Dom 23.09.2012
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ENTREVISTAS > LAURIE PENNY, LA CRONISTA DE LA JUVENTUD MOVILIZADA

La vida en ROJO

Cuando a fines del 2010 y comienzos del 2011, los jóvenes de Inglaterra convulsionaron súbitamente el país con una serie de movilizaciones y revueltas, los medios tradicionales apenas captaron los hechos en la superficie. Pero entre todos esos chicos movilizados, hubo una que sirvió de ojos y oídos al mundo: primero sus tweets, y después sus entradas de blog, retrataron y explicaron lo que pasaba, convirtiéndose en un éxito viral inusitado. Hoy, convertida en columnista en medios como The Guardian y The Independent, militante feminista y aguda analista de la realidad, a propósito de la salida en Argentina de aquellas crónicas (Penny la roja), Laurie Penny habla con Radar desde Wall Street, donde está cubriendo el aniversario del movimiento Occupy, sobre las raíces y los frutos futuros de este despertar de la juventud que recorre el mundo.

› Por Violeta Gorodischer

“Estoy sentada a un costado de un improvisado campamento en las puertas de Downing Street, frente a una formación de la policía antidisturbios. Hace frío y los chicos que faltaron al colegio se reúnen alrededor de un estudiante que con una guitarra de tres cuerdas toca acordes de la canción de Tracy Chapman ‘Talkin about a Revolution’... En ese momento un agente se mete dentro del círculo. La policía nos empuja fuera del camino y en medio de un abucheo general el campamento se evapora envuelto en humo, lo que nos obliga a movernos hacia adelante. No todos sabemos cómo llegamos hasta ahí, pero nos están amontonando con brutal eficiencia: la presión de los cuerpos aprieta terriblemente y aun así los policías a los gritos nos hacen avanzar. A mi lado, una estudiante llora. Sólo tiene 14 años.”

La que escribe es Laurie Penny, una chica nacida en 1986 que fue proclamada como la nueva voz de la rebelión juvenil inglesa gracias a crónicas como ésta, que hizo circular vía Twitter y Facebook en medio (literalmente) de los disturbios. Lo suyo, dice, es una cuestión de suerte. No sólo porque tiene el privilegio de escribir columnas mientras sus amigos están en la cárcel, en call centers o languideciendo con el subsidio del desempleo, sino porque ella estuvo en el lugar correcto, en el momento oportuno. Concretamente: en el cuartel general del partido gobernante el 10 de noviembre de 2010, cuando alguien rompió la primera ventana. Así, Laurie empezó a twittear lo que veía y más tarde escribió en su blog desde las primeras líneas de los disturbios de Londres. Y esas crónicas circularon como un virus porque eran intentos –furtivos, incompletos, pero intentos– de contar aquello que la prensa oficial no contaba. Reunidos ahora en el capítulo “Esto realmente está ocurriendo”, de su reciente libro Penny la roja, apuntes desde la nueva era de la indignación, esos mismos artículos cuentan por dentro las protestas de los estudiantes en la puerta de Millbank Tower por el recorte del gobierno de Cameron a la educación. Y cómo todos ellos irrumpen en los Premios Turner al Arte para reclamar subsidios. O el orgullo por invadir las paquetas tiendas de la cadena de té Fortnum & Mason, ante las miradas horrorizadas de las viejas. Pero Laurie también muestra cómo los cánticos, la inocencia y la esperanza juvenil apañadas por padres comprensivos que les llevan sopa a sus pollos rebeldes se va empañando de a poco. Primero con los “kettles” de Parliament Square (un cerco policial que los dejó amontonados, con temperaturas bajo cero, sin comida, ni agua, ni posibilidad de ir al baño) y más tarde con la golpiza a un chico discapacitado, la hiperventilación de una estudiante o la hemorragia cerebral de un compañero golpeado por la policía. La voz de Penny no es la de la militancia curtida, sino justamente lo contrario: “Miro esta cruzada de chicos enfurecidos a mi alrededor y comienzo a preguntarme dónde mierda están los militantes estudiantiles. No importa lo que digan los noticiosos, y lo afirmo enfáticamente, esto no es una chusma liderada por una banda de esmerados alborotadores que salieron a romper cosas para divertirse. De hecho, la verdad es que nos vendrían bien algunos activistas radicales más experimentados, porque ellos saben qué hacer en las manifestaciones cuando las cosas se van de las manos”. Hay algo genuino, dolorosamente joven en su mirada. Algo que la hace admitir sin pruritos que la mayoría de sus notas “fueron escritas a la noche, encaramada en cocinas mugrientas o edificios expropiados, o en un sofá ajeno, con la laptop en equilibrio sobre mis rodillas y tratando de abstraerme de los sonidos de los muchachos ‘colocados’ peleando y cogiendo”. Tal vez haya sido esa suerte de cruce entre visceralidad y efectividad narrativa lo que hizo que varios medios prestigiosos le pusieran los ojos encima. Hoy, Laurie Penny escribe para New Statesman, The Guardian y The Independent sobre temas tan diversos como política, feminismo, cultura pop y nuevo periodismo. Ahora mismo, de hecho, está en Nueva York cubriendo la ocupación de Wall Street y las elecciones norteamericanas. A último momento cancela la entrevista programada vía Skype porque “me están prestando la computadora y mi compañera de cuarto está durmiendo”. ¿La solución? “Hagámoslo por chat.”

