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Domingo, 15 de abril de 2012

CINE > UNA GUíA PARA EL BAFICI

Hoyts y toda la semana

Aunque la forma de ver y conseguir películas cambió radicalmente desde las primeras ediciones del Bafici catorce años atrás, el festival porteño sigue cumpliendo, y tal vez con más pertinencia y fuerza que nunca, su propósito original: descubrir y ofrecer para la mayor parte del público ese cine que –por su procedencia, por su rareza, por su escasa vocación comercial o por lo que sea– no puede verse en las salas durante el resto del año.

 Por Mariano Kairuz

> Sherman’s March, de Ross McElwee

COMO CONSEGUIR CHICAS

El título completo Sherman’s March, documental de 1986 ganador del gran premio del jurado en Sundance, viene a ser, traducido, La marcha de Sherman: una reflexión sobre la posibilidad del amor romántico en el Sur durante la era de la proliferación de armas nucleares. Se conoce como “La marcha de Sherman” a un episodio histórico de la guerra civil norteamericana, y la idea inicial del director Ross McElwee fue hacer una investigación sobre los efectos devastadores que tuvo sobre los pueblos del sur de Georgia y “las Carolinas”, el avance del general de la Unión William Tecumseh Sherman, entre noviembre y diciembre de 1864. Pero algo pasó justo cuando el joven McElwee se disponía a filmar con los nueve mil dólares de una beca: su novia lo dejó, rompiéndole el corazón, y transformando en ese acto lo que iba a ser un documental histórico en un viaje profunda y graciosamente personal. Fue su hermana quien, al verlo con el alma por el piso, le dijo: “Lo que tenés que hacer es usar tu cámara para conseguir chicas”, y el consejo le llegó como una epifanía. Así fue que Sherman’s March se convirtió en una serie de historias sobre la vida de su autor, su relación con las mujeres y, entre otros asuntos, la religión y el contexto político en que inició su recorrido: básicamente, Reagan, la Guerra Fría, La Bomba pendiendo sobre las cabezas de todos nosotros. Y ahí lo vemos a McElwee enamorándose de una mujer tras otra (una actriz obsesionada con Burt Reynolds, una diseñadora de interiores, una lingüista ermitaña, una joven mormona cuya familia construye un refugio nuclear), sólo para encontrarse con una serie interminable de fracasos y frustraciones. El legendario crítico del New York Times, Vincent Canby, escribió que McElwee era “un cineasta antropólogo con un inusual aprecio por los detalles más excéntricos de nuestra afilada civilización” y que su film hoy funciona como una “memoria de los años ’80”. También puede decirse que Sherman’s March es una experiencia pionera de cierta expresión de subjetividad que campea en el documental contemporáneo. Aunque, hay que decirlo, sin muchos de los vicios de la actual autorreferencialidad compulsiva, gracias a que su desventura está narrada con corazón y un enorme sentido del humor que hace blanco sobre un hombre que se busca sin encontrarse: él mismo.


> Duch, le maître des forges de l’enfer, de Rithy Panh

SI, YO LO HICE

Nacido en 1964, habiendo pasado parte de su adolescencia como prisionero del régimen de Pol Pot en los campos de trabajo forzado en los que murieron, por hambre o agotamiento físico, sus padres y sus hermanos, el cineasta camboyano Rithy Panh consiguió a los 15 escapar a su destino. Primero cruzó la frontera hasta Tailandia y pasó un tiempo en un campamento de refugiados. Luego alcanzó París, donde comenzó una nueva vida tras encontrarse con una cámara en la mano casi por azar y, siendo aún muy joven, empezó a desarrollar una filmografía destinada a mostrarle al mundo cómo quedó su país tras la dictadura que masacró al menos a un millón de sus habitantes. Entre títulos como Site 2 (sobre la vida en un campo de refugiados en la frontera tailandesa en los ’80), La gente del arroz (sobre una familia rural que intenta sobrevivir tras el Khmer Rouge) y Bophana, una tragedia camboyana, se destaca la monumental S21: The Khmer Rouge Killing Machine (2003), en la que llevó sus cámaras hasta una de las prisiones que el régimen utilizó en Tuol Sleng, y allí reunió a ex prisioneros y a algunos de sus captores, y extrajo de la confrontación testimonios conmovedores y espeluznantes.

