TELEVISIóN 2
El café de los angelitos
Ya nada es lo que era para los muchachos de Polémica en el bar: corren tiempos de garantistas, progres y abrazos con Fidel (y no Pintos, precisamente). Sin el glamour de Florencia de la Vega, refugiada en el autodenominado último café heterosexual de Buenos Aires y con Gerardo Sofovich oficiando de león herbívoro,
la nueva mesa está más melancólica que nunca.
POR CLAUDIO ZEIGER
Tiempos sombríos en los que el bajo presupuesto del canal, el frío y el “zurdaje” suelto parecen haber empujado a los lobos al interior de su guarida. Allí están como agazapados, como ateridos, como a la defensiva, tomando un full (tres cafés y dos cortados) con resignación, masticando la derrota, apretando los dientes frente a tanta adversidad. Haber sabido que este Gobierno (al que poco y nada se nombra) nos iba a quitar las más bellas banderas. Hasta la bandera de la seguridad nos quitó con este Beliz. ¡Dios mío! ¿Qué pasó en este país? ¿Se dio vuelta la tortilla? Primero se abrazaron con Fidel y después sacaron la Gendarmería a la calle. ¡Y en todo tienen adhesión en las encuestas! Por suerte Juampi Cafiero sigue sin renunciar.
Mejor quedarse aquí adentro en el bar, calentitos. A rumiar la derrota entre hombres y a deletrear un tango triste: Nancy Pazos ya no está. Silvina Walger ya no está. ¿Y ese chico jovencito con mirada de atorrante que ahora anda con Soledad? Guido Kaczka tampoco está. El ingrato se fue a América buscando su “Rinconcito de luz”. Florencia de la Vega ya no está. Por lo menos se quedó cerca, en “La peluquería de los Mateos”. “Hasta el botón se piantó de la esquina”, como dice el tango. Sólo quedaron dos históricos junto a Gerardo Sofovich: Luis Pedro Toni (que es como si no estuviera porque vive en su propio planeta, Planeta Toni) y Oscar González Oro. Se han incorporado, desde “Televicio” y más pintado que otra cosa, Mariano Iúdica y –desde Planeta Chiche– Chiche Gelblung, un multimedio en sí mismo. Una mujer les sirve el café. Ginette Reynal aporta, apenas, su figura fuerte, aunque callada. Ella es la encargada del bar que frente a un tema ríspido sella sus labios. Lo suyo es la discreción y, a decir verdad, lo bien que hace.
Gerardo es solvente como siempre. Munido de su bien temperada cultura general (corrige a todos y los corrige bien cuando dicen alguna bestialidad), a veces hasta se ve superado por los decibeles cavernícolas de quienes lo rodean. A veces lo mira a González Oro con infinito pasmo. González Oro acaba de decir: “Si hace pis parado, documento de hombre”. O, si a propósito de los toros de San Fermín, compara que los gladiadores romanos eran “vidas que se justifican por la muerte”. Sofovich parece más razonable con los años. ¿León herbívoro? Quién sabe. González Oro, en cambio, no afloja. Es un halcón. Dice que los presos se pegan a ellos mismos para poder denunciar después que les pegan en la comisaría. Chiche acota que cuando los canas van a manguear pizza, es también para darles de comer a los presos. (¿Y qué diría El Preso a todo esto? ¿Jamemú? ¿Jabebú?)
A las 23.15 del pasado miércoles, Sofovich suspiró desde el fondo de su corazón: “Qué mesa de giles junté yo”. Pero se sabe: ése es su juego y le gusta. En el fondo le encanta que Mariano Iúdica se mande algún exabrupto “juvenil” o que Luis Pedro Toni se pierda en la nebulosa del Planeta Toni. Al que no logra encauzar del todo es a Chiche, inconquistable corazón. Chiche no tiene sentido del humor. Chiche se toma todo muy en serio. Y a veces le asoma esa tendencia a hacerse el dueño del boliche. Chiche, conscientemente o no, tiene bastante de Gerardo. Chiche y Gerardo son judíos. Chiche tiene una tendencia natural a llevar la batuta. Hace pausas muy largas (“decí que es feriado, sabés lo que cuesta este minuto de televisión”, le espetó un resignado Gerardo mientras Chiche hacía girar una “llave de la verdad” que no paraba nunca de girar); contradice a todos y no trepida en aspirar a ser el Lobo Mayor entre los lobos. (¡Y eso que está González Oro!)
“Un travesti es un hombre disfrazado”, dictamina Chiche. Y si se ironiza sobre un peruano que tiene un bar gay, lo “defiende” a su manera: “¿Qué prefieren, que robe autos por la calle?”.
La semana pasada, los temas obsesionantes en el bar fueron el Teatro Colón, la seguridad, los gays y los travestis. El mundo se escapa de las manos minuto a minuto. Cambia, todo cambia. Las costumbres cambian. En Página/12 había salido la nota de tapa Buenos Aires, la meca gay. Esa noche, en “Polémica en el bar”, se habló de la meca gay y Luis Pedro Tonidesplegó una guía gay de la ciudad sobre la mesa del bar. “Sacando este café, los demás son todos gays”, dijo. Todos rieron.
Hablaron de Contramano, Punto G, de boliches y escorts masculinos. Hicieron chistes de muchachones. A mitad de semana, los travestis pidieron cambiar el nombre en sus DNI y otra vez se desató la polémica. Gerardo se muestra tolerante y manda uno de esos largos silogismos que acompaña con sus manos hipnotizantes en el aire. Todo lo que termina diciendo suena lógico. González Oro se cruza de brazos y piernas, frunce el entrecejo y no acepta nada. Chiche se pone cerebral, pero es implacable (“los travestis son hombres disfrazados”). Iúdica mira todo un poco divertido: es el más joven y el más desencantado de la televisión. Al fin y al cabo, no están peleando por más de cinco puntos de rating.
Chiche es seguidor como perro sabueso: esta semana también se la agarró con el Teatro Colón. Lo quiere privatizar a toda costa. Trae papeles, hace cuentas. Con Chiche al frente del Colón, nadie se atrevería a silbar a Kuitca, ni Kuitca se atrevería a hacer una escenografía para el Colón. Chiche habla tanto que todos terminan aburridos de tanto Colón. Se ponen a mirar el videowall donde sale la última ganadora de “Gran Hermano” hablando mal de Sofovich. Sofovich contesta. El tiempo va pasando. Hay que ir redondeando. Se habla de los siameses (una de las pocas polémicas apasionadas y en serio que se escuchó en el programa) o del hombre que despertó después de veinte años. Sofovich se manda sus chivitos cortitos: un bombón, una copita de licor al cognac y, desde luego, el cafecito.
Los amigos se despiden hasta el otro día en la mesa de siempre. Billar y reunión. Qué buen programa podría ser con esa simple idea (los amigos, el café, el bar) si tuvieran más onda. O si no estuvieran tan enojados con los tiempos que corren. Pero ya va a pasar. Hay que seguir apretando la ñata contra el vidrio, esperando que se disuelva un poco esta ola de optimismo francamente incomprensible, que afloje este frío. Marche un full de café.