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Domingo, 20 de mayo de 2012

ENTREVISTA > LA GRAN MóNICA RAIOLA HACE DE MADRE EN DOS OBRAS DE DIRECTORAS JóVENES

MADRE HAY DOS

Parte de algunos de los mojones más recordados del teatro off, inseparable de Rafael Spregelburd desde que empezaron juntos sobre los escenarios, miembro del exitoso grupo Patrón Vázquez, dueña de una casa donde mucha de esa mitología se forjó y se ensayó, este año se encontró con dos propuestas de jóvenes directoras que le ofrecían algo en común: hacer de madre en sus obras, una estrafalaria, la otra triste. A punto también de reestrenar con Spregelburd y rodeada de sus propias esculturas, Mónica Raiola habla de estos papeles tan diferentes en los que consigue formas de belleza y emoción asombrosas.

 Por Mercedes Halfon

Mónica Raiola vive en un caserón antiguo en Bartolomé Mitre y Uruguay, a pocas cuadras de las perennes luces de la calle Corrientes y sus salas repletas de espectadores. Ella, sin embargo, confiesa no ir jamás. Y no porque le interese poco ver teatro, sino porque tiene suficiente con lo que sucede en su propia casa, un circuito igual de mítico pero más under del cual es dueña y señora. Una casa de teatro para una mujer de teatro. En ese lugar montó un estudio donde se ensayaron piezas como Bésame mucho de Javier Daulte o la serie Bizarra de Rafael Spregelburd, mojones en una historia que puede perfectamente olvidar a muchas de las anodinas traducciones de Broadway que suelen ponerse a pocas cuadras. Por esos pasillos camina Mónica Raiola y atiende el portero eléctrico con esa voz ronca y un poco nasal que inmediatamente trae a la memoria toda la seguidilla de personajes tan graciosos e inolvidables que encarnó en el teatro off. Zulda, la ama de casa de Remanente de invierno que se suicidaba enrollándose en papel film; Jane, la rubiecita tontola de La estupidez, que escondía la plata y sonreía maquinalmente mientras miraba todo con miedo y desconfianza; Beatriz, la mujer robot de La paranoia, un personaje extrañísimo, escrito a su medida. Todas ellas ensayadas, obviamente, en su estudio de las calles Mitre y Uruguay.

ESCULTURAS VIVIENTES

Por lo pronto, en ese mismo lugar Raiola da sus clases de teatro y ahora también descansa un poco de las funciones de las dos obras en las que está actuando: 2040, rara pieza futurista de Elisa Carricajo, y A dónde van los corazones rotos, la melancólica ópera prima de Cynthia Edul. Trajina, además, con los ensayos de Todo, la obra de Spregelburd a punto de reestrenarse.

Recorriendo su estudio-casa, además de plantas, gatos y postales de decenas de obras de teatro alternativo, pueden verse unas bellas esculturas en madera. Esas frágiles torres de piezas pequeñas fueron hechas por Raiola con material encontrado, impregnado de historia, igual que el contexto donde ahora está. Es que esta actriz icono del off es también artista plástica. Así inició su historia: recién recibida de la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano, decidió dedicarse a los objetos. Pero, como suele suceder cuando se toma una decisión tan rotunda, se cruzó con otra cosa en el medio. Fue el arribo del director polaco Tadeusz Kantor, que con su puesta de Wielopole, Wielopole electrocutó la cabeza de todos aquellos que lo vieron. Entre ellos, Raiola. Ella cuenta: “Primero vi Wielopole en el San Martín. Y él después trajo Que revienten los artistas, para la que ya directamente me saqué tres entradas de antemano porque verla una sola vez no me iba a alcanzar. Yo venía de Bellas Artes, así que me impactó muchísimo el trabajo con el objeto, con el embalaje, el humor, era muy sorprendente. No es un teatro que yo haría ahora, pero eran los años ‘80, nosotros veníamos de una estética televisiva, costumbrista, donde había que tratar de dejar mensaje. No es que lo critique. Era un momento político donde se necesitaba eso, remediar el tiempo perdido durante la dictadura. Pero bueno, este señor sintetizó lo que yo sin darme cuenta buscaba y lo hizo en el teatro.”