Su más nueva película (Duch, señor de las forjas del infierno) es la que de manera más directa retoma y se conecta con la extraordinaria S21, con casi dos horas cara a cara con uno de los mayores criminales del siglo XX, Kaing Guek Eav, responsable, en calidad de “secretario del partido” y director del centro de tortura S21 de Pnom Penh entre 1975 y 1979, de la muerte de al menos 12 mil personas. En 2009, Duch se convirtió en el primer jefe del Khmer Rouge en comparecer ante una corte criminal internacional; este año fue condenado a cadena perpetua: en el medio, Pahn registró cerca de 300 horas de conversaciones en las que Duch no niega los cargos, y en su lugar aduce obediencia debida y una vocación por el “trabajo bien hecho”, el poder, la jerarquía y la disciplina y describe los pormenores más burocráticos del aparato estatal de la muerte. Pahn le da rienda suelta para ofrecer su confesión (o “su versión de los hechos”) y el resultado es único (jamás un criminal en masa se ha abierto así ante un cineasta, se ha dicho), un documento impresionante y temible, y tal vez uno de los registros más auténticos de la historia del negrísimo y todavía cercano siglo XX.


> Rare Exports: a Christmas Tale, de Jalmari Helander

EL FLACO DE NAVIDAD

Conozcan al verdadero Papá Noel, al auténtico, real, decrépito Santa Claus, que no se parece en nada al mito gordo y bonachón de la risa estentórea que nos vendió la Coca-Cola, y que no tiene nada de santo ni de paternal. Nada de nada: de hecho, el muy cretino ha dejado un tendal de cadáveres de renos en el helado campo en que transcurre Rare Exports, el bizarro film de culto del finlandés Jalmari Helander basado en los cortos que él mismo y su hermano subieron a YouTube y vieron convertirse en tremendos exitazos. Rare Exports tiene un ojo puesto en el cine que Spielberg dirigía o producía en los ’80: su protagonista es uno de esos niños que deducen antes lo que los adultos no pueden o no quieren ver, rasgo definitorio de parte del cine fantástico de aquellos años, como nos lo recordó recientemente Súper 8. Hay también reminiscencias de los imaginativos debuts de Peter Jackson y Sam Raimi, pero casi sin humor. Es decir, tomándose (tal vez demasiado) en serio la historia de este viejo temible que no sólo deja sin regalos a los nenes que se portaron mal: también los tortura hasta desollarlos vivos. Apenas una muestra del nivel de locura que depara este año la trasnochada sección Nocturna, donde habitan títulos prometedores como la saga croata Bore Lee, la coreana Invasion of Alien Bikini, y una argentina y entusiastamente satánica: La memoria del muerto, de Javier Diment.


> Warriors of the Rainbow, de Wei Te-sheng

APOCALIPSIS AYER

Con sus 24 millones de dólares de presupuesto, Seediq Bale, alias Warriors of the Rainbow (Guerreros del arco iris) es la película más cara de la historia del cine taiwanés. Su director, Wei Te-sheng, es el centro de uno de los focos de este Bafici, con tres películas, la segunda de las cuales, Cape Nº 7 (2008) es una comedia de amores y vocaciones frustradas y canciones pop que se convirtió en la más taquillera de la historia del cine taiwanés. Con unas cuatro horas y media de extensión (o algo más de la mitad en la versión para festivales internacionales, que es la que se pasa acá), hablada en una lengua aborigen –uno entre muchos detalles de un film elogiado por su atención “a la perfección antropológica”– Warriors... es una salvajada épica que narra el poco conocido incidente histórico de Wushe, que tuvo lugar en 1930, cuando los clanes originarios de los Seediq, liderados por el carismático Mona Rudao, se alzaron contra sus opresores: el ejército del Japón imperial. Uno no ha tardado nada en ponerse de lado de los rebeldes, para cuando descubre el tipo de sanguinolentas barbaridades de las que éstos son capaces; un movimiento narrativo que le valió comparaciones con el Apocalypto de Mel Gibson. Wei dice que solo aspira a dar a conocer esta masacre que constituye un capítulo fundamental pero bastante ignorado de la historia de su país: “Yo no diría que ésta es una gran película –dijo en una rara movida promocional–, sino que es una película que tenía que hacerse”.