“Estados Unidos me fascina, es un lugar absolutamente complejo, a veces siento que América es una enorme conspiración para darnos algo sobre lo cual escribir cada día”, escribe a una velocidad sorprendente, para entrar de lleno en el tema.

¿Viste la última película de Batman, The Dark Knight Rises? ¿Creés que critica el movimiento Occupy,como dijeron muchos?

–Bueno, justamente estoy trabajando en eso ahora con el teórico David Greeber, estamos haciendo un ensayo: la película toma el lenguaje de los ocupantes y lo usa para decir que la gente que se rebela contra el Estado es malvada, no muy diferente de los terroristas. En una de las escenas los villanos literalmente “ocupan” la Bolsa. Y hay escenas en las que los banqueros son ejecutados en juicios públicos. Lo que es interesante es ver cómo el Movimiento Occupy entró en el léxico popular.

Al menos de este lado del mundo, la percepción es que el movimiento Occupy se salió de la agenda de los medios masivos...

–Sí, bueno, la lucha continua, dura, hecha por unos pobres chicos que no tienen nada que perder, no se mantiene sexy por mucho tiempo. Pero yo estuve ayer ahí, reporteando.

¿Y la policía sigue tratando de hacer que se vayan?

–Por supuesto. Hoy hubo arrestos de dos cifras. No te olvides: el 17 de septiembre se cumplió un año de que empezó el movimiento. Y todavía está.

NI HEDONISTAS NI AUTOINDULGENTES

Penny la roja. Laurie Penny Editorial Capital Intelectual 304 páginas

Muchos dicen que Laurie Penny pertenece a la llamada “nueva izquierda”, pero aunque su posición política es clara, sería una picardía pensar todo esto sólo en términos partidistas. En todo caso, el reclamo de Laurie y de todos los “jóvenes indignados y desposeídos” que representa tiene que ver con la disconformidad más profunda. La indignación por ver derrumbarse todas las certezas con que se habían criado, bajo el manto de promesas del laborismo inglés: “Entre 2007 y 2010 me metí en una serie de lúgubres comunas infestadas de ratas en la parte oscura de Londres, más de dos años de catástrofe económica, deuda académica y desastre personal, durante los cuales mis mejores amigos y yo vimos cómo se hipotecaba nuestro futuro por una clase política que traicionó a sus integrantes más pobres y les rompió el corazón a sus hijos. Nos dimos cuenta de que nos habían mentido durante toda nuestra vida. Nos dijeron que si trabajábamos duro, aprobábamos todos los exámenes, hacíamos lo que se nos decía y nos preocupábamos por estar lindos, entonces con toda seguridad tendríamos salud, felicidad y la posibilidad de señar un departamentito en Surbiton. Nos mintieron, y ahora teníamos que hacer el intento de construir una vida sobre los escombros de esas falsedades. Ya fue bastante malo tragarse las heces de los años del Nuevo Laborismo, pero cuando llegaron los conservadores y comenzaron a apropiarse firmemente de lo que quedaba de bienestar social, salud y educación, ya era demasiado tarde, por lejos, para demasiados de nosotros”.

Hay que cuestionarlo todo, dice Laurie. Recordar que sus ideas son válidas, meterse en todos lados, demostrar con pruebas tangibles que existen quienes piensan diferente.

“Los estudiantes de los que hablo no están enojados sólo por los aranceles, aunque el giro en ‘U’ de los demócratas liberales respecto de este tema es un claro motivo de indignación: simplemente se sienten traicionados. Sienten que sus futuros fueron rematados para pagar los errores financieros de los ricos, y tienen razón en sus sospechas.”

En su libro menciona también la falta de dominio de una vanguardia partidaria de extrema izquierda, y establece una diferencia más, en este caso, con quienes combatieron las reformas de Margaret Thatcher en la década de 1980: “No son hedonistas ni autoindulgentes”.

Claro que más allá de esto, la diferencia principal (y fundamental) con las generaciones pasadas es el uso de las nuevas tecnologías como catalizador de protestas. La pregunta es, en todo caso, hasta qué punto.

¿Facebook y Twitter siguen teniendo un rol principal en las protestas? ¿Qué pasa cuándo PayPal deja de aceptar donaciones para Wikileaks? ¿No hay un punto en el que las redes empiezan a trabajar para el establishment?

–Bueno, las redes sociales son moralmente neutrales. El efecto de las nuevas tecnologías en la organización de las protestas es innegable, pero al final del día las redes sociales no causan protestas, es el quiebre social lo que las causa. El tema es que las grandes plataformas tienen que facturar. Como vimos esta semana, Twitter, en Nueva York, fue forzado a entregar los tweets sobre los arrestos en el Puente de Brooklyn. Claramente, esto muestra que ya no son lugares seguros para subir información. Yo creo que la mayor parte del establishment va a estar muy pronto trabajando para Facebook, no al revés.

