Domingo, 8 de julio de 2012 | Hoy
PERSONAJES > ENTREVISTA CON STAN LEE, CREADOR DE
A los 89 años, Stan Lee sigue tan activo como cuando, recién salido de la adolescencia, entró a Marvel Comics y después de un tiempo de trabajo mercenario –como él mismo lo reconoce– tomó la decisión revolucionaria de dotar a los hasta entonces rígidos y unidimensionales superhéroes de realismo y psicología, de defectos y humanidad. Entre sus criaturas más famosas están El Hombre Araña, Hulk, los X Men, Iron Man, Los Cuatro Fantásticos, Thor, es decir, casi todos los que monopolizan el cine de entretenimiento: mientras Los Vengadores sigue en cartel después de su superexitoso estreno, volvió Peter Parker con un nuevo actor y una presentación renovada. Y en esta nueva película del arácnido, aparece Stan Lee haciendo un cameo, como en todas las películas de la Marvel, el sello que ayudó a expandir y a convertir en corporación multimedia.
Por Juan Manuel Dominguez
A la pregunta eterna, irresoluble “¿De dónde sale la inspiración?”, él se limita a contestar, en unas pocas palabras: “Hay que pagar el alquiler”.
El que habla es el hombre del bigote y los anteojos inconfundibles, al que hoy puede vérselo haciendo de bibliotecario, aislado del mundo por un tremendo par de auriculares, sin advertir que en el fondo, apenas unos metros detrás de él, El Hombre Araña y un lagarto mutante se surten a lo bestia. Así, con el mejor de los cameos –de los que ha hecho hasta ahora– para las cada vez más millonarias películas basadas en los personajes de Marvel Comics, el legendario Stan Lee (Stanley Martin Lieber, Nueva York, 1922) vuelve a los cines, en El sorprendente Hombre Araña, relanzamiento de la saga del superhéroe de spandex azul y rojo con nuevos rostros, nuevo director y nuevo villano, apenas un par de meses después de que Los Vengadores empezara a romper todos los records de recaudación comercial en materia de paladines de la justicia y otros freaks. No por nada le dicen Stan “The Man”. No por nada los lectores de historietas reconocen su figura como si se tratara de la única celebridad del mundo del comic por fuera del gueto, o ¿cuántos reconocen a Jerry “Superman” Siegel y a Bob “Batman” Kane? Hoy sus creaciones son objeto de fanatismo para millones, y a través del cine están alcanzando la cima de su popularidad; aunque alguna vez se dedicó a todo esto, dice, para poder pagar el alquiler.
A los 89 años, Lee es el rostro de un negocio masivo de la industria cultural pop norteamericana, que goza de un momento particularmente alto, de una sobreabundancia de “productos” (dos films de Iron Man en pocos años y otra más en camino, un Thor y un Capitán América que también aguardan inminentes secuelas, dos caros intentos de dar con la fórmula para revivir al Increíble Hulk, un ligero par de aventuras de los 4 Fantásticos, una trilogía de X Men más una precuela y varios derivados), productos que por su cantidad y superposición bien podrían haber producido una saturación de monstruosidades digitales agotando pronto a su público, pero que, bien por el contrario, han incluso ayudado a revivir a una casa histórica de las historietas de superhéroes cuando se encontraba en bancarrota.
Como creador, junto a varios dibujantes –principalmente Jack Kirby y Steve Ditko– de decenas de mitos de colores chillones, Lee realizó un aporte hoy considerado fundamental al universo de las historietas de súper héroes, que consistió, justamente, en desarmar esos mitos, descontracturarlos, despojar a todos esos supertipos idealizados de las historietas de la posguerra del aura de infalibilidad que se habían forjado en la casa de enfrente, la DC Comics, la de Superman y tantos otros, invencibles y famosos.
