Dom 13.07.2003
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NOTA DE TAPA 1

El Capitán Freak

En Piratas del Caribe: La Maldición del Perla Negra, Johnny Depp vuelve a hacer lo que más le gusta y mejor le sale: disfrazarse de alguien que no es pero que le encantaría ser. Su personaje, el corsario Jack Sparrow, agrega un rasgo más a un rostro que para muchos es el de una de las “50 personas más hermosas del mundo” o el del “actor más sexy de todos los tiempos”. Para Depp, sin embargo, es sólo una nueva oportunidad de pasarla muy bien siendo otro para poder seguir siendo él mismo. Rodrigo Fresán navegó un rato junto a uno de los actores más aventureros de Hollywood.

Por Rodrigo Fresán (Desde París)

En persona, Johnny Depp es exactamente igual a como aparece en sus películas. No es tan extraño, suele ocurrir con algunos actores. Lo inquietante es que esta primaveral mañana de París, con truenos en el cielo que suenan a cañones de barcos piratas, en una suite del Hotel Bristol, Depp es exactamente igual a como aparece en varias de sus películas. Al mismo tiempo. Ahí está el look de atípico galán romántico con larga cabellera de Don Juan de Marco y Chocolate; las cejas danzantes de Ed Wood; la calma crepuscular del héroe de Dead Man invadida sin aviso por la alegría maniática del periodista lisérgico de Miedo y asco en Las Vegas. Un tipo que parece compaginar sin esfuerzo la fina y curtida estampa de casi rock-star con la melancolía de antihéroe de cine mudo contaminada por los dos dientes enfundados de dorado de un pirata más que dispuesto a saquear una ciudad. Elegir el Depp que se prefiera, y después sumarle a cualquiera de ellos una calma, una inteligencia y una simpatía que echan por tierra su alguna vez bien ganada fama de destructor serial de habitaciones de hotel, o su casi infantil intensidad críptica de actor que necesitaba y exigía ser considerado “serio” y “diferente” por encima de todas las cosas.
Aquí y ahora –con cuarenta años recién cumplidos, dos hijos, una adorable y adorada esposa y ex lolita de nombre Vanessa Paradis, un hogar al sur de París (“No es un buen momento para vivir en Estados Unidos”, sonríe), y a punto de estrenar tres películas en rápida sucesión–, las prioridades de la ya no tan joven estrella parecen haber cambiado. Le pregunto a Johnny Depp si todavía quiere ser lo que todos querían que fuera: “El nuevo Marlon Brando”. Tal vez agotado el cliché de actor conflictivo y conflictuado, tal vez porque se quitó las ganas dirigiendo a Marlon Brando en The Brave, Johnny Depp responde que lo que él quiere ser es el nuevo Lon Chaney. Y se ríe. Se ríe con una risa rarísima.

