ENTREVISTA > MARíA MEDRANO Y EL TALLER YO NO FUI DE LA CáRCEL DE MUJERES DE EZEIZA
En 2002, María Medrano empezó un taller de poesía en el penal de Ezeiza. Junto a las internas lo bautizó Yo No Fui. Y hoy, diez años después, el taller sigue, se ha agrandado y expandido: afuera, con las mujeres ya en libertad, empezaron talleres de capaci-tación laboral en diferentes rubros, desde periodismo hasta diseño de objetos. Pero el origen de todo fue y es el espacio para la poesía, el que retrata Lunas cautivas, la película de Marcia Paradiso. Y, justo antes del estreno del documental, Radar conversó con María Medrano para repasar todos estos años de trabajo y palabras.
› Por Mercedes Halfon
María Medrano recuerda nítidamente el día que surgió Yo No Fui como nombre del taller de poesía –hoy convertido en colectivo artístico, asociación civil, grupo de trabajo, centro de capacitación y muchas cosas más– que coordina con mujeres presas de la Cárcel de Ezeiza. Estaba a punto de salir el primer libro que compilaba los poemas producidos por ellas ahí adentro y no tenían el título. Ese día el taller se extendió varias horas más de lo habitual. “Y aparecían unos nombres que eran un bajón, Rompiendo las cadenas, Grito de libertad, cosas así”, se ríe. “Buscábamos uno que tuviera que ver con ese espíritu de resistencia del espacio, pero también con el humor, con que era un espacio que disfrutábamos.” Largas horas pasaron en ese brainstorming en el penal, hasta que Ana Rossel, una de las alumnas, dijo: “¡Yo no fui! Si al final es lo que todas dicen cuando entran acá”. Primero se rieron mucho y después decidieron que el nombre era definitivamente ése. Tan acertado como irónico. Tan contundente como polisémico. Yo No Fui es tanto la no identificación de esas mujeres presas con el delito que presuntamente cometieron como la negativa a pensarse a sí mimas en pasado: una respuesta a ese lugar común que piensa que si estás en la cárcel, “fuiste”. Yo no fui.
Diez años pasaron desde ese momento al que registra el documental Lunas cautivas, que acaba de estrenarse en el cine Cosmos y en el Gaumont. Ahí, Marcia Paradiso retrata la vida de las chicas que asisten al taller de María Medrano en Ezeiza. Además de mostrar el espacio –verde por fuera, gris por dentro– y sus rutinas, el documental indaga en sus vidas y la relación con la poesía. Las protagonistas de la película son cuatro. Asisten a las clases, leen poemas y comentan: Liliana Cabrera, Lidia Ríos, María José Sancho Rico y María Ferreyra. Cuatro mujeres de distintas edades, historias y hasta nacionalidades, que coincidieron en el espacio poético educativo y a partir de esa experiencia, se modificaron.
Lidia, la más joven, está en la cárcel con su nena, que la acompaña incluso en su primera lectura pública en el Segundo Festival de Poesía en el Penal. Liliana es descripta por sus compañeras como una “bolita de nervios” ni bien ingresa en el penal, pero que, cuando la película la capta, ha logrado un sólido trabajo sobre sí misma y sus palabras. María Ferreyra, con su personalidad alegre y emprendedora, aparece leyendo y comentando los textos de su compañeras. María José es española y vive atravesada por la separación de sus hijos pequeños, que están en su tierra natal. Para ella la poesía ocupa el lugar de puente hacia esos recuerdos que le permiten reconstruir su vida, dolorosamente fragmentada. Y mirándolas, acompañándolas, poniendo en palabras o en gestos todo aquello que las excede, María Medrano. Poeta, agitadora y hasta militante de este proyecto de expansión de los corazones y las mentes de estas chicas tan frágiles como invencibles.
María cuenta que vio la película una vez que estaba terminada: “No vi partes, ni adelantos... y la verdad que me emocionó muchísimo porque siento que recupera la esencia de esos encuentros. Creo que todo YNF tiene que ver con ese espacio que creamos dentro del penal. Un espacio donde la palabra cobra una importancia y una fuerza tremendas, tiene que ver con el trabajo con la subjetividad de las personas, con poder repensarse a uno mismo, poder verse en otro lugar, poder imaginarse otras posibilidades y proyectarse en una situación en la que eso es muy difícil”.