Hay un momento epifánico en la historia de Lee, un momento en que empiezan a cobrar forma esos personajes que tienen superpoderes, sí, pero a los que busca darles un espesor más real, dotarlos de defectos y taras y traumas originarios. Ese momento podría ser, entre otros, la salida de Fantastic Four #1, en 1961. “Lo que realmente estaba buscando era la novedad”, le cuenta Stan Lee a Radar en entrevista telefónica. “Escribí cientos de comics antes de escribir Los 4 Fantásticos para mi jefe. Mi jefe no tenía mucho respeto por los lectores. Siempre me decía: ‘No te preocupes por el diálogo, o los personajes, o la caracterización; dame acción, pelea, eso es lo que vende’. Quería que escribiéramos para lectores muy chicos, que usáramos en lo posible palabras de no más de dos sílabas, y líneas argumentales muy sencillas, porque creía que nadie recordaría de un mes al siguiente en qué había quedado todo. A principios de los ’60 yo ya llevaba 20 años en esto, y sentía que no había futuro. Estaba harto, quería renunciar. Pero entonces mi mujer me dijo: ‘Ya que no tenés más ganas de estar ahí, ¿por qué no escribís lo que siempre quisiste escribir y listo? Contá esa historia que creés que el mundo debería leer. Lo peor que te puede pasar es que te echen’.” Ahí fue, cuenta Lee –quien alguna vez fue un adolescente que vivía apretado en un departamento de dos ambientes en Manhattan junto a su hermano menor y sus padres, y soñaba con escribir La Gran Novela Americana–, “cuando apareció la idea de hacer una historieta de superhéroes donde cada uno de ellos tuviera bien definida su personalidad, que no fueran un mero punching ball. La gran aventura residió para mí siempre en la idea de preocuparte por alguien que está en una situación de peligro. Trataba de que mis historietas tuvieran argumentos realistas, por más que fueran superhéroes en malla”.
Por supuesto que no todos cuentan la historia de Marvel de la misma manera. Mientras que Lee se arroga la invención de la mayoría de sus personajes más icónicos, y dice que “hubiera sido muy difícil seguir vivo en un mundo que no quería lo que yo tenía para contar”, Kirby recuerda las cosas de un modo algo distinto en una famosa entrevista con la revista especializada The Comics Journal, en 1990: “Fue muy simple. Llegué a Marvel y estaban sacando los muebles, se estaban llevando los escritorios. Yo tenía una casa y una familia que mantener y de repente Marvel se caía a pedazos. Stan Lee estaba sentado en una silla llorando. No sabía qué hacer, y es lógico: era un niño que recién salía de la adolescencia. Le dije que dejara de lloriquear: ‘Entrá y decile a Martin Goodman, jefe de ambos, que deje todo donde está. Yo me voy a encargar de hacer comics que hagan plata. A mí se me ocurrieron los Fantastic Four, a mí se me ocurrió Thor. Lo que un comic necesitara para venderse, yo podía hacerlo. Era imposible para un tipo sin mentalidad de editor como Stan Lee pensar en conceptos nuevos”.
En la intersección entre esas dos versiones de la historia del comic (sobre quién creó qué cosa, sobre qué participación autoral tuvieron los dibujantes en todo el asunto) hay una verdad no menos contundente: Lee siempre supo reconocerse a sí mismo menos como un visionario que como un mercenario de la industria del comic, en especial cuando habla de su trabajo previo a los superhéroes. “Yo era el máximo mercenario. Quizás el mayor de todos los mercenarios dentro de una industria que era bastante mercenaria. Escribía lo que me pidieran, de la forma en que me lo pidieran. Guerra, romance, vaqueros, terror, humor; si me lo asignaban, lo hacía. Pero me harté.”
¿Cuál era su historieta favorita cuando a los 17 años entró a trabajar en Timely Comics, la compañía que años más tarde se convertiría en Marvel?
