ARTE > EL NUEVO MUSEO DE ARTE MODERNO DE JUNíN
Luminoso, espacioso, bien reciclado y con el valor simbólico de recuperar las oficinas del ferrocarril desmantelado durante los ’90, se inauguró en Junín el Museo de Arte Contemporáneo Argentino (MACA). Y lo hizo de un modo peculiar: con un homenaje a Héctor José Cartier, reconocido retratista, maestro de artistas como Grippo y Le Parc, creador de la cátedra Visión, propulsor de la mirada gestáltica y renovador de la percepción. Radar viajó a Junín para ver la muestra y conocer un museo que despierta expectativa y curiosidad.
› Por Veronica Gomez
Desde Retiro, viajando cuatro horas en ómnibus hacia el noroeste de la provincia de Buenos Aires, a través de una escala cromática que va del ocre dorado al verde inglés, inmensas parcelas salpicadas por vacas, caballos, lagunas magras, ovejas y arboledas enteras sustraídas a la nitidez por obra y gracia de la perspectiva atmosférica se suceden sin pausa hasta detenernos en Junín. Del aymara hunis, Junín significa “pastizal”. Es muy común por estos lares que el pasto seco prenda fuego y lenguas bermellón coronen el horizonte tiñendo la panza de las nubes de un gris verdoso. El humo entonces conforma un territorio etéreo que avanza sin objetivo, o más bien, con la cadencia solapada de una mala señal. Otro humo, el del ferrocarril, solía ser, por el contrario, un signo de salud y prosperidad en esta ciudad. El corazón de Junín, su centro geográfico, es ferroviario. Observando el mapa, justo en el centro, una forma triangular y gris de gran tamaño alberga la fatídica leyenda: “Ex talleres ferroviarios”. La línea punteada de las vías divide en dos mitades a la ciudad de Junín. Todo este predio fue privatizado en los ‘90 para absolutamente nada. Hoy es una vacua cordillera de chapa altísima, más difícil de franquear para el juninense que la cordillera de los Andes en tiempos del Libertador. En esta zona neurálgica, residen el Museo Histórico y el Archivo de Junín, en una casona inglesa que fuera vivienda del jefe de Talleres. Allí encontramos el escritorio donde Eva Duarte y Juan Domingo Perón firmaron el acta matrimonial. También hay restos del quehacer ferroviario: antiguas botellas de tinta para sellos, un traje ajado de guardia de estación, una medalla del centenario de la llegada de la primera locomotora a Junín, bibliografía especializada como la Contribución al estudio de la Locomotora, de Aldo Cartocci, una Cartilla para Foguistas y Maquinistas, un folleto que destaca algunos aspectos del servicio del Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico y un afiche psicodélico de vivos colores que aglomera fragmentos de nuestros paisajes y reza (con un entusiasmo que mirado hoy parece un chiste negro): “Ferrocarriles argentinos, ¡su manera argentina de viajar por el país!”. Todo esto exhibido de una forma particularmente desordenada y abandónica, como si aún no se poseyera la valentía de remitir estas piezas a la categoría museística. Todavía no es pasado pisado se diría. A muy pocos kilómetros de allí, la Laguna de Gómez, el paraíso del deporte náutico, se secó y se volvió a llenar de agua tantas veces que el oriundo ya ni lo recuerda. En cambio, el ferrocarril finalizó su ciclo sin chance de resurrección. No fue una catástrofe, de esas que acaban en un santiamén con un mundo entero, sino una agonía más lenta, el tránsito de una forma de vida activamente vinculada con el ferrocarril que de ese punto en adelante pasaría al olvido bajo el rótulo de retiro voluntario. Sin embargo, esta herida que no termina de cicatrizar no impide que Junín sea sede de múltiples festejos: la Fiesta Regional del Fiambre Casero, la Fiesta de la Torta de Trigo y los Manjares Arabes, la Feria del Libro, Expoagro y la Fiesta Provincial del Pejerrey, para sólo nombrar algunos. El mes pasado, un proyecto acariciado por años vino a sumarse a los sucesos dignos de algarabía: la inauguración del MACA (Museo de Arte Contemporáneo Argentino). ¿Dónde? En plena herida abierta, claro está, en las ex oficinas administrativas del ferrocarril.
