Domingo, 10 de octubre de 2010 | Hoy
ARTE > SILVIA GURFEIN EN ZAVALETA LAB
¿Cómo puede una muestra de obra inédita despertar la sensación de ser una retrospectiva? Como lo hace Silvia Gurfein: desenterrando el campo de sus gustos, intereses e influencias, exhibiendo esos fragmentos y dejando que modifiquen el paisaje, a medida que ella se entrega a la tarea de excavar a la orilla de los ríos de su mente. De esos objetos y pinturas pequeñas y precisas se conforma El libro de las excepciones, su última muestra.
Por Veronica Gomez
Erase una vez una mujer que cayó en cama con altísima fiebre. Sumergida en ese estado térmico excepcional, sólo atinó a pedir que le trajeran un kit para pintar. Y como una revelación comenzó a plasmar imágenes que revoloteaban en su cabeza desde épocas remotas, quizá desde antes de su venida a la Tierra. Silvia Gurfein tenía 37 años el día en que sintió el llamado de la pintura y desde entonces, devotamente, se entregó a la titánica misión de pulir un diamante milenario, concentrándose en todas y cada una de las facetas de esa piedra preciosa.
El libro de las excepciones, que despliega hoy en las paredes de la galería Zavaleta Lab, es un tratado sobre los lazos filiales de la pintura y sobre el peso de ser artista. Las piezas que reconstruyen este árbol genealógico son disímiles: composiciones geométricas de colores planos que aluden lejanamente a paisajes, dibujos de líneas precisas donde se posan delicados pájaros, cárceles que se transforman en cabezas doradas que exhalan flores y espejos, re-uniones de objetos dispuestos icónicamente sobre tarimas, bibliotecas flotantes construidas con lomos de libros inventados, huesos (mínimos cortes transversales de lienzo que soportan la estratigrafía del óleo), barros (cúmulos de óleo sobrante barridos desde la paleta) y pequeños paisajes esbozados a lápiz.
En la antesala de la muestra, un índice enuncia los 21 capítulos de El libro de las excepciones y anuncia las aventuras que protagonizará la artista. En el que nuestra heroína se hace salvaje, En el que nuestra heroína reconstruye el parentesco, En el que nuestra heroína es la bibliotecaria de Bloomsbury, son algunos de los episodios de la serie. Durante el recorrido de la muestra, como si se tratara de un libro de Elige tu propia aventura, las líneas narrativas se entrecortan, se bifurcan, se espejan y se ocultan para reaparecer un tramo más adelante. El índice se desintegra en la variedad de vías asociativas posibles.
Gurfein suele definirse a sí misma como una máquina. Su ambición de obtener el adn de la pintura, su forma aparentemente mecánica de desmenuzar el color hasta llegar al píxel, sus ecualizaciones cromáticas tienen reminiscencias maquinales. Su gesto es extremo. Si no supiéramos del amor incondicional de Silvia por el oficio, sería fácil imaginarla llevando un cuadro renacentista a una de esas cadenas de pinturerías de obra, con sus atractivas tiras de escalas cromáticas en anaqueles, para que la metan en la máquina mágica mezcladora de colores. Sin embargo, en el capítulo revisado de su obra que constituye esta muestra, habría que ampliar el postulado: Silvia Gurfein es una máquina, una máquina del tiempo.
“El claro del bosque es un centro en el que no siempre es posible entrar; desde la linde se le mira y el aparecer de algunas huellas de animales no ayuda a dar ese paso. Es otro reino que un alma habita y guarda. Algún pájaro avisa y llama a ir hasta donde vaya marcando su voz. No hay que buscar. Es la lección inmediata de los claros del bosque: no hay que ir a buscarlos, ni tampoco buscar nada de ellos. Nada determinado, prefigurado, consabido.” Así comienza Claros del bosque, el libro donde María Zambrano reúne apuntes rescatados de cuadernos que resistieron el correr del tiempo. Zambrano concibe cada uno de sus libros como una ofrenda. También El libro de las excepciones de Silvia Gurfein goza de ese gesto generoso. Su generosidad no tiene que ver con la proliferación desordenada y compulsiva. Como toda ofrenda, se trata de un ceder, de una entrega de los tesoros de su mente cuidadosamente seleccionados. Diamantes meditados y pulidos. Si para Goya el sueño de la razón produce monstruos, para Gurfein el sueño de la razón produce haikus, imágenes breves y condensadas, nítidas como el cristal. El cálculo, la meticulosidad con que presenta sus líneas de investigación, no le quita emoción a la muestra. Se huele algo de retrospectiva, pero no en el sentido temporal lineal, pues estas obras se presentan por primera vez.