–En aquel entonces, no había tantos comics, o era difícil acceder a ellos: sólo tenía historias pulp, radioteatro o literatura decimonónica. Sólo podía ir al cine una vez al mes, por el costo de la entrada, pero podía leer todos los libros que quisiera, así que hice mucho eso. Pero realmente no tengo una historia favorita. Es que hay tantas de ellas, tantísimas, amo las historias, incluso aquellas que hacen a mi vida. Amaba King Kong, por ejemplo, amo Mister Roberts de John Ford, amo Mi bella dama al punto que creo que es una de las mejores historias del mundo, y amo Spiderman, y amo las películas de Batman que hizo Christopher Nolan. Mi estrella de cine favorita fue, por mucho, Errol Flynn, por sus papeles heroicos, ya fuera como sheriff de Dodge City, o como Robin Hood, o como el capitán Blood. Por Flynn salía del cine con una sonrisa torcida como la de él y una espada imaginaria a mi lado, buscando niñitas pequeñas a las cuales salvar de los abusadores de turno. Ah, tenía tantas ganas de ser Errol Flynn.
Los superhéroes nacieron y volvieron a nacer otra vez como una moda, y así lo asumieron sus autores, en un medio acostumbrado a los fenómenos fugaces. Uno de los méritos de Lee fue cuidar su nombre como una marca de cara a esa amenaza, la de que su arte se volviera un objeto biodegradable. “Cuando escribía Spider-Man, o los 4 Fantásticos, o Hulk todo era más llano”, dice Lee. “La idea de franquicia pertenecía a otros ámbitos. Mi mayor sueño era que los personajes pudieran verse una vez más, y eso en la medida en que implicara que nuestro trabajo tuviera continuidad. No defendíamos un género sino de una forma de trabajo. Nuestra esperanza era poder pagar el alquiler, no crear personajes que siguieran vivos medio siglo después.”
Había que parar la olla, es cierto, pero una vez zambullido de cabeza en su trabajo, Lee dio con esa clave sobre la que se han sostenido y perdurado sus creaciones hasta el día de hoy y que les permitieron reconvertirse en multimillonarios fenómenos cinematográficos: les dio una psicología y un anclaje –algo distorsionado pero anclaje al fin– en el mundo real. “Creo que si los personajes no tuvieran defectos se volverían increíblemente poco interesantes, si no pueden hacer las cosas mal y son perfectos en todo sentido...”, ha dicho Lee. “Deben ser realistas y tan empáticos como sea posible. Superman nunca tuvo una vulnerabilidad, y creo que ésa es una de las razones por las que El Hombre Araña siempre vendió más, porque tiene problemas familiares, laborales, financieros. Es un poco difícil preocuparte por Superman si sabés que nada puede lastimarlo. Finalmente tuvieron que inventar Kryptón y la kryptonita. Nadie se acordaría de Aquiles sin su talón.”
En su libro Stan Lee and The Rise and Fall of the American Comic Book, Tom Spurgeon y Jordan Raphael lo definen como “un hombre con partes iguales de P. T. Barnum y de Walt Disney”. En esa mezcla entre el espectáculo circense de ambiciones millonarias de Barnum y el universo infantil que –a duras penas– esconde cierta tiranía empresarial, es donde Lee pone en tensión sus genuinos y fundacionales méritos como guionista: incorporó a las historietas de superhéroes un cotidiano realista y fantástico a la vez. O, como escribió otro estudioso del género, Peter Sanderson, “en los ’60, cuando ya había un nuevo público para las historietas que no consistía únicamente de niños pequeños, hizo que la Marvel se convirtiera, a su manera, en la contraparte de la Nouvelle Vague francesa. Marvel estaba ensayando métodos pioneros de narrativa y caracterización, abordando temas más serios, sin dejar de atraer a los adolescentes y adultos”.
