Domingo, 5 de febrero de 2012 | Hoy
ENTREVISTA > MIGUEL CANTILO, CON DISCO Y LIBRO NUEVO
Instalado en el oeste del Gran Buenos Aires, y después de una temporada burocrática trabajando en Sadaic que quedó definitivamente atrás, a los 62 años Miguel Cantilo está en un intenso momento creativo: acaba de editar ¡Qué circo!, segundo libro de memorias que retrata con agudeza la opresiva vida cotidiana bajo la dictadura militar y un nuevo disco, Cantilenas, con canciones escritas durante toda su carrera –desde 1967 hasta el año pasado– que se presentan como un viaje por geografías y estilos, un cancionero personal que resulta luminoso, relevante y vital.
Por Martín Pérez
Ya no vive en una ciudad, pero tampoco se fue muy lejos. “No podría hacer lo que hago desde Bariloche o El Bolsón”, asegura Miguel Cantilo, con pleno conocimiento de causa. Porque, si bien comenzó su carrera junto a Jorge Durietz como parte del dúo Pedro y Pablo –“parecía el nombre de dos coiffeurs”, bromeó alguna vez– con un tema dedicado inequívocamente a Buenos Aires, los momentos más idílicos de su vida confiesa haberlos pasado en paraísos naturales, entre los que menciona Valeria del Mar primero, El Bolsón después y por último Ibiza. “Pero Buenos Aires es el escenario principal, tarde o después todo va a parar ahí. Es como la madre, y el Edipo te condena a caer siempre de nuevo en sus brazos”, dice y se ríe el hombre que, a los 62 años, se ha instalado en Parque Leloir, a treinta kilómetros de la ciudad en la que supo vivir.
Lo que hace Cantilo es música, y no es una obviedad. Porque, según confiesa, más o menos para la época en que salió su anterior disco, Conciencia (2007), por su trabajo en Sadaic llegó a verse convertido en algo parecido a un burócrata. Lo había llevado allí Antonio Tarragó Ros, y explica que la idea de cambiar cosas desde adentro lo sedujo. La pregunta obligada es si logró cambiar algo, y la respuesta breve y contundente es “no”, seguida por una generosa carcajada. “Armé una lista opositora y perdí. Y así es como volví al trabajo de músico”, cuenta Cantilo, que desde entonces se ha sentido renacer, y la mejor prueba es la frescura del sorpresivo Cantilenas, su flamante último disco, en el que recupera temas perdidos de todas las épocas, principalmente de la época previa a Pedro y Pablo, y también algunos olvidados durante su paso por Mallorca, pero que no sirvieron para el proyecto de Punch, el grupo new wave con el que recibió los ‘80 y lo trajo de regreso entonces al Río de la Plata.
“En algún momento dudé si debía o no revelar los diversos orígenes de las canciones”, explica Cantilo, que incluye en el disco temas como “Tu atención”, con fecha de 1967, o “Valores”, que sirve de apertura, del año pasado. “¿Y si mando todo sin fecha?, pensé. Pero me pareció que ayudaba al disfrute de las canciones. Canto una canción, ‘Despedida’, que la compuse cuando me fui de la casa de mis padres, y se comprende y disfruta mejor si está situado en tiempo y lugar.” La amplitud de fechas y variedad de lugares –Sant Pol de Mar, San Luis y Mallorca son algunos de los apuntados, además de Buenos Aires, El Bolsón y Valeria del Mar– ayudan, además, a darle a Cantilenas una sensación de viaje, pero del viaje de la vida de un músico que lo ha vivido todo, pero al mismo tiempo parece estar en su mejor momento. “La gente me pregunta cómo es que puedo seguir tocando, viajando y sacando discos a mi edad, y yo les pregunto si fueron a ver a Paul McCartney. Porque, si fueron a verlo, tendrían que tener todo claro.”
“Uno de los sueños del guitarrero es levantarse minas tocando su instrumento”, confiesa risueño Miguel Cantilo, y cuenta que por eso incluyó en su nuevo disco “Tu atención”, uno de los primeros temas que compuso, a los 17 años. Porque retrata muy bien aquella época. “Por entonces, todas las fiestas terminaban en guitarreadas. O si no, algunos se apartaban y terminaban cantando algunos temas. Esas guitarreadas estaban sostenidas principalmente por el folklore. A veces, algún loco tocaba Jobim, pero no mucho más. Hasta que empezaron a aparecer canciones que hablaban más de nuestras experiencias, como las de Los Gatos, pero también las de Sandro. Me acuerdo de una de Los Iracundos: ‘Y la lluvia caerá’. Nos subimos a ese carrito unos cuantos.”
