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Domingo, 27 de febrero de 2011

HOMENAJES > DR. JOHN INGRESA AL ROCK AND ROLL HALL OF FAME

El médico brujo

Es uno de los más importantes representantes de la música de Nueva Orleans y uno de sus iconos: el hombre que utiliza la imagen del hechicero vudú, con su bastón y su galera, y se apropia como pocos de la extraordinaria herencia musical de la mítica ciudad. En una semana, Dr. John entrará al Salón de la Fama del Rock tras una carrera de más de cuarenta años en la que, entre otros hitos, participó de discos como Exile On Main St., de los Rolling Stones, y Rock’n’Roll, de John Lennon. El merecido reconocimiento es una buena excusa para recorrer su fascinante historia, que no se detiene, porque Dr. John sigue trabajando para la reconstrucción de su ciudad tras el paso del huracán Katrina, y también presenta un nuevo y magnífico álbum, Tribal.

 Por Sergio Marchi

Cuando dentro de dos semanas el Rock and Roll Hall of Fame reciba finalmente a Malcolm John Rebennack para ser inducido como miembro por su reconocido aporte a la cultura musical, se consumará un acto de estricta justicia por varias razones. La primera es que Malcolm Rebennack, más conocido como Mac Rebennack, y mucho más conocido como Dr. John, se merece esa nominación por haber introducido en el rock el inmenso legado musical de Nueva Orleans, cuna del jazz y crisol de razas musicales inhallables en cualquier otra parte del planeta. Otra razón podría constituirla su incalculable aporte como pianista y organista de sesión en álbumes tan legendarios como Exile on Main St., de los Rolling Stones, o Rock’n Roll de John Lennon, por mencionar sólo dos de los más conocidos. También se puede tener en cuenta ese personaje genial que ha ido desarrollando a lo largo de cinco décadas, y que explotó en 1968 en la figura de Dr. John, The Night Tripper, cuando debutó como solista con su disco Gris-Gris, y que ahora usa un bastón vudú más como ornamento que como ortopedia de unos 70 años, edad que desafía cada vez que entra bailando al son de su banda al escenario. Y, por último pero no por menor importancia, está su música, rica en toda clase de influencias, que propone un mestizaje salvaje y misterioso, auténticamente made in Nueva Orleans.

No faltarán motivos para aplaudir la inducción de Dr. John al “salón de la fama del rock”. Habrá que ver quién es el que lo recibe: si el Dr. John alegre y sabio de mil circunvalaciones que oficia de “médico brujo musical”, o si, por el contrario, emerge el Dr. John enojado con Estados Unidos, por haber abandonado a Nueva Orleans a su suerte cuando fue azotada por el huracán Katrina en 2006; ese que no tiene pelos en la lengua para denunciar la desidia que el gobierno de Bush Jr. tuvo para con “la ciudad que la ayuda olvidó”. Ese título fue el que Dr. John eligió para su álbum post-Katrina: The City That Care Forgot. La incógnita se sostendrá hasta el momento de la nominación, sobre todo porque después Dr. John editó otro disco: Tribal, su maravilloso álbum de 2010, en el que parece sintetizar toda la herencia musical de una carrera de 50 años, rica como pocas. Allí retoma todo el influjo de Nueva Orleans, ya no como alegre cuna del jazz, sino como tierra de los misteriosos deltas del río Mississippi y los peligrosos ritos del vudú. Todo eso, sin perder el swing.

En su autobiografía de 1994, Under a Hoodoo Moon, Dr. John deja en claro desde la dedicatoria su amor y su pertenencia a Nueva Orleans. De algún modo, este doctor sin título habilitante pero con plenas facultades curativas, es un folklorista que pinta su aldea para hacerla universal. “Para todos los músicos de Nueva Orleans”, homenajea a sus pares desde las primeras letras. Y ya en el estribo de su libro, Dr. John vuelve a un tema que jamás soltó: “Podés escuchar la esencia de Nueva Orleans en la música (...) si viene de Nueva Orleans, tiene su propio sabor; un sonido que se distingue por su ritmo, y si la canción tiene letra, por su actitud (...). Si querés conocerla escuchá a Satchmo (Louis Armstrong), Mahalia Jackson, The Meters, Irma Thomas, Allen Toussaint o Earl King, por nombrar a algunos. Encontrarás esa esencia con ellos: todos la tienen”. Y si bien él no se incluye en la lista, por razones lógicas, Dr. John es quizás uno de los mejores y más pintorescos embajadores de esa cultura de Nueva Orleans.