La historia de YNF, aun antes de llamarse así, arrancó en el año 2002. Desde la Casa de la Poesía, un espacio que ya no existe, María Medrano fue convocada para dar un taller en la Cárcel de Mujeres de Ezeiza. Hay que saber que ella venía trabajando desde hacía años en un juzgado penal económico, un juzgado de instrucción. A partir de eso, y ya un poco más comprometida, comenzó a ir a la Cárcel de Ezeiza como visita, y lo hizo durante más de tres años. Con toda esa experiencia escribió el conmovedor Unidad 3, editado por Del Diego. Ahí escribía poemas como “Polaca”, que decía: “Dudek se pasea indiferente porque no comprende si / los golpes son parte del proceso rehabilitador o puro escarmiento. / Pero en la oscuridad se puede ver / la iluminación trae a la luz objetos / espacios que llena el silencio, no como acercamiento / o revelación sino como último reflejo”.
Por todas esas razones, cuando Daniel García Helder, director de la Casa de la Poesía, pensó en una persona idónea para encarar un taller en ese lugar, la decisión recayó en María. Durante dos años, el taller estuvo sostenido por la Casa de la Poesía. Pero luego este espacio se cerró. Y el taller quedó solo. Pero María Medrano decidió seguir yendo: “Nunca dejé de ir, nadie me lo prohibió. En un momento hubo un apoyo del Centro Cultural de España, en otro fue el Centro Cultural Rojas y así fuimos buscando alternativas”. Búsqueda que continúa, y más vigorosa que nunca, hasta hoy. Más de diez años después.
El taller se asentó en la Unidad 31, y para el año 2004 ya había muchas ganas de hacer cosas. Por ese entonces surgieron las ideas de hacer publicaciones, festivales y conocer a otros poetas. Se armó el ciclo Visitas, en el que muchos escritores fueron al taller a leer y conversar con las chicas. ¿Quiénes estuvieron? Juana Bignozzi, Fabián Casas, Gabriela Bejerman, Juan Desiderio, Luis Chaves, entre muchos otros.
Medrano recuerda: “Había un grupo muy fuerte de mujeres que participaban del taller: Ana Rossel, Silvia Machado, Blanquita, que sigue con nosotros ahora. Era numeroso y fuerte. Mujeres poderosas. El laburo que se hacía era increíble. Yo siempre fui una vez por semana, pero les dejaba material para leer, el libro de Diana Bellesi por ejemplo, porque lo íbamos a ver la semana siguiente y las pibas... ¡se leían la obra completa! Era increíble cómo seguían trabajando en los mismos pabellones. Después conseguimos permiso para que vayan dos veces por semana a la biblioteca y pudieran hacerlo ahí. Ese mismo año se hizo el primer evento Yo No Fui en el C.C. Rojas. Pero los permisos para que ellas estuvieran presentes nunca llegaron”.
Con su espíritu creativo-luchador hizo grabaciones de sus voces y fotografió los manuscritos para que pudieran proyectarse. Estar en ese afuera, que todavía era inconquistable. Con ese mismo envión se hicieron unas plaquetas de poesía que María repartía en lecturas en Buenos Aires. Finalmente la primera antología Yo No Fui, que reunía los poemas de más de veinte internas, se presentó en el Festival de Poesía Salida al Mar, donde compartió espacio con poetas de toda Latinoamérica.
Los años de experiencia frente al taller terminaron de convencer a María Medrano de que debía compartir la docencia. Cuatro ojos ven más que dos. Así fue que se sumó Claudia Prado a las clases de poesía: “Me encantó dar el taller con ella, y a partir de esa experiencia me di cuenta de que ésa era la manera. Ahora, Claudia se fue a vivir afuera y estoy dándolo con Juan Pablo Fernández, de la banda Acorazado Potenkim, que también es poeta. Es importante dar los talleres en dúos, porque además de que son miradas complementarias y eso siempre suma, en el taller pasan muchas cosas. Las chicas van con muchas cuestiones que por ahí está bueno que alguien pueda dedicarse a hablar con esa persona que lo necesita y otra persona pueda seguir con el encuentro”. Hay que tener en cuenta que el espacio de la clase también es un lugar donde salen a la luz otros conflictos: “Hay situaciones más complejas. Hay personas que en su convivencia por ahí no se cruzan porque se llevan mal y terminan conviviendo en la clase. Igual nunca pasó que se dé una pelea fuerte, las chicas saben que éste es un espacio de libertad muy valioso para ellas y lo cuidan”.
