Domingo, 27 de febrero de 2011 | Hoy
LIBROS. SE EDITó EL TACO, EL PRIMER VOLUMEN DE LA SAGA SOBRE LOS METEORITOS DE CAMPO DEL CIELO, DE FAIVOVICH Y GOLDBERG
El meteorito El Taco cayó hace 4000 años en Campo del Cielo, Chaco, pero en los últimos cincuenta recién fue descubierto, estudiado y llevado fuera del país. Los artistas Guillermo Faivovich y Nicolás Goldberg se obsesionaron con él y produjeron un libro-retrato del meteorito que incluye ensayos, fotos, historia política e institucional, relatos orales de los empleados de instituciones como el Planetario, cartas de mediados del siglo pasado, archivos de anaqueles y legajos a punto de ser tirados a la basura por el Instituto Max Planck, fotos de expediciones, scans de registros técnicos: un monumento de información que revela la vastedad galáctica de su investigación.
Por Claudio Iglesias
“El 14 de junio de 1963, a casi un año de su descubrimiento en Campo del Cielo, el meteorito El Taco fue enviado por el Instituto Nacional de Geología y Minería al Observatorio Geológico Lamont de la Universidad de Columbia, para luego ser presentado al Museo de Historia Natural de Washington (Smithsonian).” Con esta introducción y un conjunto de fotos en blanco y negro del meteorito en los jardines del Observatorio comienza El Taco, el primer volumen de la saga sobre los meteoritos de Campo del Cielo de Guillermo Faivovich y Nicolás Goldberg, producido para dOCUMENTA (13) y editado por el sello alemán Hatje Cantz. El libro, un retrato del meteorito compuesto de ensayos, artículos científicos, imágenes y distintos tipos de datos, cuenta las aventuras sufridas por El Taco a lo largo de su periplo terrestre de 4000 años. El acento está puesto sobre los últimos cincuenta, en los cuales fue descubierto, estudiado, transportado fuera del país, cortado en secciones (una parte archivada en los depósitos del Smithsonian, la otra exhibida a la intemperie en el jardín del Planetario porteño), exhibido, medido, raspado, dejado en paz y finalmente olvidado. Fue sepultado por olas de burocracia y papelerío, hasta la muestra en Portikus (Frankfurt), sincronizada con el lanzamiento del libro a fines del año pasado, para la cual Faivovich y Goldberg lograron la proeza institucional y poética de reunir las dos partes mayores, Teil II y Teil IV, dejando ver las diferencias en los relatos de ambas piezas apoyadas en el suelo de la sala vacía. Una perfectamente conservada, la otra sometida a la acción de los elementos a lo largo de los años, como si Teil II y Teil IV fueran Juliette y Justine reencontrándose al final de su juventud y contándose respectivamente sus aventuras viciosas e infortunios virtuosos en alguna de las versiones que Sade escribió de la historia de las dos hermanas huérfanas contrapuestas por el destino. Hay algo en la vastedad de la vida de los meteoritos de Campo del Cielo y en el alcance de la investigación que iniciaron Faivovich y Goldberg, hace casi cinco años, que trasciende los efectos contextuales, los tópicos de la historia política e institucional que, a lo largo de siglos, atraviesan un mismo objeto de deseo epistémico, museográfico y patrimonial como la materia extraterrestre: de su emergencia en las leyendas de los nativos del Chaco y su empleo como materia prima para armas tras la Revolución de Mayo hasta su consagración como objeto de exhibición en los museos de ciencia natural, los meteoritos tienen algo más entre sus claves, algo relacionado con la experiencia de poder enfrentarse con material galáctico más viejo incluso que nuestro planeta. Al reunirse, Teil II y Teil IV ponen al espectador frente a la medida de su propia escala; al leer El Taco, del mismo modo, el lector se enfrenta con distintas magnitudes posibles del destino de la información disponible sobre un único ítem astronómico, dispersa en relatos orales de los empleados de instituciones como el Planetario, en cartas de mediados del siglo pasado, en anaqueles y legajos a punto de ser tirados a la basura por el Instituto Max Planck, donde El Taco fue cortado antes de ser devuelto a Washington. El libro no sólo incluye material olvidado (fotos de expediciones, scans de registros técnicos, etc.), sino información que efectivamente hubiera podido dejar de existir en absoluto. Simon Starling, en una conversación con los artistas, reconoce una cierta “fuerza contraentrópica” como uno de los impulsos que condujeron el proyecto y a los artistas a través de decenas de instituciones en Argentina, Europa y los Estados Unidos. Si bien las culturas institucionales aquí y allá eran muy diferentes, el desafío era el mismo: el libro señala en su composición el contraste entre la profusa documentación existente sobre El Taco en el Smithsonian y la inexistencia de documento alguno en Argentina, donde una de las mitades del meteorito yacía cortada y exhibida a nivel del suelo a la entrada del Planetario. Precisamente, al ver a Teil IV así exhibido, Faivovich y Goldberg se preguntaron, sencillamente, dónde estaba la otra mitad. Y el resto fue remar contra la pérdida de información a lo largo de años.
