ENTREVISTAS > RAúL PERRONE PRESENTA SU TRíPTICO EN EL COSMOS
Mientras el Nuevo Cine Argentino nacía, explotaba, llegaba a la cima y se volvía no tan nuevo, Raúl Perrone, un independiente de alma, se fue convirtiendo en un cineasta de culto. Primero con su ya famosa Trilogía del Oeste. Después, con una película tras otra filmadas con nada, una estética austera pero inspirada, local pero no costumbrista, se volvió un planeta en sí mismo. Ahora, deja Ituzaingó apenas para ir hasta el Cosmos a presentar un Tríptico formado por los largos Luján, Los actos cotidianos y Al final la vida sigue, igual. Radar aprovechó para hacerlo hablar.
› Por Mariano Kairuz
Perrone forjó su propia leyenda y es el encargado de preservarla: sigue haciendo una película tras otra –y ya van más de veinte desde sus inicios, a principios de los ’90–, algunas las estrena en el Bafici y otras en distintas salas del llamado circuito alternativo, mientras que otras más permanecen inéditas. La mayoría sigue viajando a festivales de Europa y Latinoamérica, donde se lo celebra y multiplica su público, pero él, igual que siempre: se queda acá, no viaja ni siquiera para vender sus películas afuera, ni para acceder a subsidios ni fondos, ni mucho menos para conocer a otra gente-de-cine. A duras penas sale de Ituzaingó para presentar alguna de sus últimas obras en el festival porteño o, como ahora, su Tríptico en el Cosmos. Dice que sí, que sigue siendo fóbico, pero que la tecnología lo acompaña, que después de que sus películas son ovacionadas en México, habla con el público por teleconferencia; que en Perú lo entrevistaron diez periodistas vía Skype.
Dice, también, que él no tiene nada que ver con todos esos “pajeros que van a los pasillos del Bafici a intercambiar tarjetas”, que sigue teniendo ansiedad por hacer las películas y por verlas terminadas lo antes posible, pero ya no tanto por mostrarlas. “Filmar me da vitalidad, pero es laburo. Yo creo que muchos que hacen películas para los festivales, cuando se den cuenta de que hacer una película es laburar, se van a querer matar. Filmar es un oficio. No digo ponerse un overol y marcar tarjeta, pero sí trabajar con seriedad. Yo veo pibes que empiezan películas y no las terminan o no saben cómo terminarlas, lo veo en los talleres de cine y también en el Bafici: veo películas que no alcanzan, veo mucha mierda parecida a otra mierda, veo lobbies y movidas. Trato de no ver nada y lo poco que veo me parece horrible. Odio profundamente el ambiente del cine.”
Lo dice con la seguridad de quien siente que nunca necesitó rosquear para seguir filmando. Cada vez filma con menos, y todo le llega y lo consigue con su sistema, dice. “Y estreno cuando se dan las condiciones para hacerlo como yo quiero. ¿Cuántos cineastas argentinos tienen una caja de DVD como las que tengo yo?”, desafía Perrone, que hace unos años pudo ver editada una caja con la Trilogía original, la que lo volvió de culto, la del Oeste, la que conformaban Labios de churrasco, Graciadió, 5 pal peso, con extras y making off y librito, y que desde ahora tiene ya no una sino dos cajas con DVD de sus películas. La nueva es la que contiene Luján, Los actos cotidianos y Al final la vida sigue, igual (el mentado Tríptico), nuevamente tres discos con extras, algunos personajes y ambientes recurrentes, y un librito de tapa dura con textos, anotaciones del director hechas a mano y con faltas de ortografía (“así lo siento, y está bueno hacer lo que uno siente”), una larga y muy buena entrevista, fotos, todo realizado por un esfuerzo conjunto entre la distribuidora Tren y la Universidad de La Matanza. La caja estará disponible mientras las tres películas se van estrenando, de a una por semana, en el cine Cosmos. “Todo esto viene sin que yo me mueva de acá, de Ituzaingó. Creo que si mis películas no interesaran no hubiera aparecido la guita para hacerlo. Y esto lo diseño yo, como yo quise.” Y quién le va a venir a discutir a estas alturas su sistema de producción a Perrone.
Y Tríptico, no trilogía, insiste Perrone, porque el hilo que une a sus tres producciones, realizadas entre 2009 y 2011, no impide verlas en cualquier orden, pero también por algo más que Quintín define con bastante precisión en el primero de los textos del libro que acompaña la edición: “La diferencia es esencial para él: no se trata de tres películas unidas por un vínculo temático ni de una etapa en su carrera sino de algo más parecido a un cuadro dividido en tres paneles, incluso con resonancias medievales. Perrone tiene una antigua relación con la plástica e insiste en que ésa es una de las claves para mirar estas películas. En parte por una razón obvia: la obsesiva fotografía de las tres obras, su paciente composición estática, se emparienta con la pintura, mientras que el tono evoca la serenidad de cierta pintura religiosa”.