DEL BAYOU A LA COSTA OESTE

Se cuenta que el verdadero Dr. John, aquel que llegó a Nueva Orleans a mediados del siglo XIX, había sido un príncipe en Senegal que fue secuestrado por los traficantes de esclavos que lo comerciaron junto con otros y lo enviaron a Cuba. Su verdadero nombre, según esa leyenda, era John Montaigne, y era apreciado entre los pobres por sus curaciones gratuitas y temido por los ricos debidamente enterados del poder de su hechicería. También se lo conocía como Bayou John; un “bayou” es una intersección de ríos, una suerte de delta sobrepoblado de agua, fauna y flora que no llega a ser un pantano (aunque tenga muchas similitudes). John Rebennack, nacido en 1940, nunca necesitó otro apodo que su “Mac” hasta los 28 años, edad en la que ya se había convertido en un músico veterano y “de primera llamada”, que son aquellos profesionales que figuran en los primeros lugares de las agendas de los productores. Rebennack era uno de los favoritos, entre otros, de Phil Spector. Pero eso fue a partir de su mudanza a California, porque hasta 1962 Mac vivió, se crió y se desarrolló como músico en la abundancia cultural de Nueva Orleans. Era un guitarrista con gusto y temperamento, pero por necesidades de su trabajo también desarrolló habilidades como compositor, arreglador y productor. Un todoterreno del rhythm & blues que fue una estrella precoz, ya que de bebé su cara aparecía en los sobres de los populares jabones Ivory.

Sus academias fueron de lo más surtidas: bares, prostíbulos, estudios de grabación, hoteles, restaurantes, fiestas privadas. Rebennack se fue ganando su reputación por no hacerle asco a nada: tenía claro que quería ser un profesional de la música y que el estilo local de Nueva Orleans era lo que le gustaba; esa mezcla de blues, rhythm & blues, funk (que en Nueva Orleans se pronuncia “fonk”), gospel, jazz, folk, y otras músicas que flotan en la olla, como ingredientes saborizantes de esos que es más conveniente no saber qué son. Pero sucedieron dos cosas que lo llevaron a emigrar de su tierra. La primera aconteció en la Nochebuena de 1961; como de costumbre, Mac tenía un show y uno de los músicos no aparecía. Olfateando algo raro en el aire porque su amigo no era de aquellos individuos que faltaran sin razones concretas a su trabajo, lo fue a buscar al hotel donde paraba. Lo encontró del lado equivocado de un revólver que empuñaba un conserje enfurecido porque se había acostado con su mujer. Mac, que ya tenía la suficiente experiencia de calle como para atravesar esas situaciones, resolvió enfrentar al tipo y luchó con él por la posesión del arma, que se disparó dos veces. Mac creía que él empuñaba el mango, pero comprobó en carne propia que presionaba la salida del cañón con la consecuencia lógica: su dedo anular izquierdo reducido a un guiñapo sanguinolento. Eso terminó de enfurecerlo y no sólo le destrozó la cara al conserje con su mano sana, sino que terminó su faena con un platillazo en pleno rostro del tipo, como quien finaliza una canción. Lo transportaron al hospital de Jacksonville, Florida, y pudieron reinjertarle el miembro dañado. Pero Mac entendió que su carrera como guitarrista había llegado a su fin.

Su instinto musical, que ya lo había llevado a aprender piano y batería, lo convirtió brevemente en bajista, hasta que su dedo volvió a sangrar, y si bien un músico que deja su sangre en el escenario resulta conmovedor, el mundo todavía se encontraba a años luz de las truculencias de Kiss. Un amigo, el tecladista James Booker (inspirador de Harry Connick Jr., entre otros), se ofreció a enseñarle a tocar el órgano. Un año más tarde, un nuevo alcalde decidió emprender una cruzada contra el vicio (sin tocar el negocio del alcohol), y todos los músicos de Nueva Orleans estaban enredados hasta las orejas en drogas, sobre todo Rebennack que ya había comenzado una adicción de 30 años con la heroína. Jim Garrison, un político oportunista que se vendió a sí mismo como “hombre del pueblo”, y que visitó burdeles y fumaderos para demostrarlo, comenzó a cerrarlos cuando llegó al poder. Y así fue matando el ambiente musical de Nueva Orleans, que se llenó de borrachos sin onda, y que también vio cómo sus mejores talentos terminaban en la cárcel por tenencia de estupefacientes. Rebennack y sus amigos, cansados de dormir entre rejas, partieron hacia California.

