MúSICA > HAY OTRA CANCIóN, EL SHOW DE SIETE CANTAUTORES DEL UNDER PORTEñO CON LA ORQUESTA ACADéMICA DE BUENOS AIRES
Lucio Mantel, Alfonso Barbieri, Nacho Rodríguez, Pablo Dacal, Pablo Grinjot, Tomi Lebrero y Alvy Singer son, quizás, uno de los más notables seleccionados de nuevos cantautores argentinos. La semana que viene tocarán todos juntos, pero en un show muy particular, Hay otra canción, acompañados por la Orquesta Académica de Buenos Aires, una orquesta juvenil que hace tres años dejó de formar parte del Teatro Colón tras una controvertida decisión y que ahora se encuentra en un raro momento de esplendor y supervivencia. La unión, lejos de ser un broche pomposo típico de la unión de música popular y música clásica, marca un camino más en la búsqueda de estos desclasados del rock. Y con invitados especiales como Palo Pandolfo y Fito Páez, también se encarna una suerte de pasaje de antorcha.
› Por Martín Pérez
FOTO: CATALINA BARTOLOME
Aunque la consigna para las fotos sea la de cantar concentrados y sin reírse, a todos les cuesta mantenerse serios. Tal vez la culpa haya que buscarla en las melodías que se han terminado por imponer en un canto colectivo que, en un principio, debía ser individual. Pero alguien comienza con “María, María”, y el resto no puede evitar sumarse. Hasta que aparece la melodía de Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, y a todos les parece una mejor idea. Por eso las sonrisas. Porque, inesperadamente, Steven Spielberg le gana a Milton Nascimento. Y así es como el inminente encuentro cercano entre siete representantes del under de la canción porteña de la última década con una orquesta sinfónica acaba de descubrir su particular himno privado.
Los convocados para Hay otra canción están alineados, hombro con hombro, ante una de las paredes del hogar palermitano donde se han encontrado para dar las primeras notas anticipando el particular recital conjunto que los reúne. El vozarrón de Pablo Dacal se impone sin esfuerzo, secundado por la seriedad casi adulta de Alvy Singer y Pablo Grinjot, que parece mantener a raya el histrionismo natural de Tomi Lebrero. Del otro lado de la fila, Lucio Mantel, Alfonso Barbieri y Nacho Rodríguez se turnan para tentarse. A un costado, fuera del alcance de la cámara, un orgulloso Marcelo Ramos lleva una sonrisa pintada en el rostro. Es el responsable del evento, el hombre que los convocó, un publicista que confiesa escapar por primera vez de tanta careteada, de tanto aviso de pañales, para apostar por un espectáculo diferente.
“La idea surgió después de comprar discos e ir a los recitales de varios de ellos –cuenta Ramos, que empezó a interesarse por la escena acompañando a su hijo, que tiene la edad del público que suele seguirla–. Estaba pensando en hacer algo con ellos, cuando Pablo Dacal apareció como invitado en un show de Les Mentettes Orchestra y se me ocurrió que tenía que empezar por ahí.” El primer café entre ambos fue en el verano, recuerda Dacal, y Ramos llegó con el libro Cancionistas del Río de la Plata, de Martín Graziano, bajo el brazo. Si entonces lo que más hizo Pablo fue tirar nombres, para el segundo o tercer encuentro, unos meses después comentó un proyecto que se le había ocurrido a Pablo Grinjot. “Cuando con Tomi y Jano hicimos los shows de Cantautores con Orquesta en el Margarita Xirgu y el IFT, Pablo tuvo la idea de tocar con una sinfónica. Y desde entonces siempre se mantuvo pendiente. Hasta ahora”, explica Dacal con una sonrisa de las que se forman ante un sueño a punto de ser cumplido.
Cuando desde cualquier vertiente de la música popular se habla de un recital con orquesta sinfónica, por lo general se está llegando al final de un camino. Y más cuando se habla de rock, un género del que la nueva generación de cantautores se encuentra inevitablemente cerca. “Sí, pero para enfrentarlo”, bromea Grinjot. Y enseguida aclara: “No con su estética, sino con su cualidad totalitaria”. Dacal enseguida señala que se están refiriendo más a una política de mercado –“y a su caricatura, como Pomelo”, agrega Alvy–, y entonces es inevitable recordar que lo que fue una música contracultural ahora es la banda de sonido de la sociedad de consumo. “Bueno, yo ayudo a vender gaseosas”, bromea Singer, cuyo rostro apareció en los avisos de una variedad light. “¡Y yo, automóviles!”, dobla la apuesta Alfonso Barbieri, que formó parte de un grupo de músicos convocados para una serie de avisos de una marca de autos. “Lo que nos molesta es el rock cuando apuesta a lo seguro”, se pone serio Grinjot, completando así la lista de razones por las que la escena de la que forma parte eligió saltar por sobre los decorados del género que creció escuchando, para investigar otros horizontes.