“Era una persona de gran porte y presencia, calvo, engominado y de una elegancia notable. Detrás de sus gruesos lentes sostenía una mirada noble y profunda, así era que su imagen parecía más vinculada con la medicina o con la abogacía que a un prestigioso del arte.” Marco Otero, artista, recuerda de esta forma a Héctor José Cartier, quien fuera su maestro, en una de las cartas recopiladas en ocasión de la muestra con que el MACA inaugura su flamante edificio: Homenaje a Héctor J. Cartier. La exhibición puede decirse que es de culto y, paradójicamente para un museo de arte contemporáneo, revisionista: se trata de obras de los discípulos y alumnos de discípulos de Héctor José Cartier cuya donación fue gestionada por el director honorífico del museo, el artista César López Osornio (también director del Museo de Arte Contemporáneo Latinoamericano de La Plata), a fin de conformar el patrimonio del MACA. Aún 50 obras más están por llegar, también donadas por artistas vinculados con Cartier o con sus enseñanzas. ¿Cuál fue el criterio de selección en esta muestra? En palabras de la Lic. Massari, directora de Cultura de Junín, “la muestra actual, que ha sido el germen del museo, reúne a los artistas generadores de lo que hoy es el arte contemporáneo. Grippo, Le Parc, Puente, para nombrar sólo algunos, fueron alumnos de Cartier y son referentes de los artistas contemporáneos”. “Estamos mencionando artistas reconocidos, pero aquí hay también artistas a los que aún la historia del arte no les ha dado lugar, como el mismo Cartier”, amplía Guillermo Marzullo, jefe de Museos.
Hay poco material sobre Cartier al alcance del público en este homenaje. Sabemos que ha sido un maestro ejemplar, revolucionario e inolvidable por los testimonios de aquellos a los que formó y los que tuvieron el privilegio de conocerlo. Pero nos quedamos con ganas de ver más obras suyas, de leer sus escritos. Si de homenaje se trata, lo primero es presentar exhaustivamente al homenajeado. Sin embargo, el MACA se inaugura con la sinceridad de confesar que aún hay mucho por hacer, muchas deudas por saldar. En esa línea, Romina Massari está realizando un arduo trabajo de investigación sobre Cartier que ojalá sea publicado y todos podamos disfrutar.
La única obra de Cartier presente en la sala es bellísima e hipnótica. Se trata de Gradaciones, contrastes y anulaciones en los opuestos de la necesidad, de 1970, y podría ilustrar la tapa del clásico libro de Rudolf Arnheim, Arte y percepción visual.
Lo que sabemos de Héctor José Cartier (1907-1997) es que nació en Chivilcoy, donde se graduó de bachiller y profesor de Dibujo y Pintura en la Escuela de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova, dirigida por el profesor Pompeo Boggio. Pio Collivadino lo hace ir a Buenos Aires, donde continuó sus estudios en la Academia Nacional de Bellas Artes y en la Escuela de Arte Decorativo e Industria. Interesado por los problemas de la imagen, adhirió a las investigaciones de la Gestalt, para lo cual elaboró planes teóricos y sistemáticos de acuerdo con una concepción que parte de la conducta psicofenoménica de la percepción visual. En ese contexto de innovación, Cartier enseña a sus alumnos con un lenguaje científico y poético la praxis artística. Docente en la Escuela Superior de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata, en la Escuela Manuel Belgrano y en la Escuela Superior Ernesto de la Cárcova y Prilidiano Pueyrredón, propuso desde la mirada gestáltica y fenomenológica el caleidoscopio de formas y colores. Crea la cátedra Visión, que suponía una ruptura con la enseñanza tradicional del arte. Antes de su conversión a la doctrina de la Gestalt, Cartier fue un gran retratista. Famosos son sus retratos de los presidentes del Banco Provincia y sobre todo, el retrato de Blanca, la hermana de Evita, hoy parte de la colección del MUMA (Museo Municipal de Arte Angel María de Rosa).
Alejandro Puente, Pérez Celis, Hilda Mans, Alberto Delmonte, Ana Dragone, César López Osornio, Alejandro Villadrich, Sergio Camporeale, Carlos Martínez, Grupo Escombros, Frank Isasmendi, Jorge Ribara, Carmelo Arden Quin, Jorge Abot y Leo Vinci son algunos de los artistas que integran esta primera muestra del MACA y, por ende, el patrimonio. En un recorte donde la geometría impera, ya sea desde la corriente del constructivismo rioplatense, el arte madí o el cinetismo, la obra de Lido Iacoppeti (artista nacido en San Nicolás en 1936 y radicado en La Plata), es la excepción. Formas orgánicas, sinuosidades alienígenas y cosmología se aúnan en lo que él llama sus “imagos pictográficas asistemáticas”. Creador del manifiesto de la Nueva Imaginación, Iacopetti recuerda a Cartier y cuenta que las clases continuaban fuera del aula, en los pasillos, en la calle o en algún bar. “Un día de ésos, fue para mí inolvidable, me tocó la frente con su mano y me dijo: Vos tenés aquí una luz interior, fue un acto mágico, que me permitió arrojarme a ese cosmos que navego desde entonces”.