> Damsels in Distress, de Whit Stillman

COLEGIOS DE ANIMALES

Hay un hueco de trece años entre la tercera película de Whit Stillman (Los últimos días del disco) y la siguiente y flamante Damsels in Distress. ¿Qué pasó? Por un lado, que su opus tres fue un profundo e inesperado fracaso comercial y de crítica que lo dejó tecleando. A pesar de que había estado nominado al Oscar por el guión de su extraordinaria ópera prima, Metropolitan, ya nadie financiaba sus proyectos, así que se dedicó a escribir por encargo pilotos televisivos que muchas veces quedaron en la nada. La buena noticia es que la que marca su regreso es una película casi tan barata como la de sus inicios (3 millones) y que Stillman –alguna vez esmerado estudiante, en Harvard, “del rol del dandy en la literatura”– sigue siendo el gran retratista y raro defensor de los chicos ricos y educados, en (ese ámbito “tan inclinado a la izquierda” que es) el cine independiente norteamericano, según se le echó en cara en sus comienzos. Sus personajes favoritos fueron siempre esos universitarios de la Costa Este, pretenciosos y un poco ridículos, “no muy inteligentes”, dice, que quieren hacer cosas, “que tienen muchas ideas, incluso algunas tontas”. Definición que le cabe a la protagonista de su nueva película, una comedia iluminada con más de un rapto musical: Violet (la nueva reina del cine de bajo presupuesto, Greta Gerwig), la chica empecinada en sanear a los depresivos de su (exclusiva) comunidad académica con algo de orden, higiene y una terapia de baile (sic). Una suerte de hermana, propone Stillman, del protagonista de Rushmore, de Wes Anderson, otra de las cosas que pasó en el indie durante su ausencia. Otra película sobre esos tontos vitalistas y algo privilegiados que hacen cosas todo el tiempo, no importa qué.


> Death Row, de Werner Herzog

LOS CONDENADOS

Todo el mundo sabe que Werner Herzog está loco y las pruebas abundan tanto en sus ficciones –algunas dedicadas a la locura de otros– como en sus documentales. Pero una de las evidencias más recientes de su chifladura es el hecho de este alemán haya encontrado finalmente en ¡Los Angeles! su lugar en este planeta: muchos de los objetos de estudio potencialmente más interesantes están allí al alcance de su mano, alega. Entre ellos, su última obsesión: la pena de muerte, que es legal en 34 estados de EE.UU. Sobre el tema ya lleva filmadas dos series para la televisión norteamericana, que consisten principalmente en entrevistas con criminales convictos que esperan la inyección letal en cárceles de máxima seguridad. La primera fue Into the Abyss; su continuación es este monstruo de cuatro horas en las que se carea con asesinos, violadores, secuestradores, no sin antes aclarar dos cosas: 1) Que él (Herzog) está “respetuosamente en desacuerdo con la pena capital”, pero también que 2) no por eso “ustedes (los condenados) tienen por qué agradarme”. Y es no a pesar de esta franqueza, sino gracias a ella que obtiene de los hombres a los que enfrenta con la cámara testimonios increíbles, tanto de los que reconocen sus crímenes como de quienes tan cerca del final lo siguen negando todo. Pero los suyos no son, ha dicho el director de Fitzcarraldo, films militantes, sino una “mirada hacia el abismo interior de cada uno de nosotros”, una exploración que habla de la decadencia de la civilización, “y no sólo de Texas, o Estados Unidos, sino de algo que está pasando en todo el mundo”.


> Kauwboy, de Boudewijn Koole

UN NESQUIK AMARGO

Consolidada tras varios años de presentar esas otras películas destinadas al público infantil que no llegan a las salas comerciales, la sección Baficito no se compone sólo de films de animación, y Kauwboy –la ganadora del premio a mejor ópera prima del último festival de Berlín– viene este año a ocupar ese lugar: el de esa película tanto (o no tanto) para chicos como con chicos, es decir, que tiene la sensibilidad necesaria para asimilar el punto de vista de sus jóvenes protagonistas. Que son un chico que extraña mucho a su madre –una cantante country largamente alejada del hogar por, presuntamente, sus compromisos profesionales–, que no entiende por qué ella no vuelve a casa, y que entonces debe lidiar consigo mismo, con su soledad, y con un padre depresivo y borracho que es como si no estuviera allí. De pronto, como una oportunidad única de escape para una vida llena de angustia, aparecen una nena –Yenthe, la chica cool del equipo de water polo escolar– y un pájaro caído de su nido, al que llevará a casa clandestinamente. Hay esperanza al final del camino, pero primero hay que saber sufrir, en esta película para chicos que no considera que su público sea menor.


Hay más en este Baficito: algunas de sus películas animadas pueden verse en el Planetario, oportunidad para visitar con los pequeños el gran domo marciano de Buenos Aires.

En esta edición del Bafici también puede verse lo más reciente de McElwee, Photographic Memory, pero además conviene prestarle atención al ciclo en el que se recupera su film de los ’80: una sección programada con el director del festival de cine de Viena, en la que se dan entre otras la primera película de Wes Anderson, nunca estrenada en cines en Argentina (Bottle Rocket, 1996), y un clásico del senegalés Ousmane Sembène (1923-2007): Xala (1975), feroz crítica política centrada en los desastrosos efectos de un golpe de Estado de pretendida vocación popular.

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