El abordaje
Johnny Depp me cuenta que ayer por la noche estuvo viendo por televisión una vieja película de Lon Chaney. Uno de sus héroes. Depp admira a todo aquel que pueda y quiera cambiar su aspecto: “En la película, Chaney hacía algo rarísimo con las piernas... Las tenía como plegadas alrededor de su torso... Eso sí que es actuar. Yo siempre he odiado la idea del actor serio. Es una idea completamente imbécil. Es un oxímoron. Actor serio. Vamos... ¿Acaso puede ser serio alguien que miente? ¿Y a quién puede importarle eso?”
De ahí, entonces, que las mejores películas de Depp sean aquellas donde aparece disfrazado: con apéndices de metal en lugar de dedos, o con peluca rubia y sweater de angora, o con gafas oscuras y calva precoz y drogadicta. Da igual. Así, Depp es más y mejor recordado por El joven manos de tijera, Ed Wood y Miedo y asco en Las Vegas que por Nick of Time (donde el personaje de Christopher Walken, otro gran actor freak, le dice: “Tú no eres el tipo normal que crees ser”. Y no se equivoca, claro) o La novena puerta, donde lo vemos casi “al natural”. Y un detalle atendible: Depp probablemente sea el único actor de su generación que huye –tal vez porque se sabe incapaz– del naturalismo contemporáneo y oscarizable a la hora de firmar contratos y se inclina, en cambio, por films de época y personajes, sí, decididamente freaks. Freaks reales que pueden incluir al policía infiltrado en la mafia en Donnie Brasco, al genial y pésimo director de cine Ed Wood y, próximamente –en Neverland, de Marc Forster— a James Matthew Barrie, el bizarro y entrañable inventor de Peter Pan:
“Eso tiene que ver con que yo soy un apasionado de la Historia. Es sobre lo que más leo. Me enloquece la idea del pasado como territorio, y quizás actuar sea el único modo que tengo de conseguirlo: volver allí, ver de qué se trata. El cine como máquina del tiempo... En cuanto a los personajes raros, bueno, para mí son los más divertidos. Tengo hecha una lista de hipotéticos futuros candidatos para investigar... En un momento estuve muyobsesionado con Liberace, pero al final me pareció un poco excesivo. Me encantaría ver una película sobre él, pero por televisión y actuada por otro mientras mastico papas fritas y me tomo una gaseosa. Ya no estoy tan seguro de querer convertirme en Liberace. En cambio, me encantaría meterme adentro de otro pianista igualmente excéntrico aunque con más posibilidades dramáticas: el ermitaño Glenn Gould. Tengo un DVD donde lo filmaron poco antes de morir, mientras grababa su segunda y última versión de las Variaciones Goldberg. Es alucinante. El modo en que Gould murmura y mueve las manos... Me recuerda a Martin Landau haciendo de Bela Lugosi, ja... Podría quedarme mirándolo durante días enteros”.

