› Por Petros Markaris
Es joven, tendrá unos treinta años y ha estudiado Económicas.
–Yo los voté –me dice.
–¿A Amanecer Dorado?
–Sí.
–¿Por qué?
–Quería vengarme –me contesta tajantemente–. Quería vengarme porque estoy en el paro y dependo de mis padres, y a ellos, encima, les han recortado sus sueldos. Quería vengarme porque después de terminar mis estudios, me ganaba mi paga con trabajos ocasionales.
–¿Y crees que Amanecer Dorado te conseguirá trabajo? –le pregunto.
–No, pero los otros tampoco.
Desde la reinstauración de la democracia, Grecia no había sufrido un golpe semejante al que recibió el pasado 6 de mayo, durante la noche electoral. Desde 1974, es decir, desde el final de la Dictadura de los Coroneles, los partidos de extrema derecha no habían pisado el Parlamento del país. Amanecer Dorado era considerado una banda de matones que se manifestaban enarbolando esvásticas y alzando el brazo y que, de vez en cuando, daban una paliza a algún estudiante o a algún inmigrante.
Y ahora este grupo, con sus veintiún diputados, constituye el siete por ciento del Parlamento. Y, junto a ellos, se sienta otro partido de extrema derecha, los Griegos Independientes, que cuentan con el 10,5 por ciento y treinta y tres parlamentarios.
Todos los días escucho o leo que el país se encuentra al borde del abismo. Puede que sea así. Lo que sin duda es cierto es que Grecia ha traspasado ya la línea de la desesperación y se ha convertido en un país demencial (...)
En las elecciones de mayo la abstención se elevó al 35 por ciento. Nunca había sido tan alta. A esto hay que añadir que el 18 por ciento de los electores votaron por partidos políticos que no han entrado en el Parlamento. Como acto de protesta, muchos no acudieron a las urnas y otros muchos optaron por dar su voto a partidos menores. Nadie puede predecir a quién votarán en las próximas elecciones, el 17 de junio.
El gran porcentaje de votos –un siete por ciento– conseguido por Amanecer Dorado provoca ya dolores de cabeza no sólo al resto de los partidos, sino a la población en general. Amanecer Dorado no es un partido de extrema derecha, son nacionalsocialistas que glorifican a los nazis y niegan el Holocausto.
Algunas personas son optimistas y creen que se trata tan sólo de una tormenta pasajera, que pronto desaparecerá. Pero no debemos hacernos ilusiones. Puede ser que pierdan votos, pero el partido Amanecer Dorado ha venido para quedarse.
Entre sus votantes no se encuentran sólo jóvenes en paro, que convierten su voto en un acto de protesta. Grecia tiene un problema de inmigración que se ha descontrolado en los últimos tiempos. La razón es la precaria situación geográfica del país, especialmente la larga frontera con Turquía, que resulta casi imposible de controlar.
Pero también tienen la culpa los políticos de todos los gobiernos que durante años han minimizado el problema y han optado por mirar hacia otro lado. Como consecuencia, amplios grupos de la sociedad han abrazado actitudes claramente racistas. Amanecer Dorado se aprovecha de ello y hace campaña en contra de los inmigrantes por todo el país. Al mismo tiempo, presta un servicio a los ancianos y pensionistas que viven en barrios con tasas elevadas de inmigración, pues los protegen y les proporcionan ayuda económica. Un partido nacionalsocialista, a la caza del musulmán, asume al mismo tiempo la estrategia de los islamistas de Hamas y la gente los apoya. Realmente, vivimos un momento demencial. No sé con certeza si los memorandos, las medidas de ahorro y el recorte de la deuda sanearán finalmente a Grecia. Lo que sí está claro es que ya han conseguido destrozar su escenario electoral.
Este fragmento pertenece a La espada de Damocles: la crisis en Grecia y el destino de Europa, de Petros Márkaris, colección de artículos de actualidad del célebre autor de policiales griego, que acaba de editar Tusquets. Márkaris empezó a escribirlos en 2009, cuando inició su “trilogía de la crisis”, con el comisario Kostas Jaritos inmerso en la debacle económica y política de Grecia. En el prólogo confiesa que ya no sabe cómo cerrar la trilogía, porque la crisis está durando más de lo planeado en sus novelas.
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