Si la mención de la nueva ola de Godard y compañía parece un delirio, hay que decir que el delirio llegó bastante lejos. Dos anécdotas vinculan a Lee con el mundo del cine desde antes del boom actual. Apenas después de Terminator 2, Lee consiguió desviar la atención de James Cameron cuando el director quiso hacer un film sobre los X-Men. A mediados de los ’90, Cameron quiso filmar Spider Man, y sólo cabe imaginarse lo desmesurado que hubiera sido el proyecto en sus manos de haberse concretado. Pero Lee tenía sus propios anhelos: la prueba existe, quedó registrada, en un telegrama enviado por él mismo, mediante el cual pretendió que nada menos que el tan Nouvelle Vague ¡Alan Resnais! dirigiera una película de El Hombre Araña. “Siempre fui cinéfilo, y soñé con versiones de mis historietas dirigidas por tal o cual director o protagonizadas por tal actor. Siempre soñé con John Ford dirigiendo Hulk, por ejemplo”, dice Lee, “pero cuando inventé a los superhéroes no tenía ningún referente en mente. Salvo las ventas. Si no se vendía, eso hubiera querido decir que estaba equivocado. Que nuestras historias no sirven. Pero tenía razón, el mundo quería estas historias. Todavía las quiere”.
En todo caso, y aunque DC le llevó inicialmente la delantera –poniendo al insospechadísimo, escasamente paladinesco Michael Keaton a hacer de Batman–, 50 años después de aquella revolución del realismo y el psicologismo que Lee había insuflado a los personajes unidimensionales del comic, bastante de todo eso ha llegado con enorme éxito al cine, y el caso emblemático es la saga de El Hombre Araña, las tres primeras películas a cargo de Sam Raimi con otra estrella improbable –por petiso, torpe, difícilmente material de galán– en Tobey Maguire, dando vida a un personaje plagado de conflictos familiares y de sociabilidad, y ahora en su relanzamiento, con Marc Webb en la dirección y el inglés Andrew Garfield como un Peter Parker adolescente, cabizbajo, skater, matoneado por el “bully” del colegio, que se descuelga por los rascacielos neoyorquinos con su mochila escolar en la espalda y haciendo los mandados para la tía May. De todos sus súper héroes humanos, Spiderman siempre fue el que buscó sentirse más cercano a su público: “En un primer momento se lo di a Jack Kirby para que lo ilustrara, pero Jack siempre hacía estos personajes tan heroicos, como el Capitán América, así que le dije: ¿Sabés qué? Quiero que este tipo, Peter Parker, sea como un adolescente común. No quiero que se parezca a tu típico héroe musculoso. Y creo que Jack estaba tan acostumbrado a dibujar ese tipo de personajes, así que hizo un par de páginas, le dije: No, no está bien, olvídate, se lo paso a otro artista. Y a Jack no le importaba, tenía muchas otras cosas que hacer, y yo no tenía idea de que este guión se iba a convertir en algo tan grande”.
Pero hay más: el arrebato de realismo de Stan Lee lo ha llevado ya dos veces a incursionar en reality shows en busca de súper héroes verdaderos: primero fue en ¿Quién quiere ser un súper héroe?, y ahora como presentador de Súper Humanos, que puede verse por The History Channel, y en el que tipos capaces de acometer bizarradas inenarrables se convierten en objeto de estudio documental, rebautizados con nombres difíciles de pasar por alto, como El Hombre Eléctrico, El Yunque Humano, Cara de Acero, o Súper Mandíbula.
¿Qué comics lee hoy?
–Voy a decir una verdad quizá decepcionante: no leo muchos otros comics. Nunca lo hice, ya que no tengo tiempo, y nunca lo tuve. Pero sí leí Watchmen, y me parece que es una serie maravillosa de historietas, una gran historia, aunque sigue siendo un cuento de hadas para adultos. Y creo que eso es lo que son los superhéroes. Estoy seguro de que hay cientos de comics de gran calidad ahí afuera, simplemente no tengo tiempo de sentarme a leerlos. Sigo haciendo cosas, no voy a retirarme y ponerme a jugar al golf. Leyenda o no, tengo que pagar el alquiler. E incluso cuando, bueno, la verdad es que ya no tengo que hacerlo, no puedo dejar de pensar que sí.
El sorprendente Hombre Araña está desde este jueves en los cines.
La serie Súper Humanos puede verse los sábados a las 21 (con repeticiones domingos a las 0 y 17) por The History Channel.
El documental Stan Lee: con gran poder se da el sábado 21 de julio a las 22 por The History Channel.
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