MUESTRAS > LO QUE TRAJO EL “PARAGUAY” DE SU EXPEDICIóN ARTíSTICA POR EL PARANá
Hace dos años, una expedición artístico-científica que calcaba el trayecto de Ulrico Schmidl en el siglo XVI zarpó de Buenos Aires rumbo a Asunción. Lo único que se les pedía a los invitados a bordo era convivir durante el viaje y dejarse influenciar e inspirar mutuamente. Ahora, el resultado artístico –dibujos, fotos, pinturas, esculturas, música– de aquel viaje, tras emprender el trayecto inverso, llega a Buenos Aires con Paraná Ra’anga, una muestra en tres sedes que despliega una extraña continuidad con la obra de cada uno, a la vez que la pertenencia a un mundo único que flota y está en constante movimiento.
› Por Veronica Gomez
En guaraní, ra’anga significa “figura” o “silueta”. Pero para quienes transitan los pasadizos menos concurridos del idioma, ra’anga es también sombra, disfraz o alma. Paraná Ra’anga, título de la ambiciosa muestra repartida en tres sedes: Fundación OSDE y las dos sedes del Cceba (calle Paraná y calle Florida), se podría traducir entonces de manera sintética como “figuras del Paraná”. Que la visita a la muestra sea algo así como un viaje para el espectador no es casual: todas las obras y documentos que integran la exposición son el resultado de una travesía. En marzo de 2010 una expedición científico-cultural zarpó de Buenos Aires con destino a Asunción del Paraguay. Impulsada por Martín Prieto, director del Centro Cultural Parque España en Rosario, y editada por Graciela Silvestri con la asistencia de Lía Colombino, la expedición, inspirada en el trayecto fluvial que registrara el soldado alemán Ulrico Schmidl durante la incursión española del siglo XVI, contó con la participación de artistas visuales, antropólogos, filósofos, sociólogos, ingenieros, músicos, cineastas y escritores de Argentina, España y Paraguay. Luego de su inauguración en Asunción el 21 de octubre de 2011 y su paso por Corrientes, Santa Fe, Rosario y Reconquista, Paraná Ra’anga finaliza su recorrido en Buenos Aires. Si el formato elegido como plataforma de experimentación –una expedición a la vieja usanza, emulando los viajes exploratorios de los siglos XVIII y XIX– abreva en una actitud romántica o melancólica, la muestra resultante da cuenta, en diferentes tonos de registro, de una actualidad que demuestra que los viejos formatos pueden ser herramientas dúctiles a la hora de embarcarse en nuevas aventuras.
Mark Twain decía que no hay forma más segura de saber si amas u odias a alguien que hacer un viaje con él. Lamentablemente no nos es posible conocer los entretelones, si los miembros de la tripulación del barco “Paraguay” se han amado u odiado durante la travesía, si alguno ha deseado secretamente tirar a un compañero por la borda o se le ha piantado algún lagrimón al afrontar la despedida después de tan intensa convivencia. Lo que sí podemos apreciar es cómo conviven las obras en la muestra. Y al decir obras, no nos referimos exclusivamente a obras de arte. El status de obra de arte pisa en esta muestra un terreno resbaladizo: las fotografías, dibujos y pinturas, intercalados con textos, documentales, libros de viajeros y fauna ribereña embalsamada, funcionan tanto como documentos (a la manera de registros extraídos de una gran bitácora colectiva) como piezas de arte autónomas. Si un barco es un ecosistema flotante, donde la supervivencia y el equilibrio dependen de la sensata distribución de las funciones entre los tripulantes, resulta favorable la diversidad. Lo que uno no sabe hacer, lo sabrá el otro. Y el paisaje será permeable a miradas diferentes, dadas por la singularidad de cada profesión. Es por eso que el casting de expedicionarios fue acertadamente generoso, incluyendo una fauna de lo más variada. Aquí la extensa lista de aventureros: Miguel Aguiló Alonso (ingeniero civil), Fernando “Coco” Bedoya (artista visual), Solano Benítez (arquitecto), Oscar Edelstein (músico), Jorge Fandermole (músico), Ignacio Fontclara (cocinero), Sergio Forster (arquitecto), Alejandro Gangui (astrofísico), Daniel García (artista visual), Laura Glusman (artista visual), Santiago González Alonso (ingeniero de montes), Pere Joan (historietista), Mariano Llinás (cineasta), Andrés Loiseau Lazarte (artista visual), Francisco López (ruidista), Bartomeu Melià (etnolingüista), Mónica Millán (artista visual), María Moreno (cronista), Irina Podgorny (antropóloga), Carlos Reboratti (geógrafo), Milda Rivarola (historiadora y socióloga), Félix Eleazar Rodríguez (artista visual), Guillermo Sequera (antropólogo), Gabriela Siracusano (historiadora del arte), Joan Subirats (economista y politicólogo), Claudia Tchira (arquitecta), Facundo de Zuviría (fotógrafo). Al staff de expedicionarios se sumaron seis becarios: Agatha Bóveda Aguirre, Eugenio Monjeau, Emilio Nasser, Mariana Oeyén, Anna Subirats y Pablo Vena.