SINFONIAS PARA RANAS

Mac Rebennack tenía su banda y trabajaba como sesionista en Los Angeles. No ganaba mucho dinero, pero todos podían mantenerse a flote y sostener, mediante periódicas y módicas rehabilitaciones (las drogas eran caras) un modo de vida que les gustaba. En 1967, Mac y sus amigos estuvieron frente a la posibilidad de grabar un álbum propio, y es allí donde Rebennack sacó de su galera el concepto de Dr. John, que implicaba poner al frente todos los elementos que configuran la música de Nueva Orleans, y utilizar como imagen la del célebre médico brujo y la herencia de los pueblos originarios del lugar, desde siempre mixturados con africanos, haitianos, cubanos, ingleses y franceses, entre otros. Es así como en 1968 el primer disco de Dr. John, Gris-gris, se convierte en un éxito entre los críticos y en un objeto de culto para la generación hippie. “¿Y cómo voy a marketinear esta basura?”, le dijo a Dr. John el legendario ejecutivo de Atlantic, Ahmet Ertegum. La cosa se resolvería por sí sola una tarde de cuelgue en el cañón Topanga. Alguien comenzó a tocar la flauta, y un coro de ranas del lugar se sumó de inmediato. El percusionista agarró dos piedras y se puso a hacer ritmo, el baterista encontró dos huesos de animales y aumentó la sección percusiva, y cuando quisieron acordarse ya estaban rodeados de hippies drogados bailando en torno a lo que bautizaron como “la sinfonía de las ranas”. Eso era lo que había que llevarle a la gente, y de esa manera decidieron que los shows comenzaran con una bailarina que hacía una danza envuelta en una serpiente, y Dr. John apareciendo en una bola de humo generada por un truco comprado en una tienda de chascos.

En 1972, increíblemente, Dr. John tuvo un éxito en el Top 10 de Estados Unidos, producido por Allen Toussaint: “Right Place, Wrong Time”. Parecía ser un momento decisivo, ya que Mick Jagger y Eric Clapton concurrían a sus shows, y cuando los Stones trasladaron su tóxica locura a Los Angeles, para finalizar Exile on Main St., Keith Richards invitó a Dr. John a tocar junto a una pandilla de amigos, entre ellos su percusionista, Didimus, que quedó inmortalizado en los créditos como “Amyl Nitrate”. Dr. John figuró como Mac Rebennack. Las sesiones llegaron a feliz término, pero las relaciones no porque aparentemente Mick Jagger robó un concepto que Dr. John había acuñado para los Stones: un disco de canciones populares aprendidas en prostíbulos que debía llamarse Pornographic Blues. La prueba del delito la habría constituido la posterior aparición del tema “Cocksucker Blues” en un documental de los Stones. Dr. John pensaba que los Stones eran rhythm & blues diluido (aunque apreciaba el groove de Charlie Watts), y tenía en mucha más alta consideración a Lennon-McCartney, “porque eran muy buenos compositores”. Tuvo la oportunidad de conocer a Lennon cuando fue con su séquito a ver su show al Trobadour: Lennon se sentó al órgano, tocó tres notas disonantes y se quedó dormido.

En diciembre de 1973, Phil Spector invitó a Dr. John a sumarse a las sesiones de lo que sería Rock’n Roll de John Lennon. Le sorprendió el grado de descontrol imperante, y eso que Dr. John no se espantaba de nada. “Eran días de cocaína y alcohol, y John le estaba dando duro a ambos”, reconoce en su biografía, en la que también cuenta que la versión que contó Albert Goldman (que lo entrevistó engañado) en The Lives of John Lennon es mucho peor. Fue una sesión, y John apareció en buena forma, pero aparentemente una vez que alcanzó la botella que Spector estaba escondiendo, la grabación llegó a su fin.

