Dom 04.08.2013
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CINE > LA RETROSPECTIVA DE JORGE ACHA EN EL MUSEO DE LA LENGUA

El sonido y la furia

El cine como arte visual pero también como fábrica sonora. Tres films de un director que además era pintor y llevaba en su apellido la dura marca del compromiso: la retrospectiva de Jorge Acha permitirá abordar las sucesivas propuestas de Hábeas Corpus, Standard y Mburucuyá, de áspera sensualidad y conceptos ideológicos muy actuales. Y de yapa, un documental sobre cineastas a la intemperie.

› Por Juan Pablo Bertazza

Uno de los lanzamientos editoriales más valiosos que encaró la Biblioteca Nacional en los últimos años es, sin lugar a dudas, la colección Los Raros. Inhallables, olvidados y prohibidos. Un libro más raro que el otro, una serie que incluía joyas como Vida de muertos de Ignacio Anzoátegui, El tempe argentino de Marcos Sastre o Prometeo & cía. de Eduardo Wilde. En esa colección podría haber asomado Jorge Luis Acha, un raro en el mejor sentido de la palabra, es decir, en el sentido de poco frecuente. Acha es, pese a sus méritos, alguien poco conocido cuyo desconocimiento implica estar perdiéndose algo. Pintor, poeta, cineasta, fue una verdadera medusa del arte que nació y murió (en 1996) a los cincuenta años, en la ciudad de Miramar.

Hace muy poco la editorial Alción publicó sus escritos póstumos, que incluyen sus muy particulares guiones cinematográficos. Pero, al menos, ahora Acha llegó a la Biblioteca Nacional de la mano de sus tres largometrajes: Hábeas corpus (1986), Standard (1989) y Mburucuyá (1992), que no habían tenido distribución comercial, más allá de alguna retrospectiva en la Lugones y en la edición 2006 del Bafici, que también supo ver su cine. Durante todo el mes de agosto se proyectarán esas películas en el Museo del Libro y de la Lengua, un cruce que acaso haga justicia a la naturaleza tremendamente multifacética de este pintor de acuarelas, guionista y docente, además de realizador y documentalista.

Pero todas esas aptitudes no remiten únicamente a los quehaceres de Acha. Esa multiplicidad de intereses y de oficios se advierte, de hecho, en la cantidad de sentidos que hay que activar para ver su cine. Si en Occidente se priorizó claramente la vista por sobre todos los demás –y el cine es la máxima expresión de esa tendencia–, las películas de Acha proponen equilibrar los tantos y desplegar un verdadero duelo –un contrapunto– entre el oído y la mirada, entre las imágenes y el sonido. Desatender cualquiera de las dos significará quedar tuerto, perderse la mitad de la historia.

Esa gran mezcla de sentidos es una constante que cambia de forma a lo largo de cada uno de sus largometrajes. En Standard –película que protagoniza Juan Palomino, y que ironiza acerca de aquel demencial proyecto de López Rega de erigir un gran Altar de la Patria que reuniera, en una única construcción, todas las figuras míticas de nuestra argentinidad al palo– se plasma a partir de una continua irrupción de lo sonoro, a partir de los ruidos de la construcción y los jadeos masturbatorios de obreros y de la bomba sexual de los años ’60 y ’70 –y archinémesis de la Coca Sarli– Libertad Leblanc. A propósito, la desnudez de quien llamaban, de hecho, La Sarli (y que también era una chica made in Armando Bó) se pospone indefinidamente a lo largo de toda la película al compás de la constante postergación que va sufriendo también esa imposible y autoerótica obra en destrucción.

En Mburucuyá –nombre de la flor que saltó a la fama con su denominación española de pasionaria– la sinestesia, la mezcla entre lo auditivo y lo visual, tiene que ver en este caso con el ruido de los animales que, por momentos, parecen más traducibles que los diálogos humanos, extrañados a partir de un notable y enrarecido bilingüismo –los actores hablan un inglés correcto pero horrendamente pronunciado–. La película, que Acha llegó a terminar pero cuya versión definitiva él no llegó a ver, se centra en el viaje que, en 1799, emprendieron Humboldt y Bonpland desde Marsella hasta nuestro continente, donde permanecieron cinco años. Y uno de los muchos puntos de interés tiene que ver con la manera en que Acha plasma el choque de mundos y de civilizaciones: partir de un culpógeno erotismo entre Humboldt y el indio Yancagua. Puede sonar inverosímil, es cierto, pero esta película es la mezcla entre el Herzog de Fitzcarraldo y el Favio de Nazareno Cruz y el lobo... ver para creer.

En Hábeas corpus, acaso la joya mayor en esa verdadera caja de Pandora que son estas películas, el combate transcurre entre una calma y lúcida voz en off que relata minuciosamente los inefables padecimientos que implica una tortura y las imágenes oníricas y arremolinadas que mezclan pasado, presente y no futuro de un hombre encerrado en una celda con secuencias de peces a punto de morir, símbolo por antonomasia del cristianismo. Claro, lo que se pone en juego en esta película es la relación íntima entre la última dictadura y la Iglesia, ver por ejemplo la secuencia de Videla degustando la ostia constituye un verdadero golpe en el plexo, en tiempos en que la institución del Dios católico parece convertirse en un modelo de esperanza. Película notable y desgarradora, es probable que Hábeas corpus sea una de las representaciones más escandalosamente originales sobre la dictadura. Obnubilan, ya desde el comienzo, los montajes de las tapas de revistas de fisicoculturismo que circulaban en aquella época –“el culto al cuerpo”–, las imágenes del Hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci, acerca de las proporciones del cuerpo humano, y las siluetas escritas con tiza en la pared que pedían a gritos una respuesta ante tanto silencio.

La proyección de estas tres películas tendrá una especie de cierre didáctico con la presentación de Cinéfilos a la intemperie de Carlos O. García y Alfredo Slavutzky, una película en la que una serie de cineastas –Aristarain, Cozarinsky y el propio Acha– actúan y hablan de su oficio, de sus mitos y obsesiones. Una especie de brújula para improvisar, tal vez, algún camino luego de tres películas con tanto significado que hacen perder el sentido, que dejan, inexorablemente, en estado de shock.

La retrospectiva de Jorge Acha se podrá ver desde el 9 hasta el 30 de agosto, todos los viernes a las 19, en el Auditorio David Viñas del Museo del Libro y de la Lengua de la Biblioteca Nacional (Av. Las Heras 2555). Gratis.

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