Si es moneda corriente que el arte contemporáneo tome prestado de otras áreas del saber sus herramientas y estrategias, no lo es tanto que el encuentro se dé cuerpo a cuerpo. Y en este punto es donde el experimento Paraná Ra’anga se vuelve más jugoso: asume el desafío de no exigir de antemano nada a los tripulantes, no exige “productos” ni resultados. Los expedicionarios no tienen la obligación de hacer nada más que viajar juntos. Sin embargo, los comandantes guardan un as bajo la manga: saben que si la plataforma está bien cimentada y habitada, la experiencia tendrá lugar y será fructífera. Aunque el riesgo de levantar la red y encontrarla vacía es un hecho, ¿a quién se le ocurriría guardarla bajo llave en un cajón con semejante riqueza ictícola?
Siempre es atractivo ver qué hace un sapo de un pozo metido en otro pozo. Sin embargo, en algunos casos, los artistas participantes en Paraná Ra’anga es obvio que están a sus anchas y que la expedición por el río Paraná es una continuación o ampliación de sus derroteros fluviales. En las fotografías de Laura Glusman volvemos a encontrar lo que ya nos venía subyugando: una mirada parca, bella, inquietante hasta el hipnotismo, sobre el paisaje ribereño. Los pedazos de vegetación flotando, los islotes mudos, las casas ahogadas por exceso de frondosidad arbórea. Y una línea del horizonte implacablemente continuada que bien podría adormecernos, pero en cambio nos deja los ojos abiertos y tiesos, como insomnes condenados a auscultar el mismo misterio una y otra vez, inútilmente.
Si las fotografías y videos de Laura Glusman parecen ahondar en sus temas predilectos y dar así espesor a su obra con actitud insistente, los dibujos de Mónica Millán –delicadas líneas que tejen minuciosamente la vegetación, las flores y frutos, con zonas iluminadas por el color– son claramente piezas de una serie no subsidiaria de la travesía. Aunque emparentadas por el tema, las obras no parecen surgidas de la experiencia a bordo del “Paraguay”. No es el caso de Daniel García, cuyas series tienen el carácter material y formal de apuntes de viaje, casi ensoñaciones o imágenes de duermevela de un artista devenido marinero. La serie “Casi boyitas”, pequeños dibujos en acrílico negro sobre papel, donde flotan misteriosas cabecitas, a veces también un omóplato, una espalda completa o un pedazo de brazo, son simplemente preciosas perlitas negras. Atractivas, siniestras y tiernas, si es que se puede ser todo eso junto.
Las carbonillas sobre tela de Félix Eleazar Rodríguez tienen algo de fotografía pasada a carbón con gran destreza académica. Tal vez sea eso lo que las acerca más al documento de época. Una se despega del resto: Olas del Paraná. Aquí el artista no se empeña en dar cuenta del paisaje fabril visto desde el río, sino que se concentra en el oleaje, sólo un fragmento tumultuoso atrapado en el bastidor, una cabellera congelada y oscura, que logra anunciar una profundidad vertiginosa.
Imperdibles son las series de dibujos de Pere Joan exhibidos en el Cceba de la calle Paraná. Sus “Pianos peludos”, “Esculturas de grandes cabezas visitables”, y un catálogo de barcos famosos y naufragios, entre otras ocurrencias, aportan la vertiente humorística y delirante necesaria en cualquier viaje que se precie de serlo, poniendo en jaque la épica romántica y el reinado de lo sublime que suele teñir el abordaje artístico del paisaje. Pere Joan parece levantarle el vestido suntuoso y poético al paisaje para mostrarnos que debajo bien puede haber una bombacha agujereada de mala calidad. Y a mucha honra.
Una vez concluida la travesía, y puestos a analizar lo que las redes echadas al río habían recogido, los propulsores de la aventura encontraron que el arte era apenas una porción del exultante contenido. Había mucho más. Y la prueba está a la vista. Recorriendo la exposición podemos pasar de una de las impecables y melancólicas fotografías de Facundo de Zuviría al tucán de pico amarillo embalsamado, bien acomodado en la vitrina encargada de exhibir un muestrario de la flora y fauna del valle del río Paraná, gentilmente prestada por el Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia. De los bichitos pasamos a deleitarnos con las dulces canciones interpretadas por Jorge Fandermole y Guillermo “Mito” Sequera: “Cielito Marangatu”, “El diminuto Juan”, “Yarará” y “Chamarrón de proa”, convertida en el himno de la expedición. Para los curiosos de la Historia, una mesa amplia de lectura pone a disposición abundante bibliografía sobre el río Paraná y sus antiguos expedicionarios. El Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco aporta su granito de arena con el préstamo de dos tallas en madera del siglo XVIII hermosísimas: “Inmaculada Concepción” y “San Baltasar”, la primera procedente de las Misiones Jesuíticas del Paraguay y la segunda, de la Misión de San Cosme y San Damián, Paraguay. De otro carácter (efímero) son las esculturas que propone Andrés Loiseau Lazarte en su proyecto Morfosis, donde una única pieza de arcilla es sometida a distintas transfiguraciones a lo largo de la travesía, que son registradas fotográficamente, entregando la pieza final al río, en un acto de devolución y disolución final. Capítulo aparte merecerían los documentales, con jugosas entrevistas que aportan un exhaustivo panorama de usos, costumbres y creencias de las zonas visitadas.
Si algo deja claro la muestra Paraná Ra’anga es que en el mismo río nos podemos bañar cuantas veces queramos y de todas las maneras posibles.
Paraná Ra’anga
Fundación OSDE
Suipacha 658, 1º Piso
Cceba
Florida 943
Paraná 1159
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