ASTILLAS DORADAS

No todo lo que brilla es oro: con su prestigio por las nubes y con un hit en el Top Ten, Dr. John no estaba ganando dinero. No había firmado buenos contratos, había sido estafado varias veces, y la situación lo fue cansando. Sus discos comenzaron a vender menos, la heroína fue realizando su trabajo de encapsulamiento. Durante los ‘70 su espíritu se mantuvo, pero en los ‘80 comenzó a decaer. Nunca llegó a una situación en la que no pudiera trabajar, pero en una ocasión despertó inundado por tubos que entraban y salían de su cuerpo. Había tenido un ataque cardíaco y en 1989 su salud era muy frágil. Después de varias rehabilitaciones y periódicas estadías en pabellones psiquiátricos, Dr. John fue resurgiendo con nuevos contratos, mejores álbumes y el reconocimiento de las nuevas generaciones. Tal fue el caso de la banda británica Spiritualized, que lo convocó para su monumental Ladies And Gentlemen: We Are Floating in Space. O Paul Weller, que versionó el clásico de Dr. John, “I Walk On Guilded Splinters” (anteriormente interpretado por Humble Pie y Allman Brothers, entre otros), para su disco Stanley Road. Tanto Weller, como Jason Pierce de Spiritualized, participaron en las grabaciones que Dr. John hizo en los históricos estudios Abbey Road para su álbum Anutha Zone, con el que recobró su magia, y en el que también estuvieron Supergrass y The Beta Band, todos nombres de plena actualidad en el rock de 1998. Un año más tarde sus dedos brujos le dieron lustre al disco con el que B. B. King rindió homenaje a Louis Jordan: Let The Good Times Roll.

La firma de un contrato con el sello de jazz Blue Note en el 2000 hizo que Dr. John se volcara hacia una fusión del jazz con el fonk de Nueva Orleans, con un primer resultado magistral: Duke Elegant, una inspiradísima revisita al inestimable repertorio del gran Duke Ellington. Años más tarde intentó, sin tanto éxito, hacer algo similar con las canciones de Johnny Mercer en su álbum Mercerology. Luego vino el huracán Katrina, y todos los músicos se dedicaron a recaudar fondos para reconstruir la devastada Nueva Orleans. Las manos solidarias de Dr. John se multiplicaron como tentáculos en shows de caridad, colaboraciones para diversos álbumes y su propia carrera en la que dio testimonio de la tragedia climatológica en The City That Care Forgot. Tribal, su flamante disco de 2010, es una directa vuelta a la forma más psicodélica si se quiere de Dr. John, que parece ser un músico con capacidad de mutar todo el tiempo para seguir siendo él mismo. El funk, de la mano de la imaginería vudú y el sentimiento de comunidad con los músicos, conforman un todo mágico que hace de Tribal un disco tan intenso como disfrutable.

Una ironía que ha pasado un poco de largo es el hecho de que después de la deficiente ayuda social que recibió Nueva Orleans durante la emergencia por el huracán, Dr. John haya decidido rebautizar su banda como The Lower 911, siendo ese el número que se usa para emergencias, y “the lower”, el más bajo escalón. Pero la vida da revancha, y cuando Dr. John suba a los escalones más altos del Rock and Roll Hall of Fame, el 14 de marzo en el Waldorf Astoria de Nueva York, los colores de Nueva Orleans, la ciudad que tanto ama, ondearán nuevamente ante los ojos de una audiencia global que seguirá el evento por TV y por Internet. Será un nuevo capítulo de esta historia de amor entre un músico y una ciudad que no dejaron de quererse ni aún en las circunstancias más extremas de uno y de otra.

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Sus academias fueron bares, prostíbulos, estudios, hoteles, restaurantes, fiestas privadas. Se fue ganando su reputación por no hacerle asco a nada: tenía claro que quería ser un profesional y que el estilo local de Nueva Orleans era lo que le gustaba; esa mezcla de blues, R&B, funk, gospel, jazz, folk, y otras músicas que flotan en la olla como ingredientes saborizantes que es más conveniente no saber qué son.
 
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