Dom 26.12.2010
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TARAS > LAS COLECCIONES QUE ENLOQUECIERON A LOS CHICOS ESTE AñO

Ya sé lo que quiero, y lo quiero ya

Les toman la cabeza a los chicos tanto o más que los piojos, y como ellos, se reproducen en una guerra feroz contra los padres, que luchan hasta que pasa la oleada. No se los puede llamar juguetes. Son cosas absurdas, difíciles de explicar, ni lindas ni baratas. Pero son muchos y la consigna es tenerlos todos lo más rápido posible. Ante cada aparición, el kiosco oficia de centro de abastecimiento para esa horda de chicos que sucumben a un encantamiento cuasi zombi. Algunas están en pleno furor, la mayoría ya cayó en el olvido. Pero Radar no quería cerrar el año sin recordar estas cosas que vendieron cientos de miles hace pocos meses.

› Por Soledad Barruti

Abrete sésamo: los Bakugans por todos lados

Hay algo que marca la diferencia entre estos coleccionables y los anteriores y es que el año pasado no eran baratijas de kiosco sino juguetes (absurdos, pero juguetes al fin), bien acomodados en la juguetería. Los Bakugans son unos dibujitos animé basados en un juego de cartas (explicado una y otra vez y aun así, difícil encontrar un chico que lo sepa jugar, y mucho menos que le interese jugarlo) que llegó a nuestro país a través de Cartoon Network. La batalla es entre héroes terrenos con extraterrestres. Pero lo que importa aquí son sus derivados. Unas bolitas de un diámetro apenas mayor al de una moneda de un peso imantados que al caer al suelo o chocar contra algo duro abren una parte de su superficie y muestran una cabecita y unas manos, o alas y cola; algo difícil de identificar pero que complementado con cartas tiene más sentido. Hay miles de cartas y los Bakugans son más de 120 pero no fueron megapopulares hasta que apareció su versión más barata y todos los pudieron tener, acumular, canjear. Sus precios en el mercado kiosquero al comienzo rondaban los 20 pesos, pero hoy cayeron en picada y por $ 5 se los puede conseguir. Claro que lo que no se encuentran ahora son chicos que los sigan queriendo.


Hasta los dedos: los finger skates

Nada quedó de aquellas miniaturas que se ofrecían a $ 70 en tiendas como Cristóbal Colón, reproducciones de las tablas de skate que, alentados por Disney XD, los chicos usaban para hacer piruetas con los dedos. Los fingerskates ahora valen unas chirolas más que un paquete de figuritas, vienen en packs de varios y ni siquiera se intercambian sino que se descartan como los souvenirs de cumpleaños que vienen mezclados entre los caramelos. Algunos huelen que el reemplazo viene por el lado de las finger bikes y, para los más caraduras, los finger rollers. Ojalá pasen de largo.


Una bandita organizada: las crazy bands

Una prueba irrefutable de que se puede armar un negocio con cualquier cosa: las banditas elásticas con formas varias que fanatizan a los chicos por estos días. El nombre que las popularizó es Silly Bands y se trata de gomitas de siliconas que estiradas no dicen nada pero sueltas sobre una superficie lisa adquieren distintas formas. Deportivas (jugadores, pelotas, bates, botines, etc.), automovilísticas (de carrera, convertibles, camiones), animales (de la selva, o de la granja o mascotas), de princesas (con carteras, vestiditos, zapatos y chicas), sobre letras y números, y hasta de símbolos religiosos. ¿Su utilidad? Imprecisable. Las Silly Bands se llaman acá Crazy Bands y cuestan entre 6 y 7 pesos el paquete. Sin mayor publicidad que algunos spots, pero apoyándose sobre todo en el fabuloso poder del boca a boca infantil, la moda va desde salita de cinco hasta los primeros años de secundaria. Y el éxito es evidente (sobre todo ahora que terminó el colegio y las pueden lucir sin restricciones): como una tribu, chicos y chicas van con sus muñecas y brazos cubiertos de silicona. Si bien la empresa Panini no revela ni una sola cifra de sus ventas, si lo que sucedió en Estados Unidos se proyecta acá, el fenómeno era esperable. Casi cien mil amigos en Facebook, canciones dedicadas y más de cinco mil videos en YouTube. El sitio eBay cuenta con una subasta animada online de descuentos especiales. “Son un virus”, dijo una madre desesperada en una nota sobre el fenómeno que sacó en abril el New York Times. Los antebrazos de los chicos porteños cubiertos hasta el codo le dan la razón.


