Dom 07.10.2012
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HALLAZGOS > UNA INVESTIGACIóN SOBRE LA PRIMERA MARCA DE PRESERVATIVOS QUE ECHA LUZ SOBRE LOS NEGOCIOS DEL NAZISMO

HECHOS GOMA

› Por Ariel Magnus

Así como nosotros le decimos “chicle” a la goma de mascar o “aspirina” al “sólido blanco, cristalino, constituido por ácido acetilsalicílico, que se usa como analgésico y antipirético... (ésa parece que es la definición), así en Alemania a los profilácticos se los llamó desde sus inicios en látex y al menos hasta los años ’60 simplemente “Fromms”. El nombre aludía, aunque ya nadie lo supiera, a Julius Fromm, el creador del primer preservativo de marca (y de calidad) de Alemania y del mundo.

Hasta ese momento –explican el historiador Götz Aly y el periodista Michael Sontheimer en Fromms, una historia emblemática, recientemente publicado por Capital Intelectual en la traducción de Julia Giser– el origen de los preservativos “era siempre dudoso y la calidad miserable”. Los nombres de fantasía, como Ramses, Uncle Sam, Souvenir o Venus servían en la década del ’20 no como publicidad, sino más bien para evitar hacerse cargo de eventuales fallas. El judío berlinés Julius Fromm fue el primero en ponerle su nombre al producto, “Fromms Act”, con lo que se hacía cargo, si no de las enfermedades venéreas y los hijos no queridos, sí al menos de que en caso de fallas no le compraran nunca más. Tuvo otras ideas bastante geniales, como incluir en los envoltorios una tarjeta plegable que los clientes podían presentar en las farmacias y en donde se leía: “Por favor, entrégueme tres preservativos Fromms discretamente”. Fue también el primero en instalar máquinas expendedoras y hasta patentó un proyecto para fabricar forros con textura, una variante que todavía hoy la competencia presenta con aires de novedad.

Su éxito descomunal se puede deducir de que el nombre aparecía en los espectáculos musicales como sinónimo del producto (ahorrándole la publicidad), o en números duros: la fábrica despachaba dos millones de unidades por año. Pero también se puede medir por el hecho de que, cuando llegaron los que llegaron, Fromm no creyó que vinieran por él. No sólo era él un ciudadano alemán de tendencias derechistas, sino que los directores de su fábrica se hicieron miembros del partido en 1933. “Hay datos que indican que el dueño consentía o incluso deseaba este compromiso político”, afirman Aly/Sontheimer. En la cantina de la fábrica se colgó una bandera roja con la cruz esvástica y una imagen del Führer, y los productos Fromms Act se empezaron a ofrecer como “de puro origen alemán”. Al principio, los nazis parecieron aceptar el coqueteo y no le revocaron su nacionalidad alemana. Fromm llegó incluso a realizar experimentos junto con la empresa I. G.-Farben, los fabricantes del gas Zyklon B que se usó en los campos de concentración. Pero acostarse con el enemigo no dio sus retoños: en octubre de 1938 tuvo que huir a Inglaterra. Que lo intuía se deduce del hecho de que lo hizo con protección: ya había sacado de Alemania a toda su familia, amén de convertir a la empresa en una SRL para quedarse con las acciones.

Fromms, una historia emblemática. Götz Aly y Michael Sontheimer 216 páginas, Capital Intelectual

Tampoco eso sirvió de mucho. Paso por paso, Aly/Sontheimer detallan el procedimiento “legal” mediante el que el Estado alemán, desde los jerarcas del partido (en especial Göring) hasta la gente común, se quedó con la fortuna de Julius Fromm. “Millones de alemanes se beneficiaron, nazis o no. Los simpatizantes se convirtieron en cómplices. A la ideología nazi se sumó entonces el interés material... En lugar de encontrarse en la feria o en las liquidaciones, los alemanes visitaban en grupo y con muchas expectativas los remates judíos.”

Consultado por Radar, Michael Sontheimer destacó este proceder “pedante y burocrático” de la expropiación. “Queríamos mostrar con cuánta meticulosidad y falta de escrúpulos muchos alemanes, ya fueran funcionarios, empleados de banco o subastadores, se robaron el patrimonio de Julius Fromm y de su familia.” El libro sigue en eso la obra más importante de Götz Aly, El Estado Popular de Hitler: robo, guerra racista y nacionalsocialismo (traducido en 2006 como La utopía nazi: cómo Hitler compró a los alemanes). “Allí –recuerda Sontheimer–, Aly expuso cuántos ‘compañeros’ se beneficiaron con la expropiación de los judíos, dejándose sobornar de esa forma por los nazis. Esa es la tesis que hemos vuelto a corroborar con el caso Fromm.”

Pero la historia no terminó con la expropiación nazi. Julius Fromm, cuyos hijos fueron perseguidos también en Inglaterra, murió en el exilio tres días después de la victoria aliada. “Todos en la familia piensan que el corazón de Julius Fromm colapsó de felicidad”, dice el libro. No se hubiera alegrado tanto de haber seguido con vida, pues la fábrica quedó del lado soviético de la victoria. Los rojos, no sin su cuota de antisemitismo, convirtieron a Fromm “en una repugnante figura capitalista”, y hasta lo acusaron de pro-nazi. La historia se repitió, en este caso con menos trámite, y tampoco tras la guerra pudieron los Fromm recuperar sus propiedades. Así y todo, el hijo de Fromm ha vuelto repetidas veces y sin rencores al país de sus verdugos (económicos). “La mayoría de los alemanes más bien me da lástima, siguieron ciegamente a su Führer y terminaron siendo terriblemente castigados.”

El libro de Aly y Sontheimer, aunque con algunos excursus sólo para fanáticos del tema y de la época, invita a conocer el nazismo desde un ángulo, si no nuevo, al menos no tan explotado. Pero por sobre todas las cosas tiene el enorme mérito de rescatar del olvido la historia de una exitosa empresa judía que los historiadores han ignorado hasta hoy. El motivo, como explica el prólogo, es que los investigadores prefieren trabajar donde les pagan, y eso es algo que una empresa expropiada y no devuelta a sus dueños no va a querer patrocinar. “Esta realidad ha creado una extraordinaria asimetría en los últimos veinte años: en los relatos de la historia dominan los victimarios y los privilegiados.” Así es como Volkswagen, Deutsche Bank o Bertelsmann promueven investigadores que “elaboran” su oscuro pasado, calculando que eso lavará su imagen y en definitiva aumentará sus ventas. “Así –denuncian Aly y Sontheimer– funciona la investigación sobre la historia industrial de los países.”

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