Domingo, 10 de junio de 2012 | Hoy
MúSICA> EL DEBUT SOLISTA DE LIZA CASULLO
Hace diez años irrumpió en la escena con ese soplo de frescura que era Doris. Después de tres discos, el grupo se disolvió y dos de sus miembros saltaron a la fama con Onda Vaga. Mientras, ella se largó a actuar en el biodrama Mi vida sin mí, de Lola Arias. Tras el duelo por la muerte de su padre, el filósofo y escritor Nicolás Casullo, Liza está lista para presentar su esperado debut oficial como solista.
Por Juan Andrade
“Crudo” era una de las palabras que más repetía Liza Casullo durante el extenso proceso de gestación de su debut como solista. La idea funcionaba como una especie de horizonte creativo, mientras terminaba de darles forma a sus composiciones y repasaba discos de los Pixies, PJ Harvey, Mateo, CocoRosie y Devendra Banhart, entre otros exponentes de una “crudeza” más bien variada e imprecisa que le resultaba igualmente fascinante. “Y me terminó saliendo un disco que ni a palos es crudo”, confiesa ella, con una media sonrisa cargada de autoironía. “Pero algo de ese concepto sirvió para unir varias cosas: lo de crudo por ahí es una utopía.”
Las primeras ideas aparecieron a mediados de 2009, pero Velvetbonzo recién vio la luz en abril pasado. En el medio, Liza recorrió el mundo con Mi vida después, el biodrama de Lola Arias en el que, además de actuar, compuso la música original. Y, mientras tanto, aprovechaba para despuntar el vicio. “Armé recitales entre gira y gira, agitando todos los contactos que tenía, en Berlín, Hamburgo, Barcelona y Girona”, cuenta. Entrecortada, la grabación tuvo largos períodos de inactividad. Cuando volvía al estudio, tenía más dudas que certezas. “¿Qué es todo esto? ¿Cómo lo organizo? ¿Qué hago? Fue algo totalmente pulsional y lanzado. Pensaba que los temas iban a tener arreglos simples, pero los que quedaron son cualquier cosa menos simples.”
“¿Cuál es la moraleja?”, bromea. “Un poco más de preproducción hace bien a la cabeza”, remata. Un hecho fundamental, destaca, fue el haberse cruzado en el camino con Rado Valente, a la sazón coproductor del álbum. “Tenía un sonido en mi cabeza, pero Rado empezó a hacer traducciones de esas ideas a lo que se podía hacer en el estudio. Le hacía escuchar Uh huh her de PJ Harvey y él me contestaba: ‘Pero esto no es crudo: tiene cámara y reverb. Parece casero, pero está grabado con tres micrófonos’. De alguna manera, él me ayudó a llegar a esos mundos sonoros que yo no podía pasar a parámetros técnicos, a maneras de grabar.”
El viaje que propone Velvetbonzo sobrevuela paisajes musicales sutiles, complejos y cambiantes; atraviesa climas oníricos y surrealistas; deja entrever una percepción femenina y singular. Su materia prima son las canciones, pero al mismo tiempo Liza toma distancia de la escena de cantautores que se multiplicó en los últimos años. Y tiende un puente con su antigua banda, Doris. “Me gusta expandir los límites, para que el formato canción trascienda el estribillo-estrofa-estribillo”, coincide Casullo. “En un momento dado las empecé a pensar más como recorridos, algo que para mí tiene que ver con la psicodelia. Y eso era algo que estaba muy presente en Doris, la psicodelia como la sorpresa que te puede generar una estructura. Escuchar una canción y no saber qué puede pasar después: puede haber un pozo o explotar todo, subir o caer. Cuando escucho un disco, lo que me atrapa es ese mundo sonoro que va más allá de la letra, la melodía y los acordes.”
No por casualidad, entonces, Liza destaca dos nombres a la hora de repasar sus principales influencias: John Frusciante (“por el tipo de arreglos y climas de guita-rras eléctricas de sus discos solistas”) y Syd Barret (“por una empatía integral que me despiertan sus canciones, su oscuridad, su vuelo compositivo, que hace que una simple canción de dos acordes pueda sacu-dirte la mente”). La crudeza, la simpleza, en un punto quedaron atrás. “Yo sentía que las canciones iban pidiendo esos agregados, esos timbres, esos arreglos que no estaban desde el principio.”
