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Domingo, 13 de noviembre de 2011

MúSICA > X, LA BANDA DE SONIDO DE MENOS QUE CERO LLEGA A BUENOS AIRES

Dulce equis negra

Para los punks y amantes de la música de los ’70, no hace falta presentarlos. Otros los recordarán por ser la banda que abría y cerraba las páginas de Menos que cero, el corrosivo debut literario de Bret Easton Ellis. Para la mayoría, será la banda que toca como soporte de Pearl Jam en La Plata. Por eso, mientras sus miembros planean un nuevo disco a tono con los tiempos de protesta que soplan en Estados Unidos, es un momento ideal para conocer y homenajear a X, la banda de Los Angeles que le mostró al mundo que el punk no era monopolio neoyorquino y escribió como nadie sobre el hastío que atenazaba por igual a los chicos ricos y a los chicos callejeros.

 Por Mariana Enriquez

“Había una canción que oí cuando estaba en Los Angeles, interpretada por un grupo local. La canción se llamaba ‘Los Angeles’ y la letra y las imágenes eran tan duras y amargas que la canción me resonó en la cabeza durante días.” Así empieza el último párrafo de Menos que cero, la primera y brutal novela de Bret Easton Ellis en la que adolescentes angelinos ricos y lumpenizados andan por el lado oscuro de la noche y, en ocasiones, van a shows de una banda que les gusta mucho y se llama X. La misma banda que inaugura el libro con una cita: “Este es el juego que cambia cuando lo juegas”, línea de la canción “The Have Nots”, la más amarga de Under the Big Black Sun, el disco que X editó en 1982; una canción sobre perder la vida en bares baratos que termina con una enumeración enloquecida de nombres de boliches, tan impresionista que casi es posible ver esos nombres brillando en decadente neón.

X es la banda de sonido de Menos que cero porque fue la banda de sonido de Los Angeles en el cambio de década de 1970 a 1980, y porque era la banda que apareció en la Costa Oeste diciendo que allá, en la soleada California, no todo era champagne y cocaína, piscinas, Fleetwood Mac, estrellas de cine, Bel-Air y The Eagles; que Nueva York no tenía el monopolio de la desolación urbana ni de los jóvenes pobres y ansiosos. X no fue la única ni la primera banda punk de Los Angeles, pero fue sin duda la más inteligente, la más seria, la más importante. La gira que los trae a Argentina es la de aniversario de Los Angeles, el disco: empezó en agosto de este año, cuando se cumplieron 31 del lanzamiento original –típicamente, la banda, hoy con sus miembros originales, no quiso festejar con un número redondo–. Y es una lástima que en su paso por acá sólo toquen con Pearl Jam en un estadio: su ambiente natural es un lugar más pequeño y amigable, donde explote la fuerza de su energía concentrada, su punk rock con influencias de rock’n’roll de los años ’50, del country, del rockabilly y Eddie Cochran –la forma que X eligió para volver a la sencillez así como los Ramones eligieron la música pop de los ’60, en el intento fundamental del punk de exorcizar con música popular y crudeza los excesos hedonistas y egomaníacos del rock de los años setenta–.

Aunque pusieron a Los Angeles en el mapa y toda la sensibilidad de sus cuatro extraordinarios primeros discos está afirmada en el espíritu contaminado de la ciudad, sólo uno de los integrantes de X es angelino nativo: Exene Cervenka, cantante y letrista, venía de Florida y dejaba atrás la muerte de su madre y una ristra de hermanas menores que no quería cuidar; John Doe, bajista, venía de Baltimore, donde había escuchado Horses de Patti Smith, el disco que lo decidió a hacer música; Billy Zoom, el guitarrista rockabilly, venía de Savannah y, antes de X, había tocado con Gene Vincent y descubierto a The Ramones; DJ Bonebrake, el baterista, era el único californiano de Burbank, pero no conocía la vida de Hollywood –era demasiado joven para eso–. Tenían, además, una formación musical insólita para una banda punk: Doe y Zoom ya tocaban desde hacía unos cuantos años, Exene era poeta y performer, DJ Bonebrake había tocado ¡marimbas! en orquestas sinfónicas y lo único que había escuchado, hasta conocer el punk rock, era música clásica. Escribe Kristine McKenna de LA Times en las notas para la reedición de Los Angeles en 2001: “Como la Venus de Botticelli, X nació completamente formada y perfecta. Tuve la fortuna de ver sus primeros shows, y nunca fallaban. Fueron puro fuego desde el principio y después nos dejaron estupefactos porque mejoraron y mejoraron... Uno de los fuertes cruciales de X era su profesionalidad como músicos: las bandas punk de entonces solían ser desprolijas, pero X era ordenada, disciplinada, y uno nunca se preocupaba porque algo saliera mal en un show. Uno estaba en manos de profesionales, podía relajarse y dejarse llevar”.

