› Por Martín Granovsky
Cuentan los amigos de Eric Hobsbawm que mantenía una relación muy amorosa con Marlene Schwartz, su mujer en los últimos 50 años. Se acariciaban en público y se regalaban tarjetas de San Valentín a veces con tanta afinidad que compraban la misma. Fue ella la que recibió una carta pocas horas después de la muerte de su marido. “A lo largo de la última década leí con orgullo las entrevistas en las que él atribuía a nuestro gobierno la responsabilidad de ‘cambiar el equilibro en el mundo y llevar a los países en desarrollo al centro de la política internacional’”, dice el texto tras confesar una “profunda tristeza” por la noticia de la muerte de Hobsbawm, de quien fue un honor “haber sido su contemporáneo”.
Es tan natural que Lula haya escrito esa carta a Marlene Schwartz como que Hobsbawm le haya prestado atención al crecimiento del Partido de los Trabajadores y su llegada a la presidencia, el 1° de enero de 2003. El PT nació en 1980, justo el momento en que el historiador estaba en pleno debate con la izquierda británica porque veía un gran peligro en el ascenso, entonces reciente, de Margaret Thatcher y en el descenso del movimiento obrero y sus organizaciones representativas.
En 1978, Hobsbawm pronunció una conferencia en la que se preguntaba, inquieto, si los trabajadores no habían detenido su marcha. Se publicó en la revista Marxism Today y puede leerse hoy en el link bit.ly/OaXvaj. Dijo que la crisis abarcaba a los sindicatos –activos en la lucha reivindicativa, pero pobres en la política– y también al Partido Laborista y al conjunto de las fuerzas socialistas. “Si queremos recuperar el dinamismo y la iniciativa histórica nosotros, como marxistas, debemos hacer lo que Marx ciertamente habría hecho: reconocer la nueva situación en la que nos encontramos, analizarla de manera realista y concreta, examinar las razones, históricas y de otro tipo, de las fallas y de los triunfos del movimiento obrero, y formular no solo lo que quisiéramos sino lo que puede ser realizado”, reflexionó.
Hobsbawm nació en 1917, cinco meses antes de la Revolución Rusa. En Años interesantes, su maravillosa autobiografía, en la que narra haber vivido “casi todo el siglo más extraordinario y terrible de la historia humana”, el siglo XX, Hobsbawm relató esa época en que se situó como referencia de la izquierda británica justamente por una coincidencia de fechas que lo convirtió en gurú: el artículo apareció en septiembre de 1978 y Thatcher llegó a ser primera ministra el 4 de mayo de 1979. Hobsbawm advirtió sobre el efecto destructivo de las tensiones entre los sindicatos y el Partido Laborista. Señaló que las contradicciones eran peligrosas en un país donde el 70 por ciento de la población se reconocía como parte de los trabajadores. Muy pronto el tándem se debilitaría aún más en su costado sindical por la derrota de las huelgas mineras a manos de Thatcher, en una caída brutal que no fue reparada por la vuelta de los laboristas al gobierno, en 1992. Hobsbawm describió a su líder de entonces, Tony Blair, como “Thatcher con pantalones”. En ese entonces, el Partido Comunista de Gran Bretaña ya era un recuerdo del pasado, tanto como su último objeto de crítica, la Unión Soviética, que colapsó en 1991. Comunista desde 1936 por solidaridad con la España republicana, eurocomunista y crítico de los soviéticos y del propio Lenin en la década del ’80, Hobsbawm no tenía ya otra ilusión sobre Moscú que su papel de contrapeso de los Estados Unidos y de soporte externo para los combatientes del Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela. Después, nada más. Su nostalgia, si es que la tenía, alimentaba el sueño siempre realista de reconstruir una izquierda sólida.
¿Izquierda reformista o izquierda revolucionaria? En una larga nota añadida al prólogo de su libro Rebeldes primitivos, Hobsbawm mezcló esos dos conceptos en apariencia irreconciliables. “Hasta los más extremistas de los revolucionarios necesitan una política acerca del mundo existente en que se ven obligados a vivir”, escribió. En simetría, “la esperanza de una sociedad realmente buena y perfecta es tan poderosa que su ideal habita aun en los que se han hecho a la idea de la imposibilidad de cambiar el ‘mundo’ o la ‘naturaleza humana’ y tan solo ponen esperanza en reformas menores y en la corrección de los abusos”.
Cada uno tiene su Hobsbawm preferido. A él mismo le sorprendió que cuando lo entrevisté, en marzo de 2009, en Londres, no le llevara para dedicar su Historia del siglo XX o una obra del ciclo sobre el siglo XIX. Tenía conmigo un gastado ejemplar de Rebeldes primitivos. Ahora está allí, en la biblioteca, con la letra chiquita en su primera página. “A Martín Granovsky, durante un encuentro el 4/3/2009, con el agradecimiento del autor al lector: ¿qué sería de un autor sin lectores? Buenos deseos. Eric Hobsbawm.” Me preguntó por qué justo ese libro. Le dije que porque me gustaba mucho y lo había leído y releído varias veces. Me preguntó qué había estudiado. Le dije que Historia. “Ah, también pertenece a la mafia”, se rió, y vino un abrazo tan cálido que siempre recordé como fraterno.
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