Por eso que es que, lejos de remitir al final de una etapa –o convocar a la burla ante el lugar común–, su música con una orquesta suena más como un paso lógico dentro de esa búsqueda, algo casi natural. “Igual me da un poco de miedo”, desliza Tomi Lebrero, a pesar de que se ha compenetrado tanto con el proyecto que en el Teatro Coliseo estrenará un tema escrito especialmente. “La clave está en el aprovechamiento de la orquesta como instrumento”, asegura Alvy Singer, disfrutando del ensayo realizado en el hogar de la Orquesta Académica de Buenos Aires, una hermosa esquina reciclada en pleno corazón del barrio de Once. “Además, si una canción es buena, soporta cualquier formato”, agrega, sorprendiéndose ante una extraordinaria versión orquestada de “Canta”, el tema que Nacho Rodríguez grabó tanto con Onda Vaga como con sus Caracoles.
Si la orquesta se aprovecha como un instrumento, como celebra Alvy, es gracias a los arreglos de Nico Posse, que apenas si se había cruzado con Grinjot durante sus veraneos en La Pedrera antes de ser convocado por Ramos para el proyecto. “No los conocía, pero me gustan, porque eso significa que están fuera del sistema”, señala Posse, que decidió orquestar las canciones respetando fielmente las versiones originales. “Si te muestro los arreglos que les fui presentando a los autores, vas a ver que está la versión original, y por encima los arreglos que fui armando”, explica Nico, que fue construyendo los arreglos en Midi, simulándolos en la computadora, antes de empezar la serie de ensayos con la orquesta. El más fácil, asegura, fue el de la canción nueva de Lebrero, ya que sólo tenía una versión en guitarra, que Tomi fue a grabar al estudio de Posse. Los más difíciles fueron los de la Orquesta de Salón de Dacal, porque al haber decidido respetar las versiones originales, no tenía mucho margen para imaginar. “Agradezco que Nico haya tomado esa decisión, porque el disfrute es doble”, apunta Dacal. “No dejo de sorprenderme cada vez que escucho una pavada que tal vez hizo al pasar el pianista de mi grupo convertida en, por ejemplo, la frase de un fagot”, agrega Singer.
Antes de convertirse en la Orquesta Académica de Buenos Aires, la formación que dirige el maestro Carlos Calleja formó parte del Teatro Colón. Según recuerda Alvy Singer, que antes de reinventarse como cantautor llegó a ser su primer contrabajista durante un año, era la orquesta joven en la que todos los que empezaban a estudiar música querían estar. “Era como formar parte de una selección sub-20 –explica–. Porque antes de pasar a la Estable, la Filarmónica o la Sinfónica, el camino natural era antes pasar por la Académica. Pero, además, por todo lo que significaba ensayar en la sala del Colón.” Ese lugar que ocupaba la Académica se terminó cuando, tres años atrás, las autoridades del teatro decidieron de manera polémica prescindir de su orquesta juvenil.
“Nos quedamos sin nada: sin instrumentos, sin atriles, sin lugar para ensayar –recuerda Carlos Jaime, director adjunto, y encargado de dirigir la orquesta para Hay otra canción–. Sólo teníamos la convicción de los directores y de los músicos de que había que seguir juntos.” Allí comenzó un deambular que los llevó primero a la Casa del Tango, donde alquilaban el espacio para ensayar. Luego al Teatro Lasalle, cuyas autoridades cedieron gratuitamente las instalaciones. Y ahora en lo que les gusta llamar la Casa de la Orquesta, una vieja casona instalada en los altos de una esquina de Once, reciclada para todos los usos posibles de una orquesta. Si la lucha contra la decisión de las autoridades del Colón sirvió, a juicio de Jaime, para que se inaugurase allí una Academia Orquestal, la unión de los músicos dejados huérfanos entonces fue el punto de partida para la reinvención de la Orquesta Académica, que ya no es sub-20 de nada, y hoy se da el lujo de acompañar al Teatro Argentino de La Plata o a Eleonora Cassano en su despedida, mientras sigue luchando por su supervivencia.