El protagonista de Luján es un hombre bastante mayor llamado justamente Luján. Sabemos que el viejo tiene 14 hijos pero casi no se habla con ninguno de ellos, y que pasa buena parte de sus días en la casa de una vecina, a pesar de la rabiosa oposición del marido de ésta. Por momentos Luján parece perdido. En otros, lo vemos trabajar en la casa en que lo hospedan, hacer arreglos, rasquetear obsesivamente las paredes descascaradas del patio. “Trato cada vez más de mostrar en mis películas cosas que forman parte de la vida, de que en mis películas la gente hable como habla la gente”, dice Perrone. “Pero tampoco es que voy con una cámara y así nomás pasan las cosas que se ven ahí. Hay todo un trabajo con los protagonistas, de pedirles que me cuenten algo o provocar una situación. Luján tuvo problemas de salud, y tiene problemas motores y a veces no distingue del todo ficción de realidad, pero de pronto dice una frase maravillosa como ‘Ya no soy ni la mitad de lo que era’, y yo me emociono. Con Luján yo quería que se viera esa voluntad que tiene el tipo, que hace que se mantenga vivo a través del laburo. El es así y se va a morir trabajando, y eso que muestra la película es una manera de estar vivo. Tiene 75 años y yo lo veo rasquetear las paredes y digo: a mi edad yo no lo haría, y lo veo subirse a los techos y qué sé yo, es un peligro, pero el día que deje de hacer eso se muere. Y yo siento algo de eso: quizás es una proyección mía, porque yo no paro de laburar. Feriados, fines de semana, cuando sea. Por ahí tengo una idea, y son las dos de la mañana y lo llamo a Luján, que es mi vecino, y le digo ¿vamos a filmar? ‘Vamos.’ Así es todo el tiempo. Cuando trabajaba en el diario, en El Cronista, mis vacaciones eran filmar. Ahora filmo todo el tiempo. Irse de vacaciones es morir de a poco, decía Frank Zappa, y yo creo plenamente en eso. Filmar es lo que me mantiene vivo.”
Perrone no se parece a sus películas. En persona su estilo es afable, frontal, tiene humor y hasta cierta caradurez. Pero sus nuevas películas, a diferencia de las primeras, las de la Trilogía original, no tienen humor. Bueno, tal vez no sea del todo así: en Luján contemplamos a un loro que transporta cubiertos con el pico, y la imagen, pura observación directa, es indiscutiblemente graciosa. También hay alguna que otra situación más bien tragicómica, en las escenas en que la mujer que hospeda a Luján discute sobre él, enfrente del viejo, como si éste no estuviera allí, o, en Los actos cotidianos y en Al final la vida sigue, igual, en los diálogos de sus más jóvenes protagonistas, en sus anécdotas callejeras y muchas veces al borde de la ley. Son retazos de vidas del conurbano bonaerense con todo lo que eso puede implicar en el Oeste; sin regodearse en la miseria, pero captando la pobreza como trasfondo. Ya no campea el humor más grotesco y pop de –por ejemplo– Graciadió. “En las primeras películas sí había este humor absurdo, grotesco y hasta patético, que era absolutamente buscado porque tenía que ver con lo que sentía en ese momento, y con estos pibes que iban de un lado para el otro.”
¿Se identifica Perrone con sus personajes? “Con los de aquellas primeras películas sí, porque yo era un poco como esos pibes. Siempre viví por acá, en Ituzaingó, a nunca más de veinte cuadras de donde vivo ahora. A los 16 vendía curitas en la calle, y era una época muy feliz, porque yo tenía chamuyo y vendía mucho, y todas las semanas me compraba un Wrangler, un vaquero, que valía guita. Vendí por toda la provincia con un grupo de gente, con el que salíamos de gira por los pueblos. En esas giras, de día vendía y por las noches cantaba, cantaba a lo Sandro, e íbamos al billar y al bowling, que estaba de moda en los ’70, y teníamos noviecitas de pueblo. Alguna vez escribimos con Roberto Barandalla un guión sobre esos años, era un proyecto interesante, pero bueno, después pasaron otras cosas, otras películas. Así que en los chicos de esas películas queda mucho de mí, pero no me veo reflejado en los protagonistas de Los actos cotidianos y Al final... Aunque sí hay algo: son dos películas que transcurren mucho en las piezas, donde los cuartos funcionan como confesionarios. Eso es algo que ya estaba un poco en la Trilogía, y que viene de mi vida y de la de muchos: el cuarto como el lugar donde te encerrabas con tus amigos a hablar de pendejas, a escuchar música, a fumarte un porro.”
El que busque a Perrone en Facebook se va a encontrar con algunas de las nuevas máximas que tira cada tanto, frases como: “Las películas no se hacen con plata, se hacen con ideas”. Frases que funcionan como una suerte de actualización del famoso decálogo que publicó en 1998, y que en cierto modo era su respuesta a lo que él llamó el “boludogma” danés. Donde antes decía (punto 1) “Filmar con una sola cámara”, ahora aclara, a mano, “pero de fotos”. Donde recomendaba: “Utilizar muchos exteriores para no discutir con el director de fotografía (y además para ahorrar luz)”, ahora agrega: “Ya no tengo ese problema porque lo hago yo”. A “El equipo técnico no debe superar las diez personas”, le adosa: “sobran seis”. (El resto puede leerse en www.raulperrone.com.)
