Domingo, 16 de diciembre de 2012 | Hoy
DESPEDIDAS > UN INESPERADO ADIóS A EDUARDO PLA (1952-2012)
Esferas, biombos, telas, muebles, fotos, videos: Eduardo Pla fue siempre un artista inquieto en búsqueda permanente de nuevas formas de interacción entre la obra, el lugar y el espectador. De cines (Alicia en el País de las Maravillas en 1974) y televisores (videoclips para bandas como New Order, obras de teatro transmitidas en vivo en Italia), a salas y parques de medio mundo, investigó todos los soportes para cruzar de la mejor manera arquitectura, urbanismo, plástica y tecnología. El año pasado celebró sus 40 años de carrera y hace quince días presentó con Gustavo Nielsen, en la librería El Ateneo, la publicación del libro en que recopilaba sus trabajos. Estas palabras, pronunciadas por Nielsen esa noche, se iban a publicar como celebración, pero la noticia de su inesperada muerte, el jueves pasado, las convierte en lamentable despedida.
Por Gustavo Nielsen
Cuando era chico tenía un juego de escuadras que venía con una leyenda en verso. Paz y amor, regla y transportador. La otra cosa que traía era un dibujo que cambiaba cuando lo pasabas por delante de los ojos. Todos los chicos lo querían. Guardé durante años esos útiles escolares como si fueran joyas. Parecían con relieve, aunque eran planos. Tenían movimiento, aunque estaban –eran– quietos. Ni idea teníamos por entonces de que podían ser hologramas. La palabra holograma no existía por esos años en Castelar.
Cuando recibí el libro de Pla, volví a tener la misma sensación: la pelota de la tapa se sale de la tapa. Y se mueve sin moverse del lugar. Lo dejé sobre mi escritorio, en el estudio. Cada uno de los que pasaron se detuvo a mirar el juguete.
Pla tiene necesidad de tres dimensiones. El libro no le alcanza, a pesar de que es un jugador de superficies, uno de esos que andan comprometiendo las fachadas de las cosas. De esos que les hacen tatuajes a los volúmenes antes de armarlos, ya sea con Escher, con arte óptico, con caracoles, con disfraces de la Bauhaus o la cara de Charly García. Primero los imprime en el plástico, en el cartón, en tela. Y después, gran modisto, tajea el molde, lo dobla y lo vuelve tridimensional.
Pla hace un arte que tiene hermanos en el diseño gráfico, pero se jacta de tener primos entre los monumentos. Por lo que es fundamental, para su ser, agregarle la otra, la esquiva, la tercera difícil dimensión.
A Pla, el pla-no no le alcanza.
Adivino la carita de Pla cuando leo esto: hizo unas caras enormes con miles de otras caritas, por adyacencias verticales, y armó una pileta pegando una pantalla con otras en horizontal y la gente, los críticos, le decían siguen siendo planos. Pla-plan. Entonces él se metió con el cubo octaedro y con los biombos de tres hojas, y hasta con un icosaedro triámbico, también llamado el pequeño icosaedro estrellado, cuando hizo el complejo trofeo para el Bafici. Pero al final de cuentas todos eran poliedros regulares o casi, posibles de de-sarrollar en una cartulina. El icosaedro, por ejemplo, son apenas 60 triángulos domesticados por los bordes. Imagino la cara de Pla cuando para su evolución de artista lo venían a sobrar con estas pavadas. El déjà-vu de la complejidad lo llevó a la esfera. A las esferas. A las esferas sobre esferas; a las esferas 2 D contenidas en esferas 3 D. Y que los ojos enloquezcan.
Una manera enérgica de acabar con el plano.
Edu Pla es un hedonista de la geometría.
Así es como les dicen los gallegos a las bolitas nuestras. ¿Habrá jugado al hoyo y quema, de chico, este muchacho? Contra lo que las caras de Pla digan, hay mucho de infantil en su arte. Las pelotas de colores nos regresan a la playa de las vacaciones. Los autitos, los disfraces. Miro este libro que lo vuelve un adulto tacuarembó (por los cuarenta) del arte y veo un álbum de figuritas completo. El libro tiene algo de la nostalgia de los cromos, con sus coloridos brillantes. Las repetidas y la que siempre falta. La simpatía de las figus de la infancia en un cumpleaños lleno de globos.
Hay una paradoja en este álbum: cuando lo completás, Pla te da la número cinco. Te entrega la pelota. Pero el álbum ya viene lleno, y al mismo tiempo le falta mucho. Es apenas un fragmento en la vida de un artista, lo que ya hizo. A lo mejor Pla también tuvo la regla de plástico con el holograma de paz y amor...
Edu Pla siempre fue un niño geométrico.
Mi edificio favorito de Buenos Aires es el Planetario, del arquitecto Enrique Jan. Hay en el libro una foto maravillosa exhibiendo su media esfera gris sin competir con los mundos amarillos de bandas rojas que flotan en el aire o en el agua, sin competir con el círculo blanco de la Luna. Todo es armonía. Las esfericidades que acompañan al edificio lo acunan. Y lo hacen ver por primera vez como un mundo completo, intuyéndolo en su total globalidad.
