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Domingo, 4 de mayo de 2003

CINE

Los unos y los otros

La primera parte de X Men aspiraba a ser una alegoría sobre el Holocausto y el nazismo. La segunda, escrita a diez manos y mantenida durante meses en el más estricto secreto, intenta trasladar la persecución de “diferentes” por parte de “normales” a la actual realidad republicana. ¿El guión de la tercera parte dependerá del resultado de unas elecciones?

POR MARIANO KAIRUZ
La película no transcurre en urbes de reminiscencias neoyorquinas y nombres inventados tipo Ciudad Gótica o Metrópolis, que puedan sugerir ámbitos más universales, sino en ciudades reales de los Estados Unidos. La cosa empieza y termina en Washington DC. Más precisamente, en el mismísimo Salón Oval de la Casa Blanca. En una de las secuencias iniciales, una escurridiza criatura mutante de color azul y cola larga –que después confesará, en acento bávaro, su pasado circense y su sugestivo apodo de Night Crawler– logra burlar la seguridad de la casa de gobierno norteamericana y llega hasta el propio presidente, en cuyo escritorio alcanza a clavar un banderín con la proclama “¡Libertad mutante ya!”. El atentado dispara el alerta oficial y el ambiente se recalienta en los pasillos del poder: aquellos que abogan por la sanción del Acta de Registro (una legislación que permitiría controlar y hasta aplastar a la población “mutante” del planeta) cuentan ahora con un argumento presumiblemente sólido. Entre ellos se encuentra un tal William Stryker, científico militar que considera que “la guerra ha comenzado”, y que –se sospecha desde el comienzo– tiene algo que ver con el ataque. A tal punto que el incidente contiene ecos de eventos de la historia norteamericana -desde por lo menos Pearl Harbor hasta la fecha, pasando por las teorías conspirativas del fiscal Garrison en el caso JFK y los sentimientos antirrepublicanos suscitados por las acciones posteriores al 11 de septiembre– atravesados por la oscura hipótesis del autoatentado. Si en X-Men (2000) la fantasía superheroica se revestía de pretensiones alegóricas centradas en la idea del Holocausto y el nazismo –un tema que de una manera u otra recorre la filmografía de su director Bryan Singer desde Los sospechosos de siempre y El aprendiz–, ahora el guión de la primera de sus secuelas, X2, busca premeditadamente rozar el debate público norteamericano más urgente incorporando el discurso belicoso del villano con un regusto inevitablemente “actual”. Así están las cosas entre los superhéroes: el Hombre Araña se columpia entre las Torres Gemelas y repite eso de que “todo gran poder viene acompañado de una gran responsabilidad” (que ya estaba en la historieta original de Stan Lee); los Men in Black se recortan sobre el perfil modificado de Nueva York mientras le hacen olvidar a la ciudad todo acerca de la catástrofe que estuvo a punto de ser; y un tal Daredevil se descuelga desde lo alto de los edificios de una ciudad “que fue erigida por héroes, donde un hombre puede hacer la diferencia”. Escrito a más de diez manos, el guión de X2 hace lo suyo al respecto con más presupuesto, más personajes y (muchos) más minutos que su predecesora.

EL ARGUMENTO EQUIS
El guión de X2 fue mantenido en absoluta reserva durante su escritura, preproducción y rodaje, alimentando la desesperación de los fanáticos, que saturaron sus páginas web con rumores y desvaríos de todo tipo. Los que acertaron fueron los que intuyeron o dedujeron que X2 estaría inspirada en la historieta publicada originalmente en 1982 con el título God Loves, Man Kills (“Dios ama, el hombre mata”). Allí se presentaba al personaje de William Stryker, por entonces un ex teleevangelista y soldado que busca borrar a todos los mutantes de la faz de la Tierra. En X Men 2, Stryker hace su primera aparición tras el ataque al presidente (que es uno ficticio, pero de un perfil inequívocamente demócrata, como los suele prodigar Hollywood). El atentado proporciona a Stryker autorización oficial para atacar la “Escuela para Dotados”, eufemismo con el cual el Profesor X (de Xavier, un prominente telépata que anda en silla de ruedas) pone bajo su ala protectora a cuanto freak sufrido se le cruza por el camino, tal vez más en calidad de refugiado que de alumno. Stryker a su vez completa la construcción de una réplica de Cerebro, la maquinola con la que el Profesor X se contacta con todas las mentes mutantes del mundo. El dream team de los X Men sale entonces enbusca del militar, mientras Magneto –el mutante-villano de la primera película, poco amigo de la tolerancia y la convivencia, y propulsor de acciones radicales contra los humanos corrientes– sale tras ellos, esta vez con la intención de unírseles frente al adversario común. Como en la película anterior, la acción viene salpicada por los conflictos románticos de ese triángulo que nunca terminan de concretar el galán Wolverine, la madura Jean Grey y el joven Cyclops. En sus ratos libres, tanto Xavier como Magneto, su viejo amigo y némesis, leen o narran a otros The Once & Future King, la saga artúrica del escritor inglés nacido en la India, TH White.