Un museo de arte contemporáneo que abre sus puertas hablando del pasado parece señalar la necesidad de aclarar aquello que aconteció para detectar qué continúa siendo e intuir lo que vendrá. Después de todo, cada período reescribe la historia del arte a gusto y piacere. Y no deja de ser un gesto valiente que esa reescritura de una parte de la historia del arte argentino reciente se realice desde Junín, desde el “interior” de la provincia de Buenos Aires. Para lo que queda del año, hasta marzo del año próximo, el MACA trabajará con el patrimonio, elaborando los guiones, recorridos y relaciones de escuelas y tendencias, y en la difusión a través de las visitas guiadas. A partir de marzo una sala se destinará a la exhibición permanente del patrimonio y el resto a las muestras temporarias. “La idea es transformar el corredor ferroviario en un circuito cultural, recuperando poco a poco los antiguos talleres ferroviarios. Esta es la primera etapa del MACA; la segunda etapa contempla el auditorio, un bar, una librería, biblioteca y otra sala de exposiciones”, cuenta Guillermo Marzullo.
El edificio del MACA reluce. Las salas son amplias e impecables. 270 m2 por planta con una iluminación excelente. Dan ganas de hacer cosas y altísimas dosis de curiosidad y expectativa. Es un placer pasear por sus salas. Y también da un poco de miedo. Un museo no es sólo un conjunto de salas bonitas sino una ubicación simbólica en el panorama artístico local, regional, nacional e internacional. Un espacio que se cristaliza como núcleo de relaciones. Sus cimientos serán realmente sólidos si la articulación entre los distintos agentes del arte (artistas, críticos, gestores, curadores, coleccionistas, historiadores, público, docentes) es estratégica y colaborativa. Entonces hay que hacerse la pregunta, odiosa pero necesaria. ¿Qué sentido tiene un museo de arte contemporáneo en Junín? ¿Contará con la perspectiva y recursos necesarios para transformarse en un referente, sino nacional, al menos provincial? Romina Massari reflexiona: “Tener un museo de arte contemporáneo en Junín nos permite abrirnos a experiencias nuevas. El MACA se piensa como proyección, para hacer foco en lo que está pasando y lo que pasará. Dentro del proyecto incorporamos una parte de investigación también, que incluye a los artistas, gestores y teóricos que están produciendo hoy.”
Y ya que hablamos de arte contemporáneo, hagamos la segunda pregunta obvia e incómoda: ¿qué es para ustedes, gestores del MACA, el arte contemporáneo? “Podríamos decir qué es lo que se está haciendo ahora. Y ahora se hace arte ligado a tradiciones del arte moderno y a nuevas experiencias. Es algo que no vamos a poder delimitar mientras está sucediendo”, concluye Romina Massari.
Al interpelar a César López Osornio sobre este punto, comprobamos que no goza de la flexibilidad de la directora de Cultura a la hora de hablar de arte contemporáneo. Afirma que el MACA dará lugar a “artistas jóvenes que trabajan con seriedad” y señala que en el arte contemporáneo “hay muchos oportunistas que exponen basura y ganan un premio”. Declaraciones un tanto combativas y que hacen temer por el destino y proyección de un museo que si no trasciende ciertos pruritos y posturas dogmáticas, muchas veces derivadas de rencores hacia el mainstream porteño, correrá el peligro de estar más cerca de Jurassic Park que de un espacio problematizador, vivo y significativo para el circuito del arte nacional. Para ello, el director debería evaluar seriamente si un patrimonio formado por artistas que son “sus amigos y conocidos” no constituye una decisión un tanto endogámica y contraproducente para sentar las bases de un museo con vistas a futuro. Al respecto, se diría que todo museo de arte contemporáneo que se inaugure en el país debe estudiar concienzudamente la historia del Macro en Rosario, que logró posicionarse como referente indiscutible con la colección de arte contemporáneo argentino más importante y completa del país. Pero no seamos alarmistas ni abramos paraguas porfiados antes de tiempo. Esto recién empieza; entusiasmo e inteligencia es lo que sobra. Y aquí viene al caso una frase que Cartier solía soltar con frecuencia: “Podemos tener mucha información y no comprender nada. Nadie acontece sumando, sino viviendo”.
Homenaje a Héctor J. Cartier
Hasta el 31 de marzo de 2012
MACA (Museo de Arte Contemporáneo
Argentino de Junín)
Jorge Newbery 357, Junín, Pcia. de Buenos Aires
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