Domingo, 3 de junio de 2012 | Hoy
Hace dos años y medio renunciaron a la dirección de Telefe para armar una productora desde la que continuaron esa política extraña para la televisión que pelea la cima del rating: prescindir de los programas de chimentos, introducir temas políticos y sociales en las novelas (de la trata de personas a los hijos de desaparecidos) sin descuidar una búsqueda estética moderna que dejó una marca (Resistiré) ni renunciar a decisiones éticas como rechazar poner al aire Policías en acción, y pensar la programación como algo orgánico más que una suma de éxitos o fracasos. Después de ganar un Martín Fierro por el ciclo Televisión por la Inclusión, Claudio Villarruel y Bernarda Llorente diseccionan la televisión que dejaron y la que hacen.
Por Agustina Muñoz
La entrega de los Martín Fierro del lunes pasado –en la que Villarruel y Llorente recibieron el premio a Mejor Unitario por su ciclo Televisión por la Inclusión– midió treinta puntos de rating, con picos de hasta treinta y tres. ¿Por qué tanta gente prende los televisores para ver eso? Es cierto que por un lado está esa cosa de concurso, de ganadores y perdedores que a la gente le fascina, pero también es para ver a las estrellas, a los responsables de los ciclos que conviven día tras día con la gente: verlos tomando un poco de más, verlos saludarse como vecinos en una cuadra. La televisión abierta es poderosa, y si bien está siendo vapuleada por Internet, cable y hasta por los dvd truchos, su aura permanece. Y también su talón de Aquiles: la crítica a su integridad, a su opinable deber social, a su lugar primordial dentro del mundo capitalista, con sus modelos de familia, de sociedad y sus publicidades vende-todo. ¿Qué se puede hacer con ese artefacto al que acuden millones de personas por día? Claudio Villarruel y Bernarda Llorente encontraron el modo de ser rentables y, a la vez, producir contenidos enriquecedores. En los diez años que dirigieron Telefe, manteniéndolo en la cima del rating, demostraron que el modelo, industrial, facilista y subestimador puede derribarse. Y lo hicieron desde el núcleo mismo del sistema, metiendo en el prime time de un canal líder como Telefe a una heroína hija de desaparecidos o a una pareja compuesta por una travesti y hombre. Hoy, Villarruel y Llorente son dueños de la productora de contenidos ON Tv, responsables de ciclos como Televisión por la Identidad o Vidas robadas (donde se metían de lleno en la defensa de los derechos humanos y ponían sobre la mesa familiar la discusión de asuntos claves que suelen estar desplazados de la ficción argentina), manejan el canal digital 360 (un ambicioso proyecto al margen de la lucha de rating), y compraron Radio del Plata. Después de diez años, fijaron un estilo: contenidos sociales adentro de programas de ficción, personajes complejos, difíciles de encuadrar y lejos de los estereotipos, actores desconocidos, muchos de ellos provenientes del teatro independiente (Paola Barrientos, María Onetto, Alberto Ajaka, por citar algunos talentosísimos actores que les dieron una cuota importante de verosimilitud y frescura a los programas) y una estética particular, cuidada y afilada (la estética de Resistiré con sus videoclips impuso un preciosismo y un modo estético de contar con imágenes y climas, no sólo con palabras). Ese estilo ya es marca, y ya tiene sus copias; ellos nunca lo dirán, pero El elegido, el primer programa de Echarri como productor, que hace unos años supo ser protagonista de la novela punta de lanza de Villarruel y Llorente como productores, se parece mucho a las propuestas de la dupla. ¿Cómo lo lograron?
“Nosotros tuvimos el privilegio de ser director de contenidos y de programación a la vez. Creo que los dueños del canal no se dieron cuenta. Ellos alquilan una licencia al Estado por tantos años, y hay que cumplir la ley con determinados parámetros; el canal tiene que ser lucrativo. El accionista vio que pudimos hacer, con un presupuesto que bajó a la mitad después de 2001, una programación de calidad y que, además, daba frutos. En esos diez años armamos una mística”, dice Villarruel. Esas decisiones incluyeron no programar ningún programa de chimentos, negarse a poner Policías en acción (“un amigo nos lo propuso y nosotros le dijimos que no, conscientes de que iba a dar mucho rating por el miedo burgués de esta sociedad, el miedo de clase, el morbo de la clase media, media alta argentina. Pero para nosotros era retrógrado y reaccionario. Lo llevó a Canal 13 y fue un karma para nosotros; cada vez que empezábamos un programa nuevo, nos ponían a competir con un especial de Policías en acción. Son apuestas éticas de las nos enorgullecemos”) o dejar ir a la productora de Marcelo Tinelli a Canal 9 cuando se negaron a realizar una segunda temporada de Los Roldán, entre otras cosas. Entonces, pareciera que la tele no está condenada a ser productora de chatarra, ni herramienta de los grupos de poder. Eso es lo que Llorente, politóloga especialista en medios, y Villarruel, sociólogo, están probando: la mezcla perfecta entre sensibilidad social, inteligencia y un olfato agudo que acompaña a un oficio que conocen al dedillo.