El proceder de Gurfein no difiere demasiado del de un paleontólogo o un restaurador, trayendo a la luz fragmentos agazapados y ocultos entre los pliegues del tiempo, con la conciencia de que la remoción de aquellas capas subterráneas trae aparejada una nueva configuración de la superficie. Su trabajo es, como sugiere el título de uno de sus capítulos, anacrónico. Y esa dimensión hace posible el trazado de un árbol genealógico donde tienen cita Rousseau el Aduanero, Roberto Aizenberg, Loiseau (apellido materno de Silvia, curiosamente el pájaro en francés), Maurice de Vlaminck, Félix Vallotton, Domenico Beccafumi, David Hockney, Vanesa Bell y el grupo de Bloomsbury, entre otros.
Asistimos a la ampliación de un sistema, ampliación que no obedece a la acumulación de novedades, sino a la simple decisión de cambiar el trazado de los límites ensanchando el campo de lo exhibible. Gran parte de aquello que antes era marginal en el código Gurfein, aunque no por eso menos influyente, ahora es incluido y aceptado. Lo que era excepcional se vuelve regla. Y el sistema que Silvia inventa, acotado y ridículamente riguroso, es una cárcel limando sus barrotes y recogiendo las propias limaduras. Sólo una cárcel hace posible la fuga. Silvia lo sabe bien y juega hábilmente tensando la cuerda. Al igual que Johnny Depp en La leyenda del jinete sin cabeza, hace girar la placa circular en cuyas caras reposan de un lado el pájaro y del otro la jaula, y se deja convencer por la ilusión óptica que la velocidad produce: el pájaro enjaulado. Luego, suspende el movimiento para comprobar que el pájaro no está dentro de la jaula, aunque pájaro y jaula sean las dos caras inseparables de la misma moneda.
La obra que integra el Epílogo de El libro de las excepciones es un esquemático hombrecito de madera, esos que se utilizan para estudios de la figura humana. El hombrecito se apoya sobre un caracol de mar y sostiene sobre su espalda una esfera de óleo, material predilecto de Silvia. El título de esta pieza, Yo como Atlas, es el único que utiliza la primera persona. Cercano a la caricatura, funciona como un autorretrato. La pintura –como material, como historia y como historia del material– tiene un peso desbordante. Un peso que se descarga y se vuelve a cargar, que al fluir se aliviana y al estancarse se condensa. El óleo es el medio y Silvia es el médium. Y con la sabiduría del vaivén de las mareas sale a recolectar las reliquias que el mar ofrece al retirarse.
Cuando Alighiero Boetti, a principios de los ’70, emprende la desmesurada y poética investigación geográfica que desembocaría en la elaboración de una lista con los mil ríos más largos del mundo, lejos estaba del concepto estático de legitimación enciclopédica. Si bien parece práctico utilizar el parámetro de longitud para realizar cualquier clasificación, en cuestión de ríos se vuelve disparatado y ambiguo. Los meandros, los pasajes a través de lagos, las ramificaciones alrededor de las islas, la intervención humana, el límite impreciso entre el agua dulce y salada, la merma del caudal hasta lo fantasmal, convertían a los ríos en el paradigma de lo inasible. Este bibliorato fluvial registraba correcciones constantes, desaciertos, intuiciones y dudas en el borde evasivo y mutable del agua en movimiento.
Silvia Gurfein, entre dormida y despierta, en la ribera del río, o con los pies casi rozando el perímetro del claro del bosque, sabe que su viaje exploratorio es infinito y arduo. Sin dudar, se calza su vestido de heroína y emprende la fuga.
El libro de las excepciones
Silvia Gurfein
Zavaleta Lab
Venezuela 571
Hasta el 30 de octubre
Lunes a viernes de 11 a 20.
Sábados de 11 a 14.
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