Domingo, 3 de julio de 2011 | Hoy
PERSONAJES> ADELE, LA CHICA QUE ALCANZó A LOS BEATLES Y A MADONNA EN RECORDS Y QUE HACE LLORAR EN CANCIONES
Por Mariana Enriquez
Los números de Adele son asombrosos. A ella, que acaba de cumplir 23 años, deben hacerla temblar. En marzo de este año, su segundo disco, 21 (la edad en que lo grabó), llegó al Nº 1 en Gran Bretaña, tierra natal. Semanas después, llegó al mismo puesto en Estados Unidos. Su single “Someone Like You” también alcanzó la cima y Adele se convirtió en mujer record: primer artista británico en tener álbum y single en el top 5 al mismo tiempo desde... Los Beatles, en 1964. Once semanas después, el disco seguía en el mismo lugar y se cumplía otro record: Adele desplazó a Madonna, que hasta entonces había sido la mujer con mayor permanencia en el número 1 (las nueve semanas de The Inmaculate Collection).
Madonna, entre Lady Gaga, Beyoncé y Adele viene muy, pero muy golpeada. Pero esa es otra historia.
La chica de los records nació en Tottenham y su madre la crió sola en el sur de Londres. Era fanática de Spice Girls y Korn y Jeff Buckley hasta que vio la tapa de un disco de Etta James y se lo compró por la foto: quería copiar el peinado. Después, cuando escuchó a Etta, se volvió loca: ésa era la música que estaba esperando. En el colegio de arte de Croydon al que asistió, grabó algunos demos y sus amigos lo subieron a MySpace. Ahora los ejecutivos ya no descubren talentos en bares: los descubren online. Así descubrieron a Adele, aunque ella también cantaba en bares con su guitarra, a veces para cuatro personas, cuenta. XL Recordings le hizo un contrato cuando supieron que esas canciones que parecían clásicos llevaban la firma de Adele, que tenía 17 años. Su primer disco, 19, tuvo éxito pero no pudo destacarla de entre el montón de chicas inglesas que hacen soul de ojos azules: la salvaje Amy Winehouse, la prolija Duffy, la estrella pop Joss Stone.
Hubo que esperar. La compañía confiaba en ella. La dejaron elegir productores para su segundo disco, y Adele quiso trabajar con Paul Epworth (Florence & The Machine) y Rick Rubin. Al mismo tiempo, se estaba separando de su novio. Y la estaba pasando horrible. Las canciones empezaron a salir. El disco blues gospel enojadísimo de “Rolling In The Deep”; la tristeza algo country, al borde del cliché de “Don’t You Remember”; la aceptación amarga de “Someone Like You”. Fue esta última canción la que la convirtió en superestrella. La cantó en los Brit Awards 2011, sola con un piano, el cabello recogido en un rodete prolijo, elegantes aros de diva, vestido negro, pestañas postizas, boca en forma de corazón. Toda la canción estuvo a punto de llorar y la cantó con una voz enorme, algo ronca, extraordinaria, que dejó a todos mudos y tembleques. En YouTube vieron la actuación seis millones de personas.
Adele, bocasucia, borrachina y con un acento impenetrable parece ser el reemplazo de Amy Winehouse, que no consigue recuperarse. Pero tiene algo más. Algo cercano, inmediato: Adele parece adorable, también parece difícil, parece triste y parece la más divertida compañera de copas. Siempre hubo en Amy un blindaje, un estilo perfecto, casi mecánico, que contrastaba demasiado con su cuerpo frágil y su autodestrucción; donde Amy Winehouse es inescrutable, Adele es peor que un libro abierto: es un libro con todas las hojas desprendidas. Adele llora por los rincones, se ríe a los gritos, dice que no puede escribir sin estar borracha y encerrada “pero eso es probablemente porque soy joven y dramática y no sé cómo canalizar la alegría”. Putea tanto que es difícil llevarla a la tele, siempre usa grandes sweaters negros y se niega a ser un “ejemplo” para las chicas con sobrepeso: “No es algo que quiero tomarme como una causa. Me gusta comer, me gusta beber, me gusta fumar, no me gusta ir al gimnasio, pero no sé si va a ser así toda la vida. ¿Y si mañana adelgazo por cualquier razón? No quiero mantenerme gorda para ser un modelo de nada. Sospecho que voy a seguir siendo gorda pero bueno, no tengo la bola de cristal”. A veces, como en un memorable show en el Cavern de Liverpool, canta despeinada, con una media cola desprolija y sin maquillaje: es muy hermosa, parece que llegó corriendo, o acaba de despertarse, o sencillamente es una mujer a quien le importa muy poco su aspecto, pero siempre, siempre, parece cómoda y segura, como si tener una voz deslumbrante y haber desbancado a Madonna fuera lo más natural del mundo. La llaman “la reina de los corazones rotos” y algunos la acusan de que sus canciones son lugares comunes, la misma música y letra de siempre para contar el amor desdichado. Pero ella seguramente sabe que los snobs que piden beats y cosa rara también deben llorar en el baño cuando escuchan sus baladas de adiós, con esa voz que parece traerlas desde los años ‘50 para apuñalar por la espalda con su franqueza desarmante, su dolor primerizo, su antigua juventud.
21 de Adele se editó hace dos meses en Argentina y es una barbaridad que no esté sonando más, mucho más, por la radio.
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