Muy pronto, Yo No Fui extendió sus brazos hacia el afuera de la cárcel. Sucedió que las asistentes al taller empezaron a concluir sus condenas. Naturalmente se dio la necesidad de juntarse también en ese espacio nuevo. “En 2006 y 2007, las chicas empezaron a salir en libertad y nos juntamos afuera con algunas. Nos reuníamos en casas para seguir con el taller. Venían Lucía, Ramona, que está desde el principio. Empezamos a hacer los talleres de poesía, pero enseguida nos dimos cuenta de que todo bien con eso, pero... ¡las pibas necesitaban plata! Y el oficio que era común a todas era el textil. Ramona llevó una máquina a lo de un amigo nuestro carpintero, Rosendo, que nos prestó su taller; Blanquita, que era la más experimentada, empezó a ayudar; y empezamos el taller de textil. A los ponchazos. Entonces, la gente del TPS (Taller Popular de Serigrafía) nos ofreció un espacio que usaban de depósito, lo que después fue el Centro Cultural Bonpland. Y ahí nos instalamos un tiempo. Sumamos el taller de fotografía estenopeica con Guadalupe Faraj, al que luego le siguieron Alejandra Marín y Constanza Cantero. Poesía y fotografía estaban dentro de la unidad. Y afuera se sumaban el de encuadernación con Florencia Goldztein y Ale Marín, serigrafía con Marcela Giorgio y Ramona Leiva. Hace unos años se agregó carpintería con Rosendo Díaz y Lucía Diforte; dibujo con Ana Paula Méndez y Julia Masvernat; y taller de tejido y telar con Blanca Tomas, además de periodismo con Cecilia Martínez Ruppel y la misma María.
Todo este proceso siguió y siguió. Cada vez más profesionales, logrando objetos con una identidad más definida. Hoy, los objetos de diseño y vestuario de Yo No Fui están distribuidos en diversos locales de decoración de la ciudad y hasta se pueden ver en Cafira, en Costa Salguero. Un proceso que les llevó no sólo esfuerzo sino un trabajo de concientización de las chicas: “Para lograr piezas que sean bellas y puedan ser compradas por eso, y no sólo para ayudar al proyecto”. Profundizaron también en la capacitación. Con subsidios del Ministerio de Trabajo, Senaf y otras instituciones, lograron becas de formación, para que YNF crezca en todo sentido.
Además de estos talleres y espacios de trabajo, Yo No Fui ha desplegado otros espacios de creación. El taller de fotografía, con ayuda del C.C. Haroldo Conti, prepara una muestra para 2014. Está a punto de salir también una revista, generado por los espacios dedicados al periodismo, donde se le da una vuelta de tuerca más al nombre, ya mítico, surgido en 2002. “Se va a llamar Yo Soy, porque estamos en una etapa de maduración del proyecto.”
Lunas cautivas retrata una arista de todo el titánico proyecto que encabeza Medrano. La arista relacionada con la poesía que es sin embargo el lugar por donde todo empezó. Podría decirse que todo Yo No Fui está atravesado por una práctica artística. Por más que no todos los talleres estén enfocados en eso, hay una idea que los recorre que va más allá de lo puramente laboral, o de capacitación para una salida laboral. Y ese algo viene justamente de ese taller de poesía donde empezaron a nacer todas las palabras. “Yo No Fui está atravesado por la mirada que tiene el arte, que permite la crítica, el pensamiento, la reflexión. Me acuerdo de cosas que me han dicho las chicas, haciendo evaluaciones a fin de año, por ejemplo. Me acuerdo de una que me dijo: ‘A mí el taller de poesía me sirvió para darme cuenta de que tengo que pensar por mí misma y no tengo que hacer todo lo que me dice mi marido’. O Liliana, que es una de las chicas del documental, y ahora que está por salir vamos a sumarla al plantel de docentes de poesía, me decía el otro día: ‘Desde que escribo poesía me siento más comprendida y más segura conmigo misma’. Y que pase eso está buenísimo y tiene que ver con la poesía, con la afirmación del yo.”
No es casual que este tipo de reflexión que permite la autoafirmación parta no sólo de una cárcel sino de una cárcel de mujeres. También hay una cuestión de género en esta problemática: la dificultad de darse el valor. “Hablamos de muchas mujeres que viven violencia sexual o abuso psicológico. Y lo que logran estos espacios dentro de la cárcel, como el taller de poesía y el de foto, es salvar esas zonas del yo, decir: ‘Esto no se toca’. No se puede encerrar la esencia de una persona. Incluso a veces sucede lo contrario, esta esencia puede salir todavía más flote. Ese es un poder que tiene la poesía.” Y que permitió a las chicas, a través de las palabras, dejarse empoderar.
Como dice ese poema en su libro Unidad 3, “Visita”: “Dejo de oír las voces para escuchar las palabras / para poder decir / que yo también / sabía el idioma de hablar”.
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