Dom 15.05.2011
radar

El último cuadro

El Sr. López y sus puertitas, el Loco Chávez, Pampita, el dictador de Cosecha Verde, Guastavino, Charlie Moon, Clara de Noche, Cibersix... Empezó escribiendo para Misterix y para García Ferré, y después pisó fuerte haciendo guiones para Alberto Breccia y Horacio Altuna. Con eso sólo ya hubiese hecho historia, pero la cosa recién empezaba: 37 años después, Carlos Trillo se había convertido en el sucesor de Oesterheld y uno de los fundadores de la historieta moderna argentina, sus libros se vendían en todo el mundo de a cientos de miles y sus lectores mantenían una relación entrañable con sus decenas de personajes. Su muerte sorpresiva a los 68 años, el fin de semana pasado durante un viaje en Londres, dejó de golpe un poco más solos a muchos. Invitados por Radar, los escritores, los amigos y las varias generaciones de dibujantes que trabajaron con él lo despiden a su manera.

› Por Martín Pérez

Según recordaba Carlos Trillo, el mismo día en que Alberto Breccia le acercó las páginas terminadas del primer episodio de Un Tal Daneri, Horacio Altuna le había mostrado las primeras pruebas de lo que sería El Loco Chávez. Corría el año 1975, y el hijo único de un padre colectivero y una madre ama de casa aseguraba que por entonces aún no sabía lo que quería hacer con su vida. Hacía tiempo que tenía claro que no sería el piloto de avión con el que soñó ser durante su infancia, y no había pasado más allá del examen de ingreso en Medicina y un par de años de Derecho. Por eso, explicaba, cuando llegó a estar por primera vez ante su ídolo, podía aún no saber qué hacer, pero al menos ya tenía en claro lo que no sería. Breccia se estaba yendo de aquella agencia de publicidad reconvertida en redacción que supo ser Satiricón sin ganas de hacer nada de lo que le proponían, pero antes se detuvo ante Trillo –ya que andaba por ahí, y porque “por alguna razón” (sic) era el único que sabía hacer guiones– y le pidió que le escribiese algo.

Fanático de las historietas desde su más tierna infancia –al punto de poder descubrir la existencia de alguien como Carl Barks detrás de las mejores historias de El Pato Donald aun antes de que los historiadores del género supiesen de su existencia–, mientras empezaba y dejaba sus carreras universitarias Trillo ya había hecho programas de radio y escrito iniciáticos guiones junto a su amigo, el ahora novelista Eduardo Belgrano Rawson; publicado libros de divulgación del género junto a Alberto Bróccoli, luego legendario dibujante de El Mago Fafa; cuentos humorísticos junto a Alejandro Dolina e incluso guiones de historietas infantiles para las revistas de García Ferré. Pero aunque hasta mediados de la década siguiente seguiría trabajando en publicidad, recién aquel día en que Daneri y el Loco tomaron forma ante sus ojos se puede decir que empezó a ser el guionista de historietas que supo ser durante las tres décadas y media siguientes, hasta que el fin de semana pasado el mundo se enteró de la noticia de su muerte, durante unas vacaciones en Londres junto a su mujer Ema Wolf, con llamativamente jóvenes 68 años.

“La historieta se va a terminar con nosotros”, había asegurado dos años atrás, cuando fue tapa de Radar porque su obra llegaba a las librerías con la edición de El Síndrome Guastavino, dibujado por Lucas Varela. La frase respondía a la pregunta de si se había imaginado, cuando empezó como guionista, que iba a durar tanto tiempo haciendo el mismo trabajo. O que la historieta iba a durar tanto. Y su respuesta parecía subrayar el hecho de que era un género que iba a durar tanto como la gente que lo hacía y leía. Pero, agregaba, era difícil que sobreviviese mucho tiempo más, ya que cada vez era más difícil ganarse la vida haciendo historietas. Algo que Trillo –ganador del premio Yellow Kid del Festival de Lucca en 1978 y el premio al mejor guionista en el Salón Internacional del Cómic de barcelona en 1984, entre tanto otros galardones– resistió haciendo durante tiempo en que parecía ser el único guionista argentino que no había abandonado el oficio. Un oficio que, si aún existe luego de su inesperada partida, es porque él supo ocupar ese lugar hasta que finalmente apareció una nueva generación local dispuesta a seguir sus pasos.

Su secreto, siempre dijo, fue trabajar con los dibujantes. Alguna vez escuchó a Enrique Breccia quejarse porque lo hacían dibujar caballos, y por eso es que su Alvar Mayor camina tanto. A Jordi Bernet no le gustaban las naves espaciales, y por eso es que su Custer para la revista Zona 84 tiene más de espacio interior que de Space Opera. A Trillo le gustaban esas explicaciones pedestres, antídoto eficaz ante sesudas teorías metaliterarias: disfrutaba contando que la idea para la eterna noche de la dictadura que campea durante casi toda la magistral Cosecha Verde, surgió luego de que se le olvidase avisarle a Cacho Mandrafina, el dibujante, cuándo tenía que amanecer, y las páginas nocturnas ya se habían apilado. Autor del fenómeno de Cibersix junto a Meglia durante los 90, década en la que llegó a editar Puertitas –una revista que fue un dolor de cabeza, diría mucho después– para publicar todas las historietas que por entonces no tenían cómo llegar al público local, en el último tiempo se había rodeado de dibujantes que –explicaba divertido– eran más jóvenes que sus hijos. Y seguía imaginando historias para ellos, siempre tenía muchos proyectos en danza. No esperaba que llegase la inspiración, sino que esperaba que apareciesen dibujantes para historias que parecían no dejar de imaginar jamás.

En un chat que realizó para el site de Fierro –donde se continúa publicando Bolita, la última historieta que hizo con Eduardo Risso– contó una curiosa anécdota, un sueño que tuvo la noche en que se enteró de la muerte de uno de sus ídolos cinematográficos, el director francés François Truffaut. “Me llamaba un amigo de París, un argentino de esos que siempre tienen un alambre para abrir la puerta de Cinecittà, y me decía, agitado, que había una película de Truffaut que nunca se iba a estrenar a causa de un litigio por los derechos entre los herederos. Sólo se podría ver hoy u hoy”, contó. Llegaba al lugar con un amigo tan fana de Truffaut como él, bajaba una escalera y entraba a una sala a oscuras donde se divisaban algunas caras conocidas. “¿Fellini? ¿Qué hace acá? ¿John Cassavetes? Está viejo, ¿no? ¡Uh! Y se vino con Gena Rowlands. ¿Che, esa no es Jeanne Moreau? Fichá a ese barbeta, ¿no es Spielberg? Así hasta que se apaga la luz.” Y cuando la luz finalmente se apagaba en su sueño, Trillo contaba que llegó a ver entera, de comienzo a fin, una película de Truffaut que nunca había visto. “El tema era la enfermedad. Y trabajaba Antoine Doinel.”

Tal vez por eso es que, desde que escuché la noticia de su inesperada muerte, quiero volver a soñar. En una de ésas tengo suerte, y puedo leer una nueva historieta de Trillo. En la que aparezcan El Loco. O Alvar Mayor. O cualquiera de esos personajes que él supo hacer inolvidables y únicos. Escribiendo para los dibujantes. Y para nuestros sueños.

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