Domingo, 31 de marzo de 2013 | Hoy
CINE 2 > EVIL DEAD, TREINTA AñOS DESPUéS: CLáSICO DE CULTO Y REMAKE
A fines de los ’70, el futuro director de El Hombre Araña y Oz, el poderoso, filmó junto a dos amigos, con poca plata y mucha energía juvenil, su primer largo: Evil Dead. Treinta años más tarde, tras dos secuelas que se convirtieron en clásicos del humor negro fantástico, y con él mismo convertido en uno de los grandes de la industria, Sam Raimi encontró al director para hacer la remake de su primer, querido film: un treintañero uruguayo llamado Fede Alvarez, cuya única obra conocida era un corto de cuatro minutos sobre una invasión de robots a Montevideo que alcanzó la masividad en Internet. Y no se equivocó.
Por Mariano Kairuz
En las fotos promocionales de sus películas, Sam Raimi suele aparecer de impecable saco y corbata. Demasiado ejecutivo, cualquiera diría, para el cineasta nerd y geek, fan de los Tres Chiflados y los comics, que filmó la historieta-western perfecta (Rápida y mortal, con Sharon Stone), y la divertida Darkman, que se terminó de afianzar ante los estudios con la multimillonaria trilogía de El Hombre Araña y ahora lidera las recaudaciones con Oz, el poderoso: justo él, de traje pero con esa cara de nene grande, es como un chico jugando a ser un adulto. Lo cierto es que Sam Raimi se puso el traje por primera vez hace algo más de treinta años, cuando era, efectivamente, como un nene jugando a ser un adulto. Cuando, a los 20, se inventó a sí mismo como cineasta con una película ultraindependiente, hecha por muy poca plata con un grupo de amigos, gore sin restricciones, gozosamente violenta y ridícula, y que lleva más de tres décadas consolidando su status de culto: Evil Dead.
Lo del traje empezó casi como un chiste: cuando Raimi, su amigo Robert Tapert (con quien estudiaba en la universidad estatal de Michigan) y su otro amigo, del colegio secundario, socio productor y actor inexperto, Bruce Campbell, tuvieron que salir a buscar dinero para filmar su animalada clase Z inspirada en el Necronomicón, el libro de los muertos de Lovecraft. Se les ocurrió que entonces era hora de actuar el papel de gente seria, de modo que así salieron, corbata, maletín y todo, a cazar inversores. Medio millón de dólares (contando préstamos usureros y sus intereses) y casi cuatro años más tarde, a fines de 1981, Evil Dead (que todavía se llamaba The Book of the Dead) se estrenaba en un cine de Michigan. Un año y medio después llegaba a todo el país y les daba una carrera a Tapert, Campbell y en especial al cuarto de los cinco hijos de un vendedor de muebles y una vendedora de lencería, Raimi, que ya nunca más se sacó el traje.
Treinta años después, el mismo trío de productores encontró al que consideraron el tipo ideal para llevar adelante la remake de su debut de culto: un uruguayo treintañero e ignoto llamado Fede Alvarez, cuya única obra relativamente conocida era Ataque de pánico, un corto de cuatro minutos en el que unos robots gigantes arrasan Montevideo, convertido en un pequeño fenómeno de la difusión viral.
Y hay algo raro en la nueva Evil Dead, que llega a los cines argentinos el próximo jueves con el título Posesión infernal, que la hace tan fiel y a la vez tan ostensiblemente lejana a aquel clásico de principios de los ’80. Porque no deja de ser, en términos materiales, una película independiente: aunque se las distribuye un estudio, la producen Raimi, Tapert y Campbell, y ellos eligieron al director y le dieron carta blanca para que escribiera su propio guión junto a otro amigo uruguayo. Pero pertenece definitivamente a otra época del cine, a otro mundo.