Uno de los primeros fascinados por la banda –el rockabilly acelerado, los riffs de Chuck Berry, las armonías disonantes de John y Exene que resultaban premonitorias, como una sirena de ambulancia y las letras agudas y extraordinarias– fue Ray Manzarek, ex tecladista de The Doors. Vio a X en The Masque, uno de los clubes de la época –el CBGB de Los Angeles– y fue al show porque alguien le dijo que la banda “era demasiado salvaje y loca y cantaba sobre cosas horribles”. Por esa época, una de las primeras reseñas de un show titulaba “Suenan como un asesinato”. A Manzarek le encantó y se ofreció como productor; trabajó con la banda en sus cuatro primeros discos, hoy considerados obras maestras poco reconocidas: Los Angeles (1980), Wild Gift (1981), Under the Big Black Sun (1982) y More Fun in the New World (1983). Hasta ahí, la química entre John Doe y Exene, que se habían conocido en un taller de poesía, se habían casado en 1980 y ahora estaban a punto de divorciarse. Los discos siguientes ya no tenían esa intensidad primal y decayeron aún más con la partida de Billy Zoom. Exene, además, dejó Los Angeles para irse a vivir al campo con su hijo y su nuevo esposo, Viggo Mortensen. Con los años, la banda volvió a reunirse, a tocar shows especiales, a tener proyectos conjuntos y paralelos; Doe tiene una carrera solista, Exene es líder de bandas como Auntie Christ y artista plástica que publica parte de su trabajo en Perceval Press, la editorial de su ex Mortensen. Exene es, además, un icono feminista, cosa que ella reconoce y disfruta: “Me dicen que soy un modelo a seguir para muchas mujeres y eso no me asusta. Me alegra”. Escribe sobre ella Kristine McKenna: “Tenía el cabello de Medusa, parecía la chica más mala de la escuela y a la vez una mujer homeless y loca en la esquina, puteando en voz baja; era una vampiresa, una chica que se había escapado de su casa y conocía el mundo, cambiaba de un minuto a otro. Tenía las caderas estrechas de una niña, el busto de una mujer fatal, y un fabuloso sentido de la moda: los zapatitos de abuela, el maquillaje exagerado de una estrella de cine mudo, los vestidos largos, los brazaletes y los tatuajes. Su belleza estaba arraigada en su habilidad para ser ella misma sin vergüenza ni explicaciones. Su perverso sentido del humor, su necesidad, su tristeza, su lujuria, sus arrepentimientos, su ternura –se subía sobre el escenario y lo mostraba todo– y por eso era extraordinaria”.

Era, además, la principal responsable de las letras. Cuando la conoció, John Doe –el chico hermoso con actitud de forajido y cara de estrella de cine– creyó que los poemas de Exene eran canciones y, sobre todo, canciones que hablaban de esa ciudad expulsiva y difícil. Empezaron a trabajar juntos, él un músico influido por Lou Reed, los Modern Lovers y Eddie Cochran, ella una chica con voz de banshee que nunca había cantado en su vida. Las canciones de Los Angeles se escribieron en un departamento lleno de souvenires del Día de los Muertos mexicano y collages hechos de madrugada. Y todas las letras son imágenes fracturadas, postales arrugadas y vistas de reojo, en parte la vida callejera de los chicos perdidos, en parte el infierno de los ricos. En Menos que cero hay una escena famosa en la que Rip y Trent se entusiasman porque X va a tocar “Sex & Dying in High Society”, que dice así: Quedate con tus cigarrillos pekineses, turcos/ Y con tu encendedor que parece un arma/ Te casaste con tu padre, solo que tiene un nombre diferente/ Y eso es sexo y muerte en la alta sociedad.../ Y ahora le pedís a tu mucama/ Que queme tu espalda virgen/ Con una plancha/ Más caliente que el calor/ Decís que es lo suficientemente bueno/ Decís que el dolor es mejor/ Que cualquier tipo de amor. La canción del título, esa de las imágenes insoportables, dice: Ella tuvo que irse de Los Angeles/ Todos sus juguetes se pusieron negros/ Y sus chicos también/ Y había empezado a odiar/ A cada negro y a cada judío y cada mexicano que le daba una mierda y a cada homosexual y a los ricos/ irse irse irse/ sus manos se ponen rojas/ porque los días cambian a la noche/ cambian en un instante. Y, por supuesto, Los Angeles tiene la canción legendaria, la que se incluye en cualquier Top 10 de las mejores canciones del punk-rock, la que probablemente merecería abandonar el gueto punk y estar en un top 10 de mejores canciones y punto: “Johnny Hit & Run Paulene”, una canción sobre una violación, sin duda el ingreso de una cuestión “de género” en la cultura rock: Las puertas del bus de Los Angeles se abren/ a las patadas/ cuando para en la calle 6/ es cuando él droga a la chica, por dentro/ Ella tiene las piernas abiertas, extendidas/ Y no entendía lo que era morir/ y todavía estaba despierta/ Johnny atacó a Paulene y escapó/ Cuando él se despertó/ al lado de la cama/ había mechones de cabello/ La última Paulene no quiso cooperar/ No estaba lo que diríamos viva/ Pero seguía despierta. El resto de las canciones de Los Angeles completa el cuadro de una banda en sintonía con su época y su lugar: bares gay, resacas después de noches en Plunger Pit, un bar de Santa Monica, un cover de “Soul Kitchen”, de The Doors, citas de T. S. Eliot y varias otras formas de desesperación “peores que ser pobre”, como canta Exene en el simple We’re Desperate, idea de la que el joven Bret Easton Ellis tomó nota.


X toca como banda invitada de Pearl Jam hoy desde las 17 en el Estadio Unico de La Plata. Entradas desde $ 450.

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Billy Zoom, DJ Bonebrake, Exene Cervenka y John Doe en sus tiempos de gloria.
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