¿Por qué decidieron dejar la dirección de Telefe?
Villarruel: Por cansancio artístico y ético; lidiar todo el tiempo con la dirección del canal. Y de gestión; la gestión te come la creatividad. Estábamos muertos. Hoy nos sentimos mucho más libres; podemos decir lo que pensamos sin sentir que arrastramos al canal con nosotros. No podés hacer usufructo de un canal mainstream y usarlo como propio. Siempre pensamos como hoy, sólo que ahora podemos poner ideas más radicales sobre la mesa, porque somos independientes. Lo que no podés hacer desde la televisión, ni desde ningún medio de comunicación, aunque muchos piensan que sí, es ser o protagonista de modelo o moldear la realidad.
¿Creen que podrían correr los riesgos que tomaron hace diez años en la televisión de hoy, con el rating más esclavizador que nunca?
Villarruel: Absolutamente. El tiempo lo maneja uno. El rating es el gran error; cuando pasa el poder de decisión del programador a los números, perdiste, estás en una lógica desesperada. Cuando Resistiré empezó estaba cuarta en la planilla, y era Telefe, era inadmisible. Pero estábamos convencidos de que era algo distinto y cuando abrís una grieta dentro del establishment comunicacional, para que esa grieta se vuelque al público, tenés que bancar el programa.
Llorente: En la tele existe la tentación de darle solamente bola al prime time, pero es una falacia. Nosotros lo que hicimos fue concebir la programación como un gran programa, y así vos podés regular los equilibrios y desequilibrios de la pantalla, podés arriesgarte con tener un programa de diez puntos de rating a la noche, teniendo un prime time de mediodía.
Villarruel:Cuando tratamos de hacer Televisión por la identidad, que era el caso de tres niños expropiados durante la dictadura, entre los que estaba el caso de Cabandié, por una decisión ética decidimos levantar un programa del prime time y ponerlo ahí. Con que hagamos siete puntos está bien, dijimos, porque del otro lado hay una familia con hijos que no sabe qué carajo pasó. El primer envío de rating decía que habíamos hecho 15 puntos, el programa que estaba antes hacía 20 puntos. El riesgo es fundamental.
¿Por qué Suar levanta Lobo cuando hacía 14 puntos de rating? Se hablaba de que Tinelli hacía presión para tener delante un programa más exitoso.
Llorente:Creo que como programador y productor –que en este caso Suar es las dos cosas– vos sabés por experiencia cuándo un programa es salvable o no. Adrián se dio cuenta rápido de eso. A nosotros nos ha pasado muchas veces, vos sabés cuándo tenés herramientas para hacer crecer una historia, o no. Si seguía en este esquema, Adrián iba a comprometer su programación anual con Lobo y Los únicos, y el Trece perdía seguro. Está probando otra estrategia que lo va a hacer cambiar y va a poder ser competencia para Telefe. En la tele no podés enamorarte de lo que hiciste cuando la gente te está diciendo: no, no, no.
Pero 14 puntos no es tan poco, ¿o sí?
Llorente: Eso se sabe antes de ver el rating, uno ve un primer capítulo, ahí en la isla de edición, y sabés cómo va a medir un programa, si va a funcionar o no. Con Vidas robadas nosotros partimos de tratar el tema de la trata de personas, trabajamos con las historia de Marita Verón y Susana Trimarco, pero eso es una idea, después hay que generar la novela, que era oscura, para el prime time. De hecho, al principio trabajamos con trazos muy gruesos, la iluminación era oscura, las actuaciones también, y el programa no levantaba. Fuimos cambiando y resultó, pero hay veces que sabés que no la vas a poder zafar porque está mal de base. Como nos pasó en El deseo, después del éxito de Resistiré, no iba para ningún lado, con decir que el protagonista era el agua, un mineral. No iba a funcionar.
¿Por qué no tuvo éxito Gran Hermano este año?