UN REPARTO EQUIS
Si las limitaciones presupuestarias de la anterior X Men no permitieron a la producción convocar a un seleccionado de estrellas, la cosa funcionó y ahora vuelven los de antes, pero con más crédito a su favor. Vuelve principalmente el más carismático del equipo, Hugh Jackman (Wolverine), ese australiano con cierto parecido físico con Clint Eastwood. También regresan los dos veteranos de chapa shakespeareana, Patrick Stewart (Xavier) e Ian McKellen (Magneto), la bella holandesa (y ex chica Bond) Famke Janssen y la ex niña oscarizada Anna Paquin. Y, por supuesto, Halle Berry, que –será el Oscar que ganó el año pasado, o será esa increíble peluca platinada que le hacen usar– parece estar algo fuera de lugar si se la compara con, por ejemplo, la Janssen, a quien se le cree todo.
La incorporación más relevante es, entonces, la de Brian Cox como el General Stryker. Con unos 56 años de edad y casi siete decenas de películas bajo el cinturón, este actor escocés descubierto y olvidado por Hollywood casi al mismo tiempo, allá por 1986, cuando encarnó al Dr. Hannibal Lecter en la primera adaptación de la saga de Thomas Harris (Cazador de hombres, de Michael Mann), un lustro antes de El silencio de los inocentes, resurgió y se multiplicó en los últimos dos años, coprotagonizando, entre otros films recientes, La llamada, Identidad desconocida, El ladrón de orquídeas, La hora 25 (también estreno de esta semana) y la producción independiente Bug (vista en Mar del Plata este año). Para Cox, tal vez quien más se expresó acerca de los visos de “actualidad política” de X2, la película “hace blanco en el zeitgeist de una manera importante: hemos hecho el film sobre el comic –dice el actor–, pero la gente se mira y se encuentra con que está viviendo vidas de historieta. Lo ridículo es que no se trata simplemente de la vida imitando al arte. Es una vida sin consideración, imaginación ni visión. El problema parece ser que los EE.UU. aún no entienden por qué se los ve tan mal desde afuera; es como si todavía atravesaran su adolescencia. La mamada que recibió Bill Clinton en el Salón Oval fue un golpe a la pubertad. Y después del sexo viene un momento en que el adolescente se pone salvaje y choca el auto. Creo que estamos viviendo un choque de autos bastante severo en este momento”.

MALCOLM EQUIS
Con sus alegorías sobre el Holocausto y sobre la ofensiva republicana en el gobierno, si la ecuación propuesta por X2 no termina de cerrar se debe probablemente a que, como viene ocurriendo en los ejemplos mencionados, las transposiciones de historietas de superhéroes al cine parecen estar tomándose demasiado en serio a sí mismas. Si todo el cine es, de una manera u otra, político, el director Bryan Singer se pone un tanto obvio cuando en esas entrevistas concedidas para promocionar el estreno de su nuevo film compara al Profesor X y a Magneto con Martin Luther King y Malcolm X (cosa que hizo) o recurre a su propia identidad de hijo adoptivo, gay y judío para demostrar que ha invertido algo de angustia personal en esta saga sobre un grupo de superparias enfrentado con el mundo. Lo que falla, la equis del asunto, es esa tensión entre elentretenimiento liviano y volátil que suele proponer el género y esa carga de “humanidad” (de traumas originarios, conflictos amorosos y dilemas de identidad) y hasta de realismo con que a veces se pretende investir a estos relatos. Aunque sólo sean películas cada vez más abarrotadas de supertipos rodeados de supercosas, cada vez más supercaras, cuando podrían apostar a ser superdivertidas y tomarse sus propias incursiones en el mundo real con aires un poco menos graves.

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