PERSONAJES > CHARLIE SEXTON, EL HOMBRE JUNTO A DYLAN
› Por Mariana Enriquez
Y Bob Dylan tocó en Buenos Aires y aquí deberían venir los superlativos. Pero desviemos la mirada un poco, hacia el centro del escenario, tal como lo hicieron tantos en esas noches del Gran Rex. Descubramos al primer guitarrista, ese hombre altísimo y delgado, de ojos azules y pómulos de calavera, el espeso cabello negro manchado por un mechón blanco. El que cada noche arrancó un susurro insistente y admirado, qué bueno que es, qué lindo que es, quién es.
Ese caballero es Charlie Sexton, guitarrista virtuoso, compositor modesto pero exquisito, sesionista codiciado, multiinstrumentista asombroso –toca piano, violín, batería, mandolina y cello– y probablemente el hombre más hermoso del mundo. La selecta minoría que sí estaba al tanto de la existencia de Charlie recibió el deslumbramiento ajeno con una mezcla de orgullo (¡lo conocemos desde chiquito!), rabia (¿por qué no prestaron atención antes?) y desconcierto (¿cómo puede ser que no sea una estrella?).
Sin embargo, los que en 1985 conocimos a Charlie en la pantalla de Música Total sabemos que quiso ser una estrella. Y sabemos que fracasó. Debutó a los 16 años con el disco Pictures for Pleasure, llegó a la tapa de la revista Spin con una foto en la que parecía Elvis y Bowie y Matt Dillon (el título se preguntaba “¿La segunda venida?”) y su canción “The Beat’s So Lonely” fue top 20: parecía imparable. Pero cuatro años después ya no era un ídolo pop y resultaba imposible dar con su rastro. Sin embargo, seguía ahí, bajo radar: no cayó en el patetismo porque tuvo dignidad y no insistió. Dejó Los Angeles y volvió a su ciudad, Austin, Texas, con humildad y un curriculum interesante: cameo y canciones para Thelma y Louise, abrir para David Bowie en su gira Glass Spider, colaboraciones con Stiv Bators, de los Dead Boys y con Roky Ericksson, algunas canciones impecables, como el rockabilly “Graceland”, para la banda de sonido de True Romance. Volvió esperando respeto y refugio.
Los tuvo. Austin es una ciudad famosa por cuidar de los suyos y pocos le son tan propios como Charlie Sexton, que llegó a la ciudad a los cuatro años desde San Antonio, hijo de una madre hippie adolescente –lo tuvo a los 16 años, en 1968– y un padre que cayó preso no bien se terminó la mudanza, por tráfico de drogas. La madre, ya sola, llevaba a Charlie y su hermano Will todas las noches a los bares de Austin, donde se quedaban dormidos escuchando blues. Pronto Stevie Ray Vaughan se hizo amigo, se ofreció como baby sitter y le enseñó a tocar la guitarra a Charlie. No era el único maestro: en los bares recibía lecciones de W. C. Clark y Albert Collins, ese enorme guitarrista negro de blues. En casa había otro novio dealer, pero éste era violento: la madre lo soportaba porque necesitaba dinero. A los 11 años Charlie abría los shows de Stevie Ray y Jimmie Vaughan y tenía planeada su huida. El novio dealer apareció asesinado en un pantano de Louisiana, pero para Charlie no había vuelta a casa: a los 13, Joe Ely se lo llevó de gira por EE.UU. Abrían para The Clash. Charlie abandonó la secundaria y nunca dejó de tocar. A los 16, cuando recién había firmado para MCA, el sello lo mandó a Nueva York a trabajar con Ron Wood. Enloquecido con ese adolescente que sabía tanto de blues como él, Wood se lo presentó a Keith Richards y a Bob Dylan, que pasaron por el estudio. “Bob me miró de arriba a abajo y me dijo ‘ya había escuchado sobre vos antes’”, cuenta Sexton. “Me sentí confundido pero no demostré nada. Siempre fui muy serio. Me crié entre viejos. Me pidió que trabajara con él en unos demos que, hasta el día de hoy, no sé dónde están.”
Tres años después Dylan comenzó su Never Ending Tour y llamó a Charlie, que rechazó la propuesta. Estaba en The Arc Angels, un supergrupo integrado por los ex compañeros de Stevie Ray Vaughan, que recién había muerto en un accidente aéreo. Austin estaba de duelo y Arc Angels era parte del ritual de despedida. En 1995 editó por fin un disco solista a la altura de su promesa: Under The Wishing Tree, que no es un clásico de la mejor americana porque el mundo es sordo e injusto. Charlie toca como un mariachi y como Hendrix y canta como Elvis Costello y Bowie mientras habla de su padre preso (“Sunday Clothes”, “Spanish Words”), de su madre en los sombríos doce minutos de “Plain Bad Luck & Innocent Mistakes” y de su propia depresión en “Ugly All Day”. Don McLeese, de la revista No Depression, definió muy bien ese disco extraordinario: “Hay una cualidad inquieta, anhelante y ocasionalmente desesperada en el alma de la música de Sexton”.
Under The Wishing Tree no funcionó y los Arc Angels se separaron y Charlie se quedó sin sello y para cuando Dylan volvió a llamarlo (la tercera vez), estaba pensando en trabajar como albañil para mantener a su hijo recién nacido. Aceptó y en sus tres años y medio con Dylan grabó en Love & Theft y participó de la película Masked & Anonymous. Pero para el 2002 estaba angustiado porque los años de gira habían destrozado su matrimonio, porque extrañaba a su hijo y porque quería tocar sus canciones. Esas fueron las razones oficiales de su partida y nunca se habló de otras. Charlie Sexton no habla de Bob Dylan. “Nunca di una entrevista sobre él. Bob no es alguien común. En 23 años hablé por teléfono con él apenas cuatro veces. Yo no le pregunto nada directamente. Me parece grosero. Me callo la boca y escucho. Lo que pasa en nuestra relación es algo entre él y yo. El sabe para qué me quiere y yo también.”
Entre 2003 y 2009, Charlie Sexton estuvo más activo que nunca. Produjo a Lucinda Williams, a Edie Brickell. Tocó con Rufus Wainwright y Alejandro Escovedo. Grabó otro disco extraordinario, Cruel And Gentle Things (2005), de canciones que siguen siendo muy melancólicas, aunque a veces hay alguna tenue luz pop; la voz está más oscurecida y la infancia todavía demasiado presente, especialmente en “Dillingham Lane”, escrita con Steve Earle. Grabó un EP country y folk con Shannon McNally, donde hizo lo que le faltaba: versionar “No Place To Fall” de ese otro misterio de Texas, Townes Van Zandt. Ahora sí estaba listo para volver con Dylan y lo hizo en agosto de 2009.
Hay algo triste y misterioso entre esos dos sobre el escenario. El predicador fantasma, pálido y frágil junto al arcángel envejecido de ojos de humo que parece estar dispuesto a quedarse hasta el final. Dylan siempre confió en Charlie Sexton. Lo pone en el medio del escenario como un trofeo, como un divino tesoro. Y Sexton ya no parece paralizado e incómodo ante ese padre distante. Parece haberse dado cuenta de que es el favorito del mejor compositor del siglo XX. Y de que ese honor no le queda grande.
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