CINE ARGENTINO 2 > VILLEGAS, UNA MIRADA GENERACIONAL SOBRE EL CAMPO ARGENTINO
El primer largometraje de Gonzalo Tobal –con banda sonora de Nacho Rodríguez, de Onda Vaga– es una historia familiar y geográfica, que cuenta una visión del campo desde dos personas de unos 30 años que viven en la ciudad, van a General Villegas al entierro de su abuelo y convierten el viaje en una road movie emocional. Con un guión escrito poco antes del conflicto por la resolución 125, en Villegas aparece de una manera sutil, el peso económico y político de “el campo”, pero la película, a partir de un retrato moderno y realista, permite elaborar otras lecturas políticas.
› Por Natali Schejtman
Muere el abuelo y dos primos que se llaman igual –e igual que el abuelo– se reencuentran en un auto que los lleva desde Buenos Aires a Villegas, su pueblo natal, para despedirlo y, con esa excusa, visitar a sus familias. Nadie nos lo dice directamente, pero suponemos que no se ven hace mucho y que de esa hermandad que supieron tener en el pueblo sólo quedan anécdotas y una conexión que de tan profunda que es parece hacerlos incompatibles en la superficie. Los primos ahora no tienen piel, ni mucho menos.
En el viaje, estos pasajeros en trance están trabados. Un Esteban (Esteban Bigliardi), a quien todos conocen como Pipa, es músico, inestable e imprevisible. Quiere parar a cada rato, intenta desempolvar la mística de los recuerdos y no se compromete mucho con el conductor designado, su primo Esteban (Esteban Lamothe). Este Esteban es serio, trabajador, y todo indica que tiene una vida rutinaria y un poder adquisitivo acorde con el de su familia de origen, parte de la clase media alta del campo argentino.
Este viaje por la ruta implica un distanciamiento y un acercamiento: en las horas que pasan juntos, ambos primos procesan internamente la muerte del viejo Esteban, al mismo tiempo que se acercan a su infancia y su vida familiar. Paran en un restaurante de Junín donde solían comer con su abuelo, por iniciativa del Esteban “bohemio” y a contramano de los deseos del Esteban “rígido”. Cuando llegan a la casa familiar están distintos, dando señales de identidades móviles o en crisis, y eso sigue desarrollándose en una estancia que los conecta con su genealogía y también con la economía familiar motorizada por la actividad agrícola.
En su primer largometraje, Gonzalo Tobal –ganador del primer premio en Cannes en 2007 con su corto Ahora todos parecen contentos– propone un relato preciso, detallista y delicado sobre un trance entre la adolescencia y la adultez, en el que juegan tanto el recambio generacional de una pequeña burguesía argentina como una cultura patriarcal campechana y a la vez subrepticia, que convierte a Villegas en un interesante retrato sobre las masculinidades posibles. Además, pone a jugar a la música como un elemento narrativo intenso y elocuente.
Tobal empezó a imaginar esta historia cuando estaba en París y le avisaron que su abuelo había fallecido. Ese disparador sentimental que supuso tramitar una muerte cercana en horario diferido se combinó con varias cosas, entre ellas, la impresión que le había causado un tiempo antes conocer Villegas, cuando fue con su amigo Nacho Rodríguez (uno de los Onda Vaga y el compositor de la música de la película): “En esa ocasión conocí gente del pueblo, el campo y otros espacios. Ahí fue que pensé que estaba bueno hacer algo en Villegas. Hay algo de la gente que me interesó, a partir del contacto con los productores agropecuarios de clase media alta... Me resultó curioso ese mundo, el nivel de vida, las características de una vida monótona de pueblo, pero a la vez con un pensamiento moderno, abierto culturalmente. Ahí había una Argentina para retratar, distinta de mi prejuicio”.
De a poco, le fue dando forma a esta historia familiar y geográfica, que cuenta una visión del campo –tema recurrente en la cultura argentina– desde dos hombres de unos 30 años que viven en la ciudad y que, en un caso más que otro, parecen tener un cúmulo de ambivalencias a la hora de considerarse a sí mismos continuadores de una tradición familiar. Pero además de la cuestión personal sobre cómo se asume una tercera generación, en Villegas aparece impreso, de una manera sutil, el peso económico y político que tiene “el campo”: el espacio de los tractores nuevos, los empleados y los granos, que en una de las imágenes más bellas y emblemáticas de Villegas, se convierten en el colchón –en todo sentido– de dos jóvenes que se escapan a este escondite elevado y nutritivo para tocar la guitarra, divertirse y agredirse. Sobre la manera en que Villegas aborda el campo, Tobal explica: “Si bien el tema del campo y la ciudad es recurrente en la cultura argentina, me parecía novedoso encararlo desde el campo productivo. No es una película telúrica ni costumbrista sobre la vida de campo, sino que habla de la producción, la modernización. Es un retrato moderno y realista”.
Claro que el campo argentino, con sus crecientes connotaciones económicas y políticas, no es un tema que pase inadvertido. De hecho, el 2008 y la 125 lo agarraron a Tobal ya inmerso en Villegas: “Fue un tema. Yo había escrito ya el primer guión en 2007, y cuando estalló el conflicto me surgió la duda de qué hacer con eso. Mi decisión fue confiar en el retrato de un mundo y en la capacidad del cine de ofrecer una mirada distinta, sin necesidad de tomar partido o incorporar explícitamente eso a la película. Creo que el cine aporta una mirada diferente de la mediática. Y que la película admite lecturas políticas más allá de este conflicto puntual”.
Es que sin dudas, Villegas presenta la gran virtud de ser al mismo tiempo local y no local, un retrato multifacético donde se cruzan las clases sociales, los géneros y los espacios.
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