“Es una orquesta que está peleándola como nosotros”, se enorgullece Tomi Lebrero ante la elección de la Académica para Hay otra canción. Por su parte, el responsable del evento, Marcelo Ramos, se entusiasma ante la juventud de sus músicos, algo natural para esta clase de conciertos. “Cuando Luis Alberto Spinetta se presentó en el Colón, lo hizo acompañado por la Académica”, recuerda Jaime, que opina que el cruce entre la música popular y las orquestas es enriquecedor para los dos. Porque, según señala, la frescura y naturalidad de la música popular es algo que nutre al músico de formación clásica. “Para los músicos populares significa, por su parte, enfrentarse con una orquesta, con otro código de sonoridades, otros colores y otra disciplina.”
Algo que vive en carne propia Tomi Lebrero, cuando en su primer ensayo con la sinfónica se queda casi sin voz al cantar por primera vez su tema “El cantor de los pueblos”. “Se te caen las medias”, confesará un rato más tarde, después de haberla recobrado, y recibir el aplauso de todos los músicos después de repasar su otro tema con orquesta, “Barriga de luna”. Lo mismo le sucederá a Lucio Mantel, cuando ocupa con su guitarra al cuello el lugar de Tomi al lado de Jaime. “Uno puede estar acostumbrado a estar cerca de orquestas, pero con la primera nota algo se afloja –asegura Alvy–. Siempre me acuerdo de mi primera clase de contrabajo, cuando mi profesor tomó el arco e hizo sonar la cuerda, y fue como si un barco de pronto hubiese entrado en el departamento. Es algo que nunca va a dejar de sorprenderme.”
El título del espectáculo fue idea de Marcelo Ramos, productor primerizo, pero experimentado publicista. “Son esos reflejos los que me llevaron a ponerle un título –explica–. Y eso me llevó al último tema de La la la, el disco que hicieron juntos Fito Páez y Luis Alberto Spinetta. Por un lado porque éste es un año Spinetta, todos estamos muy sensibles por su muerte y es un poco un homenaje a un músico que todos sienten muy cerca. Y por el otro porque realmente me parece que con estos chicos hay otra canción.” Pablo Dacal se ríe ante la ironía de que el título se refiere, también, al tema que la discográfica que editó originalmente La la la dejó afuera de la primera edición en compact. Simplemente porque era el último del disco y no había más lugar en el CD (algo que se subsanó en la cuidada reedición, en un disco doble como el original). “Fue la única canción que compusieron Fito y Spinetta juntos de todo el disco, ¡y la dejaron afuera! –se sorprende Dacal–. Por eso es que mucha gente no la conoce. Así que, de alguna manera, haber elegido ese tema para nuestro espectáculo es también un comentario ante la forma en que la industria trata la música.”
Además de los cantautores y los músicos de la orquesta, Hay otra canción verá un desfile de invitados, con los que –casi naturalmente– los protagonistas intentarán subsanar el arbitrario recorte que significa su selección en detrimento de otros. Pero si se les pregunta, claro, le bajan el tono al reproche. “Es sólo un show, no estamos dejando a nadie afuera, no es que estemos entrando en el paraíso”, exagera Dacal, que se queda sin excusas a la hora de tratar de explicar la ausencia de una protagonista femenina. “No nos habíamos dado cuenta”, se justifican Lucio Mantel y Nacho Rodríguez. “Yo sí que me había dado cuenta”, señala Barbieri, que suele tocar con su pareja, la también cantautora Jimena López Chaplin, y en su banda no faltan mujeres.
Pero los invitados más significativos de Hay otra canción –tema que se versionará en el cierre, faltaba más– serán dos, Palo Pandolfo y Fito Páez. Si La la la de alguna manera funcionó como el pase de la antorcha de uno de los primeros protagonistas del rock nacional a un integrante de la nueva generación, no tiene nada de inocente la presencia como referentes mayores de dos de los grandes desclasados de ese mismo rock. Un lugar que también reclama esta escena que hace una década que suena en el under porteño. Y que, a esta altura, encarna por derecho propio esa otra canción.
Hay otra canción se presenta el jueves 25 de octubre en el Teatro Coliseo, Marcelo T. de Alvear 1125, a las 21. Entradas: entre 30 y 100 pesos.
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