Llevada por ese entusiasmo se anotó en un curso de actuación de Vivi Tellas y luego con Ricardo Bartis. Allí la casualidad hizo que fuera compañera de otro jovencito que recién se iniciaba en las tablas: Rafael Spregelburd. Rápidamente hicieron buenas migas y empezaron a trabajar. “Para hacer Remanente de invierno, que fue casi su primer trabajo, tuve que insistirle mucho, porque no se animaba a dirigir. Esa fue la primera que hicimos juntos. Yo tenía veintisiete años. Es increíble que todavía sigamos trabajando, es mucho tiempo. Mucho para seguir siendo tan amigos, claro.”

Aquel encuentro fortuito dio por resultado el Patrón Vázquez: un grupo integrado por ellos dos más Andrea Garrote, Alberto Suárez y –actualmente– Pablo Seijo. De allí prosperaron más proyectos que los que nadie en ese momento hubiera podido soñar: giras internacionales de meses, estrenos en salas europeas, premios de todo tipo y color y, por supuesto, decenas de obras extraordinarias.

LOS DIAS DE LA MADRE

Pero a este camino que no se detiene, el 2012 le deparó algunos cambios. Se le arrimaron dos propuestas distintas. Dos chicas jóvenes, que sin saber que lo hacían simultáneamente, le pidieron que actuara en sus obras: Elisa Carricajo y Cynthia Edul. “Para mí la experiencia con estas dos chicas es de vampiro, de vieja vampiro. Dos jóvenes, inteligentes, laburadoras. Fue un regalo. Es difícil cambiar, después de veinte años de trabajar con los mismos. Uno piensa qué otro autor interesante va a haber o, por otro lado, quién me va a dar un lugar. Pero por suerte no fue así. Tuve este aire y me di cuenta de que era un poco necesario.”

Curiosamente, en las dos obras Mónica encarna madres. 2040 es una historia que transcurre precisamente en esa fecha. Su personaje tiene más de ochenta años, pero gracias a la tecnología de ese tiempo se ve como una mujer de la mitad de su edad. “Me atrajo del personaje la mezcla que tiene de melancolía y esperanza, de querer cambiar hasta último momento. Ese entusiasmo ella lo tiene puesto en el cuerpo y puede parecer un poco frívolo, pero tiene una complejidad. La función de esta mujer en escena es llevar la alegría, la liviandad. Es genial que la risa la provoque un viejo y no por ridiculizarlo. Eso me parece interesante de ver y muy contemporáneo. No puedo encasillar la obra y eso me encanta. Es parte de algo nuevo. Me parece que con Rafa cuando empezamos también éramos algo nuevo. Algo que no tenía hermanitos. En el caso de Elisa me parece que pasa eso.”

A dónde van los corazones rotos es una obra más formal. Mónica es una madre que –si bien nunca se dice– acaba de perder a su marido. La tarde en que transcurre la pieza, en la playa, reunida con sus hijos grandes, sólo quiere ver la puesta de sol. Es un trabajo muy triste y muy tenue. Como un atardecer. Ella dice: “La obra de Edul es pinteriana desde la dramaturgia. Es de una delicadeza total, de una mirada sensible y delicada que tiene que ver con lo femenino. Entristece la puesta de sol, como los domingos a la tarde, como todo aquello que termina. Hay algo de eso que es hermoso, porque no tiene muchas pretensiones. Salimos tristes y no pasa nada muy terrible. Es sólo que el tiempo pasa”.

Es interesante verla actuar en estas obras: rodeada de otros actores, otras intensidades, que la desestructuran y a la vez revelan una belleza nueva en su interpretación. Madres contundentes, una por estrafalaria, otra por triste y negadora, pero madres al fin, que en su particularidad son una flecha directa al corazón de lo humano. Y sólo ella puede entrar desde el rodeo de la rareza a ese vínculo tan prioritario, tan trillado, tan inexpugnable, y decir algo nuevo. O mostrarlo, mejor dicho, con su cuerpo diminuto, su voz quejumbrosa, su actuación.


2040, sábados a las 20.30., en El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960. $ 50.A dónde van los corazones rotos, jueves a las 21, C. C. Rojas, Corrientes 2038. $ 20.Todo, viernes a las 20, Becket Teatro,Guardia Vieja 3556. $ 65.

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Imagen: Nora Lezano
 
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