El método
Johnny Depp no mueve mucho las manos. Y si en algo se parece a Marlon Brando es en cómo actúa en películas malas. Son malas actuaciones porque –al igual que Brando– Depp no es un actor infalible sino un actor que se arriesga. Así, hay varias actuaciones malas y películas malas protagonizadas por Depp. De hecho, en los últimos tiempos, Depp ha hecho varias películas malas. La novena puerta o Blow (donde aparece haciendo una curiosa y, cabe suponer, involuntaria imitación de Raphael) son muy malas. Y Depp no está muy bien. Aun así, es un placer observarlo en una película mala, porque en esos casos se convierte en lo pésimo/mejor del asunto, en lo más extraño del film en cuestión. Alguien que parece actuar con subtítulos en los que se lee todo el tiempo: “¿Qué estoy haciendo aquí?” o “¿Qué he hecho yo para merecer esto?” o algo por el estilo. La ecuación se invierte a la hora de sus varias buenas películas: uno entra en cualquiera, siempre, con la inquietante impresión de que se está frente al peor actor de la historia. Entonces, cinco o diez minutos después de que se apagaron las luces, algo hace click dentro nuestro y ahí vamos: seguimos a Depp a ciegas, maravillados por lo que puede llegar a hacer una persona con un personaje. O viceversa. Igual que Brando. Un actor-auteur. Le comento esto a Depp y se ríe. Le pregunto si él no siente que es un actor de dos velocidades –cámara rápida y cámara lenta– y se ríe todavía más, todavía más raro: “Sí, es posible. Aunque yo no teorizo demasiado sobre lo que hago. Trabajo antes, a la hora de crear el personaje. Por ejemplo, me interesaba que mi Ed Wood tuviera algo del Ronald Reagan actor mezclado con un disc-jockey muy popular durante mi adolescencia... Así me muevo yo. No me documento. No me interesa demasiado saber cómo era el personaje en caso de que sea alguien real. Lo que no significa que no haya pasado grandes momentos junto a Hunter S. Thompson antes de Miedo y asco en Las Vegas. Pero lo hice por el privilegio de estar con él, no para investigarlo. Ni siquiera me gusta ver mis propias películas. Cuando tengo que ir a los estrenos me siento un poco como Alex al final de La naranja mecánica: con los párpados sostenidos por pinzas, obligado a mirar y descubrir que las escenas que más me gustaban no llegaron al corte final. Lo que sí me gusta de las películas es hacerlas. Después ya no son mías: pertenecen al director, al público y, sobre todo, ja, al productor... Pero sí: esos que señalás son mis dos registros principales. En realidad, lo que ocurre es que yo actúo el modo en que se expresan mis directores. En Dead Man, mi tempo dramático es exactamente el mismo que el de una larga conversación con Jarmusch, mientras que en Ed Wood me aprovecho un poco de la dialéctica gesticulante de Burton. Si me lo preguntás, yo prefiero la actuación más ‘líquida’, esa lentitud que fluye sin prisas pero que no deja de discurrir. Pero está claro que no es lo que se usa en Hollywood, donde lo importante es vender pochoclo. Y después, claro, están las otras películas; ésas donde el ritmo lo impone el personaje. En Piratas del Caribe yo soy Jack Sparrow, y Jack Sparrow es uno de los tipos más veloces que jamás he conocido”.
El corsario
Piratas del Caribe: La maldición de la perla negra probablemente sea la primera película –y aquí tal vez empiece una tendencia inquietante– inspirada en una atracción de parque temático: una de los “paseos” de Disneyland y Disneyworld más visitados y disfrutados de los últimos 35 años. Pirates of the Caribbean –según los productores– es “más un homenaje que una interpretación directa del modelo original; aunque tomamos muchas cosas de los bocetos y dibujos de Mark Davis para ese clásico de los parques de diversiones”.
El fondo y la forma es pura aventura sin complicaciones, pero con una gracia de viejo serial. Así, un buen día, en algún lugar del Caribe, el Capitán Barbossa (Geoffrey Rush) le roba el barco –el “Black Pearl”– al Capitán Jack Sparrow (Johnny Depp). Añádase a la hermosa hija (Keira Knightley) del gobernador de Port Royal (Jonathan Pryce) un joven idealista (Orlando Bloom), un comandante de la armada inglesa que odia a los piratas (Jack Davenport) y una maldición que convierte a los fantasmales y errantes corsarios en esqueletos vivientes bajo la luz de la luna, y la aventura está servida, cortesía de Michael Eisner & Jerry Bruckheimer. Gore Verbinski, director del asunto, es uno de esos nombres que van camino de convertirse en uno de esos “hábiles artesanos de Hollywood”, alguien que, surgido de la publicidad, parece dispuesto a acometer los más diversos géneros con atendible calidad y eficiencia. Su breve pero ya contundente currículum está compuesto por la comedia Un ratoncito duro de roer, la road movie de Brad Pitt y Julia Roberts El mexicano y la terrorífica y muy taquillera remake norteamericana de The Ring.
Pero Piratas del Caribe: La maldición de la perla negra ha sido, fundamentalmente, una nueva oportunidad para que Depp vuelva a hacer de las suyas a la hora de “vestir” a un personaje excesivo: “Me hacía mucha ilusión protagonizar ‘una de piratas’. Y para la Disney. Siempre me acuerdo de cuando era chico y tenía el disco de la película Blackbeard’s Ghost, con Peter Ustinov. Uno de esos discos de los estudios Disney donde, además de la música de la película, los actores iban contando y actuando la trama. Nunca vi Blackbeard’s Ghost; pero creo haber visto todas y cada una de las muchas adaptaciones de La isla del Tesoro... Y siempre tuve tantas ganas de ser un pirata. Jack Sparrow es un personaje que me encanta; quise interpretarlo desde el momento que supe del proyecto. Y el hecho de que el guión estuviera firmado por los autores de Shreck y La máscara del Zorro era toda una garantía: Ted Elliot y Terry Rossio saben muy bien cómo combinar humor con acción. Y la verdad es que no me preocupa mucho que Piratas del Caribe fracase y sea otra víctima de ese maleficio que parece acechar a los films de piratas modernos: el Piratas de Roman Polanski o La isla de las cabezas cortadas de Renny Harlin. No he visto todavía la película terminada, pero yo tengo un buen pálpito. Tal vez tenga que ver con que me encantaría que fuera un gran éxito y me permita volver a interpretar a Jack Sparrow tres o cuatro veces más. Conseguir mi propia y noble franchise... Sería divertido... Siempre pensé que los piratas eran un poco como los rockers de entonces: siempre fuera de la ley, siempre de gira y haciendo mucho dinero con lo que más les gusta hacer. De hecho, buena parte de mi inspiración para crear a Jack Sparrow sale de mi observación cuidadosa del rolling stone Keith Richards, combinado un poco con Pepé Le Pew, ese insoportable zorrillo de los dibujos animados de la Warner. Sparrow es un tipo amoral y encantador. Un héroe diferente. No es lo que se dice un buen ejemplo para los niños, pero sí alguien a quien admirar, alguien a quien me dio mucho gusto conocer. Durante el rodaje, sentía mucha pena cuando al final de cada día tenía que sacarme su ropa para ponerme la de Johnny Depp. No es que no me guste mi ropa; pero Jack Sparrow viste con mucho estilo”.

