Domingo, 13 de febrero de 2011 | Hoy
> FEINMANN ESTRENA EN PARíS
Por José Pablo Feinmann
Cuando se estrenó la obra en Buenos Aires (en 1998) mi visión del mundo y el mundo mismo eran menos terribles que en el siglo XXI. Supongo que el balance del profesor ha de ser durísimo. Hay dos cuestiones fundamentales: la aceptación de una larga guerra de colonización y despojo, y de la tortura. Que se torture abiertamente, que haya series (como 24 de Fox, la cadena del derechista Rupert Murdoch, dueño de las News Corporation y de poderosos diarios) destinadas a justificar la tortura es realmente un retroceso. La generación del Che luchó contra un mundo injusto con teorías (como la del foco guerrillero) destinadas al fracaso. Luchó contra un enemigo mucho más poderoso del que creían. Tuvieron una equivocada evaluación de la correlación de fuerzas.
En fin, hoy, que el mundo está arrasado por la codicia de un capitalismo sin nada que lo contenga, en que se arrasa la naturaleza, se masacra a los hombres en guerras de evidente contenido económico, guerras energéticas, en que las plantas nucleares proliferan en distintos países y la perspectiva de un nuevo Chernobyl no es lejana, en que el único enemigo del Imperio es un terrorismo que, al no saber cómo cambiar el mundo sólo se propone destruirlo, las esperanzas son escasas, aunque no inexistentes. No estoy de acuerdo con la violencia. Ya se probó en América latina y en mi país tuvo una respuesta de increíble crueldad: una dictadura feroz con 30.000 desaparecidos. Esta cifra es una estadística, jamás nos entregará el suplicio de cada una de las muertes. Pero debemos pensar que de esos 30.000 cada uno era uno, una sola vida, única e intransferible, que fue abatida. Pero en mi país no hubo venganza de ningún tipo. Las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo siempre pidieron Justicia, nunca venganza. Es la única forma de diferenciarse de los matarifes. Porque cuando un idealista mata a un asesino se identifica con él. No es posible enfrentarlos con la muerte sin terminar siendo, como ellos, combatientes de la muerte. La vida debe ser sagrada. Es lo único que puede salvarnos. Pero el hombre ha matado y seguirá matando. La historia, decía Hegel, avanza por su lado malo. La pulsión de muerte ha derrotado a Eros, según el esquema de El malestar en la cultura de Freud.
¿Qué hacer? ¿Tomar las armas y ser —como ellos— asesinos? (Además del riesgo cierto de no poder vencerlos en ese campo.) ¿O trabajar de a poco, insistir en los derechos humanos, impedirles (con la ecología) la destrucción de la naturaleza, buscar la asociación entre todos los grupos de todos los Estados que se oponen a la muerte del hombre y del planeta? Creo que hoy el Che estaría en alguna de estas luchas. Matar a un hombre no tiene retorno. Uno termina mirándose al espejo y viendo la cara de su enemigo. Hay que salvar al planeta. Hay que salvar la dignidad humana. Hay que frenar la política de la destrucción. Pero no con la destrucción, como hace el terrorismo.
No hay futuro asegurado. Nada escrito garantiza nuestro triunfo ni garantiza nuestra esperanza. Pero no hay que bajar los brazos. Hay millones de niños que mueren de hambre. Entonces —con Walter Benjamin— debemos decir: “Sólo por nuestro amor a los desesperados conservamos todavía la esperanza”.
Este texto fue especialmente escrito por Feinmann para el estreno parisino de El crepúsculo del Che, su obra sobre la última noche de Guevara, herido y prisionero en la escuela de La Higuera, el 8 de octubre de 1967.
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