SERIES 1 > LA REMAKE PARA TV DEL CLáSICO PARANOICO DE LOS ’70, COMA
Con la trama aggiornada –ya no se trata de robo de órganos, sino de manipulación de cuerpos para ambiciones del diseño biogenético, trabajo con células madre y otras cuestiones de la bioética– Coma, la miniserie de A & E, propone a la medicina como una corporación oscura y siniestra en un mundo televisivo cargado de médicos héroes y de manera sutil hace un comentario sobre el malsano sistema de salud de los Estados Unidos.
› Por Mariano Kairuz
Treinta y cinco años atrás, el famoso médico devenido escritor de thrillers científicos Michael Crichton adaptó el best seller del también médico-novelista Robin Cook Coma, consiguiendo uno de esos films atmosféricos y paranoicos que le dieron su bien ganada fama al Hollywood de los ’70. Más de una década antes de que Crichton creara la serie E. R. junto a Steven Spielberg y con ella resucitara un género tradicional e inagotable de la televisión norteamericana –el de los médicos como héroes–, había filmado con Coma su casi exacta contracara: la medicina como una corporación oscura y siniestra, una industria habitada por personajes inescrupulosos y peligrosos. El productor Martin Erlichman, que había adquirido el libro de Cook cuando estaba en galeras –es decir, bastante antes de saber que sería el en un principio moderado éxito de ventas que fue–, quería hacer por los hospitales lo que Tiburón había hecho por las vacaciones en la playa: “La gente les tiene un miedo primal al océano y a los escualos y Tiburón explotó esa fobia –argumentaba Erlichman–. De una manera similar, Coma acentúa otro de nuestros miedos esenciales, pero se trata de una fobia aun más fuerte, porque uno siempre tiene la opción de no volver a meterse en el mar, pero no siempre podrá evitar ir al hospital”.
Como pasa con todas las buenas películas de los ’70 cuando alguien tiene la peregrina idea de volver a filmarlas, vale preguntarse ahora que la remake televisiva (una miniserie en dos partes) de Coma se estrena el próximo sábado por A&E, qué valor tiene rehacer algo que ya estaba bien hecho y que, más allá de sus peinados de época, se mantenía perfectamente vigente. Lo cierto es que el guionista John McLaughlin (el de El cisne negro, la recién estrenada Hitchcock y la inminente Parker) no hace esperar mucho su respuesta, e incluso la hace explícita en boca de sus personajes, que parecen haber visto la Coma original de 1978 (con Genevieve Bujold y Michael Douglas) y decidido que esas cosas “ya no pasan”. Esas cosas vendría a ser la trama original, en la que una cirujana residente (Bujold) del Boston Memorial descubre una conspiración dentro del hospital para el tráfico de órganos con clientes millonarios. A un hospital hoy le costarían más dinero las demandas entabladas por los familiares de las víctimas que el que obtendrían por la venta de sus órganos, argumenta un personaje de la nueva versión, descartando rápidamente la teoría conspirativa de su discípula, que acaba de encontrarse con que demasiados pacientes están saliendo del quirófano en estado vegetal. Hay entonces una nueva motivación, aunque tiene que ver con un viejo tema: la ambición científica desmedida capaz de hacer sacrificios humanos en nombre de un objetivo “superior”. Diseño biogenético de órganos, trabajo con células madre, lo que quieran: el tema es el del medio y los fines, la ética del investigador, un asunto que obsesionó a Robin Cook y también a Crichton. La remake retoma la imagen icónica de los cuerpos sustraídos y suspendidos por cables en el laboratorio que la película original grabó en el imaginario de su época, pero desecha la veta “feminista” que retrataba la lucha de una mujer en un ambiente dominado todavía por hombres: “Ah, mujeres médicos: debería haberme enamorado de una enfermera”, se quejaba Michael Douglas cuando su mujer se negaba a calentarle la cena después de un largo día de trabajo en el hospital... de ambos. Y ya no está Richard Widmark –y su discurso final sobre la banalidad del punto de vista “individual” frente a las grandes responsabilidades sociales de la medicina moderna–, pero en su lugar tenemos a una siniestra Ellen Burstyn, que pone los pelos de punta cuando dice aquello de que sus “pacientes”, “no están muertos, pero tampoco están exactamente vivos”.
Menos eficiente en la creación de climas y suspenso, pero de todos modos atrapante, acaso esta remake producida por Ridley y Tony Scott (a cuya memoria está dedicada) y dirigida por el sueco Mikael Salomon deba leerse, según la reseña del New York Times, como una metáfora: “Es improbable que exista hoy un hospital como este, pero los horrores de navegar el sistema de salud –y la burocracia del seguro médico y los copagos– y de retener control sobre el cuidado médico en esta era de biotecnología son absolutamente reales”. Tan reales como el espanto que produce la visión de la tan bella Geena Davis –parte del temible cast junto con James Woods y Richard Dreyfus– tras su paso por el bisturí, el bótox y vaya uno a saber qué otros milagros al revés de la medicina contemporánea.
Coma se estrena el próximo sábado 16 de marzo a las 22, por A&E.
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