Dom 23.09.2012
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TELEVISIóN > EL PRECIO DE LA HISTORIA: EL éXITO INESPERADO DEL CABLE

Las joyas de la abuela

Hace pocas semanas, Rick y Corey Harrison vinieron a promocionar la nueva temporada del programa de compra de antigüedades que los convirtió en inesperadas celebridades, y la beatlemanía que despertaron en el Mercado de las Pulgas delató por qué es el tercer programa de cable más visto de Latinoamérica. Radar charló con ellos para que explicaran por qué la crisis y la recesión en Estados Unidos catapultaron El precio de la historia y lo convirtieron en una ventana por la que asomarse a un país que guarda cosas muy raras en sus garajes.

› Por Mariano Kairuz

“Tenía 8 años, estaba echado en mi cama, cuando de pronto el mundo se me dio vuelta, sin aviso: el piso se convirtió en el techo y el techo en el piso. Al igual que mi primer gran ataque de epilepsia, los infinitos que le siguieron definieron mi infancia y buena parte de mi vida, llegando con violencia, con tanta fuerza que di por hecho que no llegaría a la adultez. Forzado a quedarme en cama, en nuestra casa suburbana en Mission Valley, San Diego, mi vida volvió a cambiar. No podía moverme, no tenía televisión en mi habitación, no se habían inventado los videojuegos ni los iPads, así que estaba por las mías. Y entonces leí libros. Muchos libros.” Libros como la serie de novelas juveniles El gran cerebro, sobre un chico que hace dinero comprando y vendiendo cosas con historias interesantes. O la historia de las baterías. O la de los alquimistas. O la el envenenamiento por mercurio. “De todo.”

Así arranca la autobiografía de Rick Harrison, License to Pawn: Deals, Steals and My Life at the Gold & Silver (“Licencia para empeñar: negocios, estafas y mi vida en el Gold & Silver”), la “leyenda originaria” del protagonista de uno de los programas de cable inesperadamente más populares del mundo en este momento: El precio de la historia. Quien conozca de hacer zapping a la familia Harrison (Rick, su padre, el patriarca al que se conoce como El Viejo, y su hijo Corey), probablemente se sorprenderá al enterarse de que El precio de la historia es el tercer programa más visto del cable en América latina cada vez que estrena un capítulo. Un fenómeno de popularidad casi idéntico al que tiene en su país, donde lo ven más de siete millones de personas, y los Harrison, hasta hace tres años unos desconocidos, hoy son estrellas que casi no pueden andar por la calle. Acá se vio confirmado hace unas semanas, cuando Rick y su hijo visitaron Argentina en la primera salida promocional fuera de EE.UU., y convocaron a miles de personas el Mercado de Pulgas de Dorrego y Niceto Vega.

Las razones de su éxito local son un misterio, al menos más allá de lo que está a la vista: una fórmula de una eficacia típicamente norteamericana en su producción, que combina una modesta, pero funcional misión didáctica, con la divertida dinámica de un reality show; lo que algunos productores llaman Laugh & Learn TV. Todo el asunto transcurre en el interior del Gold & Silver Pawn Shop, la casa de empeños que los Harrison manejan en Las Vegas desde hace más de veinte años. Las breves, pero impecables lecciones de historia se originan en los productos que los clientes llevan al local para empeñar o vender: su procedencia y la anécdota personal sobre cómo el vendedor se hizo de él. Mediante un aceitado, pero sencillo mecanismo de puesta en escena y basado en el carisma, la calidez y la natural simpatía de Rick Harrison, entramos no sólo al negocio sino a la comedia real de la interacción entre tres generaciones de Harrison (y el amigo de Corey de toda la vida, el no muy iluminado Chumlee): “Lo mejor del negocio es trabajar con la familia –dice Rick–, y lo peor del negocio es trabajar con la familia”.

Las razones del éxito de su programa en EE.UU. son más evidentes. Rick había intentado vender la idea para su programa, sin suerte, a HBO, cuando en 2009 lo llamaron de la productora neoyorquina Leftfield Pictures, quienes se encargaron de venderle el piloto a The History Channel. Finalmente, el momento para Pawn Stars (“Las estrellas del empeño”, título original de El precio de la historia) había llegado con la crisis que sacudió a Norteamérica en 2008, y que de pronto puso a muchas familias a revisar sus sótanos en busca de esos cachivaches que ya hasta habían olvidado que tenían, y que acaso tuvieran algún valor de mercado. Así, aparecen cosas como anillos del Super Bowl, un vinilo autografiado por el mismísimo Bob Dylan (que es fan del programa), juguetes, primeras ediciones de revistas, videojuegos, medallas olímpicas, trajes de astronautas, antiguos encendedores Zippo, alhajas (de oro, y ocasionalmente, alguna hecha de huesos humanos) o, en la nueva temporada que debuta hoy, cosas como un álbum de fotos firmado por el general Patton, o una rara grabación de Martin Luther King Jr. Rick mantiene un inquebrantable código de transparencia en su negocio: no engañar a quien llega con una joya sin saberlo, no meterse con material de orígenes dudosos –como memorabilia nazi– y comprar armas de fuego sólo si son antiguas: “No tomo las modernas porque es un tema difícil en EE.UU. –le explica a Radar–. Si viene un tipo joven que se ve un poco extraño, no podés decirle que no mientras que a otros les decís que sí: o vendés armas o no las vendés, y punto, así que preferimos no hacerlo.”

La inestabilidad económica ha sido, después de todo, el origen de la casa de empeño. “Hasta los años ’50 las casas de empeños fueron el principal sistema de crédito para los norteamericanos –argumenta Harrison–. El 20 por ciento de la población adulta de EE.UU. no tiene una cuenta bancaria ni cómo conseguirla. Por eso las casas de empeño son una de las formas más antiguas de bancarización: los clientes entregan un ítem personal por un préstamo de, en promedio, unos 50 dólares, y un plazo para reclamarlo por el monto prestado, más un interés. Cumplido ese plazo, si no se recupera, nadie te pone en una lista de deudores, ni te persigue para romperte las piernas, ni te rebotan los cheques: simplemente perdiste lo que empeñaste.” Hay casos notables, dice, como cuando hay una pelea grande de box en Las Vegas: “Viene mucha gente que apuesta más de lo que puede perder, así que al terminar la pelea traen sus joyas por efectivo. ¿Quiénes compran esas joyas? Los cafishios, porque si los arrestan les confiscan el efectivo, que fue obtenido ilegalmente, pero no las joyas, que pueden mandar a vender por la mitad de lo que pagaron –es decir, mejor que una joyería– y con eso pagar sus fianzas”.

El programa forma parte de todo un subgénero (que integran otros como American Pickers o Cash in the Attic: “dinero en el ático”) y ha generado imitadores (Hardcore Pawn) y derivados, como Los restauradores, la versión Louisiana de El precio de la historia y otras. Efecto de la larga estela de recesión y desempleo, el programa no busca regodearse en la miseria ajena, y es por eso que se ven muchas más operaciones de venta que de empeño: “La gente que empeña no quiere salir en cámara –dice Rick–, ya que si está empeñando es porque está en la lona, está atrasada con el alquiler o algo así. Pero no hay que prejuzgar: hay gente que se presenta con pinta de homeless que de pronto saca 4 mil dólares de adentro de una media y compra la joya más cara de la vidriera. Pero lo interesante nunca es mostrar a los que la están pasando mal; sino el material bizarro que nos llega, las cabezas de búfalo y sus historias. Eso es buena televisión”.


El precio de la historia arranca con una nueva temporada hoy a las 23,por The History Channel.

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