El socio
Así como hay escritores que tienen la suerte de encontrar un Tema, pintores que, casi sin darse cuenta, tropiezan con un estilo que no existía y lo hacen suyo para siempre y una banda llamada Los Beatles que se pone a grabar con un tal George Martin, también hay buenos actores que tienen la buena fortuna de, un buen día, coincidir con un buen director que los use, los defina y les dé una razón de ser. O tal vez sea al revés: quizá sea el director el que encuentra al actor. En cualquier caso, el resultado acaba siendo el mismo: la feliz reunión del Yin con el Yang. Una comunión de cuerpos y almas en función del arte. Le pasó dos veces a James Stewart (primero con Frank Capra y después con Alfred Hitchock), le pasó a Jean Pierre Léaud (con François Truffaut), le pasó a Robert De Niro (con Martin Scorsese) y le pasó a Woody Allen (con Woody Allen). Y le pasó a Johnny Depp con Tim Burton y a Tim Burton con Johnny Depp. Tim Burton convocó a Depp para dar a luz al monstruo más entrañable y verosímil desde los tiempos de los Estudios Universal, luego de que –asegura la leyenda— Tom Cruise aceptara el protagónico y agregara: “Siempre y cuando al final al protagonista le crezcan manos normales y se vuelva buen mozo”. Tim Burton sonrió nervioso y decidió pasar al Plan B. Y Depp siempre está más que dispuesto a volver a reunirse con su amigo y casi creador: “Tim Burton y John Waters fueron los responsables directos de que yo no me convirtiera en otro montón de carne adolescente en la picadora de Hollywood. Yo era el típico ídolo para niñas, el guapo en una serie de televisión de éxito donde, para colmo, se glorificaba la delación. Y nada más. Freddy Krueger me había asesinado al principio de una película y mi participación en Platoon se había esfumado en la sala de montaje... No la estaba pasando nada bien. Entonces apareció John con Cry Baby y eso llevó a que Tim se interesara por mí para El joven manos de tijera. Ahí supe que iba por el buen camino y que podría hacer las cosas más o menos a mi manera... Ahora estoy esperando que a Tim se le ocurra algo nuevo para mí y, por supuesto, ahí estaré, sin dudarlo. Mi proyecto soñado sería hacer con Tim las obras completas de Edgar Allan Poe. Revisitar las películas que filmó Roger Corman y hacer todas las que no llegó a dirigir. De acuerdo, es algo muy ambicioso; pero tal vez podría interesarle a la HBO o a alguien así... Y a mí nada me gustaría más que pensar que durante cuatro o cinco años viviría en uno de esos castillos por los que solía pasearse el genial y querido Vincent Price”.
Tal vez –ojalá– se cumpla su deseo, que es –claro– el nuestro. En cualquier caso, la hasta la fecha Trilogía Burton/Depp se ordena y se define más o menos así: El joven manos de tijera (1990), Ed Wood (1994) y La leyenda del jinete sin cabeza (2000). La primera trata sobre un monstruo triste, la segunda sobre un feliz creador de monstruos tristes y la tercera sobre un triste perseguidor de un monstruo feliz. Explicó Burton: “En El joven manos de tijera, Johnny casi no hablaba; en Ed Wood Johnny no paraba de hablar, y en La leyenda del jinete sin cabeza todavía no puedo precisar muy bien qué fue lo que hizo Johnny. Recuerdo, sí, que me sugirió que estaría muy bien que en una escena su personaje, Ichabod Crane, se cagara literalmente de miedo. Se cagara encima. Le dije que me parecía un tanto... excesivo”.
Seguro que a Tom Cruise nunca se le hubiera ocurrido algo así y –a la hora de apreciar el eje Burton/Depp– se comprende que lo único que tuvieron que hacer estos dos fue encontrar la forma de encontrarse. Después, enseguida, los encontramos nosotros. Fue fácil.