¿Cómo hicieron para que todo estuviera calmado durante los Juegos Olímpicos?

–Cuando el primer ministro regresó de sus vacaciones en la Toscana, en vísperas de los Juegos el gobierno anunció que no habría bases políticas para protestas de ningún tipo: directamente, serían declarados actos criminales. Podrían usar cañones de agua. Balas de verdad. Dejaron en claro que cualquiera que fuera arrestado durante un desorden tendría penas muy duras y muy altas, aunque fueran jóvenes, aunque fueran ofensas menores como escribir en Facebook o usar shorts de jean rotos. El mensaje fue claro: no sería tolerado; si protestás ahora, te arrestamos, te mandamos a la cárcel por un tiempo largo y te arruinamos la vida.

COSAS DE CHICAS

Pero Laurie Penny no reivindica sólo las protestas estudiantiles: su otra gran cruzada tiene que ver con el feminismo. Ella misma se define así, feminista, y se enorgullece del tinte girly de su prosa. La categoría abarca acciones concretas que van de animarse a marcar publicidades de belleza con un lápiz rojo en el subte (“Esto no es normal, ¡combata el sexismo!”), hasta meterse en ferias eróticas para mostrar que allí no existe el deseo, o infiltrarse en fiestas de Jóvenes Conservadores en las que está naturalizado, por ejemplo, que manos anónimas le pellizquen el culo a una chica mientras baila. En este caso, el de ella: “Yo sabía que las mujeres y los pobres iban a sentir el pellizco de los ‘tories’ en cuanto tomaran el poder, pero nunca imaginé que el paternalismo llegaría a ser a tal punto literal. Imposibilitada de pegarle una trompada por miedo a quebrar mi cobertura, mis nudillos, o ambas cosas, hago lo que históricamente han hecho las mujeres en cualquier club de muchachos. Lanzo una risita sin decir nada. Y entonces me voy”. Cosas así cuenta Laurie en el capítulo “Problemas de chicas” de su libro, dispuesta a combatir el sexismo con todo lo que tenga a mano. Por eso se anima a poner sobre la mesa la misoginia del ídolo popular Charlie Sheen. Cuestiona las publicidades rosadas para luchar contra el cáncer de mama, que sólo apuntan a lavar la imagen de las empresas. Arremete contra John Galliano y de paso contra toda la industria de la moda. Critica la página 3 de The Sun, que sólo existe para mostrar chicas semidesnudas. Enfurece ante un mercado que promueve estándares anoréxicos, luego de admitir que ella misma fue víctima de esa enfermedad y estuvo internada a los 17. Reivindica el uso de la palabra “concha” y la repite hasta el hartazgo. ¿Quieren más? Esto recién empieza, parece decirnos Laurie.

¿Cuáles dirías que son las principales banderas del feminismo ahora mismo?

–Mencionaría dos. Una, los derechos con respecto al aborto. Hay una gran cruzada contra el derecho de las mujeres a elegir una manera segura de interrumpir sus embarazos. Cualquiera que no crea en los derechos de reproducción libre de las mujeres, no respeta a las mujeres. Tenemos que pelear por el acceso a todo tipo de salud reproductiva, anticonceptivos o interrupción segura del embarazo, porque si no, no hay igualdad sexual verdadera.

¿Y la otra?

–La segunda es, por supuesto, la igualdad de derechos en el ámbito laboral. Las mujeres, todavía, hacen la mayoría de los trabajos domésticos y de cuidado de personas en forma gratuita. Debe haber cambios en este balance, que impliquen una reorganización total del trabajo y de la sociedad: hasta que eso no ocurra, hombres y mujeres no tendrán igualdad de oportunidades ni igualdad de libertades. Sí, ya sé, no me digas: ninguna de estas banderas es particularmente sexy, pero de verdad, son las más importantes.

Y entonces Laurie vuelve a hacerlo: dice las cosas como si estuviera tomando un café con sus lectores, sus entrevistadores, o con quien sea. El punto es que en esa oralidad espontánea que enseguida interpela hay mucho más que simpatía. La idea de base es que el feminismo es intrínseco a la política, y sus arrebatos (esos que la hacen correr, gritar, o encaramarse contra colegas sin miedo a criticarles los libros) la vuelven radical en sus opiniones: “Ninguna contracultura puede confiar en tener éxito si margina a sus mujeres. Si queremos ganar debemos entender el feminismo como parte de la respuesta a un sistema que cauteriza la solidaridad humana, destruye el placer humano y reemplaza ambas cosas con una sexualidad violenta, homogénea y artificial, que nunca puede saciarse. Como una principiante que nada a tientas en el mundo de la escritura política intenté, en mi propio estilo, bajarle los pantalones a esa sexualidad”.

Es claro: el periodismo de Laurie Penny no es objetivo, no puede ni busca serlo, pero es urgente. ¿Será esa la clave de su encanto?

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