Llorente: Creo que hubo un abuso del formato. A Gran Hermano hay que dejarlo descansar, el formato funciona si la gente construye empatía con los personajes, pero si se los cambiás todo el tiempo no llega a construir nada. Cuando pusimos Gran Hermano en Argentina hace diez años, era una novedad; a partir de un medio podías acceder a la intimidad de la gente y eso hoy está a la mano de cualquiera: redes sociales, Internet. Es tan grande la predisposición de la gente a contar su vida privada que ya no hay misterio. Antes llegabas a acercarte a determinadas intimidades de los famosos, que es también producto televisivo. Acá empezó un fenómeno, que es también una necesidad de las grandes ciudades para atacar el anonimato asfixiante, que es que la gente quiere ser protagonista, quiere participar y ser visto por los otros. Gran Hermano fue una antesala a lo que pasa ahora en las redes sociales.
En los últimos años llegaron muchas series norteamericanas que dieron la sensación de que allá están haciendo una gran televisión. ¿Falta industria para tener una programación de esa calidad?
Villarruel: Hay grandes hipocresías y grandes falacias cuando se habla de la genialidad de las series yanquis. Generalmente, se trata de series que, en el extranjero, se transmiten por cable para un target muy específico. HBO, por ejemplo, es un canal premium que excluye a la mayoría de la población. En el interior de Estados Unidos ven novelones que duran veinte años que son insufribles. Los programas que la television estadounidense tiene entre las nueve de la mañana y las siete de la tarde son un desastre. Al lado de eso, las producciones argentinas son obras de arte.
Llorente: Allá hay una producción a otra escala. Six Feet Under o Mad Men son productos caros que son pasados por una cantidad de canales, primero en el mercado norteamericano, que es muy grande, y después en distintos canales de la televisión mundial, que les permite producir con esos costos. No es el caso de Argentina. La programación argentina tiene un desgaste mucho más rápido, es difícil no aburrir a la audiencia cuando tenés una tira de 200 capítulos, eso lleva a un hartazgo rápido.
La televisión ideológicamente puede resultar tremenda y, sin embargo, ustedes lograron usarla para transmitir sus valores, ¿pensaban que eso era posible?
Villarruel: Cuando Yankelevich se fue, yo la llamé a Bernarda para que trabajara conmigo, la necesitaba de aliada. Teníamos las ideas teóricamente pero nunca las habíamos aplicado. Hay mucha discusión política en este país, hay seis canales de noticias, más canales de aire, más radios, es un país en movimiento y uno debe estimular eso; el privado alquila ese espacio y tiene la obligación de devolverle algo a la sociedad. No sólo Canal Siete tiene ese deber.
¿Qué es lo que pasó en los últimos años con el periodismo televisivo?
Llorente:Los periodistas en general carecen de ideas propias para profundizar la noticia y sobre todo de una formación cultural para ampliarla y conectarla. Antes el acceso a la información era una responsabilidad.
Villarruel: En 360 quisimos volver a esas fuentes del periodismo, tipos con referentes, que vienen del periodismo gráfico, con información y agenda propia. La tele raras veces genera noticias, sólo replican noticias que levantan de otros lados. El periodismo televisivo fue invadido por la libertad de empresa, más que por la libertad de prensa. Se ha perdido la mística y hay mucho grado de cholulismo de los que llegan a la tele. Hoy el periodismo es un instrumento para hacerse famoso, igual que la pasarela y la actuación. Este pseudoperiodismo te sirve para hacer una presentación en una empresa privada que te paga 40 mil pesos, y así rifan su credibilidad todo el tiempo. Hoy los periodistas no son un instrumento entre la sociedad y la información. Las supuestas opiniones están leídas en los teleprompter. El periodismo televisivo se volvió entretenimiento, no información. Antes, la nota de color era un 10 por ciento de los noticieros, hoy el noticiero es todo una nota color.
¿Y qué pasa con los actores cuando sus personalidades están tan expuestas?
Villarruel: Es difícil lograr similitud con actores que salen todo el tiempo en las revistas. En Telefe era una lucha, les pedíamos que no hicieran tantas notas mientras estaban trabajando. Se pierde la magia y tenés que ser un gran actor para que sea verosímil aun estando tan expuesto. A veces se confunde al actor con las celebrities. Para mí, la fama atenta contra el actor.
Llorente: La televisión puede ser tremenda; el ego, la fama, la belleza, el éxito, hay que estar muy entero para sobrevivir a todo eso.
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