El símbolo
Le comento a Johnny Depp que acabo de leer una biografía suya. Depp dice ¡ugh!. Le digo que no está tan mal y que –además del inevitable recuento de su infancia con padres divorciados, de su romance con Winona Ryder y sus noches locas en el Viper Room donde murió River Phoenix, de su autoapodo Sr. Apestoso y su alias artístico Oprah Noodlemantra–sobresalía una idea interesante. Busco la frase y se la leo a ver qué le parece: “El placer y el privilegio de ser Johnny Depp reside en el hecho de que, si él no existiera, Hollywood no vería motivo alguno para inventarlo”. A Depp le divierte. Dice que sí, que es posible que sea así. Depp se sabe un freak, una aberración de la naturaleza. Lo que no impide que no hace mucho –cortesía de su condición de eterno poster-boy y símbolo sexual– la revista inglesa Empire lo consagrara “el actor más sexy de la historia” y la revista norteamericana People lo eligiera una de las “cincuenta personas más hermosas del mundo”, sindicándolo universalmente como el galán de las adolescentes que piensan o el galán que admiran hasta los novios de las adolescentes que piensan. Depp vuelve a lanzar un ¡ugh!. Y apunta: “Para mí el hecho de ser considerado y etiquetado de ese modo es un misterio. Está claro que en algo te ayuda. Te permite salirte con la tuya. Pero por suerte está muy lejos de lo que yo pienso, del modo en que me veo a mí mismo. Mis preocupaciones son otras y tienen más que ver con el modo en que uno se transforma con el correr del tiempo. De alguna manera todos somos actores, todos somos diferentes personajes a lo largo de nuestra vida. Así, hace unos años yo hubiera dado cualquier cosa por protagonizar la versión cinematográfica de En el camino de Jack Kerouac. Ahora, en cambio, me doy cuenta de que lo mejor es no tocar eso: respetar aquello que uno ama demasiado y no meterle mano... Y es tan cool tener cuarenta años. En realidad, uno es mucho más viejo cuando cumple treinta. Uno está más angustiado por todo, tan preocupado por el futuro... En cambio a los cuarenta uno está más interesado por el presente. Va a un nuevo paso. Con más elegancia. Todo es más divertido y, de algún modo, menos trascendente, pero al mismo tiempo mucho más interesante. Yo acabo de componer una canción para la banda sonora de Once Upon a Time in Mexico, la nueva entrega de El Mariachi de Robert Rodríguez. Hago de un agente de la CIA, y Robert me pidió que le escribiera una canción a mi personaje. Si esto me hubiera sucedido hace unos años, yo me habría comprometido a que fuera la canción. Ahora, en cambio, me lo tomé como una oportunidad de escribir una canción divertida. Y seguro que es mejor que la que yo hubiera escrito entonces, de joven”.
Lo que no significa necesariamente que Johnny Depp tenga pensado firmar y filmar como John Depp a la brevedad: “Tal vez cuando cumpla ochenta años y la revista People me nombre ‘El Anciano Moribundo Más Sexy de América’. Ahí me convertiré en John Depp”, promete Johnny Depp.
Y vuelve a reírse con esa risa rara que tiene. Una risa freak. Una risa estilo Ho Ho Ho. Una de esas risas.
Y una botella de ron.

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