Una buena parte de sus inquietudes se reflejan en las instrumentales “Seina gaku”, “Sinfonía Q” y “Moebius”. “‘Moebius’ es mi preferida”, dice ella. “Y creo que es la más deforme, también.” ¿Se descubrió como arregladora a partir de este trabajo? “Sí, fue una experiencia súper distinta. En Ngkeka, el único disco que había grabado con mis canciones hasta ahora, había usado una portaestudio, algo muy precario, muy lo-fi. Velvetbonzo es mi debut oficial, no sólo porque no es un CD-R, sino también porque tiene una búsqueda verdaderamente personal.” “El título –explica– tiene que ver con cierta delicadeza inflamable que circula en el material: la suavidad del terciopelo y la intensidad del bonzo y la temperatura que esa imagen evoca.”
¿Estás más en tu salsa actuando o tocando?
–Como creadora, con la música me siento más en mi territorio, me despierta algo más que el teatro. Pero no sé... Tengo más experiencia de haber creado y recorrido en la música por Doris, por los recitales y los discos que hicimos juntos. Pero me gustaría darme el tiempo de encontrar algo así en el teatro.
¿Cómo viviste la vuelta de Doris el mes pasado?
–Estuvo muy bueno el reencuentro de la banda, tanto en los ensayos como en el escenario. Fue una gran aventura, musical y humana, sacar las canciones de su reposo y volverlas a sacudir después de casi cinco años. Los temas finalmente encendieron, aparecieron con toda su fuerza y el recital fue una bomba de energía y de ganas. Sonó muy vivo, muy presente, con esa fuerza que nos trasciende a los cinco y que es Doris. Pero aún no sabemos si vamos a volver a tocar.
¿Qué significa formar parte de Mi vida sin mí?
–Una experiencia muy intensa, muy rica, muy linda. A pesar de que cada uno cuenta su historia, la de sus viejos, la obra tiene un componente generacional muy fuerte, algo que comprendimos con las devoluciones del público. Ahí te das cuenta de que hay un personaje colectivo, en el que de alguna manera resuenan distintos aspectos de la vida de cada uno. Y para mí, además, tuvo el plus de atravesar el duelo de mi viejo (el filósofo Nicolás Casullo) en el medio, que fue un cambio rotundo, en el sentido de lo que contaba, de cómo me relacionaba con el material que ponía en juego. Tuve un montón de conversaciones, muy ricas y muy largas, con mi viejo, para saber cómo era y qué hacía de joven. Y él me decía: “No, pero de verdad pensábamos que la revolución estaba a la vuelta de la esquina”. Me quedó regrabado eso.
Además de seguir adelante con las presentaciones de la obra y de estar a pocos días de estrenar en vivo el material de Velvetbonzo, Liza cuenta que por estas fechas una de sus principales obsesiones es integrar en un mismo ámbito sus inquietudes teatrales y musicales. “Me interesa la idea de un disco que sea un continuo climático. Hace años que tengo un título en mente, Estados de semivela. Lo imagino como algo sin división, sin estar trackeado en temas. Quiero llevar al paroxismo esta cosa de generar espacios a través de los sonidos y los instrumentos. Instalaciones con música. Un cataclismo que me produjeron dos libros de John Cage, Escritos al oído y Silencio.”
¿Dirías que te interesa más el sonido que la música?
–Bueno, el mundo de Velvetbonzo tiene más que ver con el sonido que con la música. Después terminan asociándose y es muy difícil discernir entre uno y otro: son canciones y los acordes suenan al mismo tiempo que el ruido y la letra. Pero algo de los arreglos fue conducido por un interés más sonoro que musical, que es el que me lleva a conectarlo con el teatro y las instalaciones. El fenómeno sonoro. Lo estoy analizando ahora, eh. Nunca lo había pensado.
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