Dom 18.05.2003
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DANZA

Las reglas del juego

Inspirada en los recuerdos de niñez provinciana de su directora, Viviana Iasparra,
Baile de campo rescata la danza del mundo formal y estilizado donde languidece y la arroja a esa eterna arena de infancia donde correr, esconderse y trepar son placeres tan vertiginosos como cotidianos.

Por Cecilia Sosa

¿ si todo fuera sólo un juego? Algo de ese aliento parece deslizarse en Baile de campo, una coreografía creada y dirigida por Viviana Iasparra en la que siete jóvenes intérpretes logran hacer de sus cuerpos una caja de resonancia de emociones disímiles y contradictorias. Esta vez, la directora de Una chiva y muchos cuervos y Puro afecto se sumergió en las imágenes y sensaciones de su infancia y adolescencia en 25 de Mayo, un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires, para recrear una obra signada por las inefables y equívocas reglas de lo lúdico. “Pensé en mi infancia en el campo y en el riesgo que siempre tienen los juegos infantiles. A partir de ahí trabajamos con movimientos filogenéticos, que no necesitan ser aprendidos, sino que surgen naturalmente: correr, saltar, traccionar, trepar”, dice Iasparra.
Así, la temporalidad suspendida del juego aparece en escena de manera vívida, sin necesidad de palabras: se filtra en el aire contenido o en la respiración agitada de una vertiginosa escondida sobre y bajo las mesas, o en los huecos abiertos por construcciones montadas sólo por la musicalidad de su desmoronamiento. Y fundamentalmente en los cuerpos que se buscan y persiguen, chocan, abrazan, pelean y repelen en una danza por momentos frenética, por momentos suave, pero siempre sutil, compleja y contradictoria. Como los deseos. “Me interesó investigar el tiempo en el que todo eso ocurría. Hay un descanso, una respiración en el interior del propio juego”, dice Iasparra.
El trabajo comenzó con elementos cotidianos, típicos de la rutina de la infancia: tablones de maderas, mesas, bolsas rellenas, bombitas de agua. “El escenario es muy cercano al público. Todo el mundo se escondió alguna vez debajo de una mesa”, comenta la coreógrafa. Por momentos, cuando el vértigo de las esquinitas o el pica-pica se aquieta, contra el marco negro de la sala despojada se recortan escenas lumi nosas, breves, casi surreales: los zapatos de taco de las que –en tránsito a la adolescencia- ya refinan la coquetería; un cuerpo suspendido y artificialmente clavado a la pared; la danza de la “virgencita de blanco” o la intimidad muda de una charla femenina. Una de las escenas parece incluso recrear ese momento de Rayuela, la novela de Julio Cortázar, en el que Talita se debate suspendida sobre un tablón entre Olivera y su marido. Pero sin marido.
Aunque todo parece transcurrir según el pulso del espacio cerrado del juego, el trabajo escénico, en realidad, está profundamente pautado. “Se empezó a trabajar a partir de improvisaciones que luego se pautaron, tratando de que esa materialidad no se volviera mecánica. La obra está totalmente secuenciada pero fluye como si fuera totalmente natural”, dice. A pesar de que la obra cuenta con el subsidio a la creación de Prodanza y el Instituto Nacional del Teatro, en Baile de campo resulta difícil hablar de “danza” en sentido estricto. El cuerpo parece vivir sus arranques e implosiones desde los lugares más cotidianos, con sus dinámicas apenas potenciadas y sus recaídas apenas acentuadas. No hay poses sino estados de tránsito, pasajes. Tras esa técnica elusiva se oculta una fuerte toma de postura respecto de la danza en la discusión contemporánea. “Me interesa que los intérpretes no se vean como bailarines sino como personas que accionan o reaccionan, que corren como cualquiera corre un colectivo. Hay tanta belleza en el gran salto de un bailarín clásico como en las cadenas de hombres que trasladan cajones o ladrillos en la calle. Son escenas perfectas; con eso alcanza. Eso es lo que yo entiendo por poética”, dice Iasparra, que reparte su trabajo docente entre el Centro de Investigación Cinematográfica, el Centro Cultural Rojas y su propio estudio de Palermo.
Baile de campo es también el debut escénico de Timoteo Padilla, el hijo de la coreógrafa, de 7 años, que hace aparecer con toda evidencia y simplicidad el hecho de la danza como momento vital. “Él juega todo el tiempo, y esa tranquilidad se le nota. Pasó algo raro: al principio podríano haber estado, pero ahora al resto del grupo le cuesta encontrarse sin él”, dice la madre-coreógrafa. Por imitación o repetición, Javier Radrizzani, Gabriela Iasparra, Violeta Buchbinder, Ana Morán, Juan Irurzun y Verónica Jordán se encuentran en ese universo de afectividades lábiles que permite el paso del abrazo fraternal a la repulsión, del juego sensual a la huida muda, casi histérica. Mucho ayudan la banda sonora de Gabriel Paiuk, la puesta de luces de Iván Nirich y el diseño escenográfico de Eubel.
Antes de pasar al Portón de Sánchez, la obra se mostró brevemente en el estudio de Iasparra, donde un grupo de alumnos de la carrera de Artes Combinadas de la UBA subrayó la profunda sensualidad que emanaba la obra. “No fue algo especialmente buscado”, dice Iasparra. “En todo caso se buscó mostrar las relaciones afectivas que surgen en las barritas de adolescentes. La sexualidad y la seducción forman parte de la vida de las personas tanto como la pelea. Eso se ve en el abrazo de los boxeadores.”
Pero, como todo juego, la obra también implica la existencia de un afuera que se filtra a través de sombras agigantadas. Un afuera cuyas reglas tal vez, y sólo tal vez, sean otras; porque el juego –ya lo dijo Georg Gadamer– muestra el mundo “tal como es”.

Baile de campo se presenta los domingos de mayo y junio a las 19 en el Portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034. Reservas: 4863-2848.

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