Domingo, 17 de febrero de 2013 | Hoy
CINE > GERMANIA, EL DEBUT DE MAXIMILIANO SCHONFELD
En una aldea alemana del Litoral argentino se conservan por generaciones el dialecto de los inmigrantes, las costumbres de otro continente, la vida rural de hace décadas y los vínculos endogámicos de las comunidades cerradas. Sin embargo, un día la enfermedad de sus animales y la promesa dorada de una vida mejor bajo la soja empuja a una familia a salir a ese mundo tan cercano y extraño como es el afuera. En esa delicada frontera transcurre Germania, un debut en el que se abisman las tensiones del interior del país donde el supuesto progreso llega sin preguntar ni explicar nada.
Por Natali Schejtman
En su primer largometraje, Maximiliano Schonfeld hizo una película de fronteras. Sus personajes, entre la niñez y la adultez, viven en Santa Rosa, una aldea de alemanes del Volga en el Litoral argentino y durante la película, los dos hermanos y su madre atraviesan el último día de su vida en ese lugar sin tiempo, donde se conserva el alemán (en realidad, el dialecto de los alemanes del Volga) y un estilo de vida rural prácticamente anclado en el pasado, a pesar de las varias generaciones nacidas en la Argentina. Esta familia, que tiene una granja de gallinas que se enfermaron, se va a ir a buscar un mejor horizonte económico a otra aldea un poco más grande, adonde les dijeron que el ambiente es muy próspero debido a la soja. Con un pie afuera, los dos hermanos adolescentes (y la película) parecen observar, silenciosamente, el lugar en el que se criaron, las relaciones que crearon y los roces que pueden implicar, en algún momento, las comunidades de tradiciones específicas tanto con el afuera como con sus propias transiciones internas y con las novedades que naturalmente suelen incorporar las nuevas generaciones.
Schonfeld, nacido en Entre Ríos, conoce muy bien el tema: así como su papá creció en San Juan, una aldea de este tipo, y recién aprendió a hablar castellano a los 14 años, él se crió en Crespo al mismo tiempo que este lugar pasaba de ser una aldea a convertirse en una ciudad más grande. Para él fue natural filmar eso que lo rodeaba: “Yo soy de una comunidad de alemanes del Volga radicada en Entre Ríos, y filmar en Crespo, mi pueblo, en principio era mucho más fácil que hacerlo en otros lugares. Por otra parte, cuando terminé mis estudios quise ir tras las huellas de la infancia y la adolescencia de mi padre. Ahí comencé a explorar eso que tenía alrededor y a lo que nunca le había prestado demasiada atención”, explica.
Los protagonistas de Germania están preparándose para salir del microclima, con la ambivalencia que eso puede generar en los adolescentes, que en este caso se da en algunas expresiones, mucha sugerencia y pocas palabras, en el marco de una película que crea ambientes de una manera delicada y sensible. Brenda, por ejemplo, se divierte con algo de desdén cuando dice que va a trabajar de moza y que para eso, le dijeron, “si sos rubia, mejor”.
En ese sentido, el director también recuerda en su propia biografía un momento de mirar más de afuera el lugar en el que había nacido: “Yo fui consciente de lo que había implicado la inmigración de mi familia (en mi caso fueron mis bisabuelos) recién cuando salí de Crespo para estudiar. Para mí era algo normal que la gente hable en alemán en la calle o los apellidos, o la gente rubia. Y a partir de esa distancia pude empezar a reconstruir mi identidad, a entender por qué era como era”.
Para Germania, Schonfeld eligió un grupo de no actores de Crespo, Santa Rosa y otras aldeas de la zona, con quienes está trabajando desde 2005 en sus cortos anteriores Entreluces e Invernario y en El lobo, una serie ganadora del concurso federal del Incaa: “Básicamente fui encontrando chicos con mucha necesidad de expresarse, que trabajaban mucho en el campo, pero también tenían ganas de probar otras cosas. Con los actores de Germania estuvimos 3 años preparando la película muy lentamente, entendiendo su rol dentro de la ficción sin que dejen de ser ellos mismos”. El resultado asombra. Los protagonistas, Brenda Klüti y Lucas Shell, logran componer una mirada reflexiva, a veces un poco triste y siempre transparente. También transmiten una sutil y melancólica esperanza con respecto a su propio futuro, no sólo afuera de la aldea sino como próximos adultos.
El cruce de costumbres y de generaciones es una de las claves en Germania. Así como los hermanos hablan entre amigos en castellano y con su madre en alemán, hay distintos elementos que van marcando algunos cambios, desde el vocabulario o el corte de pelo hasta el contraste entre la música entonada en un coro de Iglesia, otra cantada melancólicamente por la madre de los chicos y la otra a cargo de una banda joven del lugar en una fiesta del pueblo. Pero también, el cruce de las costumbres alemano-ruso-argentinas: el mate, el truco, el acento. Y cómo todo eso se va moviendo. Como muestra Germania, a Schonfeld le interesó lo que puede salir a la luz frente a algunos procesos y toda la intensidad que queda implícita y contenida: “Hay muchas cuestiones que me interesan. Una, por ejemplo, es la lingüística. Cómo en una familia los padres tienen como primera lengua un dialecto y los hijos el castellano. Y en las charlas los idiomas se mezclan con total naturalidad. También la resistencia a perder ese lugar ideal que fueron las aldeas que construyeron desde cero y con gran esfuerzo. Ese pequeño paraíso cerrado poco a poco se ve invadido y las tradiciones cambian y la gente comienza a irse. Y los que se quedan sufren una gran melancolía de aquellos tiempos felices. Pero lo más interesante es lo que pasa por debajo. Lo importante está en la intimidad de las personas, la sensación de pertenencia, eso que se transmite de familia en familia de manera silenciosa”.
La película despierta grandes preguntas sobre el estilo de vida, la endogamia y el peso de las tradiciones. Lo interesante es también que, a raíz de Germania, se dieron algunas de estas discusiones en el seno de las aldeas que la película retrata. Cuenta Schonfeld que cuando proyectó la película en Crespo, se armaron debates interesantes al respecto: “La película en parte es un espejo para la gente que vive ahí. Y como todo espejo que refleja lo que somos, puede ser un poco duro, pero también es bueno. La gente la sintió realmente”. Entre los comentarios que menciona el director aparecen exclamaciones del tipo “¡No somos tan tristes!” y sus respectivas respuestas “¡Claro que somos así!”. Pero también otras que hacen a la potencia de la experiencia cinematográfica y de Germania: “Hubo criadores de gallinas que me dijeron –recuerda Maximiliano–: ‘Nunca pensé que las gallinas eran así de lindas cuando las filmabas’”.
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