Dom 10.03.2013
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SERIES 2 > LA GUERRA FRíA DADA VUELTA: SOVIéTICOS EN WASHINGTON

LOS ESPÍAS LLEGADOS DEL FRÍO

The Americans, la nueva serie que se estrena el lunes por FX, es un thriller de espías en reverso: ahora es una pareja de soviéticos camuflados en Washington a principios de los años ’80, que asisten al ascenso de Reagan y al lento y seguro derrumbe de su país, mientras desayunan cereales con sus hijos, los llevan a la escuela, saludan a sus vecinos, y por la noche se camuflan y se acuestan con otros para obtener información, secuestran delatores soviéticos, engañan al FBI y tiran cadáveres al río.

› Por Paula Vázquez Prieto

Estamos en Washington en 1981. El presidente estadounidense, Ronald Reagan, acaba de ser electo para su primer período al frente de la Casa Blanca. El final de la Guerra Fría y la Perestroika, sabemos, están a la vuelta de la esquina. Sin embargo, aún queda casi una década de juegos de espías y contraespías, de amenazas nucleares, de negocios secretos que la CIA y la KGB se disputan encarnizadamente frente a los ojos atónitos del resto del mundo. En ese escenario convulsivo y demencial que, en la era actual de las guerras petroleras, con sus asesinatos impunes y sus bombardeos indiscriminados, parece una partida de ajedrez entre oficiales prolijos y con buenos modales, transcurre la acción de The Americans, la nueva serie que estrena el canal FX este lunes próximo. Como el reverso de esos thrillers de espías de los ’70 –como La carta del Kremlin (1970) de John Huston o Los tres días del Cóndor (1975) de Sydney Pollack, donde los buenos eran los espías de la CIA infiltrados en los fríos barrios de Moscú o abandonados a su suerte entre mercenarios y traidores– The Americans juega con los miedos y la paranoia de los años de hielo en un retrato ácido y no menos divertido del espionaje político y militar, y sus curiosos condimentos.

La vida de Phillip (Matthew Rhys, Brothers and Sisters) y Elizabeth Jennings (Keri Russell, Felicity), dos espías rusos encubiertos como operadores de turismo en los aburridos suburbios de la ciudad del Capitolio, está llena de aventuras. Entrenados a fines de los años ’60 en las altas esferas del Kremlim, llegaron a EE.UU. como un joven matrimonio cuando apenas se conocían, olvidaron su idioma natal y sus verdaderas identidades, tuvieron dos hijos y formaron una familia que sirve como la mejor fachada para las misiones secretas y peligrosas encomendadas por vieja URSS. A la mañana desayunan cereales con sus hijos, los llevan a la escuela, saludan a sus vecinos, y por la noche se camuflan y se acuestan con otros para obtener información, secuestran delatores soviéticos, engañan al FBI y tiran cadáveres al río. Pero esa pareja convenida por coroneles y diplomáticos no sólo oculta secretos de Estado sino que arrastra miedos y frustraciones personales, recelos y pasiones, resentimiento y desconfianza que desnudan la complejidad del matrimonio tras la idílica apariencia del american way of life.

“Los americanos han elegido a un loco como su presidente”, le advierte su superior a Elizabeth en una de las reuniones secretas que mantienen. Reagan ha puesto el pie en el acelerador –parece explicarnos a nosotros– y la lucha se torna cada vez más cruenta, más despiadada, más extremista. Se vienen tiempos duros para Europa del Este y la tentación de abandonarlo todo y vivir cómodamente, protegiendo a sus hijos bajo el confort capitalista, está latente en el hogar de los Jennings y es fuente de dudas y enojos. Elizabeth es leal a la Madre Patria y sus deudas personales se saldan con coraje y entereza. Phillip expone sus temores, se pregunta por lealtades y conveniencias, coquetea con la renuncia. El eje central de The Americans, más allá de la trama de intrigas y persecuciones, tiene que ver con las ambigüedades de esa doble vida, con la realidad de criar a sus hijos en un país enemigo y sentir una mezcla doliente de apego y desprecio por aquello que forma parte del día a día.

Sin la vistosa reconstrucción de época de series como Mad Men o la nueva Bomb Girls –donde un grupo de mujeres trabaja en una fábrica de municiones durante la Segunda Guerra Mundial–, The Americans ofrece pinceladas de los tempranos ochenta en las canciones de Fleetwood Mac, los pulóveres de cuello alto y los Falcon grandes y fuertes. Nada muy estridente, nada muy vintage, todo transcurre con la serena liviandad que precede al estallido, un estallido que se intuye en la agresiva política exterior de la administración republicana, los encendidos discursos de Reagan –que son vistos cómicamente como los soliloquios eufóricos de un actor mediocre– y en las discusiones sobre misiles y bases nucleares en países latinoamericanos como Nicaragua. “Veo la debilidad en esta gente”, dice Elizabeth cuando recién llega a EE.UU., y una década más tarde ve, ahora con angustia, como su hijo admira al astronauta Thomas Stafford, tripulante de la nave que alunizó allá en 1969. “Hijo, la Luna no lo es todo, llegar al espacio ya es un logro importante.”

El detonante de ese peligro latente, que se insinúa en pequeñas diferencias irreconciliables en el seno de la familia, toma forma con la llegada de un agente del FBI al vecindario. Su presencia casual activa enfrentamientos, hiere susceptibilidades, aumenta los riesgos. Mientras tanto, esa reflexión sobre el pasado que se desliza en el trasfondo de las acciones más espectaculares se percibe más sencilla y llevadera a medida que pasan los años. Como señala Willa Paskin de Salon.com: “¿Cuánto más adorables son los espías rusos comparados con los terroristas?”. Con la primavera demócrata a pleno y el intento de convertir la política exterior contra el terrorismo en una práctica científica y eficiente, la mirada sobre una guerra silenciosa que tuvo lugar hace 30 años se permite espías carismáticos y complots internacionales que hacen de la autocrítica moral una válida excusa para el entretenimiento.

The Americans empieza mañana y va todos los lunes a las 23, por FX.

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