Cuando se le comenta que Pedro y Pablo bien podrían ser el eslabón perdido entre la canción urbana que asomaba en esos tiempos y el rock local, Cantilo evoca el descubrimiento de Serrat, por ejemplo, en el repertorio de Horacio Molina, cuando el dúo recién formado con Durietz –aun antes de bautizarse como Pedro y Pablo– cortó sus primeros dientes en el legendario La Fusa de Punta del Este. Pero también menciona a un italiano como Antoine, que cantaba canciones de protesta. O si no al catalán Raimon, del que leyó en un reportaje publicado en un diario una frase que lo inspiraría a componer “En este mismo instante”, una canción contra Vietnam que terminó siendo tal vez la mejor canción que dio el rock nacional sobre la guerra de Malvinas: “Manos duras que matan, manos finas que mandan matar”.
Pero si se habla de eslabón perdido, Cantilo elige recordar a María Elena Walsh. Asegura que jamás se olvidará de cuando la mujer que había deleitado a su generación durante su infancia, empezó a cantar canciones como “La policía, mamá”, entre otros temas. “Es que la policía se estaba desbordando”, explica Cantilo, abordando un tema que aparece todo el tiempo en ¡Qué circo! (2011), sucesor de su honesto y directo libro de memorias hippies, el indispensable Chau loco (2000). Con confusas pretensiones didácticas e historicistas, ¡Qué circo! es menos disfrutable, pero funciona como testimonio de la dureza represiva de la época. “No se trataba sólo del pelo sino también de la ropa; y no sólo la policía sino todo el mundo te reprimía. Entrar en un bar con el pelo largo significaba que te iban a verduguear, y tal vez incluso agredirte. Por eso muchos se escondían el pelo largo debajo del cuello de la camisa.”
En estos tiempos en que la justicia empieza a recordar que la última dictadura no fue sólo militar sino que también hubo responsabilidades civiles, las recurrentes escenas que evoca Cantilo en su libro –desde la búsqueda policial de la tuca como excusa para poder ensañarse con los pelilargos, hasta el vecino que denuncia a los rockeros por ruidos molestos, aun sabiendo que el resultado de esa llamada puede ser demasiado contundente– recuerdan que aquella sociedad en su conjunto era la que se estaba defendiendo. “Como escribo por algún lado en el libro, eran los propios padres los que parecían preguntarles a sus hijos: ‘¿Vos que traés, la bomba o la droga?’. Porque les tenían miedo. Pero siempre fue así, aun hoy hay padres que no pueden dominar a sus hijos, y los dopan y los meten en clínicas donde los internan y tratan por su propio bien, supuestamente.”
Además de aquellos temas olvidados de sus comienzos, el otro reservorio temporal del que abreva Cantilenas es de unos diez años más tarde, a fines de los ‘70, cuando Miguel Cantilo se instaló en Mallorca a formar una banda new wave llamada Punch. Por entonces había gozado una década de hippismo, viviendo en comunidad primero en una casa en la calle Conesa, luego en El Bolsón, y más tarde huyendo de la represión hacia Brasil y después a Colombia. Pese a confesar su admiración total por Litto Nebbia, que le demostró al joven amante de los Beatles y los Stones que esos códigos también tenían un lugar por estos pagos, sus primeros pasos de café concert y canción de protesta lo alejaron del rock. Se acercó de la mano del grupo platense La Cofradía de la Flor Solar, con los que Pedro y Pablo grabó el mítico Conesa (1972), y luego como solista, de la mano de Kubero Díaz, líder de La Cofradía, los discos Sur (1973) y Apóstoles (1974). Y fueron justamente dos ex cófrades –Quique Gornatti y Morci Requena– los que le pagaron el traslado de Bogotá a Mallorca.
