Así que empecé a pensar que lo que hacía en una fiesta para cinco o diez personas, también lo podía hacer en un bar ante cincuenta, y cobrar.
¿Cuándo te diste cuenta de que eso podía funcionar?
–Cuando empezó a venir toda clase de gente a mis shows. Ahí fue cuando me dije: algo pasa. Como si el ambiente te dijese: ahora sí, tienes el camino libre para hacer lo que quieras. Canta, y todos van a escucharte. Y así sucedió.
Ante un público como el de Buenos Aires, que lo conocerá esta noche, Chinoy dice que no puede presentarse. “Si se me ocurre alguna palabrita en el show, la diré. Y si no me quedaré callado.” Es verdad: la mejor presentación para la música iluminada e intensa de Chinoy son sus canciones. En Internet, ya había varios discos virtuales con registros de todo tipo antes de que Chinoy se decidiera a grabar su debut, Que salgan los dragones (2009). Pero lejos de promocionarlo, lo primero que hizo al terminarlo fue huir durante un tiempo que se pensó definitivo. “El error fue haber grabado canciones que eran muy nuevas. Las sacamos prácticamente del cuaderno”, dice hoy Chinoy de un disco en el que brilla con luz propia la versión de “Klara”, un mágico tema de amor, en el que acompaña a su voz y a su guitarra un hermoso arreglo de cuerdas. “Ahora quiero volver a San Antonio y grabar un disco ahí, en casas de amigos”, adelanta quien tal vez sea el último del neofolk chileno en cruzar la cordillera. Fue, paradójicamente, su sorpresivo suceso el que ha terminado de consolidar la escena, llena de compañeros de ruta entre los que Chinoy destaca a Manuel García o Camila Moreno, y anuncia la llegada de su hermano menor Kaskivano, o Demián Rodríguez, “un cabro nuevo de San Antonio”. Los nombres son muchos, y todos demasiado nuevos, pero su música es la más vieja de todas, la que apenas si necesita una guitarra y una voz para tomar forma. “San Juan decía, los hombres primero, luego los reinos. Primero te escuchaste, luego vinieron las canciones”, dice Chinoy antes de partir para Buenos Aires. “El experimento es reencontrarse con lo que uno cree que es. Para poder hacerse uno mismo, tiene uno que hallar ese otro que tiene dentro y dejarse guiar.”
Chinoy se presenta por primera vez en Buenos Aires esta noche junto a Pablo Dacal en La Carpintería, Jean Jaurés 858, a las 22. Entrada:$ 35.
Lo hará como parte del ciclo Chile Emergente en Buenos Aires, cuya segunda fecha musical se realiza el jueves con la presentación del chileno Fernando Milagros junto a Gastón Caba, en el mismo lugar, pero a las 23.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.