CINE 1 > BRYAN SINGER, EL DIRECTOR DE LOS X MEN, AHORA CAZA GIGANTES
En medio de la moda de las películas que “reinventan” cuentos infantiles clásicos para un público presuntamente más adulto, Bryan Singer –el director que se hizo famoso hace casi veinte años con Los sospechosos de siempre y ayudó a relanzar el cine de súper héroes serio con los X Men– estrena un artefacto inesperado y refrescante: un cuento para chicos convertido en una película para chicos. Basada en dos relatos británicos de los siglos XVIII y XIX, Jack el cazagigantes es una aventura de las que ya casi no se filman.
› Por Mariano Kairuz
¿Qué es una película para chicos en una época en que el cine es todo para chicos? Es decir, en tiempos en que los estudios piensan sus principales producciones del año en función de un público infantil, o adolescente, o mayor de edad que se resiste cada vez más a crecer, o que sólo quiere olvidarse de la realidad cuando va al cine. La pregunta viene a cuento, a cuento de hadas, en plena marea de adaptaciones de relatos clásicos en clave oscura –por su violencia, por su latencia sexual o su ostensible represión, por alguna que otra escena más o menos cruenta– pero difícilmente “adulta”. No lo son –cine adulto– ni La chica de la capa roja (la caperucita con la inesperada sex symbol Amanda Seyfred) ni Blanca Nieves y el Cazador (mera explotación para fans de Crepúsculo del “momento” de Kristen Stewart) ni, por favor, la reciente Hansel & Gretel, que convertía a los dos hermanitos en vengativos y mercenarios cazadores de brujas. La operación no consistió en revertir los cuentos conocidos de la tradición oral o recolectados por los Grimm y por Andersen a sus orígenes naturalmente siniestros, para redirigirlos a un público más preparado para el espanto, sino que se limitó a salir a cazar al grupo a los adolescentes cautivos de otras sagas fantásticas. Es en medio de este panorama que acaba de aparecer Jack el cazagigantes (Jack, The Giant Slayer), una película indudable, certera y saludablemente diseñada para chicos.
Esto es: el héroe es un muchacho vulnerable poco inclinado a matar (Nicholas Hoult, el chico de Un gran chico, de la serie Skins y, también en cartel ahora, de Mi novio es un zombie) hay una princesa buena y sensible que se escapa del castillo porque está de verdad interesada en ver cómo vive la plebe (la poco conocida Eleanor Tomlinson) y un rey noble (Ian McShane), y un jefe de la guardia real imposiblemente valeroso (un iluminado Ewan McGregor, con un mostachín teatral que casi asienta el tono lúdico de todo el asunto), un traidor y conspirador infiltrado en la corte (el gran Stanley Tucci) y su ladero (Ewen Bremner, muy orgulloso de hacer de idiota, como tantas veces desde Trainspotting). Y están los gigantes, que son temibles y jodidos y se comen a los humanos, desterrados largo tiempo atrás a alturas infinitas. Las cosas se complican, por supuesto, cuando unas semillas mágicas brotan en el famoso tallo interminable que conecta nuestro mundo con los cielos habitados por los gigantes.
Si la premisa resulta conocida es porque el guión de Jack el cazagigantes combina dos cuentos clásicos en uno. Por un lado, el relato artúrico de “Jack, el asesino de gigantes”, en la que el muchacho del título caza grandulones y le envía sus cabezas al rey. Por otro, “Las habichuelas mágicas”, en las que un chico pobre y su madre viuda se ven obligados a vender la vaca familiar, que ya no da leche. En lugar de regresar a casa con dinero a cambio del animal, el chico vuelve con las dichosas semillas. La madre las arroja por la ventana y manda al muchacho a dormir sin cenar en castigo, pero entonces los frijolitos se mojan, brotan, y pronto Jack se encuentra visitando la casa en las alturas de un temible gigantón, bajo la hospitalidad de la mujer del gigantón. En cada visita, el chico le roba al gigante objetos de valor, y al final del cuento, con su nueva riqueza malhabida, él y su madre inician una nueva vida sin privaciones. La moraleja de todo el asunto es compleja, por no decir que no la tiene, y que en su lugar hay una historia de necesidad, astucia y supervivencia.
Nada de toda esta cosa tremebunda queda en la película de Bryan Singer, como no estaba en las versiones más infantiles del cuento. En su lugar, la película muestra a los gigantes sencillamente como humanos grandes y crueles, de escasa higiene, flatulentos y caníbales, que quieren gobernar la tierra de la que fueron expulsados. Características que dan lugar a una que otra escena cruenta (los gigantes comen humanos), pero nada de lo que un nene más o menos curtido en el cine infantil actual vaya a asustarse demasiado. Y la película en general sigue un estilo clásico, prácticamente demodé, a pesar de los enormes tipos hechos digitalmente por el sistema de captura de movimiento. En esencia, es la misma película que podría haberse filmado treinta años atrás, sólo que antes se hubiera hecho con algún truco de perspectiva, o algún sistema de efectos ópticos o, mejor aún, con las marionetas increíbles de Jim Henson, el creador de los Muppets. En su lugar, están creados con el mismo sistema que El Gollum, aunque resultan un poco más toscos, más “dibujados”. Testimonio definitivo de la aptitud narrativa de Singer: que después de un rato no importa cómo están hechos esos gigantes, sino que uno abstrae la materia de la que se componen (dibujo, goma o crealina) y simplemente siente que están vivos.
Con Jack el cazagigantes Bryan Singer cumple veinte años en el cine: fue en 1993 que estrenó su opera prima Public Access, aunque su consagración fue recién dos años más tarde con Los sospechosos de siempre. Después hizo varias películas bien distintas entre sí, como El aprendiz, Operación Valquiria y la fracasada Superman regresa –y ayudó a despegar la serie Dr. House– pero el centro de su filmografía pasó a ocuparlo la serie de películas de los XMen (devenidas alegorías de un mundo intolerante), de las cuales dirigió la dos primeras, produjo las otras y escribió la gran Primera Generación. Esta es su primera película para chicos, para chicos en serio, una película gigante entre muchos cachivaches para falsos adultos o chicos quemados o vaya a saberse quién, mareo que probablemente explica que haya fracasado comercialmente en su estreno norteamericano dos semanas atrás.
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