No sólo el yogur es griego: los Gogo’s contraatacan

Dicen los que saben que estos cositos amorfos de plástico de colores en verdad pertenecen al imaginario lúdico de las distintas sociedades occidentales desde la época de los griegos. En Atenas el juego se habría llamado Astrágalos y consistía en desafiar al azar arrojando un huesito del mismo nombre que está ubicado en el tarso y tiene seis caras articulares, lo que lo vuelve completamente irregular. Cómo se jugaba entonces, no se sabe exactamente. Cómo se juega con los de ahora, tampoco: en nuestro avatar contemporáneo, son una horda de personajes sin procedencia conocida pero a los que una debida estrategia de marketing les adjudicó personalidades y superpoderes. A diferencia de los huesitos griegos, a éstos el plástico moderno los vistió con caritas y los chicos les dieron el estatus de fiebre mundial. En 1995 aparecieron en México y Ecuador apoyados por una clásica promoción de Coca-Cola y entre 1996 y 1997 vendieron millones en España. Estados Unidos, ni lerdo ni perezoso, quiso comprar la licencia. Pero era tan esperable su éxito que la empresa creadora de Barcelona no se las vendió. Prefirieron asociarse y asegurarse un 50 por ciento de las ganancias que se veían venir. Otra compañía, hambrienta de morder el mercado, se decidió por la vieja técnica de regalar el primero y cobrar el segundo: Crazy Bones repartió bolsitas gratis en cuanto club de boy scouts pudo. Su argumento, lapidario: si los griegos lo usaban, el poder educativo de los Gogo’s es incuestionable. Hasta McDonald’s compró para poner en su cajita feliz (en réplicas XL rarísimas de interpretación libre que tenían como objetivo principal evitar que sus clientitos se los tragaran). ¿El resultado? Más de 30 millones vendidos en Estados Unidos, 26 millones en el Reino Unido, y otros más en España. Una historia feliz que había tenido su final hacia fines de 2000 aunque por acá nadie se había enterado. ¿Qué pasó ahora? Una nueva generación de Gogo’s Crazybone ha tomado el mundo, y a mitad de año encontró un distribuidor local en Argentina. La empresa Panini (que todo lo que toca lo vuelve moda) se despachó con 60 modelos coleccionables (cada uno con su debida expresión, personalidad, marca de fuerza y poder, color y nombre) que venían en un paquetito metalizado (cosa de que nadie pudiera espiar y evitar uno repetido) con su respectiva figurita (porque el muñequito no es lo único que se puede coleccionar). Para los chicos, la consigna es, por supuesto, tenerlos todos. A un precio que osciló entre 6 y 7 pesos cada paquete de tres, fue furor desde mitad de año, cuando el Mundial dejó el mercado libre.

La versión clase B se llama Jumpers y, como los Gogo’s, en los kioscos ya casi ni se encuentran.


El viejo negocio redondo: el Mundial

El evento deportivo del año trajo la mayor colección de coleccionables vista en mucho tiempo. Lo esperable era el álbum, pero tal fue el furor que, una vez completado, los pequeños –como adictos en abstinencia– se arrojaron sobre muñequitos y cartas sin soltarlas hasta bastante pasado el triunfo español.

Empezando por el principio, el álbum se regalaba como si fuera folleto: dentro de las revistas infantiles, en estaciones de servicio, y hasta McDonald’s lo daba en las cajas; ni siquiera los kiosqueros se tiraron el lance de cobrarlo. La venta empezó unos meses antes del Mundial y por eso muchos pegaron a Cambiasso y no al Chino Garcé. Si bien sobre todo los varones futboleros en primaria, tienen entre uno y dos álbumes por año (el Clausura y el Apertura), esta colección tuvo sus particularidades. En primer lugar, un aumento de precio que dejó a más de uno con la boca abierta: cada paquete se fue de $ 1,25 a $ 1,75. Hay que tener en cuenta que, a cinco figuritas por paquete, es largo el camino. Luego, que las coleccionaban todos: nenas y varones, auxiliares y hasta profesoras que, disimuladas, usaban los recreos para cambiar para sus propios hijos. La desesperación alcanzó marcas históricas, como conseguir el 4 de Ghana o el 7 de Corea. “Fue sin dudas la sensación del año”, dijeron desde la empresa.

Y como para no: llenados los álbumes, la sed de colección pasó a las cartas. Futbol Champ y Match Attac proponen juegos (que nadie recuerda haber jugado) y unos dudosos rankings de estrellas por jugador (cómo pasan, eluden, definen, quitan, atajan, cantidad de energía y fecha de nacimiento). La primera con sello nacional, la otra furor extranjero debidamente traducido, también vivieron sus días de gloria.

Y después estuvieron los muñequitos. En este caso la colección se orientó exclusivamente hacia la selección nacional. Rígidos, frágiles, sin más pretensión que la de irse sumando uno al otro hasta hacer equipo, con precios entre 15 y 20 pesos según el kiosco, venían en cajitas y parece que también se vendieron todos. Incluso los que no jugaban.

Los fabricantes y vendedores se relamen: este 2011 se juega la Copa América, y en Argentina.

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