Archivos a medio organizar, archivos a punto de ser descartados, archivos inexistentes que ellos mismos debieron compilar, infinidad de cajones, cajas y depósitos son algunos de los materiales a los que los artistas llegaron preguntándose dónde estaba la mitad faltante, lanzados a la resolución de un enigma evidente que había dormido allí por años. Información desaparecida o sumergida bajo capas y capas de registros fue organizándose en distintas estructuras de datos, convirtiéndolos en las personas más capacitadas sobre el tema en todo el mundo. Tanto las imágenes como los ensayos (uno del sociólogo Hernán Pruden sobre la historia cultural del meteorito, otro de los especialistas Jutta Zipfel y Timothy McCoy sobre el asteroide original que dio lugar a la lluvia de meteoritos Campo de Cielo) dan una visión facetada del fenómeno, que puede conectarse con la historia oral y escrita de Campo del Cielo tanto como con la visualidad de los sistemas de exhibición científicos y patrimoniales. Sintomáticamente, en esta lucha contra la erosión de la información aparecen los nombres clave de Robert Smithson y Walter de Maria, trazando una línea de referencias escultóricas a la entropía que puede llegar al mismo Starling: una constelación peculiar que conecta el legado del land-art con el frenesí contemporáneo por los proyectos de “investigación artística”, que hasta hace unos años era sólo una subcultura académica de Europa del Norte a cuyos pies van cayendo ahora, uno tras otro, importantes escenarios del arte mundial.
En sus propias palabras, Faivovich y Goldberg aseguran haber realizado simplemente “el libro que nos hubiera gustado encontrar”, es decir, el libro que podría haberles dado las respuestas que los empleados del Planetario no tenían. Pregunta y respuesta, para el teórico y curador Henk Slager, son justamente los componentes fundamentales y más genuinos de la investigación artística. La pregunta que Faivovich y Goldberg se formularon tenía, literalmente, una mitad faltante; y tanta energía que les permitió mantener el pulso a lo largo del tiempo y los viajes entre varios países. Pues, además de artistas profesionales que diseñan proyectos con precisión para situaciones concretas, Faivovich y Goldberg son dos ratas de archivo, como dice Starling, dos buenos geeks enamorados del cosmos y el cablerío, profundamente emocionales en su neutralidad epistemológica y muy alejados de algunas de las actitudes típicas del artista-investigador (exceso de retórica, oportunismo temático, corrección política, etc.). El Taco es, por eso, un libro sobre meteoritos más que un libro de artistas inspirado en meteoritos, un monumento de información más que un producto narrativo, asentado no sólo en el terreno de la ciencia formal, sino también en el entusiasmo más contagioso.
Esta semana Faivovich y Goldberg se
encuentran en el MIT preparando una
presentación en el marco del programa ACT
(Art Culture Technology).
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