Viendo esta foto acabo por comprender a Jan. Este edificio que visité y fotografié cientos de veces, por el que escribí mis mejores notas de arquitectura, se termina de hacer visible gracias a la compañía de Edu. Es una esfera entera, ahora me doy cuenta: Jan disimuló la mitad de abajo entre triángulos, patas de hormigón, escaleras, para darle el privilegio a la mitad celeste, adonde conviven los planetas sin chocar.
Edu Pla –como Jan– maduró: ahora es un artista galáctico.
Un día las canicas se le escaparon a Pla de su bolsillo roto. El se arrodilló a buscar algunas; estaba en esa fiesta de los globos, era el cumpleaños de alguien del que nadie se acuerda. No pudo encontrar a todas. Las que se fueron rodando por debajo de la puerta se dispersaron por las ciudades. Se fueron a Venecia, a Nueva York, a París.
Cuando a Pla se le dispararon las canicas por el mundo, cobraron otra escala. Se inflaron. Crecieron. Tomaron la dimensión de los edificios a los que se aproximaron, de los interiores en los que aparecieron.
Para volver a juntarlas tenemos que viajar. Por más que lo deseemos, ya no caben en un bolsillo roto.
Edu Pla-ntea que para conocer la realidad hay que rodarla.
Las obras de Pla, esas que nos cantan las cuarenta desde este libro, están hechas para vivir afuera. Así como no le alcanzan las dos dimensiones de los pliegos de página, a Edu tampoco le alcanzan los museos para la exhibición. Sus planetas no pasan por las puertas. El exhibicionismo desenfadado de su obra precisa de los espacios públicos que habita. La calle, las plazas. Las avenidas. A Pla no le sirven las vitrinas y los pedestales. Las esferas no están cómodas sobre plataformas de exposición. Necesitan flotar, necesitan ser movidas por el viento, necesitan duplicarse en las fuentes urbanas.
Las obras de Pla son cosas que se dan hacia afuera. Biombos para jugar a la escondida, disfraces para una piel nueva. Sus esferas nunca tienen interiores. Aunque viniendo de él podríamos suponer que están rellenas de algo bueno.
Dulce de leche.
Las figuritas se pegan una al lado de la otra; pero de tan de cerca, con la plasticola en la mano, no alcanzamos a ver el álbum completo. Para verlo tenemos que pasar las páginas. Para comprender tenemos que alejarnos. El lejos de los álbumes de Pla arma las cabezas gigantes de los intocables argentinos. Maradona, Cortázar, Perón. Para no quedarse corto, incluye a santos, a Jesús. Dialoga con sinagogas y catedrales con naturalidad pop.
Es una obra para usar.
Aunque soy ateo, no me importaría tener a su Santa Catalina de Siena impresa en la cortina de mi baño. Sus biombos son para cambiarse, sus puertas para abrir, las pelotas para patear. Como toda gran obra, trabaja por acumulación, sin cansar.
Cuando los artistas hacen un repaso enciclopédico de su obra, es porque empiezan a suponer un legado. Los ejemplos que conozco son de literatura.
Borges planeó dejar sus cuentos bien cuidados en manos de una regente japonesa: la educó para que así fuera, la llevó de la mano y le dejó la herencia de un meticuloso. Sabato quiso tirar sus papeles a la parrilla, a lo Kafka, siempre cuidando de que su esposa estuviera cerca para sacar a tiempo las páginas del fuego. La obra de Pla no necesita ni de administradores ni de salvadores. La obra de Pla es para diseminar por el mundo contagiando alegría, es para repartir y regalar. Y que cada tipo feliz de cada rincón del universo tenga una esfera de optimismo en su ciudad, más un biombito brillante en su pieza y la cortina de Gardel en la ducha.
Edu Pla te las entrega como deliverys en su pla-to volador.
Pla tiene una heladera con forma de vaca, lo que no significa que tenga la vaca atada. Pero tiene una vaca con corazón de botella de champán, helaíta. Pla tiene un traje con la cara de Eva en la espalda, para asistir a los bautismos de la gente. Para ir a sus propias galas a veces se pone un tutú y zapatillas de baile. Hoy no, hoy vino con pantalones. Pla vive en una casa apilada como la torta de un casamiento, donde en cada piso pasa algo diferente. Pla festeja sus eventos a pura diversión, desde sus cumpleaños hasta sus vacaciones pasando por su trabajo: todo está dispuesto para la fiesta. Pla va viviendo en happening. Ve la vida como una obra de arte andante. Este libro que pesa sesenta años menos que El Ateneo es fiel registro. Alegrar al mundo agregándole curvas y colores es un gran propósito, una maravilla para deleite de las ciudades, que no siempre la pasan tan bien.
Aunque con Pla las ciudades parecen pasarlo fenómeno, porque él es un intelectual espacial del Pla-cer.
A modo de homenaje a Eduardo Pla, se emitirá el capítulo Milo recrudece que lo tuvo como invitado de Milo Lockett. En él, Pla habla de obras, viajes, influencias, y su vida durante la dictadura. Mañana, lunes 17 a las 20, por Canal (á).
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