“Como el grupo era moderno, y pese al corte de pelo yo era un cantautor, siempre había canciones que no servían e iba guardando. Algunas las usé en otros discos solistas, y otras terminaron en este disco”, explica Miguel, que confiesa haberse cortado el pelo de buena gana. “Aún había hippismo en la isla, pero era una época mucho más punk. Era lo que se venía, lo veías en las revistas y los discos que venían de Inglaterra, con las que nos hicimos fanáticos de tipos con Elvis Costello y Talking Heads. Lo que hacían era revolucionario para la época, algo que celebrábamos porque estábamos podridos del rock sinfónico. Así que terminamos todos con el pelo cortito, como celebrando la nueva etapa. Y no fuimos los únicos, eh. Me acuerdo, no sé cómo, de haber recibido una revista argentina que mostraba que Santaolalla también se lo había cortado, lo que me llamó la atención”, recuerda Cantilo, que trajo su peinado nuevo para Buenos Aires y sólo recibió hostilidad por parte de un público que quería más marcha de la bronca, y menos pelo corto.
No era tan sencillo, sin embargo, como lo demuestra el recuerdo del regreso de Manal en ¡Qué circo!, describiendo un estadio de Obras frío, en el que la gente no se movía de sus asientos, vigilados por la policía. “Todos salieron comentando en voz baja el recital, incluso en los colectivos”, dice Cantilo, retratando una realidad agobiante, la otra cara de la violencia que recibiría al año siguiente en Prima Rock o en La Falda, al frente de Punch. Malvinas terminó acelerando los tiempos, y el fracaso de Punch fue olvidado con el triunfal regreso de Pedro y Pablo, ahora sí permitido por los censores de turno. “Me acuerdo de que al final de un show en Obras nos vino a saludar al camarín un oficial joven. Con Jorge pensamos que, si había militares que nos venían a ver, las cosas estaban cambiando. Pero, al mismo tiempo, para ese mismo show tuvimos que presentar antes en la comisaría las letras de las canciones que íbamos a tocar.”
También recuerda que, junto a Punch, otro grupo de pelo corto sufrió los rigores de un público que tenía otras expectativas. Se trataba de Virus, que por entonces hacía sus primeras armas. “Nosotros fracasamos, no pudimos soportar que el público se rayase tanto por nuestra propuesta, y nos separamos. Pero lo curioso es que ellos, que sufrieron lo mismo que nosotros en Prima Rock y La Falda, como eran mucho más jóvenes se bancaron la tormenta, y años después consiguieron torcerles el brazo a todas esas críticas.”
Uno de los grandes logros de Cantilenas es que, pese a la amplitud del viaje, a la distancia temporal entre los temas, suena como un trabajo homogéneo. Pero también que la esencia del arte de Cantilo se destila con naturalidad, desgranando un cancionero agradecido y vital, acompañado por un sonido cristalino, y una interpretación generosa y cálida. Cantilenas es un álbum luminoso, que regala más de una sonrisa a quien lo escucha, no sólo al fan del artista sino también al oyente casual e incluso escéptico.
Miguel escucha los elogios callado y asintiendo, y cuando se le pregunta si está de acuerdo, y si está satisfecho con el resultado, asegura que lo que parece sonar tan natural, en realidad es el resultado de mucho trabajo. Se queja de que la primera crítica que leyó, lo único que hacía era mencionar que el disco no tenía material nuevo, cuando en realidad, pese a la referencia de las fechas, en él todo es nuevo. “Tengo un amigo que es muy fan, y al que respeto, que dice que es el mejor disco que hice desde Locomotor, de 1988, pero él es el único que puede decir eso”, asegura con una sonrisa, y señala que el gran responsable del resultado final es el productor: su hijo Anael. Y del hecho de haber buscado un estudio nuevo, en vez de optar por los grandes nombres, un error en el que incurrieron en el disco anterior. Lo mismo, recuerda Cantilo, que hicieron treinta años atrás, cuando descubrieron un estudio nuevo para grabar el disco del regreso de Pedro y Pablo. Ese estudio fue Del Cielito, y desde entonces Miguel tiene un terreno en Parque Leloir, donde ahora el músico –-que agradece haberse rescatado de un destino de burócrata– tiene su centro de operaciones.
Pero el gran secreto de Cantilenas está en su punto de partida, y Cantilo lo dice al pasar, bien entrada la charla. Cuenta que fue un disco pensado para trabajar en los países que no lo conocen, y por eso es un material desprovisto de lo que tradicionalmente se asocia con su nombre, canciones de protesta o de crítica social.
Alejándose de sí mismo, curiosamente, ha logrado su disco más propio y personal. Intentando no ser Miguel Cantilo, lo es más que nunca. Después de tanto cambio de estilo, y de geografía, apenas a treinta kilómetros de su centro y remontándose a sus comienzos, alcanza su raíz.
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