La Evil Dead original era una película de terror oscura y sangrienta despojada casi totalmente de humor, sobre un grupo de chicos de veintipico que enfrentan, en una cabaña en lo profundo del bosque, una maldición demoníaca que se va apoderando uno a uno de ellos. Sin embargo, es probable que a los fans que no la hayan vuelto a ver en cierto tiempo, la remake les resulte desmedidamente seria y dramática: si es así, se debe a que hoy el recuerdo de Evil Dead es más su saga que aquel primer film hecho con tres mangos. Tras el éxito de Diabólico, los tres amigos consiguieron algo más de dinero, aportado por el veterano mercenario Dino De Laurentiis, y en 1987 estrenaron una secuela, Evil Dead II, que llegó hasta acá como Noche alucinante y que es la mejor y más querida de la serie. Noche alucinante es menos una secuela que una remake expandida de la primera película, un poco como Terminator 2 es hasta cierto punto y salvando las distancias, una remake de Terminator: la misma historia, como Cameron la hubiera querido contar de haber tenido dinero la primera vez. Y también es un disparatado unipersonal de Campbell, que era como Jim Carrey antes de Jim Carrey, con su cara de goma y actuando con cada parte de su cuerpo como si fuera independiente del resto. Todo lo que en la primera película se volvió gracioso con el tiempo (los maquillajes de las mujeres diabólicas a lo Linda Blair, el stop motion un poco tosco para las evisceraciones, putrefacciones y desmembramientos, producto de una producción limitada pero suplida con gracia e imaginación), en la segunda ya es plenamente deliberado, una auténtica locura en la que el protagonista elige cortar de plano el Mal rebanándose el brazo poseído con una motosierra. La tercera película, El ejército de las tinieblas (Army of Darkness) era otro delirio más caro, pero tampoco tanto que enviaba al improbable héroe al siglo XIII. Para entonces el salvaje sentido del humor de los tres chiflados, Raimi, Tapert y Campbell, había poseído el espíritu de la serie completa.
Desde entonces, Raimi y Tapert se convirtieron en productores “de verdad”, con divertidas y exitosas series televisivas como Hércules y Xena, la princesa guerrera, y, entre muchas otras, la actual Spartacus; y Raimi alcanzó la cima de su talento para la puesta en escena eminentemente visual con El Hombre Araña 2, lo más parecido a una historieta llevada al cine con aventura y emoción, sin las volteretas sufridas y alegóricas del nuevo Batman. La idea de volver a la saga con la que se recibió de director se vio postergada innumerables veces, hasta que Raimi vio online el corto de Alvarez. Quien, aunque decidió prescindir de efectos digitales y hacerlo todo “físicamente”, dio forma a una película eficiente y absolutamente moderna, que no guarda tanta relación con Diabólico, salvo por detalles de su premisa lovecraftiana y porque replica la escena más simbólicamente tremenda del original, en la que una de las chicas es violada por un árbol (ahora políticamente corregida: antes, la chica penetrada por las ramas parecía entrar en un trance entre el sufrimiento y el goce). Y por otro detalle no tan menor: si algunos avatares de este género están explícitamente concebidos como artefactos apenas narrativos, más bien pretextos para liberar una secuencia de escenas tremebundas atrás de otra, la escalada de sangre, purulencia y descuartizamientos de la remake alcanza un clímax que va a ser difícil de olvidar.
Lo más cerca que Raimi estuvo en los últimos años de su film fundacional fue con Arrástrame al infierno, una divertida saga de maldiciones gitanas y financieras. Fue como un viaje de aquel chico a los años en los que filmaba cubierto con una bolsa de plástico para no mancharse con los baldazos de sangre falsa. Ahora pasea de saco y corbata entre los sets límpidamente digitales de su precuela de El mago de Oz, y deja la sangre para otros. Es que los nenes crecieron y hoy Raimi, como Peter Jackson y algunos otros de esos ex nerds amantes del comic, la fantasía y la escatología, se han apoderado de una de las porciones más redituables de Hollywood.
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