“Ya no podría laburar como lo hice en la Trilogía y hasta Zapada”, dice Perrone. “Hoy las veo y me digo: boludo, eran superproducciones, con diez tipos. Hoy laburo solo con un pibe. Ya nadie podría laburar conmigo, porque no puedo planificar un rodaje: hoy digo, ahora voy, y llamo al protagonista, y a un flaco que está siempre dispuesto y vamos y lo hacemos. Voy encontrando que no necesito más que esto, no es que voy con una sola persona de fóbico que soy, sino porque no necesito más.”
Lo que le interesa –dice– “es asumir el riesgo de contar cada vez mas historias sin salir de un lugar. Luján está toda hecha acá en mi casa: adentro en un cuartito hice tres habitaciones, el baile lo inventé acá, la casa de la señora es acá a la vuelta, donde filmé 5 pal peso, Zapada, y las otras dos películas son en la casa de Galván, mi suegro, el protagonista de La mecha, que ya murió. En su casa, que tiene dos habitaciones, un baño y un comedor, filmé siete películas, y no te das cuenta, son lugares distintos. Por ahí te podés dar cuenta por las paredes verdes”.
Y por las paredes verdes llegamos a ese asunto de la composición fotográfica de sus nuevas películas, a esos planos estáticos, cuidadosamente compuestos que terminan de darle sentido a la idea de Tríptico. “Llegamos a inventar algo que yo llamo la luz-almohadón. Usamos las ventanas, voy corriendo las cortinas y las sostengo con un almohadón, de acuerdo con el rayo de luz que entra. Y como me llevo muy bien con mi cámara logro esos claroscuros que en una producción industrial necesitaría 1500 kilos de equipos eléctricos, porque hay una pelotudez generalizada: la gente llega a un set, tapa todo y empieza a colgar equipos. ¡¿Para qué?! Guardá eso, eso es todo pajerío. Nunca lo usé porque no quiero aburrirme, dos horas al pedo mientras se cambia de plano. La experiencia y la tecnología me fueron ayudando, pero hay gente que tiene que justificar su laburo: si llaman un director de fotografía va a querer hacer lo suyo. Y está bien que lo haga, pero yo no lo necesito, me arreglo muy bien porque ya sé lo que quiero, tengo dos o tres asistentes que van cambiando y tienen la misma intensidad, y con eso está. Ya encontré mi propia banda de jazz, y toco con la música que quiero.”
En esa búsqueda de imágenes, una pared rajada, dice, para él es de una ternura infinita, y eso es lo que se ve en sus películas, y en eso justamente, en una pared verde descascarada, consiste la tapa de su libro. “Esa pared rajada para mí es como la arruga de un viejo. Si esa pared está así es porque le pasó el tiempo. Y yo la acaricio y la amo profundamente. También me vuelven locos los tomas, los enchufes hechos mierda. No es una elogio de la decadencia, yo no vivo así, pero no podría filmar en una casa hermosa.”
El es, dice, un cronista de estos tiempos, de estos lugares, de estas vidas. “Si tengo que pensar qué tienen en común las del Tríptico, creo que son películas humanas. Son ficciones, pero eso que se ve pasa de verdad, la gente habla así y yo respeto a esos tipos, los quiero. Alguien me dijo el otro día: Vos filmás la vida. No sé qué quiso decir exactamente, me pareció que por ahí era demasiado, pero me gustó.”
Luján puede verse de jueves a domingo a las 22. Las siguientes semanas se estrenarán Los actos cotidianos y Al final la vida sigue, igual, la siguiente. Hacia fin de mes se dará el Tríptico completo. Todo en el cine Cosmos-UBA, Av. Corrientes 2046.
FOTO CAJA: JORGE LARROSA
La caja con el Tríptico fue editada por la Universidad de La Matanza en colaboración con la flamante distribuidora Tren, uno de cuyos responsables, Manuel García, ya había trabajado en la caja de La trilogía de Ituzaingó a través del desaparecido sello 791cine. Fue un trabajo de dos años, dice García, y el resultado es “una caja muy lujosa: tres películas y un libro de tapa dura y cien páginas es algo que en el marco del penoso mercado argentino del DVD podría calificarse de Epopeya Melancólica. Creemos que en ese formato físico las películas tienen todavía una perdurabilidad que no consiguen en otros soportes. Y pienso que películas como Luján, Los Actos Cotidianos y Al final la vida sigue, igual deberían perdurar”. Tren Cine se propone distribuir cine independiente argentino y extranjero, además de “colaborar con realizadores argentinos desde un lugar nuevo: el de consultor, formador y divulgador de la distribución de cine. En un momento como éste, donde los intermediarios tienden a desaparecer, es fundamental que nuestro directores y productores estén capacitados para administrar sus derechos de autor para su propio beneficio, y lograr que sus películas circulen de la manera y por los lugares que ellos elijan”.
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